El día que los caleños le fallaron a Ismael Rivera

El día que los caleños le fallaron a Ismael Rivera

Por Gerardo Quintero Tello

Jefe de Redacción de 90 Minutos

DISEÑADOR: Giovanni Castro

AUDIO Y MÚSICA: Moisés Molina

El 13 de Mayo de 1987 es una fecha inolvidable para los salseros. Ese día, exactamente a las cinco y treinta y tres de la tarde, Ismael Rivera, ‘El Brujo de Borinquen’, moriría en los brazos de su madre, doña Margarita Rivera, la mamá más popular del mundo salsero por cuenta de Héctor Lavoe, quien la inmortalizó en uno de sus más famosos pregones cuando en ‘Dueña de mi inspiración’, una de las canciones más sentidas que interpretó ‘El Sonero Mayor’, Lavoe (quien hacía coros junto a Rubén Blades, Santos Colón e Ismael Quinta) advierte a la madre de manera jocosa: ‘Margarita llegó Maelo fumando caña’.

Y aunque este tema de 1980, compuesto por Plácido Acevedo, es un lamento de amor, una confesión del corazón partido a la propietaria de la inspiración que ya no está, también algunos creyeron leer en esos versos una declaración de amor a ‘doña Margó’, a la que por esas cosas de la vida tantas veces Ismael tuvo que dejar sola y a la que ahora reclamaba el afecto perdido.

“Yo quisiera verte, verte una vez más

Aunque sea la última vez

Ausencia ingrata, cómo torturas mi vida

Suelta, negra, suelta”

Siete años después de este tema que nubla el alma y carcome el corazón, ‘Maelo’ vio a Margarita por última vez. ‘El brujo de borinquen’, el incomprendido, el que quería irse porque su negrita lo esperaba se rindió y murió solito, como él mismo lo había vaticinado, en los brazos de su madre.

Ese mismo fatídico día, a dos mil kilómetros de la Isla del Encanto, en un lugar donde Ismael Rivera ya era uno de los dioses que custodiaba su olimpo salsero, Benhur Lozada escuchaba perplejo la noticia de su muerte. El locutor más famoso de la ciudad, el hombre que había hecho sonar tantas veces a ‘Maelo’, el que había convertido en éxitos los temas del ‘Sonero Mayor’ a través de Radio Tigre, la más importante emisora de salsa en la ciudad de los años setenta, sentía que un pedazo de su banda sonora se rompía como un desgastado vinilo tostado al sol.

Una década atrás, en 1978, Benhur conoció en Nueva York a su gran ídolo. Había viajado a la ‘Gran Manzana’ con el cantante caleño Píper Pimienta, La Fórmula Ocho -entonces la mejor orquesta de la ciudad- y a los campeones de baile Watusi y María cuando en un rincón de un salón le presentaron a Rivera. El ‘feeling’ fue instantáneo. Benhur le habló de Cali, de cómo los rumberos le armaron un altar especial, de los temas que azotaban las esquinas, de las peticiones de los oyentes en la emisora, de una ciudad que hervía con su pasado al lado de su compadre Rafael Cortijo y le reveló cómo fue que ‘El Negro Bembón’ se convirtió en el himno de ‘El Bar de Merejo’, el mismo que Losada frecuentaba en plena Calle Doce con Carrera 22, allí donde palpitaba el corazón del barrio Obrero y donde de seguro Ismael se hubiera sentido como en casa.

El artista que había nacido un 5 de octubre de 1931 en la Calle Calma, en la intersección con el Pasaje Tranquilidad, en Santurce, Puerto Rico, no daba crédito a semejante declaración pasional de admiración. No podía ser de otra manera. Benhur, la voz privilegiada, el más grande locutor y empresario artístico de aquellos años, el único caleño al que la Sonora Ponceña nombra en un disco, había sufrido desde muy chico un ‘encantamiento’ gracias al fraseo del ‘Brujo de Borinquen’. “En mi barrio Obrero yo escuchaba ‘Quítate de la vía Perico’, ‘Máquinolandera’ (composición de Margarita Rivera), ‘El Negro Bembón’ y lo hacía ventaneando en ‘El Bar de Merejo’ porque yo estaba muy pequeño y no me dejaban entrar. Imagínate que Ismael Rivera fue tan importante que Duván y Leonardo Osorio crearon un conjunto en Cali para que sonara igual a Cortijo, se llamaba el Combo Swing, y el cantante era nadie más ni nadie menos que un jovencito al que le decían Píper Pimienta”, me dice esta biblia de la historia musical caleña, mientras se evidencia la emoción en sus palabras al evocar aquellos años recorridos.

