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En deuda con el Pacífico

Colombia tiene que reconciliarse con el Pacífico. Desde luego, se necesita mayor presencia del Estado, empezando por el control territorial que debe retomar la fuerza pública, pero también inversiones públicas en saneamiento básico, vías, redes de transporte, telecomunicaciones y vivienda.

En deuda con el Pacífico
Especial para 90minutos.co

Colombia tiene que reconciliarse con el Pacífico. Desde luego, se necesita mayor presencia del Estado, empezando por el control territorial que debe retomar la fuerza pública, pero también inversiones públicas en saneamiento básico, vías, redes de transporte, telecomunicaciones y vivienda.

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Acaba de concluir el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, una versión que contó con varias novedades, entre ellas una nada sutil comunicación política con la presencia de la vicepresidenta de la República y la visita de alcaldes de municipios del andén Pacífico colombiano. Más allá de las interpretaciones ideológicas, la realidad es que el festival afro más importante del continente nos puso sobre la mesa algo que ya sabíamos de tiempo atrás pero que cobró una relativa importancia en la agenda pública nacional en los últimos días: hay un rezago de la región Pacífica sin corregir.

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El Pacífico colombiano tiene varios récords que nos deben poner a pensar: es la zona más biodiversa, pero también la más amenazada por actividades económicas ilegales; tiene acceso al océano donde se concentra la mayor actividad comercial del planeta, pero tiene una de las peores infraestructuras y deficiencias de conectividad; es la mayor potencia hídrica del país, pero no hay agua potable y, aunque es una de las regiones con más población joven, es la zona más violenta. No en vano, en todo el litoral Pacífico americano, el tramo de Colombia es el más pobre.

Colombia tiene que reconciliarse con el Pacífico. Desde luego, se necesita mayor presencia del Estado, empezando por el control territorial que debe retomar la fuerza pública, pero también inversiones públicas en saneamiento básico, vías, redes de transporte, telecomunicaciones y vivienda. Es ingenuo pensar que la presencia militar no se necesita, cuando la región está amenazada por ejércitos ilegales con alta capacidad destructiva y desestabilizadora. Pero no basta. De hecho, la sola presencia estatal no basta y es importante generar condiciones para el desarrollo de los mercados, que incluye la llegada de capital privado.

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El Pacífico colombiano tiene grandes oportunidades. Ciudades como Tumaco, Buenaventura y Quibdó aglomeran en zona urbana a casi un millón de personas, que se suman a los casi tres millones del área metropolitana de Cali, con las ventajas potenciales que puede ofrecer la aglomeración urbana. Esa presencia de población en ciudades, la más importante entre Lima, Perú y San Diego, en la costa oeste de los Estados Unidos, le otorga una posibilidad de desarrollo que exige esfuerzos de todos los niveles del Estado.

Valoro que el nuevo gobierno tenga en el Pacífico uno de sus objetivos. No en vano ha recibido un mandato popular contundente en los municipios que conforman el litoral. Sin embargo, debemos trascender a la narrativa de las oportunidades y empezar a construirlas, con decisiones contundentes que pueden empezar por desbloquear la vía Mulaló-Loboguerrero, la doble calzada desde Cali hasta Rumichaca y llegar a zonas apartadas de la costa nariñense, chocoana y caucana haciendo mejoras urgentes de conectividad. Ojalá el entusiasmo del Petronio nos dure lo suficiente para ponernos de acuerdo en qué se necesita para desarrollar al Pacífico colombiano.

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El peón de El Ajedrecista

El viernes 9 de junio de 1995 a las 3:30 p.m. –hace 28 años, bajo el mandato de Ernesto Samper– el Bloque de Búsqueda de la Policía Nacional, en cabeza del general Rosso José Serrano Cadena, capturó en una casa del barrio Santa Mónica Residencial a Gilberto José Rodríguez Orejuela, máximo líder del Cartel de Cali.

El peón de El Ajedrecista
Especial para 90minutos.co

El viernes 9 de junio de 1995 a las 3:30 p.m. –hace 28 años, bajo el mandato de Ernesto Samper– el Bloque de Búsqueda de la Policía Nacional, en cabeza del general Rosso José Serrano Cadena, capturó en una casa del barrio Santa Mónica Residencial a Gilberto José Rodríguez Orejuela, máximo líder del Cartel de Cali.

