Todos aquí sabemos que vacacionar es cansarse de otra manera. También, que las vacaciones son ese breve espacio en el que el pobre asalariado se gasta el excedente exiguo que le otorga una primita miserable que estira hasta la estrangulación del cajero y/o el bolsillo. Eso claro, para quienes tienen el afortunado privilegio de ser explotados laboralmente. A la primita se le suman unos pesitos por las vacaciones y como para despistar más la paupérrima condición, le pagan alguito del salario de enero. ¡Dispensarán tanto diminutivo! El atolondrado individuo gasta entonces en apariencia sin medida y cree estarse dando la gran vida de excesos y ostentación de los millonarios, cuando en realidad no alcanza ni siquiera a ser remedo de rico, que en Colombia vendría a ser apenas un pobretón con ciertas ínfulas de grandeza.
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Nadie que gane en pesos, piense en pesos y ahorre pesos, es rico en realidad. Ya lo dijo el gran filósofo de La Catedral cuando se ganó su primer millón de dólares subiendo cocaína a los Yores: “Yo estoy aterrado de lo pobres que son los ricos de Medellín”. De modo pues que a ese periodo de felicidad impuesta al que somete la Navidad, deben sumársele las vacaciones de fin o comienzo de año donde –como escribió Bukowski– todo se llena. Y cuando digo todo, es todo, no sólo los tugurios, vertederos, manicomios, hospitales y tumbas, que menciona el insigne exponente del realismo sucio en mención; se llenan también los hoteles y las playas, las cantinas y las discotecas, los moteles y los balnearios, las terminales y los aeropuertos, maldita sea, se llena todo y eso que estamos en crisis económica.
A estas alturas querido lector habrá usted advertido que además de Grinch soy asalariado, pero falla si cree que estuve de vacaciones. No. Lo cierto es que no me alcanzó para irme a cansar a otro lado. Sólo viajé al refugio de mis amores: a mi pueblo natal. Y allí también hay gente en vacaciones. Bueno, si ingerir licor como un televisor viejo –sin control– es estar de vacas. Es el municipio de Tolima con el mayor consumo per cápita de aguardiente Tapa Roja del departamento, un primer puesto en el que la mayoría de sus habitantes pareciera empeñarse no sólo para conservar, sino para sacar considerable distancia con el segundo. Lo refiero porque allá tampoco percibí la inflación. Todo el mundo se queja –eso es deporte nacional– pero todos gastan dinero como si lo obtuvieran a raudales.
Dónde está la crisis, le pregunté a un amigo economista y me respondió sin inmutarse: en el crédito. El colombiano promedio es capaz de endeudarse aún sin tener capacidad de pago y lo peor, no por inversión, sino por diversión. Pasa hasta en las mejores familias, me puntualiza. Un jornalero se bebe su semana de trabajo cada ocho días en la cantina y hay un señalamiento social. Y una persona con un empleo formal hace lo mismo con sus pocos excedentes y con el crédito que puede verse representado en tiquetes, hospedaje y alimentación, en vacaciones. El efectivo –como el del jornalero– es para beber, para comer algún manjarcillo y subir la foto a redes sociales, así el resto del mes coma arroz con huevo; ese sí, un verdadero manjar. O arroz con atún o con sardinas. En fin, arroz con cualquier cosa que llene. De esto pocos se escapan, porque si algo dejó claro la pandemia, es que incluso los profesionales hacen parte de otra línea de pobreza: asan y comen. Viven al ras con ras. Mejor, dicho, en palabras del economista: se gastan lo que se ganan.
No importa el lugar del país, la situación es la misma. Todo está caro, por las nubes. Sin embargo, el derroche es la norma en vacaciones y la explotación del turista una constante. Puede ser en Cartagena, donde ya se han vuelto paisaje y hasta chiste los exagerados cobros a paseadores incautos. Mojarras a precio de caviar y cervezas a precio D'Amalfi Limoncello Supreme. (Ahora que buscó en Google, sabe que la botellita vale la friolera de 44 millones dólares. ¡Absurdo no!) O en cualquier pueblito grande, como Cali, demos por caso. En el Parque de la Caña, por ejemplo, cuya entrada cuesta 20.000 con derecho a nada, porque una silla para sentarse o para asolearse vale 5.000 pesos. Pero si lo suyo es el campo, alquilar un neumático de tractomula que opera como bote salvavidas en Aguaclara, vale 10.000 pesos.
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Es que todo ha subido. Ese es el argumento, el responso recurrente a la queja del miserable paseador. Una camándula interminable de razones por las que todo está tan costoso: Mire usted, ganó Petro, subió el precio del dólar, no para la guerra en Ucrania, en Estados Unidos la vaina está peor, perdió Bolsonaro, Argentina ganó el Mundial, la cuestión es en toda Latinoamérica, el fenómeno del Niño, el de la Niña, es diciembre, es enero, mucho sol, mucha lluvia, el incremento en los combustibles, la Reforma Tributaria, el ganado está escaso, los cerdos exportándose y los pollos con gripe, es que la Dian nos apretó, son coletazos de la pandemia, de la Primera línea, de nombrar Gestores de paz a esos vándalos, del ELN que no quiere la Paz total, todo se debe al derrumbe en Rosas, y la más reciente: Shakira ya no llora, ahora factura.
Lo cierto es que cobra sentido cobrarle más al turista, porque no resultaría descabellada la lógica de quien vende, que podría ser: en medio de esta situación si tiene plata para pasear, es porque le sobra. Digo yo, eso puede pensar el usurero. No se había rodado la primera piedra en Cauca y ya la papa triplicaba su precio, porque como viene de Nariño. Y lo mismo el plátano. Y muchos otros productos agrícolas, porque con el derrumbe nada viene del altiplano cundiboyacense, ni del Eje Cafetero, ni de ninguna otra parte. Ahora resulta que el esturión, la merluza y el salmón, vienen de la Laguna de la Cocha. También las aceitunas. Y se me olvidaba, también los fríjoles paisas, la butifarra y el suero costeños, el tamal y la lechona tolimenses, y hasta pepitoria y las hayacas santandereanas, están carísimas por el derrumbe; y por el desgraciado de Pique y la quitamaridos de la Clara Chía.
Lo que parece no ha subido es el licor. Porque por lo menos en Cali la Industria de Licores del Valle ha reportado ventas y utilidades récords en la reciente Feria de Cali. Y las fiestas no pararán en Colombia, ya pasaron la Feria de Manizales, el Carnaval de Negros y Blancos; vienen las del 20 de enero en Sincelejo; el Carnaval de Barraquilla en febrero, el del Fuego en Tumaco; en marzo Francisco el Hombre en Riohacha… y ya llega Semana Santa. Pero la consigna es quejarse sin saber que gran porcentaje de la carestía es mera especulación.
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