Por Gerardo Quintero Tello
@gerardoensusalsa
“Ahora quiero cantarle a mi padre que está viejo
Largos años de consejos, él ha sabido brindarme
Sus manos llenas de callos reflejan tanto trabajo
Siento que es poco lo que hago con este humilde homenaje”
Corría 1981 y ya pocos recordaban a Óscar Emilio León Simoza, un reconocido taxista que una década antes andaba cruzando las avenidas de una Caracas brillosa, donde se veía el dinero que dejaban las regalías petroleras. Óscar Emilio resaltaba por su sonrisa que contagiaba a todos sus pasajeros, las buenas maneras y si estaban de suerte, ese día, mientras durara el trayecto, Óscar les interpretaría algunas canciones de moda o por qué no, algún ‘numerito’ de uno de sus grandes ídolos: el gran Benny Moré.

Pero no lo olviden, era 1981 y ese mismo hombre ya no era Óscar Emilio, ahora se llamaba simplemente Oscar D’León, el más grande artista salsero que ha dado el hermano país y sin duda uno de los dioses del olimpo salsero terrenal que aún conserva intacta su voz y su inagotable energía.
El 27 de noviembre del año pasado estuvo en Cali, fui a verlo con mi amiga Lina Jaramillo en la Carpa de la 66, me sorprendió su figura imponente, su buen estado físico, su fortaleza en tarima a pesar de sus casi ocho décadas. Con el mismo vigor que le conocí en una presentación icónica en el estadio Pascual Guerrero a mediados de los ochenta, ‘El faraón de la salsa’ tomó el micrófono, ordenó a sus músicos, hizo un par de acordes con su bajo y arrancó una descarga musical que no terminó sino una hora después.
Oscar no paró, no se sentó, no se detuvo un minuto a contemplar, a charlar, a hablar, a contar, solo hizo lo que mejor saber hacer: ‘poner a gozar a los rumba rumberos’.
Gobernó la tarima como solo saben hacerlo los más grandes artistas. Un público extasiado no sabía cómo expresarle su admiración. Mientras cantaba, Oscar bailaba ya no con la misma velocidad de antes, pero sí con el saber del veterano rumbero que sabe lo que hace.

Y tal vez, solo tal vez, mientras sus ojos se clavaban en ese público caleño que dudaba entre bailar, aplaudir o llorar, pudo haber un momento en que los recuerdos del caraqueño nacido el 11 de julio de 1943 en el popular barrio Antímano, afloraron sin reservas y se trasladaron a esos primeros años de su vida cuando su padre Justo León le ponía a escuchar los viejos acetatos del ‘Bárbaro del ritmo’, Benny Moré, también las guarachas de la Sonora Matancera y las descargas africanas de Miguelito Valdés, ‘Míster Babalú’ que sonaban a 33 revoluciones por minuto.
Y es que el viejo Justo, el albañil, ‘el arquitecto del barrio’, fue un bongosero de corazón, y aunque en la familia de Óscar había un gusto natural por la música y su mamá se daba sus mañas para la interpretación y otro tío tocaba la guitarra, fue su padre Justo el que le transmitió la herencia musical y por eso nunca ha dudado en decir que su padre y él eran como dos gotas de agua, lo más parecido que pudiera haber.
“Padre tú que has dado tanto, que yo debo agradecerte
Rendir honor a tu nombre, porque feliz quiero verte
Hombre de tantos combates para darme educación
Y siento en el corazón, que las gracias debo darte”
En 1981, cuando ‘El diablo de la salsa’ ya era un exitoso artista y atrás habían quedado las esforzadas horas manejando taxi en la calurosa Caracas, los recorridos escolares conduciendo un bus y los turnos en la fábrica de la General Motors, Óscar decide hacerle un homenaje al viejo Justo.
De seguro mientras se preparaba para grabar uno de sus primeros álbumes con la Orquesta La Crítica, nuevamente sus nostalgias se reavivaron como llamas fugitivas hasta llegar a ese momento sublime en que Óscar llora recordando a su papá.


