Todo bajo esa gran carpa y concepto está pensado para impactar los sentidos: el color, que es un salpicón variopinto de sensaciones que invitan al deleite de un espacio que te lleva por un recorrido de paseo llamado de la Aurora, tal vez porque ningún color merezca tanta admiración como el de los despertares a lo novedoso, que suelen volverse cotidianos para los adelantados y negados para quienes duermen el sueño de los que no se atreven a innovar. ¡Clic! La luz, que acompaña el desfile colorido de personas que saludan y sonríen con la naturalidad de quien se alegra por la visita a casa, que suele ser el lugar favorito de todos cuando quien recibe la ofrece con afecto y quien la visita la hace propia con admiración. ¡Flash! El sabor, que se mueve palpitante en el gusto por los manjares típicos que erizan los pezones diminutos de la lengua, esa avanzada del cuerpo sobre el mundo. Traeme otra picada ve. ¡Ñam! Y las bebidas espirituosas, hijas de la caña y amantes del delirio noctámbulo. ¡Glu! El tacto, que recorre con la mirada y graba con las manos todo aquello que no se deja tocar: la respiración, el alma, los aromas, el espíritu… Y el sonido, la musicalidad de instrumentos y voces con las que la humanidad lo expresa todo y más ¡Titico!
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La Carpa Delirio Salsa+Circo+Orquesta es la sumatoria de todo lo que convierte una presentación en espectáculo, un espectáculo en experiencia y una experiencia en momento inolvidable. Un show de talla internacional que como el Moulin Rouge en París, los espectáculos de la calle Broadway en Nueva York, el Circo del Sol en Las Vegas, el Ballet ruso en el Teatro Bolsói de Moscú, el show de tango en La Esquina de Carlos Gardel en Buenos Aires, los conciertos en el Palacio de Bellas Artes en México, un recorrido en el Sambódromo da Marquês de Sapucaí en el Carnaval de Rio de Janeiro o una noche de ópera en Viena, marcan la vida y dejan una huella que trasciende la retina y viaja a través de todos los sentidos para quedarse en aquel lugar de la memoria que selecciona lo perdurable, lo perenne, lo que cantamos a dúo con Tito Rodríguez: lo Inolvidable. Toda la caleñidad en su esplendor, la velocidad de su baile, el color de su pedacito de trópico, el brillo de los trajes y las lentejuelas de un vestuario que forra la sensualidad para exacerbarla.
Aquí se desvanece la discusión de las industrias culturales como imposición mercantil y banalización de las prácticas culturales, porque si bien no es una manifestación espontánea sino diseñada, preparada, ensayada y puesta a consideración, Deliro no deja espacio para otra cosa que no sea sentir y transmitir la esencia de lo que nos conforma como caleños en el contexto colombiano, latinoamericano y mundial. Cualquiera de los integrantes, el cantante o el bailarín, la vendedora de chontaduros y mango biche, el trapecista y la chica de la cuerda, la impulsadora de licores, la modelo, el perro, el gato y el garabato, están en función de un espectáculo que lo llena todo y capta la atención desde todos los flancos; y que en esta ocasión le rindió homenaje a Jairo Varela y a su grupo Niche. Allí, en la tarima y la evocación sonora de los espectadores, estuvieron sus canciones más emblemáticas convertidas en himno; y entre el público, los integrantes convertidos en leyendas, genios y figuras de una agrupación emblema de la ciudad y de la salsa.
Un imponente escenario central coronado por la orquesta que desde lo alto domina el ambiente -y que por momentos avanza hacia el público-, es el punto focal del espectáculo, que como una esfera monumental tiene puntos y centros por todas partes. De hecho, en varias ocasiones el público descubre que hay bailarines a su lado o detrás, que en el columpio danza una contorsionista o que un mesero hace contorsiones para atender la clientela sin obstaculizar o incomodar la visión de alguno de los asistentes. Y dos naves laterales, dos escenarios complementarios acompañados de un par de pantallas de alta resolución que integran el propósito de visión panorámica del show; y que sirven también de salida y entrada de los artistas y las diversas comparsas que desde la trasescena emergen tras bambalinas como de un túnel del tiempo y del espacio, porque no es sólo salsa, sino musicalidad colombiana plena. La sensación que subyace es de alguna manera tridimensional: todos los puntos cardinales y todos los puntos emocionales y de los sentidos.
El sonido es impecable. La claridad transmite y contagia. No hay saturación o reverberaciones propias de eventos que se realizan en lugares que no han sido dispuestos para ello. Acaso por el espacio, por la altura de la carpa, por la disposición de las mesas y la silletería, por el escenario, por alguna razón o por todas ellas juntas, no hay ecos o rebotes de los instrumentos o las voces. Hasta el zapateo de los bailarines se escucha, el tastaseo de sus pies rápidos y armoniosos que azotan la baldosa; sus gemidos entre guturales y de bonito cansancio, de precioso agite; su risa pegajosa y esa alegría que no sólo puede verse, sino sentirse, escucharse y hasta tocarse con el clap, clap incesante de los aplausos. Es una verdadera sinfonía de sonoridad que al unísono envicia y entre aplauso y aplauso arremolina para que todo el mundo cante y te cante, te encante. Cada tema de Niche -con la imagen ya icónica del maestro Varela al fondo; y el acompañamiento de sólo dos sobrios instrumentos: guitarra y violín-, era coreado por todos y cada uno de los concurrentes. Una estilización de la identidad que la caleñidad hizo propia y sin duda será perdurable.
Qué buen espectáculo es Deliro y qué buen nombre le han puesto. Una marca que ya vale más que el espacio y que las cosas. Una creación colectiva que le dio donde era, en el punto exacto, en la clave. No es menos. Delirio es el nombre preciso, un acróstico justo: es Derroche, Expresión, Locura, Inteligencia, Recorrido, Interpretación y Orgullo. Una maravillosa alteración de los sentidos. Una locura extraordinaria. Un estado de la mente que produce el cuerpo. Todo caleño -o persona que viva en Cali o en el Valle del Cauca- debería asistir el último viernes de cada mes a sentir como propio algo que en el mejor sentido de la palabra revuelca y hace palpitar las entrañas efectivas y emocionales de la ciudad para mostrárselas a Colombia y al mundo. Si alguna de las patologías del deliro emerge aquí bajo esa carpa monumental, es el de grandeza. Yo quiero volver y volveré a “salir del surco al labrar la tierra”. ¡Qué preciosa y precisa etimología la de Delirio!
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