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Mi música, mi vida

Por cuenta de la solicitud de una entrevista que le hice para un proyecto documental, Edgar Hernán Arce, un periodista de radio mucho más curtido en estas lides –al que José Pardo Llada rebautizó El monumental–, terminó entrevistándome primero, para su programa Mi música, mi vida.

Mi música, mi vida
Especial para 90minutos.co

Por cuenta de la solicitud de una entrevista que le hice para un proyecto documental, Edgar Hernán Arce, un periodista de radio mucho más curtido en estas lides –al que José Pardo Llada rebautizó El monumental–, terminó entrevistándome primero, para su programa Mi música, mi vida.

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Por cuenta de la solicitud de una entrevista que le hice para un proyecto documental, Edgar Hernán Arce, un periodista de radio mucho más curtido en estas lides –al que José Pardo Llada rebautizó El monumental–, terminó entrevistándome primero, para su programa Mi música, mi vida. Me pidió 16 canciones y comparto con ustedes algo de lo que dije en este programa, que me revolcó las entrañas de los recuerdos encriptados en alguna grieta de la memoria y las evocaciones que fueron surgiendo al compás de las letras y melodías.  

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  1. Los guaduales. Garzón y Collazos. Compositor Jorge Villamil. 1960. La primera canción que canté en la vida, aunque con algunas variaciones: cantaba Los guabales... tendría cuatro o cinco años. La anécdota del cambio del ‘ríen’ por el ‘lloran’, la relaté en un libro luego de conocerla de primera mano por boca del esposo de la empleada que le sugirió el cambio al compositor, en una mañana en la que él intentaba junto con unos amigos no darle tregua al guayabo con jugo de naranja, guitarras, tiples y más aguardiente. “No ríen maestro, lloran”. Estaba lloviendo. Me la contó un amansador de bestias de nombre Carlos Pacheco, ya fallecido… al que le pasó algo peor: su esposa –que fue la empleada del maestro Villamil que hizo la precisión- rolliza e indispuesta nunca quería estar con él y los médicos descubrieron el mal: era un embarazo y no de su marido. Lloran, lloran Los guaduales…
  2. Las caleñas son como las flores. Piper Pimienta (Edulfamid Molina Díaz) con The Latin Brothers. Compositor Arturo Ospina Piñeros. 1976. Me recuerda la llegada a Cali, al barrio Departamental, desde mi pueblo, Dolores-Tolima. Tenía siete años. Fue al primer artista que vi en persona, en el Teatro al aire libre Los Cristales. También a Claudia de Colombia, a quien logré darle la mano. Desde entonces, si voy a un concierto me gusta estar muy cerca de los artistas, poder verlos humanizados digo yo… Unos primos (Janeth y Jorge) escuchaban este tema y lo bailaban a toda hora. Ver a quien escuchaba en la radio para mí era maravilloso, simplemente mágico. Pues no me dejaban salir, me dejaban ‘elevar’ cometas en el patio de la casa (obvio, nunca pude), por el miedo al monstruo de los mangones. ¡Cali! Tierra de lindas y hermosas mujeres…
  3. Sonido bestial. Richie Ray & Bobby cruz. 1971. Me asomé a esta canción con mucha curiosidad porque les gustaba a los salseros pesados de la cuadra en el barrio El Trébol, eran unos muchachos, los Durango (Carlos y Roberto, futbolistas tesos), que grababan casetes. Eran los ricos de la cuadra, sus papás –don Roberto y doña Rosalba–, tenían una fábrica de objetos de bronce. Nelsy, su hija y la nena de la casa, me enseñó a montar en bicicleta siendo un adolescente. Yo escuchaba la canción en Radio Tigre, que tenía una cortinilla con el fragmento de Humo, de la Sonora Matancera y la voz de Celio González, uno de los mejores. Carlos me vendió el casete que contenía otros éxitos de la dupla rebelde: Richie’s jala jala, Agúzate, Pancho Cristal… Sonaban diferente, por eso en una revista de New Jersey les llegaron a decir “los asesinos de la salsa” … y la revivieron. Tú que decías que ya no servía, oye, tú que decías que ya no salía...
  4. A él. Oscar D’ León. 1984. Hace poco me llegó un video del negro Álvaro Miguel Mina donde el venezolano cuenta que primero compuso la música y luego en el estudio, sobre el ritmo, los acordes y los arreglos, la letra. No sé de otra creación así. Compré el disco de 45 revoluciones en una discotienda del Centro a la que me llevó mi primo Rodrigo –que ya tenía licencia y trabajaba en la casa– y se lo regalé a mi papá en un Día del padre. Tenía como 45 años mi viejo y tal vez no se sentía viejo porque se estaba como enojando. Además, interrumpí su siesta mientras escuchaba La hora de los adoloridos en Radio Calidad, con Juan Salcedo. Me parece una canción homenaje precisa: sutil y contundente, como el trabajo de Niche. Con el tiempo le gustó la salsita. ¡Cómo! Para ti mi viejo y para todos los viejos del mundo. Jajajaja…
