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Rumbo a la sed

Rumbo a la sed

Especial para 90minutos.co

“Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava

construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban

por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.”

Cien años de soledad – Gabriel García Márquez.

Ayer no más, hace 25.000 años, las límpidas aguas del Río Cauca fluían por donde hoy intenta correr la Autopista Simón Bolívar. Quienes conocen Cali saben que el trazado de esta otra mentira (la ciudad no tiene autopistas), dista cuando menos un par de kilómetros de la orilla de la cloaca en la que hemos convertido el mayor afluente del Magdalena, la gran alcantarilla nacional. La Simón (así le decimos los confianzudos) se trazó hace casi 40 años (no se ha dejado de construir) y se sumaba a la gran pavimentación de lo que fueran los extensos humedales y zonas lacustres de la antigua corriente. Las lagunas de Charco Azul, Aguablanca y El Pondaje, todas estrategias de desecación que regulaban las aguas en invierno, terminaron cubiertas por escombros y –gracias a visionarios politiqueros y urbanizadores piratas- por ranchos miserables que, dada la resistencia, el empuje, la laboriosidad y los sacrificios de los huyentes pobres, la migración convirtió en el inmenso Distrito Especial de Aguablanca.

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Pero, ¿cómo se corrió el río? No, no fueron los políticos. Aunque en Colombia se pueden robar un río como el Ranchería en Guajira, para regar el carbón de la Anglo Gold Ashanti y reducir las molestias causadas por el viento, dejar sin agua a todo el pueblo wayuu y alterar sus ya precarias condiciones, fueron los seis afluentes de la ciudad los que empujaron el Cauca hasta Juanchito. Los ríos Pance, Lili, Meléndez, Cañaveralejo, Aguacatal y Cali, con su carga de sedimentos provocaron que el Caucayaco (así le decían los aborígenes) se marchara al que muchísimos años después se inundaría con la rumba caleña y otros efluvios. El fenómeno se denomina técnicamente colmatación. Y eso que la presencia humana en estas tierras es de antier apenas, 30.000 años. El gentío vino después. Para 1793 habitaban el villorrio 6.548 almas y 1.106 eran ‘desalmados’, mejor dicho, esclavizados. 200 de ellos de la Hacienda Cañasgordas, que iba desde el Río Cañaveralejo hasta el Río Jamundí y desde Los Farallones de Cali hasta el Río Cauca. Esa era la tierrita del Alférez Real, el más destacado lameculos del Rey en estos dominios.

En 257 años Cali era el asentamiento que más había prosperado de todos los que refundaron los españoles en la zona. Sabrán ustedes que ellos -los gilipollas- no fundaron nada. A su llegada, moraban en la zona aledaña a la hoy capital vallecaucana 40.000 seres, que un siglo después no superaban el millar. La espada, la cruz y las enfermedades, mataban seres como “moscas”. Así les decían los ‘conquistadores’ a los muiscas, término que para los nuestros significaba hombre. Y no era la comunidad más grande de lo que hoy es Colombia, habitada entonces por entre 80 y cien pueblos indígenas. En lo que hoy es Cartagena, estaba Calamarí, un lugar donde convivían 300.000 seres humanos. Y en la sabana de Bogotá medio millón. Pero volvamos al cauce. Sólo en los últimos 30 años el nivel de turbiedad del Rio Cauca alcanza las 30.000 partículas. Y el dato lo arroja una medición que se hace en Cali, en Valle del Cauca, el segundo departamento de los siete que toca en su recorrido de 1.350 km desde el Macizo Colombiano hasta el Brazo de Loba en la Depresión Momposina. Son más de 180 municipios los que le arrojan sus inmundicias y Cali, la salsera, la resquebrajada y atormentada Cali, la flamante Sucursal del cielo, deja al río con cero niveles de oxígeno. Y, aun así, la vida continua. ¡Increíble!