El emocionante encuentro con Ismael terminó un par de días después cuando se volvieron a encontrar en ‘Cabo Rojeño’, una de las discotecas más famosas del ambiente latino de Nueva York. Allí la naciente amistad se selló con unas fotos autografiadas, el regalo de una imagen del Cristo Negro de Portobello y de un dije de oro con forma de micrófono, además de un tesoro testimonial en formato de entrevista que el locutor caleño puso a rodar en Radio Tigre y la Voz del Río Cauca. Una joya auditiva tan importante como la que logró unos años después cuando el propio ‘Maelo’ desvela una de las grandes controversias salseras sobre quién lo bautizó como ‘El Sonero Mayor’. Y es que aunque ha circulado la versión de que fue el gran cantante cubano Benny Moré quien le entregó el báculo imperial, no tendría mucho sentido que eso hubiera sucedido porque cuando se conocieron Rivera era apenas un mozalbete abriéndose camino en la historia de la música caribeña. El tesoro audible de Benhur despeja definitivamente las dudas.

- Maelo, ¿quién fue el que puso a tí ‘El Sonero Mayor’? -inquiere el locutor

- Bueno, eso me lo puso un señor que se llama Maceda (Ángel), dueño del Bronx Casino (en Nueva York), él es cubano, tú sabes, el hombre está bien asesorado, entonces le llamó la atención, tu sabes, mi estilo, mi voz, el timbre de mi voz, tú me entiendes, me dijo tú eres auténtico, lo uno y lo otro, me estaba dando una inyección para mi ego, bien chévere. Entonces me dice, tú sabes, yo te voy a presentar a tí, y yo quiero pedirte permiso porque me antoja que tú eres ‘El Sonero Mayor’, tu eres el mayor de los soneros, entonces yo dije caramba tengo que seguir alimentando mi ego. Entonces le dije: ‘Qué es lo que tú me quieres llamar’, él me respondió ‘El Sonero Mayor’ y yo le dije dígame como usted quiera, está bien y allí fue cuando me agarró con ‘El Sonero Mayor’, eso fue en 1967, para promocionar un baile y pegó.

Después de su fugaz encuentro en Nueva York, Benhur regresó a Cali con una única misión, lograr que ‘El Sonero Mayor’ viniera a Colombia por primera vez y que la capital de la rumba fuera su casa durante su estadía. Los contactos continuaron, cartas iban y cruzaban el Atlántico (no había internet, por supuesto) hasta que tres años después de la mítica coincidencia en ‘La Gran Manzana’, el inquieto locutor junto con Miguel Proaño y el inescrutable empresario Larry Landa decidieron materializar un sueño: El encuentro de soneros que uniría en un solo escenario a Ismael Rivera, Héctor Lavoe y nuestro crédito salsero, el gran Píper Pimienta Díaz. “Eso para mí era un sueño, parecía increíble que en un mismo escenario pudiésemos tener a esos tres monstruos”, recuerda Benhur.

“Y por eso soy millonario en amor

Yo soy un cheque, pagadero al portador

Y soy feliz, bien feliz, así lo grito

Mira que el mundo sepa, que se sepa, soy feliz”

Serenidad y sencillez. Estas son las dos primeras palabras que le brotan a Benhur cuando le pido que me describa a ese portentoso hijo de Santurce. “Hay artistas que tienen un aura especial, yo tuve la oportunidad de sentirlo con Roberto Carlos en 1970 y también con Marco Antonio Solís, pero la verdad es que Ismael tenía una energía especial. Es cierto que tuvo problemas con el consumo de drogas, pero me pareció una persona muy tranquila, había una enseñanza en cada una de las cosas que hablaba. Él no dimensionaba lo que significaba, tenía un talento prodigioso, pero era un hombre sereno, humilde”, rememora Benhur.