  5. La ley del monte. Vicente Fernández. Compositor José Ángel Espinosa Aragón. En 1976 se hace la película que yo me vi en el Cine México, allí también me vi La mochila azul, con Pedrito Fernández y María Rebeca, en 1980. Ese día en una bolsa de maní me encontré unos billetes…untaditos de sal que a mí me cayeron dulcecitos. Muy triste que, a un drama pasional ambientado en la historia de la Revolución Mexicana, le dijeran La penca, pero era el nombre con el que mi tío Ferney la pedía medio en broma y medio en serio. En mi pueblo todavía Chente, el Charro de Huentitán, es referente musical y de vida, galán por excelencia y caballista consumado. Vicente era el ídolo de mi mamá, lo adoraba y aunque ella lo niega, estoy seguro que hubiera querido –aunque en sueños– que él fuera mi papá. Grabé en la penca de un maguey tu nombre, unido al mío, entrelazados…  
  6. La miseria humana. Lisandro Mesa. 1976. Compositor Gabriel Escorcia Gravini. Fue la primera canción (de mi tocayo, chiste que he debido soportar toda la vida) que me hizo reflexionar sobre la muerte. Me parecía muy larga, de hecho, es muy larga –diez minutos– y al comienzo no le prestaba atención. (Esta canción la ponían los operadores de radio y los locutores para poder ir al baño sin afugias). Luego su filosofía lapidaria y profunda me conmovió. Y la historia del compositor, trágica. Padeció lepra desde los 14 años. La gente en la Costa Atlántica se sabía el poema antes de que se volviera canción. Se vendía en folletos afuera de los cementerios y la recitaban juglares y borrachos. Gabo la reseña en su autobiografía Vivir para contarla (2002). Una canción homenaje a la única certeza humana: la muerte, puerta que cruzaremos todos, incluso los más cobardes. Una noche de misterio, estando el mundo dormido, buscando un amor perdido, pasé por el cementerio…
  7. Cambalache. Julio Sosa. Compositores Enrique Santos Discépolo (quien aseguró que el tango es un sentimiento triste que se baila ¡qué exactitud!) y Raúl Seixas. 1934. Uno de los muchos tangos que aprendí de la banda sonora de mi papá, que era muy amplia: Obsesión, Lejos de ti, Volvamos empezar, Volver… Un maravilloso resumen del siglo XX, de la modernidad, de esa propensión a parecer y tener y no ser, a no reconocer lo que tiene valor y no precio. Una canción con una visión futurista difícil de igualar y la compleja transformación (ojo, no la pérdida) de los valores. Y una actualidad que ratifica su condición de clásico. Esta canción confirma que he sido viejo desde muy joven. Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 510 y en el 2000 también…
  8. Yo no nací para amar. Juan Gabriel. 1980. De uno de los cinco grandes compositores mexicanos junto con Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Armando Manzanero y Joan Sebastian, esta canción fue mi himno por algún tiempo juvenil. Mi pesimismo frente al amor ha sido una constante. Yo suelo enamorarme siempre de manera equivocada y cuando tenía justo 16 años me pasó. Yo escuchaba esta canción (de un tipo que mordía almohada en la cama de los meros machos) y a pesar de ser un muchachito con ínfulas de señor, ya creía que lo mío no era esa vaina de andar enamorado. Ahora sé que uno es todas las que lo preparan para estar al final con sólo una, porque así es la vida, llegamos los hombres a una edad donde las mujeres sólo están en los pensamientos y ya no en nuestro regazo o entre nuestros brazos. A mis dieciséis, anhelaba tanto un amor que no llegó. Siempre lo esperé. Todos mis amigos se encontraban en la misma situación…
  9. En el juego de la vida. Daniel Santos. Compositor Mundito Medina. 1953. La escribió en Nueva York, mientras era entrenador de boxeo y empresario. Fue el primero que contrató a Los Panchos. El Jefe, era otro cantante que le encantaba a mi papá, incluso en varias etapas de la vida llegaron a tener un parecido físico increíble. Algo de verdad asombroso. Esta canción es una metáfora maravillosa. Desde antes de conocerla –y todavía– no me siento bien en los cuatro espacios que nombra como puertas abiertas para quien no tiene dinero: el hospital y la cárcel, la iglesia y el cementerio. Era una de sus canciones favoritas y el Inquieto Anacobero, uno de sus artistas preferidos. En el juego de la vida, juega el grande y juega el chico, juega el blanco y juega el negro, juega el pobre y juega el rico…
  10. Amor y control. Rubén Blades Bellido de Luna. 1992. A este “cantador de historias”, –así lo llamó Gabo– tienen que darle algún día el premio Nobel de Literatura. Si se lo dieron a Bob Dylan, este gran caballero se lo merece con honores, pues ha creado personajes más reconocidos que los de muchos novelistas. Sus canciones no sólo se leen, sino que se bailan. Tienen mucha más vigencia que los libros y cada vez llegan a más personas. Un señor de apellido Estupíñán me hizo escucharla. Vivía en el barrio La base. Era un melómano tenaz y los vinilos le llegaban de Nueva York antes de que sonaran en la radio. Yo estaba de novio con la mamá de mi única hija. Nos hizo pensar y llorar, cantar y bailar, prometer y confiar. No hablamos de olvidar. Saliendo del hospital después de ver a mi mamá, luchando contra un cáncer que no se puede curar. Vi pasar a una familia, al frente iba un señor de edad…
