Crónicas en Nueva York: La banda sonora de las bandolas en la Gran Manzana

Crónicas en Nueva York: La banda sonora de las bandolas en la Gran Manzana
Especial para 90minutos.co

Ningún Papá Noel latinoamericano debería estar sometido a esa especie de escafandra escarlata con bordes de peluche blanco, cinturón de pesista de barrio, costal verde de robacaletas y gorrito como de empiyamado eterno. Ninguno. Porque aquí en Estados Unidos se justifica esa pinta para Santa Claus, pero en el trópico es una afrenta.

Allá ahoga sólo verlos. Hoy en las calles de Nueva York el frío es recalcitrante y la posibilidad de nevada latente como siempre, un hecho para el que ya se preparan toneladas de sal que las autoridades esparcirán para provocar su deshielo en las vías si sucediera. No son bolitas de icopor o esprays con espuma blanca como en nuestras prácticas navideñas, tan impuestas como la felicidad por estas fechas.

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La sensación térmica suele ser más fría que el pronóstico del frío que es infalible, casi tanto como el del Ideam en Colombia. Aquí también el Merry Christmas se cacarea tanto como El hijo ausente, de Pastor López; Esta Navidad no es mía, de Darío Gómez; Aires de Navidad, de Willie Colón y Héctor Lavoe; y todo el reguero de las que Richie Ray y Bobby Cruz, incluyeron en el álbum Felices Pascuas (1971).

Pero no es la banda sonora de estas navidades siniestras el tema que se abordará aquí. No. Ni más faltaba, la saturación al respecto repugna más que los buñuelos tiesos con natilla y brevas. Tampoco es un homenaje vedado al Grinch, ese duende sensato que quiere acabar con la Navidad de una vez por todas. Eso sería como emular el 9-11 y derribar desde las entrañas mismas del Tío Sam el emblemático alumbrado de Times Square. ¡Oh my God! No.

Sólo una reflexión no tan profunda sobre el tridente migración, salsa y narcotráfico, que trinchó la vida de cientos de miles de latinos (ellos mismos se llaman hispanos) en Queens. Sólo la evocación de un puñado de temas y pregones que dejaron testimonio de la bonanza que dio para todo y que aún hoy se deja ver en los resquicios de los lugares adonde acuden, sobre todo los caleños, a sacudirse la nostalgia y a emborrachar la acompañada soledad.

Porque aquí señoras y señores, hay más verdes como el Grinch o los dólares. La Green Card, por ejemplo. Aquí la gente se casa de mentiritas. ¡Pa’ Diositio! Puede costar entre 12 y 20 mil dólares, como siempre, según el marrano. Para adquirir la nacionalidad y que le digan: You can keep old passport as a souvenir. (Puede conservar el pasaporte antiguo como recuerdo).

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Pero vamos con recuerdos menos gratos pensarán algunos, pero sin duda más emocionantes. La Northern Boulevard corre paralela a la Roosevelt Avenue, que es cubierta por la centenaria línea del tren y su estridente ruido metálico que confirma la capacidad del ser humano de adaptarse a absolutamente todo. A cualquier cosa. Es un ruido recio como el pasado de una calle atiborrada de historia, de caleños y de pequeños negocios, de cuchitriles donde aún hoy cualquiera gana más que la mayoría de colombianos.

Foto: Lizandro Penagos

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Es un hervidero donde mujeres -y algunos hombres- susurran alertas en las esquinas massages, massages (masajes)… claro, con final feliz. Algunas cobran menos que Marilyn Monroe por la primera sesión de fotos en la primera edición de la Playboy en 1953: 50 dólares. Aquí hay sombra en verano y en invierno, porque esto es calle luna, calle sol. Es como estar en el centro de cualquier ciudad latina. Ventas ambulantes, peatones, bicicletas, motos, carros, tiendas, bares, salones de belleza, peluquerías, casas de giros, abogados que tuercen los ‘taxes’ (impuestos), ópticas, droguerías, perfumerías torcidas con alcohol, restaurantes, gimnasios, compras de oro, basura, ruido, mucho ruido y más español que inglés okey.

The York Times alguna vez tituló una crónica sobre ella: La calle del pecado. Tal vez para zafar a El Bronx o a Brooklyn de esa carga histórica de malos, inaugurada con Salvador Agrón, un asesino puertorriqueño de 16 años que tiene a cuestas el infame honor de ser el condenado a muerte más joven en EE.UU.

La Northern Boulevard y la Roosevelt Avenue pues, contienen buena parte de la historia de la salsa, las discotecas y la bonanza de la caína. En sitios cercanos como Jackson Heights, Woodside, Corona, Elmhurst, Sunnyside o Flushing, y en New Jersey, al otro lado del río Hudson, se percibe el aroma de mejores tiempos idos cuando lo bueno era superior y los dólares extras corrían a borbotones, como el trago en los bares y en los clubes donde las orquestas se presentaban todas las noches. También en el Bronx y el Barrio Latino, y en Manhattan, pero lo de Queens es particular.