Y es que ese chico que sacaba candela de la humedad, el travieso lustrabotas que se tuvo que retirar de la escuela para ayudar al sostén de su hogar, el albañil de los buenos que se le volaba a su abuelito para azotar la máquino-landera con su compinche Rafael Cortijo nunca perdió esa calidad humana tan escasa en los artistas contemporáneos. “Él empezó a cantar con un muchacho que se llamaba Kako. Ismael huía de la casa y yo me amanecía llorando… Ganaba dos dólares con cincuenta centavos por cantar y como le gustaba, lo hacía. Yo le dejé moverse en la música, porque a mí me gustaba demasiado y él me salió así. Él fue humilde y sufrimos, porque el pobre sufrió, pero triunfó, porque tenía genio”.

Cómo no quererlo, por Dios, cómo no amar a este genio salsero después de leer estos recuerdos de Margarita, su madre. Cómo no desatar los propios pasos andados y regresar hasta los maravillosos años ochenta donde Mario Rivadeneira, el Pastuso Burbano o Gary Domínguez, en la añorada Taberna Latina, para pedirle una y otra vez que nos explicara aquello de …

“Yo, yo, yo, yo

Creo que voy,

Solito estar,

Cuando me muera,

He sido el incomprendido,

Ni tú ni nadie me ha querido,

Tal como soy”

Este disco compuesto expresamente para Ismael por el inolvidable Bobby Capó trazó una identificación plena entre el público popular y el gran artista del caribe que era capaz de representar en su voz las penurias y el sentimiento acongojado de la vida diaria. Esa comunión fue la que permitió que los rumberos comenzaran a escuchar en Ismael Rivera algo más que un cantante. Sencillamente era otro de los suyos, por eso ya no importaban sus excesos y desapariciones musicales, ya no había más exigencias porque solo había una sola realidad, que en las interpretaciones nos identificábamos con sus pregones.

“Si yo pudiera aconsejarte corazón

tal vez pudiera convencerte de tu error,

quizás consiguiera cerrar bien tus heridas

darte una nueva vida con un nuevo amor.

Pero presiento que no me quieras oír

y una vez más estas dispuesta a reincidir

viviendo quimeras en busca de aventuras

que no te harán feliz”.

El mulato oscuro cantaba lo mismo un bolero, que un son, una rumba o una guaracha. Pero la versatilidad del ‘Brujo de Borinquen’ se puso a prueba en boleros como ‘Si yo pudiera aconsejarte’ en los que deja la piel en cada entonación mientras los versos, con el paso de los segundos, abren una honda herida en los corazones rotos de los bailadores. Algo similar a lo que sucedió con ‘Dime por Qué’, tema que desde que salió al mercado se convirtió en un éxito continental. Maelo hizo de don Pedro Florez, Bobby Capó y Rafael Hernández sus compositores fundamentales. Esa temática amorosa que él lograba acoplar a su estilo y le daba esos giros tan únicos trasformaron esas piezas en verdaderas obras de arte musical dedicadas a corazones angustiados y almas atribuladas con el sentimiento arrebatado. Lo que pocos saben es que ‘Dime por Qué’ es una composición del maestro vallenato Pedro García Díaz y que también Alfredo Gutiérrez hizo una versión, pero sin duda la máxima expresión del camino de los sufrimientos y de aquel que sufre con resignación y mata poquito a poco su tormento sale de la poderosa voz del ‘Ciudadano de la Calle Calma’.

“Amigo no presto mi caballo,

Ni a medias quiero sembrar maíz

Yo quiero una empalizada,

Mi gallina con su gallo,

Mi hermano con mi cuñada y yo con mi amor feliz

Y se llegó el día del gran concierto. Ese lunes 28 de diciembre de 1981 una trilogía de caballos de la rumba mundial se iban a presentar en Cali. Sí señores, en la mismísima Cali-caliente, en el Coliseo El Pueblo, templo elegido para que los feligreses escucharan a sus pastores musicales, en vivo.

Al verlo en perspectiva quién podría dudar de que aquello sería un éxito de inigualables proporciones. Héctor ya era ‘El Hombre que respiraba debajo del agua’ y estaba en el pináculo de la fama; Ismael Rivera era el profeta, respetado por todos los salseros; y Píper era el rey de Cali, Chipichape y Yumbo… ¿Qué podía salir mal?  Benhur hace una pausa cuando le indago sobre aquel día. Después de deshacerse en elogios, de enumerar una lista de sus virtudes artísticas, de evocar la fortuna que tuvo Cali de que esos monstruos se presentaran en la ciudad, se queda por unos segundos en respetuoso silencio y mirándome a los ojos me confiesa con un dejo de melancolía: “No fue toda la gente que esperábamos”.

