“Con el pucho de la vida apretado entre los labios,
la mirada turbia y fría, un poco lento el andar.
Dobló la esquina del barrio, curda ya de recuerdos,
como volcando un veneno esto se le oyó cantar.”
Rolando Laserie
Absolutamente todos sabemos que las grandes empresas y marcas no levantaron sus emporios vendiendo productos, sino conceptos. Coca-Cola es la chispa de la vida y el amor en Navidad, vende felicidad y optimismo; Apple, estatus social; Microsoft, individualidad y comodidad; Rolex no vende relojes, vende joyas exclusivas, nadie va a pagar tanto por mirar la hora; Starbucks es un espacio para socializar y trabajar, no sólo para beber café; Nike es comodidad, tecnología y rendimiento; Adidas, vende actitud, fuerza y motivación; y las mantequillas venden unión familiar en la mañana... y todas las marcas no venden lo que venden, o mejor, venden a través de lo que venden conceptos para vender. Tommy, Lacoste, Gucci, etc. Y en Cali hay una que vende más que licor y diversión: se llama La 40 y es una calle por la que transita el regocijo y la alegría que generan el compartir.

No tengo la más remota idea si el nombre surge del tango Las cuarenta, una composición de Francisco Gorrindo con música de Roberto León Grela, que fue cantado por primera vez por Azucena Maizani en 1937 en el Teatro Nacional de Buenos Aires. Tras varias versiones que incluyen la del gran Francisco Canaro, 20 años después se vuelve bolero antillano, incluido a última hora y por física necesidad en el álbum Sabor (1957), de Rolando Laserie, que se convierte en clásico e identidad del artista. Una profunda reflexión sobre el bien y el mal, pero, sobre todo, sobre la casa, la calle y el barrio como punto de partida y regreso después de trasegar por la vida. Cantar las cuarenta deviene del tute –un juego de cartas– pero la cultura lunfarda lo asumió como decir la verdad a toda costa. Lo cierto es que el nombre deriva de la Calle 40 de Yumbo, paralela a la 70 de Cali.
Pero volvamos a Cali, o mejor, a Menga, el sector que reemplazó a Juanchito como epicentro del goce en la Sucursal del cielo. Es el destino de todos los espacios: el cambio social. Unos con el paso implacable del tiempo pasan de zona rosa a zona roja; otros se convierten en referentes temporales; y algunos se instalan en esa categoría de los clásicos que sin importar el lugar o su contexto se buscan porque son inigualables. Desde que Cali, Palmira y Candelaria se tiraron la pelota de las responsabilidades compartidas y un invierno tenaz inundó discotecas y moteles de Juanchito, –que ya estaban ahogados con tanto retén que buscaba el ají y no la seguridad de los ciudadanos–, Yumbo dio el zarpazo y se quedó también con las empresas del esparcimiento.

El más reconocido de todos los espacios de La 40 es Living, un sitio que se proyecta como el concepto de la fiesta viva y en honor a su nombre, llena la vida de experiencias ancladas en la música crossover, ese sancochito sabroso que a todos gusta porque a todos complace. Puede saltar de un clásico de salsa a un tropicalito decembrino de esos que se bailaban con las tías o a un rock en español de esos que ahora hacen parte de la mal llamada “hora loca”, que no es más que la patente de corso para desabrocharse el alma y darle rienda suelta a la añoranza. Nada de locura, más bien cordura amarrada al pasado nostálgico en un lugar diseñado con perspectiva y comodidad. Una parte de este gran escenario que ya se instaló en el corazón de los rumberos caleños que reclamaban otros espacios tal vez más incluyentes, pero también más específicos. Los tiempos cambian, también las generaciones y sus bandas sonoras.

Tibiritabara es otro nivel. Es la discoteca para los amantes de la salsa. El museo auditivo para quienes disfrutan de un fenómeno musical surgido en Nueva York y del que aún no se ha escuchado toda su producción. Si Cali es el museo vivo de la salsa, este es el escenario por donde desfilan sus sobrevivientes y los que con su gusto y sabrosura harán que perdure en el tiempo, que se eternice. El origen del término se lo disputan cubanos, mexicanos y argentinos, lo cierto es que lo popularizó con su voz y su baile Daniel Doroteo de los Santos Betancourt, junto a la Sonora Matancera en los años 50, más conocido artísticamente como Daniel Santos, el Jefe, el Inquieto Anacobero. Tibiritabara es un estar relajado, en las nubes y el sopor de la rumba, fiesteando, bailando, por lo regular música caribeña.

40 Copas es banda, cantina y algo más. Y ese algo más es vallenato. Sí señores, la música de Francisco el Hombre bajó del Atlántico al Pacifico y se instaló en la planicie bañada con salsa. Baladas sesenteras y despecho, carrillera o cualquier otro nombre o género de todas estas, músicas populares evocadas y cantadas por cualquiera que tenga pasado y sentimientos. Que se cantan y se gozan con bebidas espirituosas a corazón abierto. Hoy sabemos que en la Antigüedad cuando la ciencia y la fe no tenían límites claros y definidos, el 40 no era un número sino una hipérbole: significaba “muchísimos”. Y 40 Copas es mucho. Jesús estuvo cuarenta días en el desierto siendo tentado por el Diablo. Después de resucitar, estuvo cuarenta días entre los hombres predicando antes de su ascensión. El diluvio fue cuarenta días y cuarenta noches. Jonás predicó a Nínive por cuarenta días. La cuaresma y la cuarentena son cuarenta días. En fin, 40 Copas es muchísimo.
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Y como el apetito espiritual y otros apetitos necesitan además de combustible placer, en este clúster de la diversión, en este distrito de la rumba que alberga un conjunto de lugares que conforman este universo real maravilloso, emerge Rosa Negra, un restaurante que además de su exclusiva oferta gastronómica incluye shows para el deleite de sus comensales. Esta flor es sinónimo de exclusividad, de elegancia, aunque por supuesto también están ligadas al luto, pero de alguien muy importante y trascendente. Muerte sí, pero de la tristeza. Amor eterno y para siempre para el compartir con quien se quiere. Amores complejos, pero inolvidables. La rosa negra destaca por pasiones desbordadas y en La 40 los únicos límites los impone la responsabilidad. No son lugares, son conceptos. No son espacios, son ideas. No es una calle, es un camino por el que transita la diversión.
Me cuentan que se avecina Jangueo, la nueva casa del perreo. Lo escucho y lo creo, porque nada veo que sea tan feo como no dar cabida a todos los del fiesteo. Pero de esto no escribo, porque yo poco verseo y me parece un jaleo meterme donde no ‘debeo’.
Me alejo y a lo lejos Rolando Laserie canta:
Vieja calle de mi barrio donde he dado el primer paso
Vuelvo a ti doblado el mazo en difícil barajar.
Con una daga en el pecho, con mi sueño hecho pedazos
Que se rompió en un abrazo que le diera la verdad.
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