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Si no fuera por el frío, la indumentaria de la gente y ese olor característico entre esmog y comida, podría ser Cali, pues la salsa se escucha en cada bloque (cuadra) por lo menos en un lugar. En Mi Tierra o en Pollos Mario, en Delicias Caleñas o en La Pequeña Colombia, en el Parador Caleño o en cualquier venta callejera de tamales, tacos, pinchos, arepas, masitas de choclo o empanadas.

Foto: Lizandro Penagos

De ahí que haya quienes afirmen que la salsa nació como música de pobres marginados, malandros, pendencieros, bebedores, sucios, desarraigados, drogadictos y bestiales, en las desiguales calles de Nueva York. Migrantes como Daniel Santos, Celia Cruz, Héctor Lavoe o Rubén Blades u oriundos como Willie Colón o Frankie Ruiz. Jimmy Sabater o Richie Ray. Tito Puente o Larry Harlow. Jerry Masucci o Ralph Mercado. Ray Barreto o Eddie Palmieri y hasta Marc Anthony. Neoyorquinos de diversos orígenes, sobre todo latinoamericano.

Toda la banda sonora de esos años del gran negocio quedó registrada para la posteridad en canciones completas y en algunos casos solo pregones: Periquito pin pin o ¿Cómo lo hacen? letras de Raúl Marrero con la Orquesta de Tommy Olivencia y las voces de Héctor Tricoche y Frankie Ruiz. Caína de Blades o Lluvia con nieve de Mon Rivera. Perico Macoña de Ángel Canales o Sicarios también de Rubencito. Traigo de todo de Richie Ray & Bobby Cruz. Un verano en Nueva York, de El Gran Combo, canción que no menciona que los veranos se remataban con el Festival de Orquestas en el Madison Square Garden, un coctel de salsa y narcotráfico. Entre muchas otras canciones menos sonadas y por ello menos conocidas.

Juan Pachanga, Ilusiones, Éxtasis, 30-30, Espumas, La Flauta (luego se convirtió en el Abuelo Pachanguero), El Monasterio (luego Aretama), Caballo Viejo, Matecaña, Casablanca, El Corso, Son Caribe, Cabo Rojeño y El Musical; son una parte de los nombres que en Cali se recogieron para nombrar discotecas y moteles de esa Nueva York a los que todos querían emigrar. Traquetos que la hicieron o gente a la que se le cumplió el sueño americano trabajando a lo bien y montaron sus negocios aquí y allá.

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Flushing es un sector y un parque gigantesco dominado por un enorme mundo metálico que en verano adornan chorros de agua y luces tan variopintas como el enjambre de latinos que acude a disipar la añoranza, tomar licor, hacer asados y comer frituras de su gastronomía. También se juega fútbol y se escucha salsa. Como en el Riverside Park, a orillas del río Hudson. Se les pega a los tarros: al bongó, al timbal, a las congas (tumbadoras para los cubanos y timbas para los puertorriqueños), a las maracas y a la campana. Eso que arrancó con la Fania All-Stars aquí no se ha acabado.

Pero el invierno ha comenzado y apenas algunos osados con vocación esquimal se atreven a desafiar el termómetro. Entrar al calor de un bar es escuchar la música que se oía en las discotecas de Cali hace 20 años. En Cañandonga, Los Compadres, La Jirafa Roja, El Concorde, Village Game, El Escondite… y en todas las que se nombran en Del puente pa´allá de Niche y otras tantas. Hoy Roosevelt Scorpion, El California, Evolution, Café España, Sports Nigth Club, El Tucanazo, Pal Carajo, siguen siendo huecos chéveres para escuchar melodía y echarse unas copas. Aquí es más rentable tomar whiskey que cerveza y más barato emborracharse que comer en un restaurante normalito.

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Por increíble que parezca, en medio de este congelador (la sensación es de grados bajo cero para un calentano) hay quienes se van de remate a las ‘teraguas’, amanecederos o en inglés after hours (fuera de horas). Es la ciudad que nunca duerme es cierto, pero nos estamos trasnochando. Salir a ver los famosos árboles de Navidad es un plan agotador. Tanta gente como luces, bolitas y guirnaldas. Y frío, mucho frío. Parquear en la calle es una lotería. No hay espacio en Queens. En esta inmensidad de ciudad este escasea siempre. Debemos madrugar a mover el carro. El permiso es hasta las 7:00 a.m. Lo peor que puede pasar es que un indigente utilice el vehículo como cálido dormitorio.

Un borracho con gorro de Santa nos pide, aunque sea una ’cora’, una moneda de 25 centavos, un cuarto de dólar. Es sólo una estrategia para hacerse con un dólar o una limosna más generosa. Y entona más desafinado que un embalado, una estrofa de Decisiones de Blades: “El borracho está convencido, de que a él el alcohol no le afecta los sentidos… ¡Jojojojo!

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