Ha muerto Margarita Londoño Vélez. Una caleña de racamandaca que había nacido en Bogotá hace 71 años, pero que tenía cara de paisa. Nadie con esos apellidos puede ocultar los ancestros de la Colonización Antioqueña, ni esa propensión a decir incluso las cosas más terribles con un asomo de sonrisa, que en ella no era ironía sino la mixtura de su carácter divertido y cáustico.
Era una mujer pequeña, pero grandiosa. De esas personas que tuercen su propio destino y toman las decisiones con el arrojo de su personalidad. Periodista egresada de Univalle, donde fue docente, y con estudios superiores en Boston y Sao Paulo. Su cabello rubio se fue oscureciendo con el tiempo y ella lo fue cortando, mientras alargaba su existencia, su experiencia y sus ideas.
Fue la primera directora del Dagma en Cali. De piel blanca salpicada con tenues pecas marrón que el sol doraba y el frio bogotano escondía. Fue senadora de la República. Sus ojos verdes claros, pispos y chispeantes, leyeron e hicieron periodismo y política, para luego escribir columnas de opinión y literatura infantil. Fue candidata a la Alcaldía de Cali dos veces. Dirigió el Diario Occidente y Notioccidente, un noticiero de televisión regional.
Y allí un hecho trágico le torció el destino para siempre. Es la historia que aparece en el libro De vidas breves y bravas. Historias de gente como uno (2016), donde ella es la protagonista y que cuando leyó me dijo: “Soy una Margarita sin dos pétalos hermosos”. Ha ido a recogerlos. Ha dejado a su hija Gabriela y más que nunca cobra sentido su nombre: la fuerza de Dios. Así quedó escrita:
Última hora
A Margarita le gusta cultivar flores. Y escribir. En el libro de su vida una página le volteó su contenido. Era la directora del Noticiero Notipacífico, que se emitía los fines de semana por el Canal Regional Telepacífico. Vivía en medio del acelere propio de la noticia. Entre primicias, titulares e infortunios, siempre ajenos.
Cuenta el camarógrafo Carlos Duque, hoy radicado en Bogotá, que el cubrimiento fortuito de un accidente en la vía Panorama, fue la antesala de la noticia que le cambió la vida a Margarita Londoño Vélez. El equipo periodístico, con Diego Medina a la cabeza, venía de Tuluá de cubrir una válida de motociclismo, y se encontró con el aparatoso siniestro. A la altura de Mediacanoa (muy cerca de Buga), el conductor de una buseta tipo Van había perdido el control de la misma y esta había chocado contra un árbol que terminó sembrado en el interior del pequeño bus de pasajeros. Una curva, el exceso de velocidad y el asfalto en mal estado, fueron los ingredientes del amasijo de hierros y sangre, cuyo saldo trágico fue 16 muertos. El cuadro era espantoso.
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En medio de un desconcierto monumental se hicieron las imágenes y se emitieron varios informes que dispararon el rating del noticiero ese domingo. Fue la noticia más destacada, recuerda Rosa María Agudelo, por entonces periodista del noticiero y hoy gerente del Diario Occidente. Aunque lo importante no es la sangre sino la vida que se pierde con la sangre, este tipo de hechos (sobre los que se debe informar) terminan por exacerbar el morbo de realizadores y televidentes. Todos querían saber al respecto y el medio cumplió con su tarea informativa. Una vez más la muerte se alzaba como criterio máximo de noticiabilidad.
Una semana después, y luego del hit noticioso, Margarita esperaba ansiosa en la redacción la notica redentora. La continuidad del noticiero era reposada. No había pasado nada trascendente. Información fría, suele decirse en el argot de los periodistas. Nada que alcanzara la espectacularidad de la semana pasada. La pequeña Gabriela no entendía la preocupación de su madre. Su desespero. Su acuciosa pregunta: ¿No ha pasado nada? La fuerza de Dios -eso significa su nombre- hizo que Margarita la llevara ese día a la oficina. De pronto, la llamada. Otro accidente. Esta vez en la vía a Pance. Un bus se le fue encima a un automóvil. Se le había partido el tren delantero. Dos muertos. Margarita salió tan presurosa como silente. No regresaría más al noticiero. Las víctimas eran Pedro Supelano, su esposo, y su hijo, Pablo, de tan solo diez años. Corría junio de 1991.
En breve viajarían a Neiva (Huila), a las festividades de San Juan y San Pedro. El destino quiso que Margarita cambiara los rojos claveles de las fiestas, por los lirios blancos de las tumbas.
Sigue cultivando. Escribiendo. Viviendo.
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