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Allende el mar (2023) y el escritor invisible

Allende el mar (2023) y el escritor invisible

Especial para 90minutos.co

La historia no es algo que ya pasó y, sobre todo, que ya les pasó a hombres notables y célebres.

Es mucho más. Es lo que le sucede al pueblo común y corriente todos los días.

Desde que se levanta lleno de ilusiones hasta que cae rendido en la noche sin esperanzas”.

Alfredo Molano, en epílogo de El Llano llano.

Ah vaina difícil es escribir como si fuera fácil y, más aún, qué complejo es desaparecer como escritor para que los lectores dialoguen con los personajes; y, como si lo anterior fuera poco, cuán arduo es dejar que los leyentes hablen con las personas que relatan con su voz puesta en las letras, con los protagonistas, cuando el lugar de enunciación del texto no es la ficción –que deja tanto a la imaginación– sino la realidad pura y dura. Pues bien, Oscar Osorio es su más reciente libro logra todo esto y más, porque vuelca en estas crónicas sobre inmigrantes colombianos en los Estados Unidos toda la sensibilidad literaria de su trayectoria escritural y docente en Univalle; y su bien afilada carpintería periodística en la vida.

A primera vista son más relatos de un fenómeno tantas veces contado y –debe decirse– sólo algunas veces narrado sin revictimizar, que en esta ocasión el autor aborda con profundo respeto por el otro, por su humanidad, por sus tragedias, pero también por sus sueños y sus logros, en suma, por su vida entera. Cada persona convertida en personaje por la habilidad narrativa compartida cuenta a través de la pluma precisa y en apariencia distante (he ahí la complejidad de esta estrategia) del hombre nacido en La Tulia-Bolívar en Valle del Cauca, su trasegar físico y mental (acaso espiritual) por un país en el que forzados por la necesidad se van a perseguir el manido sueño americano que contiene aún en casos exitosos visos de pesadilla.

Cada una de las historias de vida atrapa al lector con la avidez con la que las águilas cazan palomas en medio de los rascacielos de Manhattan en Nueva York, esa mole de acero y cemento donde un inmigrante es –parafraseando al gran Gay Talese– otra minúscula cosa inadvertida. Todos ellos y ellas desnudan su ser para contar su canto la mayoría de las veces lastimero. Cuentan cómo viajaron con la vida a cuestas para rehacerla y cómo llevaban incubada la nostalgia que es como ver el río Hudson majestuoso y saber que allí no se puede nadar y, mucho menos, hacer pie. El escritor ha sido el puente, pero invisible. Nos lleva a cruzar el viaducto que separa los hechos de las palabras. Une al lector con el protagonista, los presenta sin hablar, pero es la voz de su pluma la artífice del milagro.

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Y entonces termina uno sumergido en una conversación con alguien a quien no conoce, pero que desnuda su alma para hacerle sentir y pensar sobre lo que le dijo e hizo sentir al autor y éste transmite sin la intención contaminarlo, pero con la inexorable probabilidad de que su condición humana lo traicione. Bueno, seguramente en la tarea de entrevistar, de recolectar información, de escogerla y ordenarla, a la limpieza técnica se le atraviese alguna mancha que legitima y pone en evidencia la intromisión afectiva del escribano que desde la vulnerabilidad de su humanidad no se puede abstraer totalmente del relato. Pero, aun así, con algún adjetivo puesto a discreción, algún reacomodo sutil, alguna rectificación histórica imperceptible, un asomo de crítica vedado, estas crónicas son un tremendo ejercicio de humildad donde siempre es más importante el otro y su voz, que el escritor y sus letras. Y eso, es de una grandeza admirable.

Las diez crónicas de Allende el mar (2023) son al tiempo íntimas y universales. Íntimas porque son sobre la vida y vicisitudes de seres humanos comunes y corrientes, de lo duro que es ser colombiano; y universales porque giran en torno de uno de los fenómenos más latentes y antiguos en la dinámica de los tiempos: la movilidad y adaptación de las personas a nuevos espacios y culturas. Que haya sido publicado bajo el sello Tusquets de Editorial Planeta y su Colección Andanzas, confirma lo segundo de alguna manera. Todos sabemos que los textos universitarios suelen dormir en los anaqueles de lóbregas bibliotecas y que publicar con una casa editorial comercial amplía el reconocimiento más allá de las aulas, y otorga eso que trasciende la popularidad entre la cuadra y los amigos: prestigio.

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Oscar Osorio logra con este libro –y no es un contrasentido– visibilizarse más desde la decidida invisibilidad narrativa de los relatos que presenta en forma de crónica, ese cuento que es verdad nos dejó dicho Gabriel García Márquez. Un género del que se ha dicho y escrito tanto, que pareciera estarse descociendo en los tiempos de la cacareada inteligencia artificial, pero que en realidad se fortalece cada que se encuentra sastres que conocen la filigrana del costurero y la genialidad el diseñador. Es un trabajo sin duda de alta costura y escritura, de estatura ética e incluso altura moral que no califica el comportamiento de sus protagonistas. Honesto e íntegro, que no juzga ni condena, porque conoce los pliegues del alma y del sufrimiento, que el autor también padeció cuando llegó del campo a la ciudad.

El entusiasmo suscitado por este libro es apenas comparable con el ímpetu de las vidas concretas que dibuja con tanto acierto y prudencia, un hombre de letras que puso las herramientas literarias al servicio del periodismo. O bien, el ejercicio periodístico al servicio de la literatura. Escuchar en una manera olvidada de mirar decía Alfredo Molano. Y escribir crónicas –considero–, una decisión sobre el tiempo y el espacio que nos ha correspondido vivir. Que el lector no se detenga en estas aburridoras disquisiciones académicas y disfrute de unas historias donde lo que menos importa es la disciplina que rige su escritura, porque si el escritor decidió ser invisible, lo menos que puede hacer el lector es plegarse, no a su voluntad, sino a la de las personas que decidieron contarle su vida.

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