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¡De verda´ pa´ Dios!

¡De verda´ pa´ Dios!

Especial para 90minutos.co

«A veces uno quisiera ser caníbal,

no tanto por el placer de devorar a fulano o mengano

 como por el de vomitarlo.»

Emile Ciorán

Colombia es un país de personas mentirosas para las que la verdad es una ofensa a la que responden con agresión ordinaria que enarbolan como verdadera indignación. Eso gusta. Eso vende. Y si es con vulgaridad a bramidos, mucho más. Vociferará alguna mentirosa que esto no es verdad y que además soy un mentiroso. Tiene razón en lo primero. Todavía hay gente que dice la verdad (poca eso sí), sobre todo cuando han pasado los años y la mentira ya no se necesita para cubrir nada, así como la decisión de no cubrir las canas ni las ganas. Y en cuanto a lo segundo, pues también. Bien nos dejó dicho Emile Ciorán: Todo experto en el fondo no es más que un charlatán. ¡Siga fajándose para que no se desparrame! Pero vaya y dígale usted al ladrón, ladrón. O al político, corrupto. O al asesinato, matón. Y ahí tendrá su reclamo, que si actúa con inteligencia no llegará a problema. Bueno, de las chismosas mejor no hablemos, van y nos meten en otro chisme.

Lo del expresidente Uribe es vergonzante. Una canallada. Un descaro sinigual. Una  deslealtad inconmensurable como Comandante en Jefe de las FF.MM. que fue y, para algunos, sigue siendo. ¡Declararse engañado! Él, que es el patrón de patrones. El que bautiza yeguas con nombre de mujeres. Que no tiene amigos sino peones. Culpar a los soldados del asesinato de civiles para hacerlos pasar como caídos en combate, es infamia sobre infamia. Es excreta sobre detrito. Condenar de manera pública a los últimos en la miserable cadena de ignominia es lo más bajo que se le ha escuchado a este ubérrimo mentiroso. Ese maldito eufemismo de los “falsos positivos” que -todo hay que decirlo- no fue invento suyo, es una práctica militar tan antigua como deleznable. Pero que uno de sus vástagos increpe al padre Francisco de Roux para decirle que el mayor porcentaje de éstos fue en el gobierno Santos, solo confirma la mezquindad de su ralea camorrista y traicionera. ¿O no Mancuso?

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Inocentes pasados como delincuentes, asesinados con el apoyo estratégico, los recursos o las armas del Estado, ha habido siempre. También oscuras intromisiones y mezcla de todas las formas de lucha en el intento de combatir a quienes intentan cambiar el sistema o resistir. Baste recordar que en 1960 Jesús María Oviedo, alías Mariachi, mató a Jacobo Prías Álape, alías Charro Negro, con el apoyo y las armas que le facilitó la Sexta Brigada de Ibagué y ello desencadenó un conflicto de más de medio siglo. Pues Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez o Tirofijo, que se había amnistiado, leyó como traición la muerte de su cuñado, quien le había enseñado a leer (se habían salvado mutuamente la vida), volvió a la armas y se murió de viejo. Y es cierto el dato de Tomás Uribe, confirmado por la Fiscalía General de la Nación en su momento, pero Juan Manuel Santos era ministro de Defensa del gobierno de su papá y no debió actuar sin el conocimiento y la autorización de su jefe y luego mentor a la presidencia de Colombia.

Como se quiera, lo de Uribe es abominable. Más allá de honduras jurídicas (y las hay en cantidades tan abrumadoras como pruebas), en términos filosóficos la verdad en un compendio de muchas otras verdades, sin percepciones o presunciones, sino decisiones y hechos concretos comprobables que se han confrontado para confirmar su accionar en contra de la ley una y otra vez, pero que no lo condenan porque su poder es tan grande como intimidante. Eso sin hablar de la ausencia de valores éticos o morales en su devenir político y empresarial. Su terreno es la pelea, la reyerta cual callejero temerario, el desafío permanente a sus enemigos con megáfono en mano (áulicos o medios de comunicación de bolsillo), amparado por un ejército de escoltas legales y otro mayor en la sombra. Vive en un búnker fabricado con una actitud agresiva y pendenciera en su discurso, que disfraza con la imagen de un abuelito tierno y bonachón. Y un bufete de abogados.

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A el “gran colombiano”, sus antiguos aliados se le mueren en accidentes, van a parar a  la cárcel, al exilio o a la picota pública. Entones él, todopoderoso denunciado, cuando se dan a conocer sus mentiras, sus chuzadas, sus extrañas omisiones, sus conciertos, sus amenazas, sus sentencias de dictador macondiano, los acusa de traidores o de mentirosos. ¡Como a los soldados! Como a los jefes, ministros, comandantes o mayordomos que nombra con su dedo derecho tenso y dictatorial. El listado es casi interminable. También los informes, los libros, los documentales que dan cuenta de su trasegar criminal. Con supuestos líderes de esta calaña Colombia no saldrá nunca del atolladero. No puede ser que alguien se burle así de un señor como el sacerdote Francisco de Roux, de la Comisión de la Verdad que preside y del país que de a poco perdió su capacidad de asombro. Todos mienten cuando les conviene. Hasta Petro, que salió a apoyar el “borrón y cuenta nueva” que propuso el inefable petizo, con ironía.

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Tomás Uribe grita tras bambalinas que todo el terrorismo le sabe a mierda. Debe haberlo probado, por supuesto, o no sería posible afirmarlo de forma tan categórica. O al menos debe haber visto en el álbum familiar, que su abuelo fue socio y amigo íntimo de Pablo Escobar o que su papá con la fantástica ingenuidad paisa que profesa se valió de la clarividencia lúcida del primo José Obdulio, para imponer a toda costa una Política de Seguridad Democrática que no tiene nada de lo uno ni de lo otro, como tampoco nada de lo que lo nombra, el Partido Centro Democrático. Una caterva de politiqueros asociados con narcotraficantes y contratistas a los que matan en el extranjero por robarles un reloj o se envenenan por honor. Sí, claro.

Señores muy respetables todos, como el protagonista de la mejor novela árabe de todos los tiempos, en la que Naguib Mahfuz entra en la psicología surreal de un hombre cuya obsesión por el poder constituye el centro de su existencia, el nudo alrededor del cual enreda la vida suya y la de una sociedad que lo idolatra, desde la ignorancia. No se puede entender Egipto sin leer Un señor muy respetable (1975) y no se puede entender a Colombia sin leer al menos El señor de las sombras (2002), A las puertas de El Ubérrimo (2008) y Aquí no ha habido muertos (2019). Las náuseas son permanentes.

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