  11. La tierra. Juanes. 1997. Trabajaba yo en una empresa llamada (FPD TV), primero con el Noticiero Notipacífico y luego con el Magazín 9PM. Conocí allí muchos artistas y varios de ellos en sus inicios: Shakira, Enrique Iglesias, Marbelle…y con Juanes pasó algo bacano. Iba solo, pero por alguna razón yo sabía del pasado rockero del grupo Ekhymosis sin ser un fanático, entonces comenzamos a hablar fue de los temas que regrabaron de aquella época: De madrugada, Solo…, no de los nuevos grabados en Los Ángeles que iban a promocionar ese día en el programa. Me regaló el disco –tenía una carátula verde– y casi me echan de la casa porque lo ponía a toda hora y le decía a mis hermanas y a mi mamá: este muchacho va a ser muy famoso. Ama la tierra en que naciste, amala es una y nada más. A la mujer que te parió, amala es una y nada más…
  12. Conga. Gloria Estefan con Miami Sound Machine. 1985. A mi primera novia le decían Conga, por su parecido físico con la cantante cubana y el gusto por esa canción, que rayaba en la locura. Años después la Sonora Dinamita tuvo un gran éxito con Me picó la Conga en la voz de La India Meliyará, Mélida Yará Yaguma, nacida en Natagaima-Tolima. En 1989, esa canción le cazaba más a Irma. Así se llama, pero nunca la volví a ver. La última vez fue en el sepelio de mi papá, en 1991, hace 31 años. Yo estaba grande, tenía como 19 o 20 años, cuando tuve mi primera novia. Por eso es que no sé tener novia, comencé muy tarde. Come on shake your body baby do the conga. I know you can´t control yourself any longer. Come on shake your body baby do the conga…
  13. Mi muchacho. Diomedes Díaz. 2009. De todas sus composiciones es la que más refleja la historia de un hombre que convirtió su vida en canciones y puso a toda Colombia a cantarlas. Casi me gano un concurso de canto en el colegio de mi hija, con esa canción. Estaba mi Laura como en tercero o cuarto de primaria. Me atreví el ridículo porque el premio eran dos tiquetes a San Andrés. Todo iba muy bien, el grupo vallenato me dejó saber que yo tenía oído, hubo hasta ovación entre el público. En fin, me creí ganador. Ya me veía con mi chiquita en la playa. Me venció un tipo que debió ser la reencarnación de Alejo Durán. Salió de la nada con sombrero vueltiao y todo. Ese muchacho que yo quiero tanto, ese que yo regaño a cada rato, me hizo acordar ayer, que así era yo también cuando muchacho…  
  14. Cuando tú no estás (Nada soy sin Laura). Raphael. 1966. Compositor Manuel Alejandro. No he llorado con ninguna otra canción como con esta. Y créanme, lloró con una facilidad que haría avergonzar a una cebolla larga o a una cabezona. Un amigo, Miguel Mendoza, dueño de Liverpool Taberna, me vio algún día triste, él sabía por qué –me había separado… sobre todo de mi hija, era una bebé de un añito– y me la puso. No me cansaba de escucharla y tampoco de llorar. No concebía la vida sin mi chiquitina, sin su presencia, sin su amor espontáneo, natural, tal vez inconsciente. Al comienzo mis hermanas y en general mi familia me acompañaba en ese llanto/duelo, pero después me tocó sólo, creo que las aburrí. Eso fue hace 23 años. Siempre ha estado. No sé, si el mundo es el de siempre, pero yo, lo veo diferente, cuando tú no estás, cuando tú no estás…
  15. Aires de Navidad. Héctor Lavoe con la orquesta de Willie Colón. Bueno y Yomo Toro en el cuatro, todo un espectáculo sonoro. Compositor Roberto García. Del álbum Asalto navideño. 1973. De la infinidad de canciones que le han hecho a la Navidad esta es la que más me conecta con esta época, que en realidad no me gusta como es abordada. No creo ser Grinch, pero me parece que se comercializó hasta el absurdo. Excesos en muchos aspectos y una felicidad impuesta e impostada. Navidad me suena como esta canción. Dos monstruos de la música responsables de un buen número de clásicos en mi vida: Emborráchame de amor, Escarcha, El cantante, Periódico de ayer, Triste y vacía. Todos de mi banda sonora. Ya van a empezar las fiestas, las fiestas de Navidad, y el jibarito cantando a todos nos va alegrar…
  16. El mejor de mis amigos. José Augusto. 1980. Es sin duda la canción más especial de mi vida. Un homenaje al padre. Yo aquí lo he mencionado varias veces. Mi papá, no era mi padre. Raúl Rojas Aranda fue el hombre que me crió desde los tres meses y hasta los 23 años. Fue asesinado en 1991. Quien me engendró aún vive y tengo una buena relación con él, pero este hombre fue, es y será lo mejor que me ha pasado en la vida. Aprendí la vida con él. Me dio todo lo que se necesita para ser y si no soy más es por mí, nunca por él. Nunca estudió y era brillante, muy inteligente. Murió equivocado, creía que yo también lo era.