Y es que en 1981 apenas habían transcurrido ocho años desde que las puertas de un inesperado éxito se abrieron para el caraqueño. A los 30 años, mientras conducía taxi, seguía persiguiendo un sueño esquivo que se topaba con semáforos en rojo y azarosos trancones que parecían conducirlo a otras rutas y otras tierras. En medio del sofoco de las carreras, Óscar tocaba el aro de los volantes llevando la clave, pero cuando no había pasajeros sacaba su campana y la ponía en el piso para armonizar los sonidos que provenían del radio del auto.
Pero por fin, en 1973, un junte maravilloso con el trombonista César Monje, Cheíto, Chuíto y luego Vladimir, entre otros destacados músicos, dio origen a una de las bandas venezolanas más reconocidas en el mundo salsero: La Dimensión Latina.

Por fin las trasnochadas, los esfuerzos, las decisiones inesperadas porque incluso pocos saben que la destreza del ‘Óscar de la salsa’ no era ser cantante en sus inicios. En una pequeña agrupación que integraba tocaba su famoso contrabajo y también las tumbadoras, pero la necesidad lo llevó al canto. Y todo ocurrió como suelen suceder las increíbles historias de los grandes artistas porque en el bar ‘La Distinción’ donde el pequeño conjunto hacía sus toques despidieron al cantante y Óscar, ante la inminencia de que echaran al resto de la banda, se ofreció para cantar. ‘Total para nada’, recordaría luego ‘el negrón’, porque terminaron sacándolos a todos al poco tiempo, pero como no hay ningún hecho que no tenga una consecuencia, esto se convirtió en el gran motor para que al mes de la intempestiva salida de la cervecería, Óscar fundara la Dimensión Latina.
Toda esa fuerza, perseverancia y amor por la música que había aprendido del viejo Justo lo llevaron a crear la orquesta que tuvo de inmediato su primer gran éxito ‘Pensando en ti’, incluido en un álbum que curiosamente, ante la falta de suficientes canciones, tuvieron que compartir con El clan de Víctor.
Y fue al saxofonista y jazzista venezolano Víctor Cuica, ante la indecisión de cómo bautizar a la novel banda, al que se le ocurrió proponer como nombre ‘La Dimensión Latina’, distintivo pegajoso que recordaba al movimiento que ‘azotaba’ a Nueva York con nuestra ‘cosa latina’ y que fue aceptado por todos. Ese mismo año, Óscar tomó una ‘dimensión’ grandiosa. Fueron invitados para ser la banda principal de un crucero y al regreso ya tenían contratado toque de carnaval en Maracaibo, la gloria estaba cerca. Y mientras tanto, don Justo y doña Carmen Dionisia seguían orgullosos los pasos de su único hijo.
Y es que como dice el escritor e investigador musical César Pagano al describir a Óscar, la voz potente, brillante, de bello timbre, muy buena dicción y ritmo incomparable terminó imponiéndose en un momento en que era muy difícil entrar en un mercado salsero dominado por los puertorriqueños y ‘newyorricans’.

Dos años después,1975, se convierte en un año brutal, que consolida el grupo y que proyecta a Oscar D’León en el concierto internacional de soneros. ‘Llorarás’, un tema sacado de la galera del sombrero en los últimos instantes, se convirtió en uno de los más grandes éxitos en la historia de la salsa. Justamente con la interpretación de ese disco arrancó ‘El diablo’ su presentación en Cali de noviembre del 2022. Un clásico de la salsa que nació de la inspiración de Óscar que entró de relleno, pero que el artista no puede dejar de interpretar en ninguno de sus conciertos.
“La nieve de la experiencia, tu cabellera ha pintado
En tu rostro he notado, felicidad y complacencia
De superar la pobreza, por largo tiempo pasado
Hoy me siento muy dichoso, de ver mi madre a tu lado (bendición)”
Dotado de un sentido del oído excepcional, ‘El Faraón de la salsa’ nunca estudio música, aprendió a tocar el contrabajo escuchando a la Sonora Matancera y a la Orquesta Aragón, acompañado de los viejos acetatos de sello verde Secco que llegaban a Venezuela en dos versiones, la otra era negra con una rayita multicolor por los lados.

