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El junte en la Casa Latina

El junte en la Casa Latina

Especial para 90minutos.co

“Nos dice, con voz misteriosa de cardo y de rosa, de luna y de miel,

que es santo el amor de la tierra, que es triste la ausencia que deja el ayer.”

Todos vuelven – Rubén Blades

Algo debe decirles a los melómanos que Rubén Blades venga a Colombia y no a la nostálgica ‘Capital de salsa’. Y también a los rumberos y a los bailadores y a todos los involucrados en el escenario de un género que en términos de nuevas producciones apenas sobrevive y; como todo en esta vida, pasa lento a un costado para abrirle rápido paso a la evocación de los clásicos. Pueden asistirle al panameño -y a los empresarios- razones financieras y logísticas de la Gira Salswing, pero sin duda alguna dicha ausencia propone una reflexión salsera. Por eso también debe aplaudirse la idea de Gerardo Quintero y Gary Domínguez de realizar un junte de periodistas e investigadores de la salsa en la antigua Taberna Latina; sin desconocer que cuando las prácticas culturales deben sugerirse es porque otra u otras la superan y peligra su permanencia en el colectivo.

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La salsa no está muerta, como no está muerto el bolero o el rock and roll. Nada que se evoque con sentimiento y se practique con fruición está muerto; ni siquiera un mal de amor del pasado o la idea futura de que el próximo será mejor. Pero volvamos al guateque, no se produce nada nuevo. Tal vez nuevos ritmos con raíces salseras que no viene al caso volver a citar -para no generar ‘choques’ innecesarios-, pero salsa nueva no. La que vive, sobrevive y seguro sobrevivirá es la salsa del pasado que marcó una época y a un par de generaciones. Esa que se escucha en el barrio viejo, en el barrio por el viejo o en los viejos nuevos rincones recuperados o creados para disfrutar la melodía. Por eso, que el gran patriarca vivo del género descienda de la Capital del mundo y no se asome por la Sucursal del cielo, o es un mal síntoma o es una secuela del mal.

Como cantó Pablito de los Hermanos Lebrón en Salsa y control (1969), lo de la Casa Latina el viernes fue “algo sencillo, algo movido… Eh le lo le, eh le lo la. Echa pa’ acá porque bueno está”. Un encuentro de aficionados con algunos profesionales para escuchar y disfrutar de un género que tiene más pasado que futuro; y aun así más qué enseñar y aprender, que señalar o criticar. La idea es realizarlo un viernes de cada mes y llevar además de algún preciado acetato, la disposición emocional para deleitarse con ese torbellino musical que como un ciclón recorrió todo el caribe y recaló en Nueva York, desde donde se esparció por toda América Latina y, sin exageración parroquial, alcanzó los confines del mundo, pues no escapan de su influjo África, Europa o Asia.

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Todos fueron llegando al junte, al encuentro, al apiñe, al corrinche, a la gozadera -con entrada libre- que produce unirse a los otros que disfrutan de lo mismo, de la larga duración de un colegaje de una amistad surgida en medio del agite periodístico o de un tema que nos revuelca el alma y donde a la fija está la melodía, para responderle al blanco que canta como negro: ¡mirá Henry Fiol que en Cali ni las tumbas son frías! Un lugar sobre la calle 7ª. adornado con añoranza y que huele a caleñidad. Fue la casa paterna de Gary. El último refugio del profe Mallarino, un hombre del fútbol en la época de Eldorado, del que hoy pocos conocen: su único nombre, su primer apellido, el gusto tremendo por la música -en especial por los tangos- y su prodigiosa memoria.

Daba tanto gusto escuchar a Edgar Domínguez Mallarino y echarse unas cervezas con él en la tienda Entrerríos o en El rincón de Naty; mientras con la pausa y el talento de un volante iba tejiendo anécdotas e historia, jugadas de crack; como deleite produce empujarse unos whiskeys en la Casa Latina viendo cómo su hijo hace malabares con los discos y la programació, como si fuera un pizzero profesional que impresiona a sus comensales para cantarles a coro con el Gran Combo: “Y después que le pongan salsa. Le pongan salsa. Le pongan salsa, pa’ moja pa’ moja. Que le pongan salsa”. El viejo murió en 2009. Jamás quiso ver su casa convertida en una taberna, pero Gary es apasionado y tozudo, convirtió la casa en una especie de museo visual y sonoro, donde su papá comparte escenario con todo el santoral salsero.

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Cada quien -si es responsable- habla de lo que sabe y en cuestiones de música el universo también es infinito, pero bien sonó el pregón de Digo yo (1981) del Grupo Niche en la voz de Tito Gómez y que recoge El combo del ayer en la canción Siempre estuvimos aquí (1983) en la voz de Pellín Rodríguez: “Al saber le dicen suerte, sigue viviendo engaña’o”. Junto al grupo de periodistas afiebrados por la salsa, informados más de nuestro agitado acontecer que de la rebambaramba musical, hicieron presencia Rafa Quintero; una leyenda viva que nos debe el libro de su conocimiento supremo; el negro César Flórez, mítico DJ de La Barola en la Nueva Floresta por allá en los 70´s; coleccionista y melómano radicado hace 40 años en Nueva York; Manolo Vergara, dueño de El Habanero, que no debe confundirse con otro Manolo, Solarte, el dueño de El Escondite, el de “Manolo, escóndeme” en Cali pachanguero (1984); y hasta el maestro Richie Valdés, que cantó una estrofa de Vete (1998).

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Todos volverán al junte y llegarán otros a la Casa Latina y entonces los viernes olerán a salsa vieja que se descubre de nuevo; a esa mezcla de géneros que sintetiza toda la cultura de quienes se estremecen con un dato o un pregón, con un acorde o con un solo de cualquier instrumento, con la voz de un maestro o los coros de unos tesos, con la emoción de conocer y disfrutar la triste ausencia que deja el ayer y sigue viva.

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