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¡Qué Delirio!

Qué buen espectáculo es Deliro y qué buen nombre le han puesto. Una marca que ya vale más que el espacio y que las cosas. Una creación colectiva que le dio donde era, en el punto exacto, en la clave. No es menos.

¡Qué Delirio!
Especial para 90minutos.co

Qué buen espectáculo es Deliro y qué buen nombre le han puesto. Una marca que ya vale más que el espacio y que las cosas. Una creación colectiva que le dio donde era, en el punto exacto, en la clave. No es menos.

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Todo bajo esa gran carpa y concepto está pensado para impactar los sentidos: el color, que es un salpicón variopinto de sensaciones que invitan al deleite de un espacio que te lleva por un recorrido de paseo llamado de la Aurora, tal vez porque ningún color merezca tanta admiración como el de los despertares a lo novedoso, que suelen volverse cotidianos para los adelantados y negados para quienes duermen el sueño de los que no se atreven a innovar. ¡Clic! La luz, que acompaña el desfile colorido de personas que saludan y sonríen con la naturalidad de quien se alegra por la visita a casa, que suele ser el lugar favorito de todos cuando quien recibe la ofrece con afecto y quien la visita la hace propia con admiración. ¡Flash! El sabor, que se mueve palpitante en el gusto por los manjares típicos que erizan los pezones diminutos de la lengua, esa avanzada del cuerpo sobre el mundo. Traeme otra picada ve. ¡Ñam! Y las bebidas espirituosas, hijas de la caña y amantes del delirio noctámbulo. ¡Glu! El tacto, que recorre con la mirada y graba con las manos todo aquello que no se deja tocar: la respiración, el alma, los aromas, el espíritu… Y el sonido, la musicalidad de instrumentos y voces con las que la humanidad lo expresa todo y más ¡Titico!

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La Carpa Delirio Salsa+Circo+Orquesta es la sumatoria de todo lo que convierte una presentación en espectáculo, un espectáculo en experiencia y una experiencia en momento inolvidable. Un show de talla internacional que como el Moulin Rouge en París, los espectáculos de la calle Broadway en Nueva York, el Circo del Sol en Las Vegas, el Ballet ruso en el Teatro Bolsói de Moscú, el show de tango en La Esquina de Carlos Gardel en Buenos Aires, los conciertos en el Palacio de Bellas Artes en México, un recorrido en el Sambódromo da Marquês de Sapucaí en el Carnaval de Rio de Janeiro o una noche de ópera en Viena, marcan la vida y dejan una huella que trasciende la retina y viaja a través de todos los sentidos para quedarse en aquel lugar de la memoria que selecciona lo perdurable, lo perenne, lo que cantamos a dúo con Tito Rodríguez: lo Inolvidable. Toda la caleñidad en su esplendor, la velocidad de su baile, el color de su pedacito de trópico, el brillo de los trajes y las lentejuelas de un vestuario que forra la sensualidad para exacerbarla.

Aquí se desvanece la discusión de las industrias culturales como imposición mercantil y banalización de las prácticas culturales, porque si bien no es una manifestación espontánea sino diseñada, preparada, ensayada y puesta a consideración, Deliro no deja espacio para otra cosa que no sea sentir y transmitir la esencia de lo que nos conforma como caleños en el contexto colombiano, latinoamericano y mundial. Cualquiera de los integrantes, el cantante o el bailarín, la vendedora de chontaduros y mango biche, el trapecista y la chica de la cuerda, la impulsadora de licores, la modelo, el perro, el gato y el garabato, están en función de un espectáculo que lo llena todo y capta la atención desde todos los flancos; y que en esta ocasión le rindió homenaje a Jairo Varela y a su grupo Niche. Allí, en la tarima y la evocación sonora de los espectadores, estuvieron sus canciones más emblemáticas convertidas en himno; y entre el público, los integrantes convertidos en leyendas, genios y figuras de una agrupación emblema de la ciudad y de la salsa.

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Un imponente escenario central coronado por la orquesta que desde lo alto domina el ambiente -y que por momentos avanza hacia el público-, es el punto focal del espectáculo, que como una esfera monumental tiene puntos y centros por todas partes. De hecho, en varias ocasiones el público descubre que hay bailarines a su lado o detrás, que en el columpio danza una contorsionista o que un mesero hace contorsiones para atender la clientela sin obstaculizar o incomodar la visión de alguno de los asistentes. Y dos naves laterales, dos escenarios complementarios acompañados de un par de pantallas de alta resolución que integran el propósito de visión panorámica del show; y que sirven también de salida y entrada de los artistas y las diversas comparsas que desde la trasescena emergen tras bambalinas como de un túnel del tiempo y del espacio, porque no es sólo salsa, sino musicalidad colombiana plena. La sensación que subyace es de alguna manera tridimensional: todos los puntos cardinales y todos los puntos emocionales y de los sentidos.