Es cierto: ‘El Brujo de Borinquen’, ‘El Cantante de los Cantantes’ y ‘El showman de Cali’ no lograron llenar el que debió ser el concierto del siglo. ¿Qué sucedió para que lo que debía ser el más recordado espectáculo en la historia musical de la ciudad se fuera marchitando como rosas añejas en la memoria de los salseros?

Benhur elabora su propia explicación. Para esta suerte de ‘Funes, el memorioso’, que evoca con una fidelidad única los tesoros musicales que hicieron grande a Cali, lo que sucedió ese día tiene que ver con varias situaciones. En primer lugar, El Coliseo El Pueblo no era un escenario que los caleños disfrutaran para apreciar los artistas, quedaba lejos y la acústica era terrible. También comenzó a circular el rumor de que ‘Maelo’ ya no era ‘lo último en la avenida’ y que de aquella voz tan singular y acompasada solo quedaba el recuerdo. Una verdad subyacía detrás de esa radio bemba que, sin embargo, muy pocos conocían en ese momento. “Cuando Ismael llegó a Cali ya le habían diagnosticado cáncer, venía bajo de nota y era lógico que ya no alcanzara los registros del pasado. Mucha gente no lo sabía y pues era imposible pretender que con el desgaste que tenía Ismael y, además, enfermo, lo fueran a encontrar en plenitud de condiciones. No fue su mejor concierto, pero estoy seguro que tampoco fue el peor”, recuerda Benhur con un dejo de nostalgia.

“Por qué razón dejaste

Aquel amor divino,

Aquellas ilusiones

Dime cuál fue el motivo que encontraste

Para dejarme solo y sin cariño

Si mi único pecado fue adorarte.

Déjame bendecir tu despedida

Así como bendije tu llegada,

No te guardo rencor, vete tranquila,

Yo creo en la conciencia de

Las almas”

El concierto no será el más recordado en la historia de la ciudad, es cierto, pero el solo hecho de que haya sido la única vez que El Sonero Mayor, Ismael Rivera, hubiese pisado tierra caleña lo convirtió en legendario. El Brujo de Borinquen, recuerda Benhur, cobró siete mil dólares, lo acompañó la misma banda que tocaba con Lavoe y no hizo ninguna exigencia especial para la presentación. Se alojó en el recordado Hotel Petecuy, situado en la Carrera 9 con Calle 15, en pleno centro de Cali, que albergaba a todos los artistas que llegaban a la ciudad en aquella época.

El repertorio se lo armaron los empresarios, pero no incluyeron los discos con Cortijo por aquello de las dificultades para interpretar la bomba y la plena. “En el Coliseo El Pueblo, mientras estuvo en el camerino, nos sentamos en una banquita de atrás, como de Iglesia. Él permaneció en silencio, con un copito de papel en las manos donde le sirvieron algo de gaseosa, sin delirios de divo, muy sereno”, rememora Benhur.

La brillante cronista Lucy Lorena Libreros nos recuerda que el productor Jairo Sánchez le relató uno de los momentos más emotivos del concierto. Hubo un instante en que los tres artistas se unieron para cantar con Píper Pimienta ‘A la Loma de la Cruz’, el ‘numerito’ que el showman caleño tenía pegado con ‘The Latin Brothers’. La remembranza de aquel momento tiene su parte divertida pues Lavoe, con la picardía propia de los caribeños, observó desde la tarima a una pareja que bailaba de forma muy sensual y el ‘Cantante de los cantantes’ gritó desde arriba “caliéntala tú, que ahora me la llevo yo”, lo que produjo una sonora carcajada en el coliseo.

Otro gran historiador de la salsa, el poeta Medardo Arias, me relata una maravillosa anécdota sucedida ese 28 de diciembre de 1981: “Lo que se hizo realmente en el Coliseo del Pueblo fue un Concurso Mundial de Soneros, ese fue el nombre que le puso Larry Landa. Él me invitó como jurado y el otro no recuerdo si eran Edgar Hernán Arce y Benhur Lozada”
Medardo recuerda que Ismael Rivera tenía ya la voz muy ‘cascada’, tal vez por el cáncer y entonces el título de ‘Sonero Mayor’ se le iba a otorgar al ‘Hombre que respiraba debajo del agua’, es decir, a Héctor Lavoe.

