“Es hermoso escribir porque reúne las dos alegrías: hablar uno solo y hablarle a la multitud”.
Cesare Pavese
Un dato revelador escuchado en la radio en las primeras horas de la mañana de cualquier día de mayo de 2021 me arrojó a un viaje que terminó convertido en libro. El presidente del Grupo Argos (un conglomerado económico que con casi un centenar de negocios rinde homenaje al gigante de cien ojos de la mitología griega) aseguró en una entrevista que “el mercado de valores de Nueva York mueve 500 millones de dólares por minuto. Toda Colombia, entre 35 y 50 millones, en todo un día bueno”. En medio de la terrible enfermedad que debimos padecer por aquellas calendas: la infopandemia y el frío recalcitrante de mi pueblo, la cifra de Jorge Mario Velásquez me dejó congelado. Era lo único diferente a la infobesidad provocada por unos medios que no hablaban de otra cosa que no fuera el bicho aquel del ser quiróptero que no era Batman. El dato era un abismo entre una ciudad y un país. Entre la Capital del mundo y una nación donde la riqueza está más concentrada que la esencia del pachulí: el 10 % de nuestra población concentra entre el 70% y 80% de la riqueza, mientras que el 50 % inferior apenas posee cerca del 1%.
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Emergió entonces el viejo ofrecimiento de un amigo que varias veces me había dicho que debía conocer Nueva York. Él lleva varios años en la Gran Manzana y lejos estaban los primeros años de su pesadilla con el sueño americano: de comer sólo una sopa instantánea de tres dólares al día y dormir meses en un sofá o en un sótano húmedo y oscuro. Adaptado, ubicado y metido en la dinámica de una ciudad donde se vive para trabajar y no se trabaja para vivir, insistía en su invitación con el consabido: “compadre, compre el pasaje y no se preocupe por nada más”. Y se compró. En cada conversación se sentía la nostalgia del gran amigo por la distancia y la ilusión no tardía de hacer dinero para enviar remesas, adquirir finca raíz, poner un negocio, regresar a la tierrita y vivir de la renta en Colombia. Yo ya conocía Estados Unidos y lo cierto era que mi percepción no era muy favorable. Miami u Orlando son otro cuento que dista además de kilómetros, de lógicas y características opuestas a las que motivaron el libro del que hablaré o esta columna. Muchas diferencias en términos de movilidad, sistemas de transporte, diversidad étnica, comercio, turismo y un etcétera más largo que todos los puentes de Nueva York unidos y puestos en fila india.
De modo pues que, evocando a Juan Rulfo y su magnífico cuento Diles que no me maten, sentí unas ganas de viajar y conocer esta ciudad comparadas sólo con las ganas de vivir que puede sentir un recién resucitado. La verdad complementaria era que también quería escupir de mi vida y de mi memoria la relación con una oscura mujer murciélago cuya toxicidad se acerca a la de aquel 19. Y se logró. Quedarse es otra forma de partir nos recuerda una lacrimógena balada sesentera, pero lo que yo quería era tragarme el mundo para que ese miserable no me engullera. Irme bien lejos para comprobar que el desamor y desprecio que ahora sentía eran apenas otro escupitajo en la inmensidad de babas del amor romántico y no racional. Y como la vida es sueño y realidad, mientras releía La llama doble de Octavio Paz, Los amores difíciles de Italo Calvino y La puta de Babilonia de Fernando Vallejo, cayó en mis manos el libro La salsa en tiempos de nieve. La conexión latina Cali-Nueva York (1975-2000) del profesor Alejandro Ulloa Sanmiguel. Y esa fue la estocada. Un recorrido serio, investigado y apasionado por dos ciudades y tres fenómenos: la migración, la salsa y el narcotráfico, que me soplé en tres enviones y me dejó con un embale por Nueva York que debe ser lo más parecido a un viaje sideral.
Se sumaban razones para viajar y comenzaban a surgir algunas para investigar más y tratar de escribir algo. Algo que comenzó con la idea de escribir un par de columnas para el blog Sobre verbos del Noticiero 90 Minutos y que después de un verano y un invierno en Nueva York terminaron convertidas en una saga para la edición digital del medio regional, idea que surgió de la cabeza brillante del jefe de redacción del medio en cuestión Gerardo Quintero. Un año después escribiría en el prólogo: “Licha –así me dice- volcó un torrente de sensaciones con esa naturalidad que suelen tener los grandes escritores. Estas crónicas tienen la nobleza de quien se acerca desprevenidamente a un espacio que no conoce y con ojos de niño curioso nos conduce por una historia pasada y nos confronta con las realidades actuales de una ciudad monstruo de más de 20 millones de habitantes donde los caleños se las ingeniaron para construir un pequeño ‘Cali York’ en Queens, el más grande los cinco distritos que conforman la Babel de acero y el más diverso del mundo en términos étnicos”. Amigo entrañable el viejo Gerard.
Disculpe usted querido lector que aún no le haya dicho que el libro se llama Si en Nueva York llovía en Cali no escampaba. Migración, salsa y caína. Y que ya está a la venta. Una serie de once textos que se mueven entre la columna, la crónica, el perfil y el periodismo literario. Pero volvamos a Gerardo, que habla tan bien del libro y del autor que a veces pienso que escribió el prólogo pensando en otro texto y en otra persona: “Se trata de once historias que subvierten la columna de opinión. Digamos -para no detenernos en definiciones acaso pseudoacadémicas- que pueden ser once columnas ‘acronicadas’ u once crónicas ‘acolumnadas’ -donde se cuela un perfil demoledor-, en las que la ‘nieve’ aquella y el frío de la migración siempre parecieran estar presentes, pero en las que en cada párrafo se enciende ese fuego del gran narrador que habita en este hombre cargado de una pulsión periodística y, claro, narrativa”. Lo dicho, un amigo hasta los tuétanos y las entrañas.
La idea del libro se cuajó con Alejandro Aguirre, un cronista de tiempo completo ahora metido en la edición y publicación de libros. Eso que parecía se iba a perder en medio de la fugacidad televisiva o virtual merecía migrar al papel y quedar para la posteridad como testimonio vívido de lo vivido. Publicadas la mayoría entre las ultimas semanas de diciembre de 2021 y las primeras de enero de 2022, corrían el riesgo de perderse en medio del fragor de la rumba decembrina y de esa extraña burbuja en la que se introducen los caleños cada final de año para olvidarse de todo e ilusionarse con todo. Otros textos, como los del profesor Oscar Osorio y que pronto verán la luz como Allende el mar: crónicas migrantes, sirvieron de inspiración para este volumen que llega en blanco y negro para pintar un tridente policromático que no desaparece: la migración, la salsa y la cocaína. Algo de lo que primero hablé conmigo y ahora pueden escuchar y ver ustedes, pues un código QR en el libro permite ver las fotografías que congelaron para siempre algunos momentos en Nueva York y que me dictaron frases y personas inolvidables.
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