Él es el mejor de mis amigos, todo lo que soy lo debo a él. Donde voy yo sé que está conmigo, con su mano pronta a proteger. Traigo una verdad en este canto, que la llevo en mi corazón. Es posible acordarse tanto, de quien vive en la imaginación…

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“El falso feminismo es una gran lacra”

Lo que me lleva de nuevo a exponerme es la polémica por el beso de Luis Rubiales y Jenni Hermoso. Un beso catalogado como violencia sexual.

“El falso feminismo es una gran lacra”
Especial para 90minutos.co

Lo que me lleva de nuevo a exponerme es la polémica por el beso de Luis Rubiales y Jenni Hermoso. Un beso catalogado como violencia sexual.

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Primero lo primero. Nadie debe besar a nadie en contra de su voluntad. Eso debe estar claro y no amerita discusión alguna. Ni hacer absolutamente nada que no sea acordado, aunque ese acuerdo en las relaciones interpersonales suele ser tácito.

De lo contrario, estaríamos al frente de la deshumanización y la automatización de lo idílico, de los flirteos iniciales del romance convencional, los galanteos o ligues precedentes, previos al enamoramiento. Valga decir que estamos ante la sexualización de las relaciones interpersonales en una sociedad “datasexual” e “infómana”, que todo lo publica y debate en redes por íntimo que sea.

Segundo. Ante la sexualización de relaciones entre humanos que no necesariamente buscan un encuentro sexual o una relación de pareja, tocará conocerse a través de una aplicación y llenar un formato donde se pida autorización para dar el primer beso, que se da con la mirada y tiene una profundidad que llega hasta lo más insondable del alma y lo más recóndito del espíritu.

O salvoconducto para tomar una mano entre las nuestras, que es la forma más genuina de la caricia. O una licencia para abrazar, la maniobra más efectiva para unir los pedazos de un corazón roto. Porque hay lenguajes del cuerpo que trascienden todos los lenguajes.

Tercero. Un amigo entrañable dice –para casos como el de esta columna y su título– que sale flote mi vocación de sparring, esa propensión a pelear para que otro mejore sin más recompensa que recibir golpes como opositor invisible.

Lo anterior, por supuesto, no alcanza para una disposición permanente al suicidio por mano ajena, sólo una provocación reflexiva esporádica –belicosa si se quiere, una pulsión del pensamiento crítico que siempre será mejor que agarrase a golpes– que espero no se convierta en inmolación.

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Cuarto. El motivo que me lleva de nuevo a exponerme es la polémica alrededor del beso de Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol, a la jugadora de la selección española, Jennifer Hermoso, tras la obtención del título mundial en Australia.

¿Impulso emocional o agresión razonada? Opinar es una moderna y novedosa forma de suicidio social, pero qué carajos, cuando uno tiene más pasado que futuro, madrazos y aplausos se reciben con la misma actitud: usted piense lo que quiera que yo escribo lo que pienso.

No hay quinto malo. En España y en buena parte del mundo occidental, la situación ha dado para todo. La condena social ha sido una cacería mediática que tiene visos de melodrama y película de terror.

Un beso catalogado como violencia sexual, que el acusado ha considerado un pico espontáneo y consentido, dos términos que de entrada encierran una gran contradicción o, por lo menos, un ingenuo contrasentido. Y la mamá de la implicada, califica como algo intrascendente frente al título mundial.

“Que el hecho no quede impune”, ha manifestado la jugadora y el sindicato de jugadores pide la cabeza del calvete que ha dicho que “el falso feminismo es una gran lacra en España”. Y ahí fue Troya. Lacra es un escupitajo. Por supuesto, lo que no se cuenta en los medios ni se ventila en las redes, es que detrás del hecho está la disputa política por un cargo con unas implicaciones económicas y sociales tremendas.

Les va bien entonces a las aves de rapiña y a las jaurías de hienas, propiciar y esperar la muerte del atacado para acceder sin reparos al sanguinario festín.