Pero fue en ese instante, cuando ya se tenía un veredicto, que entró súbitamente Larry Landa al camerino, conoció el resultado de la votación y rompió el documento.
-No es posible que ustedes vayan a hacer esto. El Sonero Mayor es Ismael Rivera y punto, dijo Larry Landa un poco molesto por la votación. “Landa admiraba mucho a ‘Maelo’, incluso en su casa materna tenía una gran foto del artista en la sala de su casa materna”, rememora el escritor bonaverense. Al final, recuerda Medardo en medio de una sonora carcajada, los locutores tuvieron que salir a la tarima y anunciar que el Sonero Mayor seguía siendo Ismael Rivera.

“Somos te digo la melaza que ríe, jajajajaja

Que canta y que llora y en cada beso

Bien conmovedora y cautivadora

Las caras lindas, las caras lindas (Linda, linda, linda, linda, lindas, que lindas son)

Las caras lindas de mi gente negra”

Uno de los investigadores musicales más conocedores de legendaria figura de Ismael Rivera es Rafael Quintero, el hombre fuerte de Convergencia, la mítica discoteca y salsoteca que quedaba cerca de la Avenida Sexta en aquellos años ochenta. ‘Rafa’ me precisa un momento clave en la historia que ancla a Rivera en la ciudad y que ha pasado inadvertido.

 “A finales de los años cincuenta se presenta en los teatros de Cali la película ‘Calipso’, en la que actuaban Cortijo y su Combo, que fue un alumbramiento de lo que posteriormente iba a convertirse en la salsa de Nueva York cuando los puertorriqueños entraron en esa producción musical”. Para Rafa es clave ese momento porque desde allí se fortaleció un lazo inquebrantable entre esa sonoridad y el pueblo caleño. Rafa se refiere al estilo del gran ‘Maelo’ y advierte que fueron esas formas playeras, jacarandosas, de palabreo fácil y con el son pegado a su cuerpo lo que terminó embriagando de sonoridad a los caleños que adoptaron al ‘Ciudadano de la Calle Calma’ como uno de los suyos.

Una anécdota relatada por el recientemente fallecido Roberto Roena al escritor César Miguel Rondón da cuenta de esa facilidad que tenía Ismael Rivera para el soneo y la improvisación a la que se refiere Rafa Quintero. El recientemente fallecido bongosero cuenta que cuando Ismael fue a poner la voz de ‘Las Caras Lindas’ escuchó detenidamente el solo que había dejado Mario Hernández con su tres y pidió que repitieran exclusivamente la parte del tres un par de veces. Se volvió entonces hacia Javier Vásquez (pianista y arreglista) y le dijo: “Óyeme, ahí Mario está diciendo algo, yo lo siento, yo sé que él está hablando…”. Y de inmediato le ordenó al técnico una nueva grabación, un nuevo instrumento, su voz, que iría paralela al solo de tres. La leyenda siempre será más grande y dicen quienes estuvieron allí que Ismael, de una sola pasada, sin repetir nada, sin temerle al error, sin equivocarse, soltó su pregón de un solo golpe, repitiendo unas ideas que ni siquiera había escrito:

“Óyeme, pero qué bonitas son

Lindas son, chulas son

Bonitas son, lindas que son

Lindas como tu veras así son

Lindas como aquellas que te dice con un vacilón

Con tu corazón rico de melón

Que lindas, que lindas, que lindas que son

Bonitas que son, bien bonitas chulitas que son

Que lindas que son”

Ese fraseo que suena al unísono con el tres de Mario Hernández  puede ser considerado, como dice el escritor Rondón, un ejemplo elocuente de las auténticas virtudes del canto caribe. Si bien sus malqueriantes aseguran que Ismael demuestra en este disco que la potencia de su voz era ya historia, también es cierto que tampoco hacía falta porque su canto generaba una conexión con el oyente desde el corazón y no desde el oído. Lo mismo pasó con ‘De todas maneras rosas’, que es casi un susurro musical, pero de nuevo Rivera supera la deficiencia al lograr engancharse con la pasión del barrio, con la sapiencia de esa esquina que le devolvía rosas y aplausos porque era uno de los suyos, pero ante todo porque sabía interpretar perfectamente el sentimiento popular.