El sonido es impecable. La claridad transmite y contagia. No hay saturación o reverberaciones propias de eventos que se realizan en lugares que no han sido dispuestos para ello. Acaso por el espacio, por la altura de la carpa, por la disposición de las mesas y la silletería, por el escenario, por alguna razón o por todas ellas juntas, no hay ecos o rebotes de los instrumentos o las voces. Hasta el zapateo de los bailarines se escucha, el tastaseo de sus pies rápidos y armoniosos que azotan la baldosa; sus gemidos entre guturales y de bonito cansancio, de precioso agite; su risa pegajosa y esa alegría que no sólo puede verse, sino sentirse, escucharse y hasta tocarse con el clap, clap incesante de los aplausos. Es una verdadera sinfonía de sonoridad que al unísono envicia y entre aplauso y aplauso arremolina para que todo el mundo cante y te cante, te encante. Cada tema de Niche -con la imagen ya icónica del maestro Varela al fondo; y el acompañamiento de sólo dos sobrios instrumentos: guitarra y violín-, era coreado por todos y cada uno de los concurrentes. Una estilización de la identidad que la caleñidad hizo propia y sin duda será perdurable.

Qué buen espectáculo es Deliro y qué buen nombre le han puesto. Una marca que ya vale más que el espacio y que las cosas. Una creación colectiva que le dio donde era, en el punto exacto, en la clave. No es menos. Delirio es el nombre preciso, un acróstico justo: es Derroche, Expresión, Locura, Inteligencia, Recorrido, Interpretación y Orgullo. Una maravillosa alteración de los sentidos. Una locura extraordinaria. Un estado de la mente que produce el cuerpo. Todo caleño -o persona que viva en Cali o en el Valle del Cauca- debería asistir el último viernes de cada mes a sentir como propio algo que en el mejor sentido de la palabra revuelca y hace palpitar las entrañas efectivas y emocionales de la ciudad para mostrárselas a Colombia y al mundo. Si alguna de las patologías del deliro emerge aquí bajo esa carpa monumental, es el de grandeza. Yo quiero volver y volveré a “salir del surco al labrar la tierra”. ¡Qué preciosa y precisa etimología la de Delirio!

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Armando exposición

Pocas veces un nombre representa tanto y con tanta exactitud a una persona como Armando Rojas Flórez. Va Armando su vida en torno de la captura de instantes con una cámara fotográfica, porque considera que sólo con ella se le arrebata a la muerte aquello que no podemos controlar.

Armando exposición
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Pocas veces un nombre representa tanto y con tanta exactitud a una persona como Armando Rojas Flórez. Va Armando su vida en torno de la captura de instantes con una cámara fotográfica, porque considera que sólo con ella se le arrebata a la muerte aquello que no podemos controlar.

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Pocas veces un nombre representa tanto y con tanta exactitud a una persona como Armando Rojas Flórez. Va Armando su vida en torno de la captura de instantes con una cámara fotográfica, porque considera que sólo con ella se le arrebata a la muerte aquello que no podemos controlar. No se le puede quitar todo a la parca claro, pero si con mucha sutileza y nostalgia la fotografía nos deja arañar algunos instantes de inmortalidad. Vive Armando relatos visuales a partir de las imágenes que su ojo mente –y la extensión del mismo, la cámara–, encuentra por ahí en la realidad a la que le toma el pulso. Sus fotos palpitan y hacen que la sangre entre en ebullición. Pueden ser de cualquier color, pero son Rojas, porque la pasión que le imprime a su trabajo y la que éste transmite, son su legado emocional, su transmutación vital, el lugar donde su memoria y su imaginación de funden. Su Flórez es con zeta, pero representa belleza, delicadeza y la certeza de que –en lo profundo de sus raíces–, como las flores, conserva la luz.   

