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¿Cuál libertad y qué orden?

¿Cuál libertad y qué orden?

Especial para 90minutos.co

Caraduras, eso es lo que son y de los más descarados. Es lo que demuestran. Desvergonzados y sinvergüenzas, es lo que debe gritárseles en la cara. Su falsedad es tan o más grande que recurrir a un símbolo patrio obtuso, anacrónico y desgastado para atacar a un gobierno –que con todo y sus yerros– procura equilibrar con propuestas (mientras se supera) la marginalidad, la exclusión, la inequidad y la iniquidad históricas de una nación llevada a la pobreza y sumida en la ignorancia. Ya quisieran ser cínicos, pero no les alcanza. Su forma de pensar no es crítica sino mezquina, no es subversiva sino abusiva y totalmente revulsiva, agazapada en la defensa oculta de intereses privados. De los sistemas sociales vigentes les interesa el mantenimiento de los privilegios de quienes los tienen como simples lacayos y sostener las convenciones que van en contra de una –acaso utópica– idea de la vida en libertad, naturaleza y humanidad.

Son un puñado de politiqueros de oficio los que ponen el escudo nacional como estandarte –virtual por supuesto– de un clamoroso pedido de libertad y orden que le han negado al pueblo, no a la patria, para no utilizar otro intangible. Elsa Noguera, un alfil del cuestionado clan Char y del plutócrata Vargas Lleras y su Cambio Radical, que nada tiene de cambio y menos de radical, lanza la propuesta de recuperar para el país dos conceptos que ella y sus patrones han resquebrajado desde siempre. Baste pensar en qué autoridad moral o integridad ética puede tener una señora envuelta en escándalos de corrupción en todos los cargos que ha desempeñado y que hace ochas y panochas con el presupuesto en plena pandemia. En ese cuerpo frágil de 1,40 metros, con osteogénesis imperfecta, se esconde una perfecta y grandiosa protectora de los poderosos que hábilmente lanza esta cortina de humo que disipará el ventilador de Aída Merlano que salpica y pica a sus patrones. Y entonces la horda de borregos pobres que se creen de derecha corre a copiar y pegar el escudo para reclamarle al gobierno la ‘mano firme’ que bombardeó y mató niños, personas inocentes e incluso retrasados mentales para mostrarlos como guerrilleros muertos en combate, en la más atroz y vergonzante prueba de bajeza de gobierno alguno. No los culpo, pero tampoco los disculpo; debe decirse que en términos sociopolíticos e históricos, no han ni siquiera abierto los ojos.

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Han de ser los que cantan a pulmón herido el coro y la única estrofa del Himno Nacional que se saben –la primera– y de la que desconocen el significado de inmarcesible. De las otras diez no tienen ni idea y tampoco de términos como pérfida, abnegación, epopeya, termópilas o cíclopes, que no lo hace a uno más o menos colombiano, buena o mala persona, pero sí más o menos iletrado. Amén de ignorante de la historia del himno y de Colombia. Los símbolos patrios son intangibles que en nuestro caso apelan a la emocionalidad y la sensiblería, nada más. Recogidos eso sí del exterior, como casi todo en una nación que imita y no crea, que copia y no produce, que quiere parecerse a todo menos a sí misma. Sí, de la Revolución Francesa, que logró el paso de una monarquía absoluta a una constitucional y a la que le debemos los conceptos de derecha e izquierda, por la simpleza del acomodo en las viandas que compartían con el monarca. Tardó más de un siglo en consolidarse y aquí todavía no lo hemos logrado. Nos ufanamos de tener la democracia más estable de América Latina, pero en muchos aspectos esta es sólo un formalismo. 

De allí también sobreviene la libertad, pero no la igualdad, que aquí se cambió por orden, como una especie de mecanismo de control más que de justicia y paridad. El orden, señoras y señores que tienen el escudo en sus redes sociales, no son las Fuerzas Armadas y su control territorial o ciudadano; el orden es el equilibrio social que permite el bienestar de todos los ciudadanos producto del acceso equitativo a las posibilidades de procurarse una óptima calidad de vida. Eso es vivir sabroso. Si les acaba de dar urticaria: ¡pues de malas!  La razón, la igualdad y la libertad, son los pilares de la Ilustración, pero nuestros líderes –que también sacaron del parche a la fraternidad– sabiendo lo que podría significarles a las élites empoderar (término ya prostituido) al populacho, pusieron en el escudo sólo libertad y orden. La libertad todos sabemos es relativa y mucho más si no están dadas las condiciones. Usted es libre para salir del país, pero el listado de requisitos incluye, pasaporte, visa, dólares, tiempo y un largo etcétera, que comienza con no tener pendientes con la justicia si usted es de los de ruana.

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La pintura de la Libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix, es hermosa y simbólica, pero no real en términos de significado. Pudo haber sido piedra angular de la filosofía democrática en 1830, pero hoy no pasa de ser un gran atractivo del Museo del Louvre de París. De allí copiamos los colores de la bandera, cambiando el blanco por el amarillo. La democracia es apenas el menos perverso de todos los sistemas de gobierno inventados por el hombre, cuyos fundamentos hoy son la manipulación mediática, el mercadeo electoral, las redes sociales y la inteligencia artificial o el Big Data. Son las vainas de “ese curioso abuso de la estadística”, como dijo el argentino universal Jorge Luis Borges. De allá también copió Antonio Nariño Los derechos del hombre y del ciudadano, para tapar el cagadón que había cometido como tesorero de diezmos del arzobispado, regidor y alcalde mayor provincial: utilizó los dineros públicos para beneficio personal y se convirtió en el mayor exportador de quina, café y té de la capital neogranadina. La maña es vieja y no sólo se ha generalizado, sino pulido.

Al escudo poco le queda y muy poco nos representa. El cóndor, rey de los carroñeros, líder de los gallinazos y a punto de la extinción, lo encabeza. Sostiene con su pico córneo una corona de laurel y la cintilla de Libertad y Orden. Estados Unidos tiene al águila: visión aguda, gran altura, rapidez, envergadura y efectividad. Dos cornucopias de la abundancia: una con oro, que los extranjeros explotan hace más de 530 años y que ninguna riqueza refleja en los territorios. La otra, llena con los frutos del pródigo suelo, que tampoco han garantizado seguridad alimentaria para todos. Al centro de las mismas, una granada, no de fragmentación, sino fruto tipo exportación. Abajo, engarzado en una asta, el gorro frigio que representó a las clases más pobres a finales del siglo XVII, después a los ideales citados y que hoy ningún pobre se pone. Y al final, los dos océanos y la Panamá que ya no nos pertenece porque la vendieron en 1903 en 25 mil dólares.

¡Qué vergüenza con ese escudo, quítelo pues y póngase a estudiar historia política de Colombia a ver si la logramos cambiar y no la repetimos como condenados a otros Cien años de soledad!

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