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La situación es crítica, no tanto como la del Río Bogotá, pero similar a la de su hermano, el Magdalena, que en menos de 30 años pasó de más de cien mil toneladas de pescado en una subienda, a escasas seis mil, si la Divina Providencia así lo designa. En el museo que le rinde homenaje en Honda-Tolima, pueden verse fotografías que hoy resultan inimaginables. “Colombia es un regalo del Río Magdalena”, asegura el antropólogo Wade Davis en su libro Magdalena. Historias de Colombia (2021). Esta nación no hubiera sido posible sin el Magdalena y sin Honda; así como el país vallecaucano no hubiera sido posible sin el Cauca y sin Cali. No le hemos hecho museo al Cauca, pero se evocan tiempos mejores, cuando los barcos a vapor debían alternarse para descargar en Puerto Mallarino o los aviones acuatizaban en su lecho, mientras se suspendían las regatas de las elites caleñas que lo recorrían en sus lanchas mientras pescaban, cazaban y se emborrachaban. Hoy como hace millones de años, serpentea en esta pampa de 420.000 hectáreas de origen aluvial todavía manso (en lengua indígena, cauca) y, tal vez por ello, agonizante.

Los expertos aseguran que al río hay que meterle ciudadanía. No más burocracia y papelería. La institucionalidad se queda en diagnósticos; y las buenas intenciones y acciones, en los ideales de Quijotes que trabajan prácticamente solos. Desde 1998 se han barajado más de 35 propuestas para garantizar los 8.500 litros de agua que en promedio consume Cali por segundo y sólo una es viable: recuperar el Río Cauca, que aporta el 75%. Pero la lógica parece habérsela llevado el río hace tiempo. A escasos metros de la bocatoma, inaugurada en 1978 para una población 1’100.00 habitantes, Cali arroja sus aguas residuales. Es decir, le echa mierda al agua que ha de beber. En 70 años el río ha perdido más de 100 de sus 135 madreviejas, viejos cauces reguladores. Salvar un río no es cuestión de un gobierno, sino de varias generaciones. Así se solucionan los grandes problemas: con el trabajo permanente de todos y en el tiempo.

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Si la humanidad depredadora camina con los ojos abiertos hacia el abismo, a pesar de todas las advertencias, podemos decir que en Cali vamos rumbo a la sequía con una costosa botella de agua en la mano. Porque no es sólo la cantidad, sino la calidad del agua la que está en juego. El suministro de agua del Cauca es insostenible en el tiempo sino se comienza ya un proceso de recuperación que supone trabajar en su cuenca. En 25 años la escasez será inminente. Racionamientos primero y luego cortes totales. Con una población tres veces menor que Bogotá, Cali consume 1.75 más que un habitante de la capital de la república. La advertencia, y la mayoría de datos de este texto, los escuché con asombro en el diálogo Entre ríos: el Magdalena y el Cauca, realizado en el Auditorio Changó de la Feria del Libro de Cali, con el ronronear del Río Cali en el fondo tras un aguacero pertinaz.

Si en Inglaterra recuperaron el Támesis que atraviesa Londres; en Alemania el Elba, cuya contaminación era tal que podían revelarse rollos fotográficos en sus pútridas aguas; y el Rhin, que costó 50 mil millones de euros, será posible salvar el Cauca. Sería otra de las tantas cosas que podrían hacerse con los 50 billones de pesos anuales que se embolsilla la corrupción y que cubrirían dos veces lo destinado a transporte, agro, justicia, inclusión social, comercio, industria, turismo, ambiente, desarrollo, relaciones exteriores, deporte recreación, planeación, comunicaciones, cultura, ciencia y tecnología. Pero el recién aprobado Presupuesto General de la Nación la semana pasada redujo un 18% el rubro para Ciencia y Tecnología, vital en la tarea de recuperación ambiental. Todos estos procesos de redención de ríos emblemáticos duraron más de 20 años. Allá no faltaban normas ambientales, lo que hacía falta era voluntad para cumplirlas. Por eso todos los panelistas insistieron: al río hay que meterle ciudadanía. No otros cien años de soledad, digo. Es un río joven, apenas tiene dos millones de años, pero ya parece un viejo recuerdo.

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