El escándalo del beso siempre es carroña para los medios. Con este, el ingrediente adicional es la llamada “violencia de género”. Los picos entre Britney Spears y Madona, y entre la reina del pop y Cristina Aguilera, confirman que las ninfas son adorables. Entre Johnny Deep y Jimmy Kimmel, ratifican una amistad sin prejuicios.  

Entre Sandra Bullock y Scarlett Johansson, que ya quisiera era uno ser el labial. Y entre Miguel Bosé y el colombiano Manuel Medrano, un mensaje de amor artístico, según afirmó en su momento el cantante de Una y otra vez.

Todos, besos entre personas del mismo sexo, algunos de los cuales no se han declarado bisexuales u homosexuales. Al fin que –para los dos casos: la elección de su sexualidad o la revelación pública– es su decisión.

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Pero volvamos a la pelota, sin más enumeraciones, pero sí con cifras. En el pasado mundial un medio de Sidney registró 30 casos de jugadoras lesbianas o bisexuales. Y lo hizo para argumentar de manera contundente que señalar a todas las futbolistas como lesbianas, es como asegurar que no hay hombres futbolistas homosexuales.

En los dos vestuarios habrá todavía quienes no se atrevan a salir del closet y eso debe respetarse. Una sociedad llena de prejuicios, manipulada por la tecnología, no es el mejor indicador de equilibrio. Amén de la “demencia libertina” que padece esta sociedad, para evocar la condena al Marqués de Sade.

El pecado de Rubiales fue darle un pico a una mujer (dice él que, con su consentimiento, afirmación que ella ha negado); una mujer que si bien no ha declarado su orientación sexual (no está obligada a hacerlo) es vocera LGBTI+ y tiene gran influencia en su país pues es la goleadora histórica de su selección.

Hay nuevas formas de masculinidad, mucho más afines y respetuosas que el legado patriarcal. Pero también –hay que decirlo sin temor a ser lapidado– equivocadas formas de feminismo que rayan en lo que algunos han llamado ‘hembrismo’.

Es un fenómeno en boga, tal vez ese “falso feminismo” al que se refiere Rubiales con el infeliz adjetivo al final. Mujeres en apariencia empoderadas que basan su vida en actuar como actúa un hombre machista, porque con esa actitud creen reivindicarse.

No, no es imitando a los hombres que una mujer se libera de las formas atávicas del machismo pasado. Es con inteligencia, no con superioridades ficticias ancladas en prácticas culturales también condenadas a los hombres.

El alcoholismo y la promiscuidad –para citar sólo dos ejemplos– no está bien ni para hombres, ni para mujeres, ni para nadie.

Los niños pueden llorar y jugar con muñecas; y las niñas pueden jugar fútbol y con carritos. Los estereotipos nos han hecho mucho daño y siguen haciéndolo. Un vocabulario soez es vulgar en la boca de cualquiera, independientemente de su sexo y sexualidad.

La agresión sexual lo es al margen de quién la ejecute. La agresión física es tan grave como la agresión verbal o psicológica, venga de quien venga. El feminicidio debe condenarse tanto como el masculinicidio o androcidio, aunque el último no tenga aún soporte jurídico.

No es una cuestión sólo semántica, es un asunto social que debe atenderse en aras de la convivencia.

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La sola andanada de insultos e improperios que desencadenará este texto, son una prueba misma de lo que aquí se plantea. Emergerán reencarnaciones de Lilith, de la femme fatal, que fue todo lo contrario de la esposa fiel y la madre abnegada.

La mujer que se rebeló contra Adán, la que lo desafió, la que sólo quería copular encima de él y gustaba de la sangre de los niños y el semen desperdiciado de los hombres. La que tuvo muchos amantes por su sexualidad desenfrenada, ilícita y morbosa; y que la llevó a terminar desterrada a orillas del Mar Caspio al lado de Asmodeo, un monstruo horripilante con lujurioso deseo carnal similar al de ella, con el que se dedicó a engendrar miles de demonios.

¡Habrá algo más machista! Sí, que cualquier género se considere superior a otro en el aspecto que sea.

Ya está bien de tanta satanización. Ya está bien de tanta guerra de sexos. El listado de los futbolistas que se han besado con sus compañeros da para una enciclopedia y no han hecho tanta escandalera. No armen más tormentas en aras del respeto y de la igualdad.

Mujeres y hombres son infieles. Hombres y mujeres maltratan. Mujeres y hombres quieren imponer dominio. Hay buenas y malas personas en los dos sexos y en las múltiples sexualidades. Inventen los géneros que quieran, que cuando de genitalidad y enfermedades se trate irán sólo adonde dos especialistas: ginecólogo y urólogo. Ahí les queda pues. ¡Pasen al festín!