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El viernes 9 de junio de 1995 a las 3:30 p.m. –hace 28 años, bajo el mandato de Ernesto Samper– el Bloque de Búsqueda de la Policía Nacional, en cabeza del general Rosso José Serrano Cadena, capturó en una casa del barrio Santa Mónica Residencial a Gilberto José Rodríguez Orejuela, máximo líder del Cartel de Cali. Ese día fue el último de una etapa de seguimiento minucioso por parte de agentes encubiertos –mujeres trotando, taxistas, indigentes, albañiles, transeúntes, vigilantes, vendedores ambulantes, etc.– al asistente personal de El Ajedrecista. Una especie de secretario privado de su más entera confianza por su seriedad y lealtad; y al que el capo consideraba afectivamente como un hijo y le confiaba incluso la representación en sus llamadas personales, cuando estuvo libre y más aún en medio de la clandestinidad.

Llegaron a saberlo casi todo sobre este hombre de 1,78 de estatura y 34 años de edad –por entonces– que siempre andaba bien vestido y utilizaba una loción tan exclusiva que fue clave para estar al acecho de todos sus movimientos desde su lugar de residencia en Ciudad Jardín. Sigue siendo un hombre afable y muy amable, de buenas maneras y un excelente sentido del humor, refinado en su trato y prudente –aunque directo– en sus apreciaciones. Las autoridades siempre lo escalonaban en las operaciones de seguimiento, pues su rutina incluía mucho movimiento sobre todo a pie para pasar desapercibido. Sigue andando a pie. No era un hombre ostentoso, de joyas o extravagancias, y aún es así; jamás se le vio portar armas o andar en carros lujosos. Aunque confiesa haber sido “vago y bebedor”, hace poco tiempo dejó de consumir alcohol y hace mucho cualquier otra sustancia.

En su natal Roldanillo, municipio en el norte de Valle del Cauca, signado por el narcotráfico y hoy irónicamente declarado el primer “Pueblo mágico” del departamento y de Colombia, es uno más de sus escasos 35.000 habitantes, aproximadamente. Vive solo en una casa grande y solariega donde también funciona un consultorio, a escasas cuadras del Parque Central Elías Guerrero y a menos de la Capilla de La Ermita, una hermosa construcción en ladrillo limpio desde donde se divisan las Tres Cruces del cerro tutelar del municipio. No es un hombre de sueños o sueño. A sus 62 años su vida es real, normal y sosegada. Algo noctámbulo, se levanta muy temprano en la madrugada, prepara café y desayuna con algún pan y se sienta a trabajar. No lo sorprende el amanecer. Tiene novia y asegura que lo más probable es que se case con ella, porque dice con gracia que “fue la única que me paró bolas en los últimos años y hay que ser agradecido”.

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Tiene una memoria prodigiosa. Mientras habla recita nombres completos con una certeza tremenda, establece relaciones y conexiones con hechos, lugares y personas con una fidelidad asombrosa. Es un narrador nato y cuenta con una capacidad descriptiva sinigual. Se considera un buen amigo de sus amigos y una persona que no tiene nada qué ocultar a la sociedad y que no tiene ningún pendiente con la justicia. Permanecer vivo, libre y tranquilo, podría ser la mejor confirmación de lo que asegura sin rodeos. Porta una manicartera de cuero café y en ella dos celulares, porque asegura que siempre hay que dividir el trabajo y la vida privada. Está sentado en la parte exterior de la primera heladería de la Calle Ocho –el sitio in del pueblo en la peatonal del Museo Rayo–, haciendo remembranzas con dos amigas con las que se graduó en bachillerato y fueron de visita; y a las que hace reír con sus comentarios a cada minuto. Allí lo conocí y sólo atendí en silencio su agradable conversa mientras bebí una soda que me ofreció. Es amigo de una mujer que no quiso ser mi vida por una simple e irrefrenable pulsión a hablar sin límites sobre algo que no vale la pena ni siquiera mencionar.

