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¡Petro y el Apocalipsis!

¡Petro y el Apocalipsis!

Especial para 90minutos.co

Nos dice la RAE que Armagedón es la denominación del lugar en el que se supone se librará la batalla entre el bien y el mal en los últimos días del mundo, según el libro bíblico del Apocalipsis. Pues bien, la guerra en Ucrania, las amenazas de Putin, las declaraciones de Biden, las payasadas de Zelenski​ (cuyo abuelo se llamaba Semen) y el circo de la OTAN, traen de regreso el viejo temor de la hecatombe nuclear que acabará hasta con el nido de la perra, para que sólo reinen sobre la faz de la tierra los escorpiones y las cucarachas. Pues bien, lo anterior es nada para la derecha colombiana y el Centro Democrático, porque todos los males de Colombia y de la humanidad tienen un solo culpable: Gustavo Petro.

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Colombia tiene más ricos que algunos países europeos y más pobres que 30 de los 54 países africanos. Sin embargo, aupados por los medios tradicionales que funcionan como “correa de transmisión” del poder económico, cuya cara más visible es el poder político, los “nuevos perros guardianes” le ladran a todo lo que les huela a Petro y a progresismo. Porque para ellos ‘desarrollo’ -demos por caso- es hacer carreteras con la plata de las pensiones y entregarlas en concesión a sus constructoras, con puentes que se caen y salvan sus aseguradoras, túneles que se bloquean y despejan sus maquinarias, y peajes que se cobran sí o sí, a través de sus empresas de recaudo. Por eso cualquier asomo no de cambio sino de pérdida de sus privilegios, se ataca con descaro desde los más absurdos argumentos.

Serge Halimi de quien recojo varias ideas, se refiere a los “periodistas orales”, esa saga infausta de comunicadores que basan su eficacia en la superioridad impuesta, en la nula contrastación de fuentes como hecho predeterminado de sus sesgo, de su periodismo tendencioso, de su ejercicio acomodado que ejercen con la altanería propia del lavaperros que se cree patrón, su servilismo a ultranza que disfrazan de opinión imparcial y su calculada vocería de quienes ostentan la riqueza producto de la histórica explotación privilegiada. En suma, una horda de lameculos prepagos que defienden a quienes les escupen alguna esquirla de poder. Desconocen que el problema esencial de nuestro país, y de nuestros tiempos, es la supremacía del capital sobre los seres humanos y se niegan la posibilidad de intermediación.

Obras son amores, pero hay que desterrar la mentira para salir del subdesarrollo y esa debería ser una tarea complementaria del periodismo. Este gobierno, la presidencia y vicepresidencia, Petro y Francia, la bancada en el Congreso, todos los ministros y altos cargos del Estado, y en general todo el Pacto Histórico, o se ponen las pilas en términos de comunicación o se los lleva el putas; y por ahí derecho al país. Está claro que la oposición política ya no existe, ahora es mediática. No en vano varios medios se han declarado dizque en oposición, lo que riñe con los principios más elementales del buen periodismo y sus cánones fundacionales. Ahora bien, peor sería si darle carne al monstruo de los escándalos banales fuera la estrategia de prensa de la Casa de Nariño.

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No importa el tema o el escenario, la profundidad o la trascendencia, la conveniencia o la consecuencia económica, social o política, no importa absolutamente nada: la consigna es defender los intereses de los poderosos de siempre y sabotearlo todo. Amparados en el derecho a informar y la libertad de prensa, ocultan sus objetivos mostrando como negativo -de manera mezquina- lo que le conviene a sus patrones e intereses. Es un hecho que los medios deben hacer veeduría y control, poner en conocimiento lo oculto, denunciar la corrupción, incomodar al poder, etc. Pero deben hacerlo con base en la investigación, con argumentos, con análisis -en nuestro caso comparativo-, con equilibrio y responsabilidad. Nada de lo anterior se comprueba con la evidencia. Desinforman, promueven la polarización, engañan a las audiencias, mientras sus dueños mangonean desde su poder financiero y acosan judicialmente a quienes se atreven a cuestionarlos, hasta llegar al veto.

Por suerte la pandemia fortaleció los medios digitales y las redes -con todos sus bemoles y debilidades- se han convertido en el espacio de comunicación directa con la sociedad. Por supuesto, todos las utilizan, quienes pretenden informar y quienes asumen como tarea la desinformación, pero por lo menos en ellas cohabitan múltiples versiones o las diversas caras de la moneda. Cuestión Pública, 360, Consejo de Redacción, Verdad Abierta y La Oreja Roja, para citar los más reconocidos, contrarrestan la parcialidad de Semana, El Tiempo, Caracol, RCN y Blu, también para citar sólo los más vistos, escuchados e influyentes. Una cosa es que un país sea pobre -y Colombia no lo es porque tiene recursos suficientes- y otra que nuestro sistema de gobierno y su modelo económico, apoyados por sus maquinarias mediáticas, hayan sido perversamente excluyentes.

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La tergiversación es la estrategia indiscutible de quienes perdieron el poder político y ahora desinforman para generar -además de ruido en la comunicación-, una peligrosa polarización que pareciera haberse tomado el mundo como maniobra electoral; lo que se desconoce es cuál es o será la estrategia del gobierno Petro frente a esta avalancha de sandeces ancladas en lo pasional, lo violento y debe decirse, la vulgaridad rampante de quienes se valen incluso de lo personal, de lo íntimo, de lo estrictamente esencial para atacar y hacerse de nuevo con el poder. De hecho, no hay un vocero oficial, aunque sí un consejero de Información, entidad que fusionó las consejerías de Prensa y Comunicaciones.

Como si la invisibilización de una estrategia de comunicaciones fuera poca y aunque el presidente Gustavo Petro siga comunicándose con Colombia a través de Twitter y trinado como si aún fuera senador o candidato, llega al Congreso un proyecto para democratizar los medios que les cae de perlas a los opositores que de entrada lo consideran peligroso para la libertad de prensa. Resulta paradójico que cada vez que se critica a la gran prensa nacional, ella reacciona con el argumento falaz de que es ataque directo a la libertad de expresión; sería como si cada vez que se ataca al presidente Petro fuera un ataque a la democracia. No. Debatir es una forma efectiva de convencer, pero no con la descontextualización como regla, con la superficialidad de la inmediatez como norma y la tiranía del rating como mandato para recoger dividendos económicos y políticos.

No nos engañemos, los medios de comunicación en Colombia y en el mundo son negocios privados con fines de lucro, con intereses políticos, con posiciones ideológicas, con poderes diversos, que en medio de todo proveen un derecho: la comunicación. Democratizarlos es un imperativo, porque nadie es dueño absoluto de la información. Y no se trata de expropiar -por si alguien ya leyó lo que no se ha escrito-, sino de abrir más espacios que generaren equilibrio informativo. Es preciso abandonar ese rancio colonialismo de considerar o creer como verdadero, insustituible e indiscutible lo que nos ha sido impuesto, la mayoría de las veces, a punta de sangre, fuego y babas.

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