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El zar de Puerto Tejada

A muy pocos les rinden homenajes en vida. A muy pocos los medios de comunicación respetan y consienten. Y uno de ellos es Pedro Antonio Zape Jordán.

El zar de Puerto Tejada
Especial para 90minutos.co

A muy pocos les rinden homenajes en vida. A muy pocos los medios de comunicación respetan y consienten. Y uno de ellos es Pedro Antonio Zape Jordán.

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A Pedro Antonio Zape Jordán le cuesta pararse, poner de pie su humanidad para recordarle a la vida que los robles son mortales, pero inquebrantables en su porte y robustez. Es el peso y el paso de los años que sin embargo no le impiden erigirse como uno de los más grandes arqueros del fútbol colombiano de todos los tiempos. Es de pocas palabras y de muy buen humor. Maneja un doble sentido que, como debe ser, se mueve entre la simpleza y la perversión. Como todas las leyendas vivas, parece más grande de lo que es y a sus 74 años los brazos todavía se le descuelgan de sus hombros como los dos largueros de las porterías que protegió cual cancerbero del infierno durante 22 años, del 66 al 88.

Como en el cuento de Gabo, El ahogado más hermoso del mundo, este hombre desde siempre ha tenido cara de llamarse Pedro, Pedro el grande. Así se llama el documental que le hizo Héctor Fabio Grueso, para rendirle homenaje. Podrá no ser el título más original –así era llamado Pedro I, el zar de la dinastía Romanov de Rusia–, pero es verdad. El que sí es muy original es el nombre de la productora: Grueso calibre. Este hombre nacido en Puerto Tejada-Cauca, estaba condenado a la grandeza en la dinastía Zape. Todos sus hermanos jugaban fútbol y para Pedro Antonio –el más entrañable de ellos, Constantino, ya fallecido–, era mejor que él. Su inspiración. El modelo que quiso seguir.

Por eso, porque no ser creía el mejor, cuando llegó al fútbol profesional no jugaba con el número uno en la espalda, como la mayoría de los guardametas, sino con el 24 o con el 22, o con cualquier número o camiseta que no tuviera dueño. El número nunca tuvo nada de especial, sólo que estuviera disponible. Pedro Antonio no era el más alto, pero sí el más ágil. No era el más fuerte, pero sí el más corajudo para enfrentar a las tribunas del Pascual Guerrero cuando lo silbaban. Afirma sin titubeos que cuando lo ofendían atajaba de todo. Su partido era una lucha aparte contra la dignidad. Jamás sufrió delirios de grandeza y todavía hoy, mira al piso como buscando respuestas ante el que considera un inmerecido homenaje. Tal vez por esa humildad que nunca fue necedad, era un tipo cuya calidad en aquellos tiempos a casi nadie le cabía en la imaginación.

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A él tampoco le cabía ni en la cabeza ni el corazón que el auditorio principal de la Escuela Nacional del Deporte estuviera tan lleno y que tantos amigos del fútbol hubieran acogido el emocionante llamado de la distinción reservada para aquellos que sobresalen de la manada. Varias veces los ojos de los asistentes auscultaron detrás de las gafas del portero, si las lágrimas se asomarían en los ojos algo apagados pero pícaros de un hombre sinigual; o atendieron con sigilo si la voz se le quebraría, pero el arquero estiraba su espíritu con un silencio breve y despachaba la nostalgia con una sonrisa, que es como uno de esos saques que promueve un contragolpe certero, que por supuesto, termina convertido el gol.

Cada vez es más extraño encontrar a una persona a la que todos quieran sin reparo alguno. Hasta sus regaños y ‘putiadas’ en medio del juego y los entrenamientos, se recuerdan con cariño. La mayoría lo considera el número uno. Sí, el mismo que nunca buscó tener en su espalda y ahora porta como estandarte en el espíritu, en el corazón, en el alma, en cualquier de esos lugares intangibles donde se guarda lo que no se puede tocar, pero se puede sentir. Son cosas del alma, dice. Guarda silencio. Parece melancólico. Baja la cabeza. Se acerca el micrófono y remata: “Son cosas de alma, del almanaque”. Como buen humorista, no se ríe. El auditorio estalla en una sonora carcajada.     

A reventar, así estaba el lugar en el que se dieron cita viejas glorias del fútbol. Muchos merecen iguales o mejores homenajes. Le dieron todo al fútbol y éste les devolvió un par de monedas y muchas patadas, algunas de ellas con nombre propio: indiferencia y olvido. Algunos como Jairo el Maestro Arboleda y Ángel María el Ñato Torres se conservan bien, atléticos y con una figura longilínea. Aunque canosos y con los pliegues de la vida como medallas en el rostro. Eduardo Niño, como si no hubieran pasado los años y el Profe Barragán, en lo suyo, el liderazgo. Norman Emilio el Barby Ortiz, Oscar el Moño Muñoz y Pedro Nel Ospina, unos abuelitos adorables que evocan sus años mozos con una picardía apenas comparable con la del ahora reposado Jairo el Tigre Castillo.