Es viejo desde muy joven y ha debido soportar el chiste flojo de que es la cabeza más brillante de la fotografía, de la docencia, de la familia… de lo que sea. Es calvo y el poco cabello que corta al ras está plateado por las canas y rodea su base craneal. Sobre su frente resplandeciente reposan sus gafas al mejor estilo de los abuelos resabiados y de las abuelitas sabias. Es trigueño, con un bronceado eterno producto no sólo de su mestizaje sino del trabajo de campo. Siempre con chaleco, listo para la batalla de la calle, del caminante. Sus muñecas están forradas con manillas multicolores que hablan de cierto misticismo indígena o acaso de algún vestigio hippie. Su hablar es algo atropellado, trémulo siempre de emoción, apasionado por lo que hace y queriendo con el decir abarcarlo todo. No sabe tal vez que sus fotografías hablan por sí solas y que su dedo índice cuando oprime el obturador también activa su lengua, su emocionante racionalidad.

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Son 44 fotos. 44 jeroglíficos que cada quien interpreta desde su visión y sensibilidad. 44 razones para florecer y pasar por las dos estaciones de su exposición en la biblioteca de la Universidad Autónoma de Occidente: el color y el blanco y negro, con técnica infrarroja. Reconocido por Kodak Latinoamérica con sede en México, como el único colombiano que la ha trabajado desde 1.989 hasta la fecha con notable éxito, haciéndolo merecedor de premios en Inglaterra, España, México y Colombia. Asegura que se necesita una dosis de locura para soportar tanta realidad y muy probablemente se necesite otra como espectador para comprender que detrás de cada fotografía hay además de una historia, un concepto; porque una foto no se toma, se hace, se vive. No es simple intuición, sino conocimiento aplicado. La cámara únicamente es el instrumento a través del cual se expresa la mirada interna e intimista del mundo, las respuestas de la vida.

Lleva 29 años en la UAO como profesor, por supuesto de Fotografía y sus alumnos lo califican como un fotógrafo vehemente, un profesor sin límites en la tarea de generar interés por la materia y un ser que contagia positivismo. Ha dictado clase y talleres en la mayoría de universidades de la ciudad, en la que comenzó a estudiar y cuyos saberes que no cesan complementó en Inglaterra donde estuvo cinco años, a finales de los 80’s y principios de los 90´s. Cuando llegó de nuevo a Cali consiguió trabajo y esposa en Bellas Artes. Conny, es artista plástica, diseñadora gráfica y madre de sus tres hijos: Samuel, graduado en Diseño de la Comunicación; Santiago, bailarín clásico; y Alejandro, “el único cuerdo de la familia”, que estudió Mercadeo y Negocios. Son sus mejores obras, pero con el que danza ha tejido una conexión tremenda entrelazada con los hilos invisibles y potentes del arte. En la exposición hay unas fotografías experimentales impresionantes junto a él y con él; y el único fotomontaje que se atrevió porque la realidad no le era suficiente para expresar todo lo que sentía. No en vano imagen e imaginar tienen la misma raíz etimológica: imago, que significa retrato.

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El ala izquierda de la exposición, es la del color; aunque paradójicamente trate sobre aquella parte sombría que han dado en llamar la ‘Colombia oculta’, la nación marginada por el terror, la patria atribulada por la violencia: el campo, la ruralidad. Espacios y bellezas que la guerra no dejó ver por un buen tiempo, que estuvieron ocultos a los ojos de quienes desde las ciudades veían cielos distantes y plomizos, campos donde llovía plomo, que se encharcaban de sangre y que se inundaron de miseria. Son postales con las heridas del Páramo de las Hermosas, llenas de luminosidad y esperanza; con las grietas compasivas del Páramo de las Domínguez, que con su paisaje bucólico invita a la contemplación y el deleite; con el cerebro y el corazón del fotógrafo alineados con las huellas preciosas que gritan lo vivido y padecido por las personas –y también los lugares– en los límites entre Valle del Cauca y Tolima.

El ala derecha es la del blanco y negro, algunas de ellas en técnica infrarroja, que permite fotografiar uno de los espectros lumínicos invisibles al ojo humano. Una vaina que los mortales sólo habíamos visto que utilizan los militares y los francotiradores en las películas de acción, para ver y acertar en la noche. El blanco y negro invita a interpretar. Hay una fascinación por el pasado en la fotografía en blanco y negro, pero es más grande todo aquello que invita a pensar, a sentir, a evocar lo que sus tonalidades sugieren. El color es la realidad, pero el blanco y negro es la historia toda en una foto. Registro y trashumancia a otros espacios que trascienden lo físico. Algunos desnudos donde la belleza no está en las formas convencionales del cuerpo, sino en la contemplación estética. Amazonas con toda su grandeza y su reserva selvática y cultural. Haciendas fantasmales. En suma, un blanco y negro muy variopinto.       