La noche siguiente –en el mismo lugar, pero ya en el otro extremo–, en uno de los gastrobares de la concurrida calle roldanillense, compartimos mesa y una muy amena conversación, donde supe de su relación con el hombre capturado detrás de un mueble de madera con dos entrepaños, que cubría un hueco de dos metros de alto y uno y medio de ancho, en una pared hueca. Don Gilberto era un hombre muy serio, asegura. Aquel día, les dijo a los hombres del Comando Especial Conjunto: “Hombre, los felicito. Hicieron su trabajo bien. Ganaron”. Se refiere a él no sólo con respeto, sino con una especie de admiración, que no alcanza a ser veneración. Es un tipo realista. Afirma que el capo –muerto en mayo de 2022 en una cárcel de los Estados Unidos–, era un hombre muy trabajador que llegaba puntual a su oficina todos los días y cumplía horario como cualquiera. Muy prudente y de pocas palabras, pero analítico y contundente. “No era mujeriego”, añade. “Sólo tenía a su esposa y a su novia”, asevera con una seriedad que no es ironía.

En medio de una enorme coincidencia –pues conocía a quien fuera mi esposa por casi una década–, comenzamos a hablar sobre la relación entre la salsa y el narcotráfico, un tema que me apasiona desde que conocí Nueva York y es una línea que atraviesa mi más reciente libro. Además de todo, también sabe de música y del circuito de la rumba en esa Cali ochentera que lideró su patrón. En julio de 1996 fue llamado a juicio por encubrimiento y enriquecimiento ilícito: duró siete años preso. No es un hombre adinerado, de hecho, habla con desdén sobre quienes “se tiraron el pueblo” porque ostentaban un poder que no tenían, sólo unos cuantos pesos y un arma al cinto, producto de trabajar en las ‘cocinas’, los laboratorios donde se procesa cocaína. Almuerza –con una puntualidad casi inglesa– en restaurantes normales y dice que no paga más de quince mil pesos por un ‘corrientazo’. No se ufana de nada, ni esgrime haber sido importante en la organización, sólo un muchacho que llegó a trabajar con alguien considerado en aquel tiempo: respetable, con el que todos querían trabajar.

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A finales de 2005 y buscando nuevos horizontes viajó a Miami para radicarse allí. Su decisión generó suspicacias, pues no es normal que EE.UU. otorgue visa a exconvictos y menos a los relacionados con narcotráfico, a no ser en calidad de delatores. Pero el hombre es claro y directo: “Ellos –la familia de los Rodríguez– fueron los primeros que supieron de mi viaje. Yo mismo les informé”. En Roldanillo –como en cualquier otro municipio del norte del departamento y en muchos de Colombia– todos tienen alguna historia sobre los “duros” y muchas sobre los traquetos o lavaperros de poca monta. Alguna ostentación desbordada, una fiesta pomposa, una mansión suntuosa, una finca fastuosa, un caballo de paso fino incomparable, alguna mujer desorbitantemente bella –comprable– y, como las construcciones, hoy envejecida y venida a menos. Así se forjó el carácter de esta nación, un país donde es más importante parecer y tener, que ser.

El tipo es una parte de la historia viva de un Cartel que en su momento –muerto Pablo Escobar– llegó a manejar el 80% del negocio de la cocaína de exportación. Trabaja con una compañía de seguros en temas de accidentes de Tránsito. Como todos los vendedores, vive de las comisiones y se pone su sueldo. No tiene carro, ni moto, ni bicicleta –no le gusta el ejercicio– se mueve en transporte público y ya no se aplica lociones tan exclusivas. Viste bien, pero normal, bien puesto. Será muchas cosas, menos paranoico. Muy astuto, eso sí. Estudió Medicina, pero no pudo ni con la sangre ni con la vagancia juvenil. Es Administrador de Empresas de la Universidad Santiago de Cali y se vinculó con Gilberto Rodríguez a través de familiares suyos que trabajaban para él. Un hombre que bajaba dinero para el Cartel de Cali los traicionó y delató, por una recompensa que estableció la DEA. Más que la inteligencia policial, hace 28 se confirmó una vez más –con la captura de Gilberto Rodríguez– que la ambición de los sapos es el más grande y peligroso de los carteles para los narcotraficantes.