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A muy pocos les rinden homenajes en vida. A muy pocos los medios de comunicación respetan y consienten. Y uno de ellos es Pedro Antonio Zape Jordán. Su agilidad ahora es mental y no física. Ya no se abalanza como un felino sobre la pelota, pero sí sobre un suculento sancocho o cualquiera de los platos típicos de su Puerto Tejada del alma, cuyo estadio lleva su nombre. Es otro tributo en vida, otro reconocimiento a su grandeza y a su nobleza. Ni su guayabera azul cielo ocultó su prominente panza, ni su voz la inmensa nostalgia por una vida deportiva que toma visos de leyenda. Una y otra vez aseguró no tener palabras para expresar lo que sentía, mientras su economía verbal sentenciaba sabiduría. Varias veces manifestó no merecer tanto y cada vez que lo hizo el público grito: “Claro que sí y mucho más”.

La suya –como subraya el subtítulo del documental, es una historia de fortaleza y victoria. La primera, una condición menoscabada por los años y los achaques de la edad; pero la segunda, una condición reservada para los elegidos, para los ungidos por los dioses para ganar aun en la derrota, para vencer siempre, incluso cuando la vida de a poco se va yendo y llegará la derrota final a manos de la parca. Pero los ídolos nunca se mueren del todo. Pedro el grande lo sabe y se mofa del comentario de otro grande de los tres palos, Julio César Falcioni: “Estamos viejitos y por eso nos hacen homenajes”. No es sólo por viejos Julio, es por grandes. Y entonces las manos fuertes y firmes que atraparon tantos balones –ahora un poco temblorosas y rígidas- se unen en un acto de sumisión sobre su pecho para agradecer a toda la concurrencia. Gracias a vos Zape por las atajadas, por las voladas, pero, sobre todo, por el pundonor y el arrojo como ejemplos para la vida. ¡He ahí tu grandeza!

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Infómanas y datasexuales

Ni hombres ni mujeres somos imprescindibles. Apenas a lo sumo indispensables y reemplazables en los fugaces instantes de la felicidad. Ni Adanes ni Evas.

Infómanas y datasexuales
Especial para 90minutos.co

Ni hombres ni mujeres somos imprescindibles. Apenas a lo sumo indispensables y reemplazables en los fugaces instantes de la felicidad. Ni Adanes ni Evas.

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“Se desprecia a las mujeres, se les consume, se les desecha, se les estigmatiza,

se les cuelga para siempre al árbol patriarcal y allí se les ahorca”.

Elena Poniatowska

En el primer Diccionario ilustrado de la risa con frases de políticos, machistas, feministas, vivos, tontos y alguno que otro animal, se lee –obediente a los principios de la Santa Madre Iglesia– que Adán es el único hombre verdaderamente imprescindible que ha tenido la humanidad. Y del que todavía no se sabe si tenía o no ombligo, pues si nadie lo parió se elimina de un tajo a la mujer en el proceso de la creación al no haber tenido el primer hombre cordón umbilical. Y de su costilla y la creación de la mujer mejor ni hablar. Todos sabemos que los señores fieles a la cruz y a sus maderos sagrados; y al dinero, son patriarcales hasta los tuétanos, pues la tríada Padre, Hijo y Espíritu Santo; y el cuentazo de la Virgen, son más machistas que todos los hombres del planeta juntos. ¡Dios jamás tuvo mujer!

En el ensayo La puta de Babilonia, Fernando Vallejo –el último genio de Colombia– escupe toda su erudición en contra la sagrada institución: su machismo, su homosexualismo, su esclavismo, su pederastia vergonzante, sus imposturas, su enriquecimiento, sus crímenes, sus contradicciones, sus mentiras y, por supuesto, su misoginia: su aversión a las mujeres a las que relega a un purificado y subordinado papel. Mientras aplica toda su maledicencia y se refiere al Papa como un “marica con sotana” (si su sensibilidad fue herida puede dejar aquí esta lectura y ni se le vaya a ocurrir leer Memorias de un hijueputa), se refiere a las mujeres con un candor apenas equiparable con la aversión que le genera la reproducción humana.

Como buen provocador jamás toma el camino de calificarlas como los seres más maravillosos de la creación, y menos, cuestionar que si no fuera porque para estar en sus brazos hay que caer antes en sus manos, la cuestión con ellas sería más espontánea, tolerable y llevadera. No, eso se entiende porque Vallejo se ha declarado públicamente bisexual, –con sarcástica ironía testifica (término que deriva de testículo) que le gustan los muchachos y los pelaos– y entonces confiesa que al que coincide con él le abre de inmediato un campito en el corazón y le otorga la categoría de poseedor indiscutible de la verdad. Y esa, es una revelación de una ternura inconmensurable. Así sea mentira.     