Es aliado de la tecnología, un convencido del privilegio de tantas y tan trascendentales transiciones generacionales capturadas con la cámara. Eso le permitirá morir tranquilo, asegura. Ha sido el fotógrafo de más de una veintena de libros. Sin ambages afirma que la fotografía comercial es la que le da para la papa, y que la artística le otorga premios y satisfacciones espirituales, le alimenta el buen ego y el brío para no desfallecer. Una es trabajo y la otra trascendencia. Realidad y reflexión. Vida y eternidad. Evidencia y esencia. Expondrá en Cali con la Secretaría de Turismo y adelanta contactos con varias ciudades europeas: Frankfurt, Berlín, Madrid, París y Londres… para seguir Armando exposiciones.

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La Colombia afro no se puede quedar en el atraso

El Plan Decenal ha logrado entre otras, la visibilización de la riqueza y biodiversidad de la cultura afro y su aporte al patrimonio inmaterial, como el Plan de Salvaguardia de la partería y el plan de marimba y música, la gastronomía.

La Colombia afro no se puede quedar en el atraso
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El Plan Decenal ha logrado entre otras, la visibilización de la riqueza y biodiversidad de la cultura afro y su aporte al patrimonio inmaterial, como el Plan de Salvaguardia de la partería y el plan de marimba y música, la gastronomía.

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El 21 de mayo el país conmemoró el Día de la Afrocolombianidad para reconocer la contribución de las comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras en la construcción de país, pero también, para hacer visibles los factores de exclusión e inequidad que históricamente han caracterizado a quienes representan el 9,3% de los colombianos.

Según el Dane, el Índice de Pobreza Multidimensional, IPM, de esta población es del 30,6%, es decir, 11% por encima de la pobreza nacional, debido a factores como violencia, trabajo informal, bajo logro educativo y rezago escolar, entre otros.  Y aunque desde el Estado se han hecho esfuerzos para superar estas problemáticas, lamentablemente en nuestro país persisten prácticas de xenofobia, intolerancia y violencia en su contra. Un ejemplo de ello, es que entre 2013 y 2022, el reclutamiento forzado de menores en esta población, pasó del 12% al 17%.

Como vallecaucana conozco muy de cerca esta realidad pues nuestro territorio acoge al 30,4% de esta población en el país, es decir, poco más de 1.420.000 personas. Por eso, durante mi labor como Gobernadora del Valle del Cauca, creamos del Plan Decenal para la población Afro, el primero realizado en el país.

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Esta política se construyó con participación de la comunidad, instituciones públicas y privadas y la academia, para de incrementar el acceso de esta población a los programas sociales y económicos del departamento y mejorar sus condiciones de vida, a través de la implementación de acciones afirmativas. Precisamente, en el marco de esta iniciativa, tuve un gabinete participativo, con un muy alto porcentaje de hombres y mujeres de este grupo poblacional.

El Plan Decenal ha logrado entre otras, la visibilización de la riqueza y biodiversidad de la cultura afro y su aporte al patrimonio inmaterial, como el Plan de Salvaguardia de la partería y el plan de marimba y música, la gastronomía; el Proyecto de Ordenanza para la protección y salvaguarda del viche como bebida ancestral y artesanal, respecto a la producción y la comercialización; las celebraciones de la Virgen de la Asunción en Playa Renaciente y El Hormiguero, y el Festival Folclórico en Buenaventura, entre otros.

También, avanzamos en la educación al consolidar un enfoque diferencial étnico; desarrollamos modelos de atención integral en salud, apoyando la partería para reducir la mortalidad y morbilidad materno-perinatal, y con la academia, apostamos a la transformación, comercialización y uso de plantas medicinales. 

Así mismo, inauguramos el Observatorio contra la Discriminación Racial, con atención técnica, psicológica y jurídica a las personas afectadas, así como el proceso de elección de la Comisión Consultiva de Comunidades Negras Departamental. También, promovimos el emprendimiento, con proyectos productivos en quince municipios del departamento. Esto sin contar importantes proyectos de infraestructura en salud, turismo y transporte.

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Además, en mi calidad de directora de La U, dimos impulso a los nuevos liderazgos de esta comunidad en las regiones, en el marco de nuestro programa ‘Líderes para confiar’, apoyándolos y formándolos para que proyecten mejor su trabajo comunitario. Así también, promoviendo iniciativas en el Congreso para las comunidades más necesitadas.