Adenda: Hay personas que bajo anonimato intentan sacudirse el pasado; mientras otras, a pesar de lo vergonzante, lo enarbolan porque no tienen nada más de qué sentirse orgullosas. Este hombre es de los primeros.

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Armando exposición

Pocas veces un nombre representa tanto y con tanta exactitud a una persona como Armando Rojas Flórez. Va Armando su vida en torno de la captura de instantes con una cámara fotográfica, porque considera que sólo con ella se le arrebata a la muerte aquello que no podemos controlar.

Armando exposición
Especial para 90minutos.co

Pocas veces un nombre representa tanto y con tanta exactitud a una persona como Armando Rojas Flórez. Va Armando su vida en torno de la captura de instantes con una cámara fotográfica, porque considera que sólo con ella se le arrebata a la muerte aquello que no podemos controlar.

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Pocas veces un nombre representa tanto y con tanta exactitud a una persona como Armando Rojas Flórez. Va Armando su vida en torno de la captura de instantes con una cámara fotográfica, porque considera que sólo con ella se le arrebata a la muerte aquello que no podemos controlar. No se le puede quitar todo a la parca claro, pero si con mucha sutileza y nostalgia la fotografía nos deja arañar algunos instantes de inmortalidad. Vive Armando relatos visuales a partir de las imágenes que su ojo mente –y la extensión del mismo, la cámara–, encuentra por ahí en la realidad a la que le toma el pulso. Sus fotos palpitan y hacen que la sangre entre en ebullición. Pueden ser de cualquier color, pero son Rojas, porque la pasión que le imprime a su trabajo y la que éste transmite, son su legado emocional, su transmutación vital, el lugar donde su memoria y su imaginación de funden. Su Flórez es con zeta, pero representa belleza, delicadeza y la certeza de que –en lo profundo de sus raíces–, como las flores, conserva la luz.   

Es viejo desde muy joven y ha debido soportar el chiste flojo de que es la cabeza más brillante de la fotografía, de la docencia, de la familia… de lo que sea. Es calvo y el poco cabello que corta al ras está plateado por las canas y rodea su base craneal. Sobre su frente resplandeciente reposan sus gafas al mejor estilo de los abuelos resabiados y de las abuelitas sabias. Es trigueño, con un bronceado eterno producto no sólo de su mestizaje sino del trabajo de campo. Siempre con chaleco, listo para la batalla de la calle, del caminante. Sus muñecas están forradas con manillas multicolores que hablan de cierto misticismo indígena o acaso de algún vestigio hippie. Su hablar es algo atropellado, trémulo siempre de emoción, apasionado por lo que hace y queriendo con el decir abarcarlo todo. No sabe tal vez que sus fotografías hablan por sí solas y que su dedo índice cuando oprime el obturador también activa su lengua, su emocionante racionalidad.

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Son 44 fotos. 44 jeroglíficos que cada quien interpreta desde su visión y sensibilidad. 44 razones para florecer y pasar por las dos estaciones de su exposición en la biblioteca de la Universidad Autónoma de Occidente: el color y el blanco y negro, con técnica infrarroja. Reconocido por Kodak Latinoamérica con sede en México, como el único colombiano que la ha trabajado desde 1.989 hasta la fecha con notable éxito, haciéndolo merecedor de premios en Inglaterra, España, México y Colombia. Asegura que se necesita una dosis de locura para soportar tanta realidad y muy probablemente se necesite otra como espectador para comprender que detrás de cada fotografía hay además de una historia, un concepto; porque una foto no se toma, se hace, se vive. No es simple intuición, sino conocimiento aplicado. La cámara únicamente es el instrumento a través del cual se expresa la mirada interna e intimista del mundo, las respuestas de la vida.

