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¡Escúchalo Rubencito!

¡Escúchalo Rubencito!

Especial para 90minutos.co

“Espero que nunca se dejen vencer por la indiferencia.

El futuro del mundo entero dependerá de eso”.

Rubén Blades

Dice que en su país conocen más a Pedro Navaja que a él. Bueno, lo mismo dijeron Marcel Proust, de Madame Bovary; y Sir Arthur Conan Doyle, de Sherlock Holmes. Y que siempre está pensando en nuevas cosas, porque a los 73 años sería terrible seguir cantando sólo Pedro Navaja en las presentaciones. Son esas explosiones deliberadas de humildad que se abogan los genios para acrecentar su grandeza. Su vida y obra son sin duda una leyenda latinoamericana y por eso el Latin Grammy como Persona del Año se queda corto. Es el salsero (y es mucho más que eso llamado salsa) del siglo. “Nadie en la música tiene tu obra literaria” le dijo René Pérez, Residente en Calle 13, cuando electrocutado por la emoción le entregó el galardón. Con más de cinco décadas de carrera, el panameño -de padre colombiano y madre cubana-, prepara un libro autobiográfico, otro de poesía, trabaja en la producción de dos discos nuevos y en la séptima temporada de la serie de televisión Fear the walking dead. Y cómo hace tantas cosas, le preguntan. El responde con una contundencia demoledora: “El que tiene más pasado que futuro que organice su tiempo”.

Es un narrador de historias natural. Lo que pasa es que nació con la clave musical en la médula. Hasta los tuétanos. No en vano su gran amigo Gabriel García Márquez -que sólo anteponía sus discos a su biblioteca-, hizo pública su admiración el 1 de diciembre de 1982, en una columna escrita para El País de España: “Nada me hubiera gustado más en este mundo que haber podido escribir la historia hermosa y terrible de Pedro Navaja”. El mismo piropo le echó a Adolfo Pacheco, por La hamaca grande; y a Tite Curet, por Plantación adentro, que interpretó Rubén Blades. Cosas de genios y de la esquiva creatividad. “Daría la mitad de mis canciones por uno solo de sus versos”, apuntó el español Joaquín Sabina, más mesurado en sus elogios que el cataquero. Rubén se refiere a Gabriel. Así, en confianza. Fueron panas por fuera de lo público. La columna en mención fue publicada 10 días antes de recibir el Nobel de Literatura en Estocolmo y 52 días después de que la Academia Sueca se lo anunciara. Aún no andaban tantos Gabos y tantos Blades por el mundo.

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Rubén es un tipo sencillo. Prepara su café. Saca la basura. Va al gimnasio. Se mueve en el Metro. Camina. Absorbe la ciudad. Vive solo. Las mujeres de Nueva York no han dejado de deslumbrarlo desde que tenía 25 años. Todas le resultan interesantes. “Hay gente que yo conozco que viven felices ¡O son muy buenos actores! Yo siempre lo he encontrado muy difícil”. Lo que pareciera dársele sin problemas es la versatilidad. Blades, el abogado Magíster de Harvard, el músico, el compositor, el productor, el cantante, el actor, el político… bueno, nadie es perfecto, el padre… tampoco le fue bien en ese rol, le apareció un hijo ya grande (39 años) hace siete y con nieta; luego de reconocer que se había perdido mucho tiempo, le manifestó que aún era posible ser amigos. Recuerda que García Márquez alguna vez lo llamó a su casa en NY: "Tú eres el desconocido más popular que yo conozco". En ese momento todos sabían algo de él, pero no todo. Hoy se define apenas como un cronista de la música y un defensor de la cultura popular. Y se sabe casi todo de su vida.

En una anécdota jamás confirmada por el autor de Cien años de soledad, se cuenta que en un encuentro el periodista bogotano Roberto Pombo llevaba un libro de crónicas sobre el regazo y que éste le increpó: “Bota eso, si quieres aprender periodismo mejor escucha las canciones de Rubén Blades”. Si como afirmaba Gabo la crónica es un cuento que es verdad, pues las canciones del poeta de la salsa son capítulos de una novela en tono de crónica que transcurre en Hispania, su lugar mítico, su Macondo, donde habitan sus personajes más emblemáticos. “Yo no conozco a mis personajes totalmente porque sólo he descrito pedazos de su vida, pero hay muchas conexiones entre ellos que apenas estoy descubriendo ahora”. Si bien nunca ha estado bajo la sombra de nadie y ha construido su propio sol, reconoce que la música es un trabajo colectivo. Admiró e imitó a Cheo Feliciano. Eso le sirvió para que lo escucharan en una audición. No hay originalidad completa o total en nada. Los referentes e hibridaciones hacen parte de la dinámica de la creación y en la sonoridad, aún más. Su voz es otro instrumento, de toda la orquesta de los que interpreta.