Sin embargo, en el país quedan muchas cosas por hacer en favor de estas comunidades. La violencia generalizada es un factor que frena muchas iniciativas sociales y económicas. Por eso, es importante propender por una cultura política de paz, que garantice los derechos humanos, el desarrollo y el fin de la pobreza extrema. Para ello, se necesita la presencia integral del Estado, con la generación de desarrollo y oportunidades para la población. También, fortalecer jurídicamente al Sistema Nacional de Atención y Reparación a las Víctimas, con una mayor articulación entre las entidades nacionales y territoriales encargadas de hacer efectivo el goce de derechos de las víctimas.

La Colombia afro no se puede quedar en el atraso. Pienso que tanto desde el Gobierno Nacional como regional deben ponerse al día con esta comunidad en proyectos que incluyen una amplia agenda social, para fomentar la vivienda, salud, empleo, productividad, acueducto, saneamiento, educación, energía y justicia. Todos estos factores deben contribuir al fortalecimiento del tejido social, que permita reducir la pobreza y el abandono.

De mi parte, persistiré en mi compromiso para que, desde el escenario en que me encuentre, seguir trabajando por sacar adelante todo lo bueno que las comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras tienen para dar al país.

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Botando la vida por la nariz

Pondré la aguja directo sobre el vinilo: sin el narcotráfico Cali no habría sido jamás la Capital de la salsa. Si esa es sólo una consideración o un apelativo comercial o turístico, es otra vuelta.

Botando la vida por la nariz
Especial para 90minutos.co

Pondré la aguja directo sobre el vinilo: sin el narcotráfico Cali no habría sido jamás la Capital de la salsa. Si esa es sólo una consideración o un apelativo comercial o turístico, es otra vuelta.

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Pondré la aguja directo sobre el vinilo: sin el narcotráfico Cali no habría sido jamás la Capital de la salsa. Si esa es sólo una consideración o un apelativo comercial o turístico, es otra vuelta. Que sea mundial, es otro cuento que nos metieron por los oídos –a algunos por la nariz– y a veces por la vista, en general por los sentidos, los promotores de eso a lo que hoy llaman ‘industrias culturales’. Lo cierto es que entre la época de los capos visibles del ayer y los traquetos invisibles de hoy, hay más de 1.400 toneladas anuales de cocaína de exportación de diferencia. De Los jinetes de la cocaína (1987) de Fabio Castillo a El cartel de los sapos (2008) de Andrés López, o Sin tetas no hay paraíso (2008) de Gustavo Bolívar, hay muchas similitudes: violencia, muerte, ostentación, cooptación de autoridades, amenazas, excesos, prostitución, etc. y una gran diferencia: el bajo perfil de los ‘señores’ que hoy manejan el negocio de las drogas ilícitas.

Pueden vociferar todo lo que quieran las viejas vacas sagradas de la salsa en Cali –la mayoría experiqueros, entre confesos y clandestinos, peones de los patrones a los que todos querían servir sin vergüenza alguna y de lo que algunos siguen ufanándose–, pero desde el principio, desde que comenzaron a llegar los acetatos por Buenaventura o como parte de la remesas que enviaban los que habían coronado los ‘Yores’, desde que empezaron a sonar las primeras pachangas en los barrios, desde que esta música se instaló en la ciudad porque un bacán quiso gastarse sus ‘lukas verdes’ trayendo desde Nueva York artistas que apenas se escuchaban en la radio, desde que sus primeros cantores que sólo habían bailado recogieron prácticas interpretativas de los soneros de arriba cuyos fraseos eran del pueblo y desde que los eventos comerciales la impulsaron, este mundillo musical y bailable ha estado inseparablemente ligado al tráfico ilegal de drogas.

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Y por todo lo anterior y más, la ciudad le debe a uno de sus primeros narcos, el apelativo por el que hoy la reconocen en buena parte del mundo occidental: a Larry Landa, el muchacho melenudo y pintoso del barrio Calima que fue bautizado y ya casi nadie recuerda como César Tulio Araque Bonilla. Y a cuento de qué evocar a este camaján que –en otra prueba de nuestro provincialismo anclado en el histórico complejo de inferioridad–, fue llamado el John Travolta caleño. A este ‘dandy’ criollo que acéptenlo o no transformó la vida musical del Cali. A este ‘man’ que hizo que Jairo Varela descendiera de su olimpo y le reconociera que su carnaval –el de Juanchito, que ya no existe– sigue siendo el mejor. A este atrevido que en plena 69 East Broadway de Manhattan quería ponerle a su discoteca Perico-Cali-New York, pero se decidió por Canario-Cali-New York, tal vez ‘aspirando frases’ de la canción de Cheo Feliciano: Silvestre felino… que lío se va a formar... Pues a cuento de que en Cali se sigue mezclando salsa y perico, música y narcos, promotores artísticos y lavanderías de dinero mal habido. Es una verdad de Perogrullo. 