“Mi música no queda a la derecha ni a la izquierda

Tampoco da las señas de protesta general

Mi música no queda ni a la derecha ni a la izquierda

Queda en el centro de un tambor bien legal

Queda en el centro de un tambor bien legal”

Al final de ‘Lo Último en la Avenida’, Ismael se queja de que estamos viviendo unos tiempos tan miserables que si uno no se alaba no hay quién lo alabe. Ha pasado media centuria de aquel palazo de Ismael y Kako y no parecen haber cambiado mucho las cosas. En Colombia, en medio del fragor político actual, Ismael sería considerado poco menos que un ‘tibio’ al reivindicar que su música no queda ni a la derecha ni a la izquierda sino en el centro de un tambor bien legal. Pero lo cierto es que Ismael tuvo de todo menos de tibio. Sus luchas antirraciales, la pobreza que sufrió y el hambre que padeció lo convirtieron en un artista del pueblo. El mítico video hecho en La Perla, ese arrabal de gente pobre que calla su tristeza, un auténtico Ismael se pasea por esa acuarela de pobreza situada en la costa de San Juan dejando un conmovedor testimonio de con quién estaba ‘Maelo’. Rivera le cantó a las caras lindas de mi gente negra, engrandeció a la ciudadanía noble que gana el pan con sudor, nos reveló la soledad del destino y el silencio que habita en cada uno de nosotros, denunció a la sociedad porque en asuntos de dinero el socio siempre quiere ser el primero y nos dejó claro que él era cantante, pero de la vieja escuela.

Su resistencia a la Fania y a sus designios lo ubicaron en un sitial de rebeldía. La compra por parte de Fania del sello Tico, para el cual siempre grabó Ismael desde su separación de Cortijo, supuso un quiebre para el gran sonero que no estaba dispuesto a romper su tradicional estilo, a pesar de las exigencias del sello newyorquino. Por eso optó por esconderse, grabar menos y asumir un resistencia pasiva con la secreta esperanza de que Fania lo liberara, le rescindiera su contrato, le permitiera desplegar sus alas creativas. Pero el emporio no lo permitió y en la oscuridad de los negocios de la música de aquellos años el sello prefirió tenerlo en casa, aunque no produjera mucho o sacara eventuales producciones de baja calidad porque para ellos era preferible cortarle las alas a dejarlo libre produciendo ganancias en tierras enemigas. Así era la mezquindad de aquellos años.

“Pero que es muy mala la sociedad en asuntos ‘yepe de cuyeyeo’ de dinero

Porque el socio  siempre quiero ser primero y yo mi pana correr parado no quiero.

¿Cómo? Yo no quiero nada a medias, yo lo quiero entero soy a manera,

Oye camina una milla primero en mis sandalias maia, después me criticas, pero todo

lo que quieras”

La explicación de Maelo al escritor venezolano César Rondón sobre las razones de su inicial éxito con Cortijo y su Combo es de antología. Cuando el autor de El Libro de la Salsa le pregunta al Sonero Mayor por qué la gente los buscaba para los bailes, su respuesta es una sutil muestra de su rabiosa honestidad, a prueba de simulaciones: “Yo no sé, decían que tocábamos distinto… Yo no sé… Parece que era el hambre porque el grupo sonaba como con una rabia, una fuerza, loco por salir del arrabal, inconscientemente… ¿Me entiendes? Ese era el tiempo de la revolución de los negros en Puerto Rico”.

Hambre que sació Maelo al devorarse toda la escena salsera. La grandeza musical de Ismael es absoluta. La salsa no se podría explicar sin su presencia... su estilo y voz son inconfundibles. La facilidad con que estallaba todos los esquemas precedentes imprimiendo nuevas formas y giros al canto caribeño. Su ataque al montuno modificando la estructura tradicional para lanzar una cascada de pregones y melodías entre coro y coro hizo que fuera definitivamente bautizado como ‘El Sonero Mayor’. Único como ese sinigual pregoneo, desafiante, a través del cual rompía con la clave para poder acomodar más versos, pero con una habilidad natural que le permitía a último momento reintegrarse a la misma sin perder el compás.