Lleva 29 años en la UAO como profesor, por supuesto de Fotografía y sus alumnos lo califican como un fotógrafo vehemente, un profesor sin límites en la tarea de generar interés por la materia y un ser que contagia positivismo. Ha dictado clase y talleres en la mayoría de universidades de la ciudad, en la que comenzó a estudiar y cuyos saberes que no cesan complementó en Inglaterra donde estuvo cinco años, a finales de los 80’s y principios de los 90´s. Cuando llegó de nuevo a Cali consiguió trabajo y esposa en Bellas Artes. Conny, es artista plástica, diseñadora gráfica y madre de sus tres hijos: Samuel, graduado en Diseño de la Comunicación; Santiago, bailarín clásico; y Alejandro, “el único cuerdo de la familia”, que estudió Mercadeo y Negocios. Son sus mejores obras, pero con el que danza ha tejido una conexión tremenda entrelazada con los hilos invisibles y potentes del arte. En la exposición hay unas fotografías experimentales impresionantes junto a él y con él; y el único fotomontaje que se atrevió porque la realidad no le era suficiente para expresar todo lo que sentía. No en vano imagen e imaginar tienen la misma raíz etimológica: imago, que significa retrato.

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El ala izquierda de la exposición, es la del color; aunque paradójicamente trate sobre aquella parte sombría que han dado en llamar la ‘Colombia oculta’, la nación marginada por el terror, la patria atribulada por la violencia: el campo, la ruralidad. Espacios y bellezas que la guerra no dejó ver por un buen tiempo, que estuvieron ocultos a los ojos de quienes desde las ciudades veían cielos distantes y plomizos, campos donde llovía plomo, que se encharcaban de sangre y que se inundaron de miseria. Son postales con las heridas del Páramo de las Hermosas, llenas de luminosidad y esperanza; con las grietas compasivas del Páramo de las Domínguez, que con su paisaje bucólico invita a la contemplación y el deleite; con el cerebro y el corazón del fotógrafo alineados con las huellas preciosas que gritan lo vivido y padecido por las personas –y también los lugares– en los límites entre Valle del Cauca y Tolima.

El ala derecha es la del blanco y negro, algunas de ellas en técnica infrarroja, que permite fotografiar uno de los espectros lumínicos invisibles al ojo humano. Una vaina que los mortales sólo habíamos visto que utilizan los militares y los francotiradores en las películas de acción, para ver y acertar en la noche. El blanco y negro invita a interpretar. Hay una fascinación por el pasado en la fotografía en blanco y negro, pero es más grande todo aquello que invita a pensar, a sentir, a evocar lo que sus tonalidades sugieren. El color es la realidad, pero el blanco y negro es la historia toda en una foto. Registro y trashumancia a otros espacios que trascienden lo físico. Algunos desnudos donde la belleza no está en las formas convencionales del cuerpo, sino en la contemplación estética. Amazonas con toda su grandeza y su reserva selvática y cultural. Haciendas fantasmales. En suma, un blanco y negro muy variopinto.       

Es aliado de la tecnología, un convencido del privilegio de tantas y tan trascendentales transiciones generacionales capturadas con la cámara. Eso le permitirá morir tranquilo, asegura. Ha sido el fotógrafo de más de una veintena de libros. Sin ambages afirma que la fotografía comercial es la que le da para la papa, y que la artística le otorga premios y satisfacciones espirituales, le alimenta el buen ego y el brío para no desfallecer. Una es trabajo y la otra trascendencia. Realidad y reflexión. Vida y eternidad. Evidencia y esencia. Expondrá en Cali con la Secretaría de Turismo y adelanta contactos con varias ciudades europeas: Frankfurt, Berlín, Madrid, París y Londres… para seguir Armando exposiciones.

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La Colombia afro no se puede quedar en el atraso

El Plan Decenal ha logrado entre otras, la visibilización de la riqueza y biodiversidad de la cultura afro y su aporte al patrimonio inmaterial, como el Plan de Salvaguardia de la partería y el plan de marimba y música, la gastronomía.

La Colombia afro no se puede quedar en el atraso
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El Plan Decenal ha logrado entre otras, la visibilización de la riqueza y biodiversidad de la cultura afro y su aporte al patrimonio inmaterial, como el Plan de Salvaguardia de la partería y el plan de marimba y música, la gastronomía.

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El 21 de mayo el país conmemoró el Día de la Afrocolombianidad para reconocer la contribución de las comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras en la construcción de país, pero también, para hacer visibles los factores de exclusión e inequidad que históricamente han caracterizado a quienes representan el 9,3% de los colombianos.

