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Periodismo vomitivo

Periodismo vomitivo

Especial para 90minutos.co

Antes de que sea lapidado en redes y condenado a la hoguera de Twitter, debo decir que el gobierno del presidente Gustavo Petro ha cometido errores y que estos se centran en su obligación legal de comunicar. No sólo no lo ha hecho bien, sino que insiste en desconocerlo y –como si lo anterior fuera poco–, arremete contra los medios, que es como pretender culpar a la avalancha de la tragedia desconociendo que fue el impacto humano sobre la naturaleza la causa de la situación. No. Los medios de comunicación –con todo y su incompetencia y manipulación– no son los culpables de los desaciertos del gobierno en términos de comunicación, pero sí de los imaginarios sociales que construyen y deconstruyen a partir de esos yerros en la comunicación para atender los intereses de sus propietarios y socios.

La tergiversación mediática –que incluye la que ocurre en redes sociales, auténticas y pagadas– sobre absolutamente todas las decisiones del gobierno, comprueba primero el poder histórico aferrado a sus privilegios y apelando a todas las formas posibles de pataleo y afiladas garras para no perderlos; segundo, la manipulación en la producción de contenidos a través de todos sus organismos de difusión y tentáculos en procura de la defensa de sus intereses económicos y políticos, que son un maridaje indisoluble; y tercero, la tremenda ignorancia de las audiencias, que debe decirse, han sido a través del tiempo llevadas a esta condición con base en una educación precaria y una democracia cuyo segundo pilar es la pobreza. Todos sabemos que los medios sólo entretienen, distraen y ocultan mostrando; porque de información y educación, muy poco.

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De modo pues que con la agenda setting asistimos cada día a un ejercicio de periodismo que comienza con la radio en la madrugada y es como tomarse antes del desayuno una infusión cargada de manzanilla, tomillo y laurel: tendrá náuseas todo el día y vómito justo después de los noticieros de televisión. Las redes sociales y la prensa contienen algunos paliativos, que en realidad no alcanzan para estar bien informado y a lo sumo entregan un poco más de variedad. El periodismo determina qué asuntos poseen interés informativo y cuánto espacio e importancia se les otorga en cada emisión. Es lo que se ha hecho siempre y así funciona, lo que no significa que sea lo correcto o lo que las audiencias necesitan.

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Pero lo que está sucediendo en Colombia es que la trascendencia se le otorga a lo nimio, a lo simple, a la banalidad, y se le cubre con un manto de solemne importancia desbordada cuyo único fin –en el corto y mediano plazo– es crear desconfianza, zozobra y temor dentro de la ciudadanía para desestabilizarlo todo; y a largo plazo –con su latosa y descarda persistencia–, es horadar y socavar la posibilidad de que un sistema de gobierno diferente al que estuvo dos siglos en el poder, pueda tener continuismo y llevar a Colombia por otros senderos de progreso y oportunidades. Sin decir con lo anterior que la vía para un futuro mejor sea la reelección o la dictadura, como aseguran los que todavía creen en espantos y a los que asustaron con los dos muertos del cacareado castrochavismo.  

Para proseguir, pido prestadas dos líneas de la columna más reciente de dos grandes filósofas de librea y corbatín, Tola y Maruja: “A propósito de Petro: lo critican porque está nombrando amigos en el gobierno, pero tiene tan poquitos que le toca dejar empotraos a los enemigos”. Sí, otro desacierto –y fue acertada estrategia de campaña para llegar a la presidencia– fue tragarse los sapos de gobernar con algunos enemigos. Mejor dicho, hacer pactos con varios diablos. Y el periodismo, silente. Ah, pero ante el nombramiento de amigos en el gobierno –una práctica condenable tan antigua como la democracia misma– saltan las liebres a criticar lo que han callado años y de la que son incluso beneficiarios.

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Hace muy poco el mismo Luis Carlos Sarmiento Angulo –el hombre más rico de Colombia– reconoció en un reportaje en la Revista Semana (propiedad del grupo Gilinski) que se sentía orgulloso de haber redactado artículos que hoy eran leyes en nuestro país. Hombre, se quedó corto el hombre con la cuenta más larga del país (dueño de El Tiempo, Portafolio, Siete días, ADN…) que también ‘recomienda’ nombres para cargos públicos o lleva de la política nombres para que dirijan sus medios. Lo mismo hacen claramente RCN (del grupo Ardilla Lule) y Caracol (del grupo Valorem de la familia Santodomingo) y todas sus filiales llámese La FM, Blu Radio, La W Radio, La Kalle, El Espectador, Cine Colombia o cualquiera otra.

La esperanza de un periodismo libre e independiente encierra desde siempre algo de utopía y quimera, es cierto. Pero no lo es menos que existen medios alternativos que están haciendo bien la tarea, aunque son una débil corriente –algunas agonizantes– en medio del maremágnum avasallador de los medios tradicionales y su indiscutible poder de penetración: Cuestión Pública, Las2 Orillas, La Cola de la Rata, Razón Pública, Verdad Abierta, Noticia Uno, La Silla Vacía, Vice... Ya ni el humor, que era la posibilidad más grande de libertad de expresión, se salva. Programas como La Luciérnaga, Voz populi o El Tren hacen parte de la jauría, de los perros guardianes del poder que ladran a conveniencia del patrón que algún día también les pateará el trasero, para que no se que crean que por ladrar pueden dormir dentro de la casa.

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Justo cuando el país necesita de un mejor periodismo, esta vocación (ni oficio, ni profesión) se desdibuja. No es imparcial ni equilibrado. No explica a las audiencias. No es mediador entre los sucesos y la sociedad. Toma partido, no contrasta fuentes. Es un periodismo mercenario que procura validar la posición que defiende a ultranza no por convicción, sino para cumplir con el mandado. Su lupa no está puesta para ampliar la mirada, sino para quemar a su objetivo. Sin duda alguna el nefasto apelativo de periodismo prepago les va con precisión. Se ha prostituido al punto de la ridiculización. No estudia los procesos, no mira los contextos, no examina el entorno ni evalúa el dintorno. No respeta sus principios elementales y menos intenta comprender para informar con veracidad. Cualquier gobierno se hace elegir para implementar reformas estructurales y producir cambios sociales. La cuestión es que este lo intenta hacer para las mayorías, para el bien común y la justicia social. Estamos ante un periodismo que exige en seis meses, por lo que ha guardado silencio siempre. Y lo hace desde un descarado y vergonzante lugar de enunciación: los negocios particulares de sus propietarios.

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