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El retorno de los lápices

El retorno de los lápices

Especial para 90minutos.co

Aseguró Antonio Caballero en Historia de Colombia y sus oligarquías (2018) que en nuestro país la historia se ha escrito con el borrador del lápiz. Sí, sobre todo ha sido una versión tergiversada, borrada adrede y no sólo en sus episodios más escabrosos, porque la historia –en su opinión–, es la más sesgada de las formas literarias. Y como para que no quede duda de que en nuestra historia se sigue una traza de vicios que se repiten sin cesar, habla de “nuestra inherente tendencia a la corrupción, la burocracia y el delito”. No en vano son pilares vergonzantes de nuestra historia democrática la ignorancia y la pobreza; y de nuestra actualidad, la misma ignorancia afianzada con la mentira. De ahí que se insista aquí y en el mundo académico e intelectual, que jamás la humanidad había estado tan desinformada como en plena era de la información.

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Y por supuesto no es una cuestión de escasez de información, pues nunca antes en la historia de la humanidad el volumen de la misma había sobrepasado límites insospechados en términos mediáticos; ni de economía verbal –como la del escritor mexicano Juan Rulfo o la de ciertos poetas que con un par de versos nos refieren el universo y nos hacen repensar la existencia–; sino de una insuficiencia en los principios básicos de la lectoescritura producto de una calculada manipulación que lo pervierte casi todo, porque estamos inundados de analfabetas técnicos, de personas que en teoría saben leer y escribir, pero que no sólo no lo hacen, sino que se jactan de no hacerlo, de no escribir bien ni siquiera un mensaje de WhatsApp y menos leerse un libro.

Podría alguien considerar la anterior una apreciación injusta, porque el buen periodismo pervive como la necesidad cavernícola de contar historias alrededor del fuego. Es probable que los criterios de noticiabilidad suelan estar más del lado de lo intrascendente y las audiencias insaciables –amaestradas para consumirlos–, pidan más y más de lo que menos importa. Pero siempre habrá un puñado de inactuales dispuestos a narrar con pasión y otro tanto a leer con fruición. Esa antropofagia mediática, por supuesto, encierra otros fenómenos como la incoherencia social, la incongruencia moral y la inconveniencia económica, sin embargo, no ha podido socavar la compleja simplicidad de disfrutar un buen texto que nos sumerja en una historia apasionante y verídica.

Pues bien, El retorno de los lápices. Periodismo, prosa y algo más (2022) es una muestra de cómo a pesar de dicho avasallamiento de la tecnología, el periodismo escrito bien elaborado –con creatividad, análisis y experimentación de posibilidades narrativas y estructurales– es un insumo básico que se alinea con aquellos con los que se erige la historia; y al margen de los vertiginosos cambios en los modelos de producción, narración y difusión de la industria mediática, la narración excelsa sigue conquistando a las audiencias contemporáneas. Una antología –como todas incompleta e injusta– presente en la Feria Internacional del Libro de Cali y sobre la que dialogaremos con Juan Carlos Romero el jueves 20 de octubre en la carpa GEUP (Grupo de Editoriales Universitarias del Pacífico) entre la 5:00 y 5:45 pm.    

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Todos los compilados en el libro –19 en total, con igual número de historias– son egresados de la Universidad Autónoma de Occidente en Cali y febriles periodistas que se niegan a escribir para el olvido, a los que la pirotecnia tecnológica no les ha hecho prescindir del fuego creativo, ni el resplandor de una pantalla, del refulgente brillo de una frase memorable. Son esas plumas excelsas cada vez más escasas, esos lápices que retornan ahora con más años y más oficio, con más canas y menos pelo –en algunos casos–, con hijos de carne y hueso y de palabras, con más recorrido y menos vanidad, con más experiencia, pero con el mismo ímpetu por el arte de narrar, de contar historias y conmover con un tipo de periodismo que más que producir contenidos para venderse a puntas de likes, se preocupa por generar sensaciones y apasionar lectores.