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Pancho Cristal, productor que le dio la oportunidad y que inmortalizaran Richie Ray y Bobby Cruz en la canción homónima, le permitió grabar su primer álbum From Panama to New York con la orquesta de Pete Rodríguez. El cubano de origen judío vio en el muchacho esa dualidad infalible de talento y ganas, no de fama, sino de justa inmodestia. “Necesitaba la prueba de que yo tenía razón, podía hacer cosas nuevas, debía competir y ganar en público”. Jamás pudo volver a salirse de la asfixiante esfera pública y perdió esa privacidad que aman los que ya no se pertenecen a sí mismos. Eso lo hace tan humano como los demás. Es un hombre con dos cualidades escasas: carácter y buen humor. En 1995 se negó -con habilidad- a cantar en un concierto en Cali el tema Desapariciones. “Esto es una fiesta y esa canción es un cortejo fúnebre sin cadáveres. Hagamos más bien un minuto de silencio”. Las Canchas Panamericanas ennudecieron. Sólo recuerdo un episodio de golpe de autoridad y respeto similar ocurrido ese mismo año en la rueda de prensa de la Combinación Perfecta. Los artistas rotaban con tiempo cronometrado en los cubículos asignados para cada medio. Celia Cruz fue la única que no se movió. Exclamó: “Yo estoy muy vieja para jugar al carrusel o a la ruleta”. Ordenó con su dedo índice una fila y nadie musitó palabra alguna en el salón principal del Hotel Intercontinental.

Cuando uno no olvida no tiene que recordar nada porque lo lleva adentro. En otra ocasión no se presentó porque supo que un narcotraficante de los duros pensaba ‘contratarlo’ a como diera lugar. Blades nunca ha comulgado con drogas ilícitas y sólo ha estado preso de su crónica musical. En la intro de Caína sentencia: I get not kick from cocaine. No me patea la cocaína. Una curiosa ironía porque la personificación del ‘patea’, supone control y aguante en el embale; y porque es Luis ‘Perico’ Ortiz, quien hace los arreglos de dos de sus más grandes éxitos: Plástico y Pedro Navaja. Fueron tiempos en los que en el mundo salsero llovía nieve y en los que las industrias del disco y de la cocaína se entrecruzaron en una trabazón etérea donde Nueva York era la capital, no del mundo, sino del cosmos -como aseguró el gran Edy Martínez-, y del consumo. Mientras toda su generación andaba en la fiesta perpetua y en la rumba sin límites, Rubén andaba en lo suyo. “Tenía cosas qué hacer”, afirma con picardía Ismael Miranda. Apostarle a pensar, a denunciar, a reflexionar social y políticamente. No se trataba sólo de hacer bailar. Por eso no explotó en Nueva York sino en toda Latinoamérica. “Y del monte se oye un grito, dame un chance mamá United”, canturrea en un pregón de Plantación adentro, ahora que ya todos sabemos que criticó al monstruo desde sus entrañas. “Tus canciones tienen mucha letra muchacho”, se quejaban por allá en los 70’s los productores y las rechazaban.

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Ha participado en más de 30 películas y todo ese metraje alcanzaría para contar sólo una parte de su vida y de sus obras. Su lista de canciones -la mayoría inéditas-, y los múltiples contenidos metafóricos de las mismas. Sus representaciones simbólicas. Los directores y actores de Hollywood y latinos con los que ha compartido set, grabaciones, rodajes, saberes y aprendizajes en el cine y la televisión. La   trasformación de un género primero criticado y luego valorado como punta de lanza de un movimiento poético -y político, por qué desconocerlo- con conciencia social y trascendencia ideológica que se inscribe en lo profundo de su legado testamentario. “Estudia, trabaja y sé gente primero, allí está la salvación”; entona en un pregón de Plástico. Ya era profesional cuando llamó pedir trabajo como escritor en la Fania, con la idea de colarse en esa constelación de estrellas a las no sólo no vio lejanas, sino superables. Le ofrecieron ser mensajero y no ha dejado de serlo nunca.  Ahora se gana un poco más de 125 dólares a la semana. Allí comenzó a escribir esta carta interminable arrojada en la botella de sus canciones al mar sideral de la música en el océano del tiempo. Por eso creo que el Latin Grammy se queda corto. Si la Academia Sueca de Ciencias le otorgó el Premio Nobel de Literatura al cantautor estadounidense Bob Dylan, no veo por qué no pueda ganárselo Rubén Blades Bellido de Luna, algún hermoso día soleado.

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