No basta la actividad de la ciudad en torno de la rumba como indicador de que el dinero del narcotráfico fluye a raudales en la capital salsera. También hay legalidad y se necesitan muchas más evidencias ahora que el negocio es algo más subrepticio y los patrones menos lamparosos. El dinero no sabe de orígenes, ni de manchas de sangre o fluidos. Sin embargo, la realidad siempre pesa más que los documentos contables y Cali es reconocida por estudiosos del tema y organismos del Estado como un inmenso ‘lavadero’. Basta revisar los informes de la Fiscalía General de la Nación que dan cuenta de operaciones por 2.500 millones de dólares en 2023. Es decir, de lo que se conoce y se publica desde la Unidad de Información y Análisis Financiero, la Superintendencia de Sociedades y la Superintendencia Financiera de Colombia, entre otros organismos encargados de vigilar una economía donde la cocaína aporta el 25% de nuestro PIB (Producto Interno Bruto). No podría justificarse de otra forma que en plena crisis se llenen todos los conciertos y discotecas, sin importar el género; todos los cines, sin importar también el género; y todos los restaurantes, sin importar la calidad de la comida que en estos lugares está más arriba que las nubes. Amén de negocios de finca raíz, moteles, almacenes, gastrobares, joyerías y un etcétera que es tremenda línea.

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Ahora bien, en el momento en el que la salsa transita de la realidad a la leyenda, que sus temas adquieren ribetes míticos a través de clásicos muy recientes, que sus artistas se están muriendo, la agonía del género en términos de producción y sus estertores, han sido aprovechados de nuevo por los ‘señores’ para negociar con las prácticas culturales populares. Que la salsa está más viva que nunca dicen, que no morirá mientras haya bailadores, soneros, coleccionistas, melómanos y bebedores; que somos el museo vivo de esta melodía, que no hay otro lugar en el mundo que nos quite lo baila’o... Lo único cierto es que no hemos escuchado, ni bailado, ni gozado, ni estudiado, ni analizado, ni registrado, buena parte de la salsa que se produjo en su momento de esplendor y que ahora en su decadencia –insisto, en términos de producción– daría para un par de décadas más. Apenas se está develando la cortina férrea y nefasta que sobre muchos artistas y grupos instaló la Fania All Stars que operaba como una verdadera mafia (decidía quién y qué sonaba), fiel a los principios de eliminar (aunque no físicamente) al que no estaba en su cartel o a quien no tributaba a sus arcas insaciables, a las fauces que convirtieron a Nueva York en la ciudad el miedo, porque ningún negocio escapaba del manejo temerario en la Capital del mundo.

La idea de Cali como Capital de la salsa comenzó a abrirse paso en la radio cuando se promocionaban los eventos que incluían concursos sobre todo de baile. Luego, con la ascensión social de los ‘señores’ resultante del dinero producto del narcotráfico, no hubo espacio social que no resultara influido –de manera directa o indirecta– en esta espiral de lo que llegó a tildarse como dinero fácil. La salsa no fue la excepción y la payola (pagar para sonar) una práctica tan común como esnifar coca. Ocurrió desde los 70’s y hoy ha retomado sus pasos con más fuerza y menos visibilidad, como si estuviera recogiéndolos. Lejos está el día en el que Landa trajo a Lavoe, y a Cheo, a Pete, y a Celia, y a toda la Fania, porque ahora los empresarios traen a una pléyade de cantantes venidos a menos, algunos ancianos y en el ocaso de sus vidas, para no dejar morir el negocio al que se le están exprimiendo sus últimos jugos, de los que se escupirá el desecho. Como en Caína, de Rubén Blades, una de las pocas canciones y artistas, que cuestionaron y no avalaron con homenajes sonoros a los ‘señores de la droga’, Cali sigue “Botando la vida por la nariz, corriendo la base eternamente y viviendo pa’ morir”.

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