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Como la de la mujer imán, que atrae pero es incapaz de retener. Porque no quiere –y eso es respetable–, pero también porque a veces no puede –y eso es lamentable–. Los espacios en el corazón son limitados. Y se cansan los ojos de ver tanta desfachatez y los oídos de tanto oír las mismas peroratas sin acciones concretas para avanzar en la vida y el corazón de tanto comprobar que se necesita hacerse el imbécil para ser feliz, asumir un estado de inconsciencia y de silencio para evitar molestar a quien no puede mejorar porque pierde su esencia. Argumento este derivado de la filosofía de WhatsApp, que no sirve para un carajo. O sí, para ocultar el ser en el parecer de las redes. (Insisto, antisociales).

Cuando una sociedad, la mujer o el hombre (incluidas todas las alternativas), tasan su valor social en el cuerpo, la estatura ética queda reducida a prácticamente nada. La pobreza espiritual de esta sociedad se refleja cuando consagra su existencia únicamente a rendirle culto a buscar el canon de belleza impuesto u ocultar sus defectos, bien sea con maquillaje, con cirugías, con ejercicio (que mejora cuerpo, pero no cara), con palabras, con actitudes, o con esa propensión a enviarle mensajes de la conciencia al mundo que sólo revelan las heridas de su inconsciente y las ausencias y vacíos afectivos que llena con cualquier cosa, actividad, vicio o persona. De ahí que una y otra vez se fracase en las relaciones. Ahora bien, alejarse del abismo nunca será un fracaso, pero no intentar construir un puente es de una insensatez suprema.

Coincidiremos eso sí, en que mucho va de Elena Poniatowska a la Bichota y tanto más de Idea Vilariño o Alejandra Pizarnik a Shakira. De Francia Márquez a la Cabal, de María Jimena Duzán a Vicky Dávila e incluso de Catalina Usme a la mayoría de hombres. Hay imanes diferentes y cada quien atrae con fuerzas magnéticas propias. Pero lo cierto es que en tiempos de la virtualidad las relaciones fracasan fundamentalmente porque la sociedad impone comportamientos a través de los medios masivos y las redes que socavan la individualidad. Considerar –demos por caso–, que al igual que los personajes el jet set o los grandes artistas de la farándula, uno puede saltar de cama en cama sin afectar la imagen en su entorno y contexto, es sin duda una expectativa irreal para las mayorías y una situación idealizada por hombres y mujeres que buscan legitimar su promiscuidad.

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Hoy cualquier perico de los palotes o fulana de tal supera con creces las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud que vaya uno a saber de dónde saca sus cifras y dictámenes: “Una persona es promiscua cuando mantiene relaciones sexuales con más de dos personas en un periodo inferior a seis meses”. El que esté libre de pecado que tire…  y bastante, porque ese es un canon de una rigidez impuesta que llega a ser ridículo para todos, por exceso o por defecto. Las redes están llenas de lugares comunes, de infómanas datasexuales –para utilizar dos términos acuñados por el exitoso filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han–, personas obsesionadas con la información que proyecte de ellas una imagen propia ideal que la mayoría de las veces está lejos de su realidad interna y vital.

Si uno se lee Mujeres, Una dama salvaje, y Se busca una mujer, de Charles Bukowski, entiende su realismo sucio, su estilo soez y su exhibicionismo literario. Comprende por qué afirmaba que es posible amar a otra persona si no la conoces demasiado, por qué cuando el amor es una orden el odio se puede convertir en un placer y por qué el amor es una niebla que se quema con el primer rayo de luz de la realidad. Si en cambio lee La mujer, del chileno Isidoro Loi, mientras sonríe se asombra de las injusticias que lo largo de la historia la humanidad ha cometido en contra de las mujeres. Cuando lee El matrimonio, del mismo autor, lo que descubre no son las injusticias, sino las infamias de los hombres.

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Ni hombres ni mujeres somos imprescindibles. Apenas a lo sumo indispensables y reemplazables en los fugaces instantes de la felicidad. Ni Adanes ni Evas. Entretanto el lenguaje se ensaña con la mujer. Un célebre desconocido se refiere a la prensa nacional como “fea, puta y bruta”. Y argumenta: es antiestética, se vende al mejor postor y no sabe que su valor radica en su decencia. ¿Y por qué no referirse al periodismo como feo, puto y bruto? ¿Por qué debe ser ella y no él?

Vale entonces reflexionar en torno de otra acertada definición de Fernando Vallejo: “El amor es una quimera de un sólo sentido como la flecha, que sólo tiene una punta, no dos. ¿Cuándo ha visto usted una flecha que vaya y venga? El amor es para darlo, no para pedirlo. No pida amor. Delo, si tiene. Y si no, pues no”.

Agregaría –para finalizar– que a Dios, como al negro del WhatsApp, el amor se le salió de las manos.

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