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¿Vecino qué tiene de 100 pesos?

¿Vecino qué tiene de 100 pesos?

Especial para 90minutos.co

Estaba condenado al fracaso. No podía haber sido de otra forma. Como el antiguo Palacio de Justicia en Bogotá, el Colegio Santa Librada en Cali, la Hacienda Hatogrande en Sopó o Santander de Quilichao en Valle del Cauca. Nada que en este país ofrende, rinda culto u homenaje al bellaco de Francisco de Paula Santander; puede aspirar buenos augurios y encierra un destino aciago, casi un sino trágico, una condena. Y eso le pasó primero al billete y muchos años después a la moneda de cien pesos colombianos.

Ahora que los pobres ricos de la nación aúllan por el precio interno del dólar –que no es más que el reflejo de las medidas calculadas del gobierno gringo por su déficit e inflación; el mediático conflicto internacional del Tío Sam con Rusia que desdeña otras guerras que no generan ganancias; y una economía criolla que hace 30 años celebró la apertura económica de Gaviria y hoy padece sus funestas consecuencias– vale echarle un vistazo al que fuera por mucho tiempo el rubro de más alta denominación en Colombia.

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La vaina comenzó por allá en 1923, cuando ya habíamos ‘vendido’ Panamá y cuando la corrupción no se robaba el mayor porcentaje del erario producto de los negocios del Estado. Recordemos que con los veinticinco millones de dólares que nos dieron por ese pedazo de patria; el gobierno de José Manuel Marroquín pensaba paliar la tremenda recesión económica –que se agudizó–; aunque después ese billetico sirvió para crear el Banco de la República y reorganizar el incipiente sistema monetario.

Ya por entonces los dueños de los bancos eran los más ricos, don Pepe Sierra –que hoy presta su nombre a una avenida que atravesó tierras de sus otrora haciendas– o Nemesio Camacho que –hoy hace lo propio con el estadio capitalino; porque donó el terreno–, para citar sólo dos casos. El presidente Pedro Nel Ospina –el que recibió la ‘indemnización’ por Panamá– invitó a un gran economista estadounidense –siguen sin cambiar las cosas– para que liderara a un grupo de expertos que ayudaran a enderezar el rumbo de la economía colombiana, la cual venía de una terrible crisis comercial y financiera entre 1920 y 1921.

De modo que la Misión Kemmerer definió entre otras cosas las funciones del banco, la composición de su Junta Directiva, sus estatutos, etc. También estableció la necesidad de crear la Superintendencia Bancaria y la Contraloría General de la República; esta última entidad una cosa rarísima que se gasta 100 millones por cada millón que recupera.

Una de las primeras funciones de la gerencia fue recoger todos los billetes de diferentes emisiones que circulaban en el país y cambiarlos por billetes del nuevo Banco de la República; respaldados con oro. Y ahí apareció el billete de cien pesos, que parecía más una gran estampilla que un billete. Por su cara ocre estaba “Casandro”, el inefable bigotudo de Santander, enmarcado por un óvalo; y por su anverso rojo; la esfinge característica del banco: Mariana de la Libertad. Circuló hasta 1957 y era llamado popularmente “Sangre de toro”.  

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El que a mí me tocó de niño y bien niño –el billete digo–, tiró a Santander al costado derecho –era el lugar natural para “Trabuco”; el primer billarista de Colombia a quien Bolívar después de expropiar Hatogrande se la adjudicó cuando todavía eran panas y no se habían puesto apodos–, se volvió grisáceo y en su revés, estaba el Capitolio Nacional; verdoso, muy parecido al color de los dólares, que tienen el mismo diseño hace siglos y aun así una envidiable estabilidad y fortaleza.

Corría 1969, el hombre había pisado la luna y el Deportivo Cali era campeón, un equipo serio. El cacareado ‘Hombre de las leyes’ acogía una con profusión: la ley del embudo. Prestó billete para la tal “Campaña libertadora” y se pasó la vida recibiendo los réditos económicos y los créditos patrióticos. Era menos monárquico que Bolívar, todo hay que decirlo, aunque más clasista y miserable que “longanizo”.

En cinco años el peso cumplirá 190 años y los cien pesos en un año con dificultad llegarán a los cien, al siglo. Ya queda poco, casi nada de aquel que fuera en 1931 casi lo mismo que un dólar: 1,05 pesos. Pero ahora ni los limosneros los reciben y qué hablar de los limpiavidrios y de los vigilantes callejeros del trapo rojo; que nada de liberales tienen. Ya por cien pesos ni cucarachas, los dulcecitos aquellos. 

La Guerra de los mil días –que en realidad duró 1.117 días con sus noches– fue el primer golpe al billete de cien pesos al que en 1903 por cuenta de la inflación y la recesión que generó el conflicto –nada que aprendemos– se le quitaron dos ceros y terminó convertido en un peso. 90 años después, en 1993, una demanda de Pablo Victoria ante el Consejo de Estado hizo que la palabra oro desapareciera de los billetes lo mismo que el “pagará al portador”.

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De modo que el billete de cien pesos es un sobreviviente de la historia que en Colombia se ha escrito con sangre; con babas y con mucho billete, con plata y con plomo, no con oro. Bueno, aunque el oro estuvo en las gargantas de los traquetos, en sus pistolas del cinto, en sus grifos y sanitarios, y en las joyas de sus damiselas. Hoy da más más plata un kilo de oro que uno de coca y se corren menos riesgos. Pero volvamos a los pesos oro.

La familia número 17 de billetes cumple siete años en circulación y todavía más de la mitad de colombianos no ha tenido al chiquito Lleras entre sus manos, es decir, no ha tenido uno de cien mil pesos entre sus bolsillos. Los de sólo cien son cosa del pasado. En 1977 y después de los grisáceos, a Santander lo corrieron más al centro y al Capitolio Nacional lo pusieron en perspectiva.

El color era una especie de mezcla entre violeta, palo de rosa y un beige suavecito; lo que hoy se denomina ‘tonos pastel’. Santander también está en el de 500 pesos ese año y en el que se emitió en 1984. Este avaro que aparece en el mayor número de billetes junto con Bolívar –de hecho, compartieron galería en el billete de un peso en 1959– es acusado de robarse el primer empréstito de lo que hoy es Colombia. Mejor dicho, fue el primer gran corrupto de una práctica ya común. Y eso que fomentó la educación y Cali le debe su primer y más emblemático colegio, hoy venido a menos.

Como en la exitosa serie de Netflix La casa de papel, en 1881 los integrantes de la mesa directiva del Banco Nacional emitieron billetes para su beneficio. La corrupción fue tan grande que no le salió barato al gobierno de Miguel Antonio Caro; durar quince años en tomar la decisión de cerrarlo: en 1896. Aunque hoy cien pesos son poco menos que nada, aún son mucho para los que no tienen nada. La monedita de cobre, aluminio y níquel, circula desde 1992 y es probable que siga rodando.

Todavía hoy se venden 100, 200, 300, 400, 500 pesos de mercado en las tiendas de los barrios subnormales. Aún hoy en las denominadas “ollas del vicio” cien pesos son algunas “lukas”. Todavía hoy en las cárceles se mata por una deuda de cien pesos; porque mañana son 200, pasado 400, al otro día 800, luego 1.600 y después 3.200… ¡12.800 en una semana! Y aun así el señor de los dulces me responde a la pregunta; para no recibirle un cambio: ¿vecino qué tiene de cien pesos?: –Ya ni el saludo mijo, porque ese está tan caro que todo el mundo se lo ahorra. ¡Bueno señor, hasta luego!

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