Según el Dane, el Índice de Pobreza Multidimensional, IPM, de esta población es del 30,6%, es decir, 11% por encima de la pobreza nacional, debido a factores como violencia, trabajo informal, bajo logro educativo y rezago escolar, entre otros.  Y aunque desde el Estado se han hecho esfuerzos para superar estas problemáticas, lamentablemente en nuestro país persisten prácticas de xenofobia, intolerancia y violencia en su contra. Un ejemplo de ello, es que entre 2013 y 2022, el reclutamiento forzado de menores en esta población, pasó del 12% al 17%.

Como vallecaucana conozco muy de cerca esta realidad pues nuestro territorio acoge al 30,4% de esta población en el país, es decir, poco más de 1.420.000 personas. Por eso, durante mi labor como Gobernadora del Valle del Cauca, creamos del Plan Decenal para la población Afro, el primero realizado en el país.

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Esta política se construyó con participación de la comunidad, instituciones públicas y privadas y la academia, para de incrementar el acceso de esta población a los programas sociales y económicos del departamento y mejorar sus condiciones de vida, a través de la implementación de acciones afirmativas. Precisamente, en el marco de esta iniciativa, tuve un gabinete participativo, con un muy alto porcentaje de hombres y mujeres de este grupo poblacional.

El Plan Decenal ha logrado entre otras, la visibilización de la riqueza y biodiversidad de la cultura afro y su aporte al patrimonio inmaterial, como el Plan de Salvaguardia de la partería y el plan de marimba y música, la gastronomía; el Proyecto de Ordenanza para la protección y salvaguarda del viche como bebida ancestral y artesanal, respecto a la producción y la comercialización; las celebraciones de la Virgen de la Asunción en Playa Renaciente y El Hormiguero, y el Festival Folclórico en Buenaventura, entre otros.

También, avanzamos en la educación al consolidar un enfoque diferencial étnico; desarrollamos modelos de atención integral en salud, apoyando la partería para reducir la mortalidad y morbilidad materno-perinatal, y con la academia, apostamos a la transformación, comercialización y uso de plantas medicinales. 

Así mismo, inauguramos el Observatorio contra la Discriminación Racial, con atención técnica, psicológica y jurídica a las personas afectadas, así como el proceso de elección de la Comisión Consultiva de Comunidades Negras Departamental. También, promovimos el emprendimiento, con proyectos productivos en quince municipios del departamento. Esto sin contar importantes proyectos de infraestructura en salud, turismo y transporte.

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Además, en mi calidad de directora de La U, dimos impulso a los nuevos liderazgos de esta comunidad en las regiones, en el marco de nuestro programa ‘Líderes para confiar’, apoyándolos y formándolos para que proyecten mejor su trabajo comunitario. Así también, promoviendo iniciativas en el Congreso para las comunidades más necesitadas.

Sin embargo, en el país quedan muchas cosas por hacer en favor de estas comunidades. La violencia generalizada es un factor que frena muchas iniciativas sociales y económicas. Por eso, es importante propender por una cultura política de paz, que garantice los derechos humanos, el desarrollo y el fin de la pobreza extrema. Para ello, se necesita la presencia integral del Estado, con la generación de desarrollo y oportunidades para la población. También, fortalecer jurídicamente al Sistema Nacional de Atención y Reparación a las Víctimas, con una mayor articulación entre las entidades nacionales y territoriales encargadas de hacer efectivo el goce de derechos de las víctimas.

La Colombia afro no se puede quedar en el atraso. Pienso que tanto desde el Gobierno Nacional como regional deben ponerse al día con esta comunidad en proyectos que incluyen una amplia agenda social, para fomentar la vivienda, salud, empleo, productividad, acueducto, saneamiento, educación, energía y justicia. Todos estos factores deben contribuir al fortalecimiento del tejido social, que permita reducir la pobreza y el abandono.

De mi parte, persistiré en mi compromiso para que, desde el escenario en que me encuentre, seguir trabajando por sacar adelante todo lo bueno que las comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras tienen para dar al país.