Catalina Villa, Gerardo Quintero, Lina Álvarez, César Polanía, Ana María Ramírez, Valentina Parada, Guido Jácome, Paola Gómez, Mateo Uribe, Ana María Saavedra, Valentina Echeverri, María Fernanda Lizcano, Rodrigo Rodríguez, Ximena Serrano, Marino Aguado, María Antonia González, Sonia Giraldo, Jair Villano, Juan Carlos Romero y quien les escribe, creemos en la humanización del periodismo y de sus historias, porque no es una cuestión de máquinas, sino de seres humanos sentipensantes, como nos dejó dicho el maestro Eduardo Galeano. Un periodista se forma mientras informa. O se deforma, si no es un adicto a la investigación. Si no es un enfermo del dato y de la cifra. Si no lee y tiene referentes. No se aprende periodismo sólo en la academia, allí se funden las bases, pero la edificación de esa prisión libre se levanta en la calle, en el diálogo cotidiano con la gente, en las lecturas y hasta en las noches de bohemia donde se piensa que es posible cambiar el mundo y se garabatea luego solitario en la sala de redacción.  

Por eso al periodismo lo salvan los inactuales en medio de esta carrera frenética hacia el desarrollo, que relega también al progreso. La promocionada transformación digital pasa más por el cambio de mentalidad, que por la permanente actualización tecnológica. La cibernética –nadie puede negarlo– facilita algunas cosas, pero no podemos convertirla en el nuevo Dios que todo lo soluciona. Es incuestionable que los medios de comunicación deben hacer saber lo que pasa, el problema es que se dedican sobre todo a hacer creer y a hacer sentir superfluo, con muy poco criterio y bajísima investigación en procura de acercar al conocimiento. Hay excepciones por supuesto y suficientes como para creer que el buen periodismo no sólo sobrevivirá a tantos avatares, sino que se fortalecerá gracias al advenimiento tecnológico que difumina los trazos del lápiz censurador.  

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Poco a poco la sociedad ha caído en la quimérica ilusión de las redes donde ver es comprender y asistimos impávidos a la imposición de los criterios emocionales desnudos como superiores a los argumentos racionales. La posmodernidad ansiosa persigue el señuelo implacable de la tecnología con una asombrosa pasividad. Ya casi nada escapa a una cámara, todo queda grabado, la tecnología ha creado un mundo esquizofrénico en el que entre el individuo y lo global no hay nada, sólo impacto mediático. La diferencia entre lo normal y lo anormal se diluye en darle a la gente lo que quiere, no importa lo que sea. La inteligencia y la habilidad, ahora se le endilgan a los aparatos y a las corporaciones. El modelo se repite y las ideas desechables se viralizan sin encontrar el camino al pensamiento crítico y eficaz.

Los escritores y sus textos compilados en El retorno de los lápices. Periodismo, prosa y algo más (2022) develaron el alma de los hechos que relataron. Los llenaron no sólo de datos, sino de sentimientos. No se limitaron a contar, sino que narraron desde la explicación llana y la riqueza del lenguaje. Su mirada particular la convirtieron en interpretación y la soportaron con argumentos. De ahí la promesa cumplida del subtítulo. Finalmente, como en la vida, la felicidad no es el libro mismo, sino cómo lo disfrutas, cómo lo abordas, cómo juegas o sufres con él, cómo viajas a sus lugares, cómo lo recorres, cómo lo conoces y reconoces, cómo sueñas que eres el que admiras, y puede que ya no esté, pero te hace feliz. Todos cordialmente invitados a la presentación de este libro que, en la más contradictoria, absurda e ilógica realidad anclada únicamente en lo financiero, para un viejo romántico como el compilador y autor de esta columna: es digital.

Como 18 de estas historias son ajenas, las recomiendo. Son interesantes, divertidas, profundas, pero –ante todo– bien escritas.

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