Oscar, con una inigualable capacidad para improvisar y componer, se hacía escuchar a través de sonidos guturales que el trombonista Cesar Monje, ‘albondiga’, llevaba al pentagrama. Fácilmente iba señalando cómo debía sonar cada instrumento y ‘albóndiga’ iba marcando la clave para que los sonidos copiaran la idea del gran artista.

Y fue así como en 1981, ya separado de la Dimensión Latina y con un reconocimiento internacional que hacía preveer el futuro de ese artista que iba a recorrer más de 150 países en los cinco continentes y que iba a llevar su contagioso espectáculo a países como Túnez, Marruecos, Rusia o Corea, decidió hacerle un homenaje a su padre, al viejo Justo, que como el mismo Óscar dice, le dejó un gran legado: su talento.
Cuando preparaban el álbum ‘Oscar D’León presenta la Crítica’ ya estaban listos varios cortes, entre ellos ‘No quiero problemas’, ‘Se me fue’, ‘Ya se peinó María’ y ‘Monta mi caballo’, entonces el artista venezolano entró al estudio de grabación y les dijo a los músicos que estaban presentes que tenía una idea.
“Pedí que sonara el piano, allí estaba el flaco Bermúdez que era mi arreglista. Yo grababa siempre con micrófono y con mi bajo, tocaba pasitico para que todos me escucharan y de un momento a otro les digo, ‘vamos a hacer los compases para hacer los versos’ y así hicimos tres cuerpos”, recuerda el artista.
Pero además de la pegajosa música, faltaba algo que marcaría la historia de esta producción: una letra que se convertiría en una de las más emotivas jamás escritas en homenaje al padre. ‘A Él’ se transformó en el himno de los papás, en la canción que saca lágrimas, en uno de los discos que inmortalizó a Óscar D’León.
Y es que lo más curioso de la historia detrás de este exitoso tema es que solo fue al final, cuando ya se iba a montar la voz, que Óscar decide que este corte, que abre el álbum, iba a ser dedicado a su padre. El artista caraqueño recuerda que salió como una centella del estudio para encerrarse a escribir la letra, ya tenía muchas ideas flotando en su cabeza y en poco tiempo estaba lista una de las composiciones más emotivas en la historia de la salsa y dedicada al padre.
“Para un hombre que trabaja (claro), tantos años sol a sol (es verdad)
No se le rinde en un día un tributo a su valor (es cierto)
Y para los que no entienden, lo que queremos decir (escuchen)
Trecientos sesenta y cinco días son para hacerlo feliz
A él (a él)
A él (ja ja ja)
A él (a él)
A él
A él (padre, padre)
A él (échame la bendición)
A él (si oyes un lamento)
A él (es por mi corazón)
A él (que llora de felicidad)
A él (que llora de felicidad, papá)
Al padre (oye, padre)
A tu papá (estoy cantando y llorando)”
Y fue, mientras hacía la grabación de ‘A Él’, que Óscar confesó que vivió uno de los momentos más conmovedores en su carrera artística. Mientras cantaba este disco que rinde homenaje “a ese hombre de tantos combates para darme educación y siento en el corazón que las gracias debo darte’ rodaron las lágrimas e hizo un esfuerzo monumental por mantenerse en clave y no perder la interpretación.

“Lloré muchísimo porque siempre quise muchísimo a mi padre, y lo adoro aunque ya no lo tengo. Hace más de 20 años que se me fue y recuerdo que lloré muchísimo mientras lo cantaba, de hecho allí se oye cuando digo ‘Al padre (oye, padre) A tu papá (estoy cantando y llorando)… Ahora mismo se me han aguado los ojos recordando ese momento”.
Oscar hoy es un orgulloso padre de nueve hijos que le han dado varios nietos. Su legado musical ha quedado en la historia de la cultura popular musical latinoamericana. Y llegan a mí los recuerdo cuando el año pasado tuvimos una conversación muy emotiva en la que le pregunté qué sentía cuando miraba hacia atrás y observaba ese largo camino recorrido, su respuesta, después de unos segundos de reflexión, fue contundente: “Me siento complacido, lleno de mucho orgullo y, sobre todo, alegría, he visto como lo que pude hacer ya fueran producciones o autorías, quedaron al gusto del público y eso es lo mejor que le puede pasar a un artista”.