Por eso es que el escritor César Miguel Rondón no duda en afirmar que visto en perspectiva el soneo salsoso no puede menos que definirse con relación a Ismael, en función de él, porque fue Ismael quien perfiló y proyectó sus posibilidades más contundentes.  Y es que ha sido tan definitivo el artista puertorriqueño para la salsa que se inventó palabras en medio de sus soneos que aún hoy los rumberos siguen afinando para caer justo en el pregoneo: ‘Fuera zapato viejo’, ‘Yimboró’, ‘Bedicuyeyeo’, ‘Maribelemba’, ‘Ecuajei’, ‘Bituquilín’, ‘Belemba’, ‘Arrecotín  Arrecotán’, ‘Títere Kebreike’, ‘Suelta’ y ‘Presumilde’ hacen parte de un inmenso repertorio de fraseos únicos que convirtieron a Ismael en el más versátil artista salsero de la historia.

“Aunque el hastío, la indiferencia, el olvido

Caigan sobre lo vivido, al final como el telón

Yo traigo un ramo, un ramo de lindas flores

De perfumados colores, para quien ya me olvidó”

Al final nadie te olvidó querido Maelo. Imposible dejar atrás a quien tantas alegrías nos ha brindado. Y aunque el hastío, la indiferencia, el olvido caigan sobre lo vivido al final como el telón, el ‘Ciudadano de la Calle Calma’ no morirá jamás en la memoria de los salseros caleños. Como dice mi amigo Benhur Lozada, al recordar aquel concierto de 1981 en Cali, “haber tenido la oportunidad de disfrutar en vivo a Ismael Rivera no tiene comparación. Se trató de un momento único en la historia musical de la ciudad y quienes estuvimos allí jamás olvidaremos cómo se nos puso la piel cuando en tarima yo anuncié… ‘Y con ustedes, ¡Ismaaaaaeeeel Riveeeeera, El Sonero Mayor!”.

Mientras escucho a Benhur hago mi propia pausa y llegan en tropel los añejos recuerdos en Village Game, Habana Club, Las Brisas de la Sexta y Latin Palace cuando en medio del fragor de la rumba y cuando parecía que los acordes musicales eran los únicos que podían soportarnos a pesar del alto consumo de licor, llegaba la orden de don Ismael que todos los presentes acatábamos a coro:

“Es tarde, ya me voy, mi negrita me espera

Hasta mañana, porque cuando salí

Dijo ‘negro no tardes en la ciudad’

Es tarde, ya me voy, mi negrita me espera

Hasta mañana, porque cuando salí

Dijo ‘negro no tardes en la ciudad’"

Ese llamado del gran ‘Maelo’ a su tribu nos devolvía a nuestras viviendas felices, tarareando en la calle ‘Mi negrita espera’ como si fuera lo último en la avenida, porque era la hora de retornar a nuestra ‘Calle Calma’.

Y es que Ismael Rivera estuvo solo dos días azotando las esquinas de esta capital rumbera, pero en cambio su música ha sido permanente, tanto así que hasta hace poco tiempo volvió a pegar ‘palos’ en Cali. Hasta hace poco ‘El Sonero Mayor’ siguió ajustando éxitos en Cali o quién en plena pista no cantó a coro: ‘Siete pies bajo la tierra estuviera yo, sino llega al vacilón aquel ratón’  y muchos despistados se preguntaban si el que cantaba allí era el hijo de ‘Maelo’.

Seis años después de su única visita a Cali un infarto lo dejó en brazos de doña Margó, en su amada Calle Calma. Tenía apenas 56 años, aun joven para seguir entregándonos ese pasaporte para un viaje musical y para traernos salsa con mil cositas buenas, pero ya el viejo caballo tenía el cuerpo golpeado y la voz gastada por tantas luchas y excesos.

‘El Brujo de Borinquen’ se marchó adonde su negrita lo esperaba, tal vez sin saber que en esta ciudad la ‘Maelomanía’ le seguiría rindiendo culto con excesos, con ahínco, a medias no, como lo pidió el propio Ismael…. En Cali, su grito de guerra rumbero, está a salvo: ‘Ecuajei, Maestro’.


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