“Sabes que la distancia es como el viento,
se lleva con el tiempo de un olvido,
haya pasado un año es un incendio, que me quema el alma”.
Domenico Modugno y Enrica Bonaccorti
Hace años en un documental llamado Don Ca (2013) que me dejó X dudas, el protagonista afirma que la felicidad es la distancia entre lo que uno tiene y lo que uno quiere; cuanto más pequeña sea, más feliz se es en esta vida. Porque cuando no tienes nada, lo tienes todo; sentencia para cerrar su argumento. Puede sonar a ese estado de confort del que hablan los motivadores profesionales o a esa estafa del pensamiento que tienen las frases que sirven para aquellos momentos donde como náufragos nos aferramos a lo que sea con tal de no hundirnos. De cualquier forma, Patricia Ayala Ruiz -la directora- aseguró que es muy difícil rotular a su personaje, Camilo Arroyo Arboleda, un payanés que ha hecho de todo por los niños negros del Pacífico que, desde la mirada blanca, no tienen nada. No hablaré sobre esta película, sino sobre otra más larga y compleja.
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Intentaré hablar -escribir- del todo y la nada, o la nada y el todo, pero sobre todo de esa distancia ínfima o infinita que hay en medio de esos dos términos tan relativos, tan proclives a la humana indeterminación filosófica. Y es que la distancia entre la nada y el todo es casi la misma que hay entre la vida y la muerte, entre la nada que somos antes de nacer y la nada que seremos después de abandonar este mundo. Así entiende uno lo del polvo. Digo, aquello de que polvo eres y polvo serás. Ustedes me comprenden, ese relámpago donde se nos va la vida. “La distancia sabes, es como el viento, apaga el fuego pequeño, pero enciende aquellos grandes”. Eso escribieron a cuatro manos los italianos, Domenico Modugno y Enrica Bonaccorti, un teatrero que alcanzó la fama como baladista y se la gastó en la política; y una teatrera letrista que la logró como presentadora de televisión. No se la gastó.
Dejaron para la historia muchas letras, pero la de La distancia es como el viento (1970) es un himno para quienes padecen el infortunio de asumir como propias las aseveraciones declarativas de una de las tantas canciones que rinden culto a la despedida y la consecuente distancia. Esa distancia, que por pequeña que sea, es enorme para quien extraña o ama, que viene siendo casi lo mismo en la posesiva concepción del Eros, dios griego responsable de la atracción sensual, el amor y el sexo que, según Hesíodo, es una de las fuerzas primordiales que nace del Caos. La distancia es ese espacio físico que llega a ser espiritual y que el cartagenero Luis Antonio Lambis Castillo plasmó en Página de amor (1993), un poema hecho salsa que Humberto Luis Gómez dejó para la posteridad, cuando todavía lo arrastraba el impulso del Grupo Niche, el amor de una neoyorquina por adopción y el desespero inhalante: “Y hasta el viento me devuelve tu fragancia. Y esa página de amor, esa página de amor…duele a distancia”.
Para Tito Gómez y ese amor en la distancia que jamás se readaptó a Cali, pues Nueva York era su nuevo mundo y el boricua tampoco se quería ir a vivir a la Capital del mundo, Jairo Varela reencauchó un tema que había grabado en 1974 como balada Juan Ramón (Ramón Marino Restrepo), un cantante semidesconocido nacido en Ginebra-Valle del Cauca, que muchos años después contaría detalles de la vida en Bogotá de Jairo de Fátima Varela Martínez, cuando pasaba necesidades, buscaba oportunidades y andaba siempre con un cuaderno y un lápiz escribiendo sus canciones y su historia. En 1988 Niche lanza su álbum, Tapando el hueco, una jocosa forma de referirse a la desbandada de músicos del grupo el año anterior en plena Feria de Cali; y Cómo podré disimular despuntó como gran éxito.
La mujer de Tito, Beatriz Jaramillo, era una caleña que había echado raíces en Nueva York, madre de Luisa María, la mayor de los ocho hijos del cantante, y estaba con él el día que fueron al Village Gate (en Cali, Village Game) a escuchar a El Gran Combo de Puerto Rico. Allí estaba también Jairo Varela y el resto es historia. Esa noche la vida de Tito tomaría otro rumbo, en breve se radicaría en la ciudad que lo vio crecer como intérprete y morir para ser inmortal: Cali. Aquí se le torció el destino. O se le enderezó. La misma que lo arremolinó con su impetuoso torbellino de rumba. La misma donde grabó una canción de la que dijo: “esa es la mía” y la interpretó con la sonoridad de siempre, pero con un particular deje en la voz producto de la nostalgia que sentía por la bienaventurada mujer que fue portadora de su felicidad, primero; y luego de su desdicha, por esa distancia que ninguno de los dos decidió eliminar de sus vidas separadas en lo físico y unidas acaso en lo espiritual.
La distancia lo es todo o nada. Todo, si a pesar de ella se recuerda. Nada, si con ella se olvida. Y es que no importan los géneros. No importa si es en una ranchera de José Alfredo Jiménez en la que se escucha: “Estoy tan lejos de ti y a pesar de la enorme distancia, te siento juntito a mí, corazón, corazón, alma con alma”. O en un tango en la voz e Raúl Garcés que fue compuesto por el colombiano Julio Erazo Cuevas, nacido en Guamal-Magdalena que escribe: “Pero estoy lejos de ti, sin saber cómo estarás, si estarás pensando en mí o no me recordarás”. O en la emblemática balada de José José: “Te abrazo a mi pecho, me duermo contigo. Mas luego despierto. Tú no estás conmigo. Sólo está mi almohada”. O en las parrandas de Alfredo Gutiérrez: “Comprendo que las distancias pueden ser parte del olvido. Pero yo tengo más ansia de ver a lo más querido”. O el coro incesante y lastimero de Héctor Lavoe: “No importa tu ausencia te sigo esperando.” O la máxima del Sexteto Juventud. “El tiempo y la distancia son los dos factores, que esconden rumores, pero ya no importa, para dos amores en la intimidad”. A la distancia le han cantado todos. Roberto Carlos y Alberto Cortez. Los Panchos y Serrat. Todos.
Y a L también. Ella es lúcida. Linda. Laboriosa. Leal. A veces lejana. A veces libre. Ella es usted. Única. ¡Uf! Ubicada. Uniforme. Universal. Cautivante. Cariñosa. Hasta cierto punto convincente. Café en los ojos y creyente en la Virgen de Guadalupe. Consecuente y poco corpulenta. Inteligente. Sin aceptarlo, ingenua. Imprudente cuando se enoja. Ilusión en la distancia. Inigualable en su compañía. Impasible cuando toma decisiones. Locuaz. Legitima. Lógica. Limpia hasta la exageración y lapidaria con sus opiniones. Luchadora siempre. Ella es armoniosa y afectiva. Admirable. Astuta y adorable. Acaso amorosa. En ella y con ella, aunque la distancia fuera pequeña, ya sería muy grande. Pero la distancia es grande y ella, un motivo para cruzar esa mala excusa.
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