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Matador y Rentería

Matador y Rentería

Especial para 90minutos.co

La violencia de género no existe, y digo que no existe simple y llanamente porque la violencia no tiene género. Hay personas –independientemente de su sexo– que resuelven sus conflictos de forma violenta y personas que no, y porque haya algunos hombres violentos no podemos criminalizar a todo el género masculino.

Felipe Mateo Bueno - Especialista en Derecho Penal y de Familia

Dos casos de violencia en contra de la mujer sacuden al periodismo nacional y a la mojigatería y doble moral de un país que se deleita viendo arder en la hoguera virtual a quien ha logrado sacar la cabeza de este atolladero; la pérdida de sus empleos del caricaturista de El Tiempo Julio César González Quiceno, más conocido como Matador; y de Oscar Rentería Jiménez, periodista deportivo de El pulso del fútbol, de Caracol radio. Los suspendieron o despidieron o cesaron sus contratos; en lenguaje de la calle, los echaron, los botaron como se escupe el bagazo cuando se exprime buena parte del jugo que los llamó a sus filas. Al primero, porque el abogado Abelardo de la Espriella –energúmeno por otra caricatura en su contra–  desenfundó todo su arsenal de mezquindad arribista disfrazado de justicia para escarbar en el pasado del dibujante y atizar la hoguera de un hecho de violencia doméstica superado; y al segundo, porque los directivos de la cadena radial consideraron lesivo para sus oyentes una opinión sobre un caso de supuesto acoso de Achraf Hakimi, jugador marroquí de 24 años del Paris Saint-Germain, a una mujer de su misma edad en Francia.

Como en todos los escenarios mediáticos aquí hay cosas que no cuadran o que cuadran para descuadrar la vida de sus protagonistas. Matador es un tipo incómodo para el poder –y no me refiero al gobierno actual– para la oposición que no actúa sobre los preceptos de la inteligencia sino de la astucia no de los argumentos sino de las artimañas, no del bien común sino de los intereses particulares, en suma, de todo aquello que encarna y defiende con encono De la Espriella, un mestizo avergonzado que se cree europeo y parte de este jet set de miseria nacional. La arrogancia y sarcasmo con el que se refiere al episodio de la vida íntima de un personaje público, confirma su ética y moral deleznables. No está bien, jamás, nunca, bajo ninguna circunstancia, golpear a una mujer. Pero tampoco a un hombre. O a un homosexual, sea cual fuere su género e independientemente de cualquier condición. Pero ocurre, porque a pesar del paso de los siglos; la condición humana aún no supera la barbarie y la violencia como método para zanjar sus diferencias.

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Y entonces el país se rasga las vestiduras porque Rentería opina que una mujer de 24 años que va al apartamento de un hombre de 24 años, está en capacidad de saber, entender y manejar lo que pueda ocurrir entre dos seres humanos mayores de edad que de común acuerdo deciden estar solos en el espacio de uno de ellos. Y ese hombre es futbolista, famoso y con dinero; pero marroquí, que para los españoles y franceses es de categoría inferior. Bien nos dejó dicho el marqués de Sade que nada que no sea consentido y acordado puede suceder, absolutamente nada. Incluso si esas dos personas fueran pareja, marido y mujer, compañeros, o como quiera llamárseles; se necesita el consentimiento mutuo expresado o tácito para que ocurra lo que suele ocurrir entre dos personas que se gustan; se quieren, se aman o simplemente desean tener sexo. Y antes de hacer el comentario, el periodista advierte que tiene mamá, esposa, hija, sobrinas, etc. y que respeta a la mujer, pero invita a reflexionar sobre esas damas que buscan hombres famosos para arañar su fama y su dinero. Son cazadoras furtivas de las debilidades masculinas y las proclividades instintivas, que cambian de género una vez hacen públicas sus estrategias púbicas, mejor dicho, cambian la comedia por el drama.

Hay mujeres maltratadas, sí. Hay hombres maltratados, sí. Hay mujeres maltratadoras, sí. Hay hombres maltratadores, sí. Hay personas maltratadoras, sí. Hay violencia, sí; y esta debe combatirse para algún día erradicarse venga de donde venga y afecte a quien afecte. Así se mide el progreso de un individuo y de una sociedad. Todos en mayor o menor grado hemos cometido errores y algunos constreñido al otro con acciones inaceptables; con violencia verbal y/o física que no ha trascendido bien porque no ha alcanzado límites; o porque ocurre entre personas comunes y corrientes no arropadas por la fama. La violencia intrafamiliar, doméstica o bidireccional se manifiesta y mueve entre lo psicológico y lo físico; pero también en lo institucional, lo legislativo y lo judicial. Pero estos santos tribunales mediáticos y estas hogueras de condena en las redes sociales son una farsa; o por lo menos, una forma de expiar las culpas íntimas personales señalando y condenando a otros.

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Para citar sólo uno de los casos más aberrantes de maltrato del que poco se habla y que pareciera aceptado; baste con analizar el matoneo permanente contra la vicepresidente, Francia Márquez, un maltrato psicológico del que medio país se burla todos los días. Por negra, por su manera de hablar y vestirse, por su pasado y su presente, por el lugar donde vive y por cómo se transporta. Una cantidad de sandeces que obvian lo que verdaderamente importa: su valor, su compromiso, su condición de madre soltera y mujer luchadora y valiente; su inteligencia elemental y profunda y todas las virtudes que la hicieron merecedora de ser la única mujer latinoamericana incluida en el grupo de las 25 mujeres más influyentes del mundo. Si tratarla como la tratan en los medios y en las redes no es maltrato, entonces como sociedad estamos equivocados y aceptamos unas formas de violencia y condenamos con revictimización otras.

A Matador y a Rentería los condenaron al escarnio público, colgaron sus cabezas como escarmiento; los lapidaron en redes con insultos desde el anonimato y todo esto ocurrió; porque son figuras públicas que sirven para lavar la imagen de los medios a los que pertenecían; que necesitan revalidarse y de paso sacar del juego a quien incomoda por su pensamiento crítico a través de sus trazos; y a quien les cuesta mucho y del que acaso no obtienen gran rentabilidad. Cada vez matan menos periodistas, le comentó un reportero a Alfredo Molano alguna vez cuando lo entrevistaba por su exilio. El hombre de la mirada infinitamente triste le respondió con una sentencia lacónica: es que cada vez hay menos. La mayoría de los periodistas son estafetas y guardianes del poder, lacayos y mandaderos de sus patrones, y por sobre todas las cosas, piezas reemplazables del sistema. Matador y Rentería han hecho cosas más graves que las que suscitaron la pérdida de sus empleos, pero esta sociedad necesita condenados para expiar sus culpas y saciar su morbo; y sus verdugos, razones para justificar su voraz albedrío capitalista.  

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