Queens: ¡cuna del cartel de Cali!

Queens: ¡cuna del cartel de Cali!

“Barranquilla puerta de oro.

París la ciudad luz.

Nueva York capital del mundo.

Del Cielo Cali la sucursal”.

Cali Pachanguero – Grupo Niche

Hace frío en Nueva York. Mucho frío. Cero grados a las seis de la mañana con sensación térmica de -3º. Siete grados a las 2:00 pm. No subirá más. La brisa marina que entra por el río Hudson es una corriente que sopla helada la vida de esta mole de cemento llena de rascacielos, aunque su terreno no se eleva en promedio más de diez metros y alberga a más de 20 millones de almas en sus cinco condados.

Uno de ellos, Queens, es un pedazo de Latinoamérica donde la Navidad y el invierno no apagan del todo el trópico que se aviva con la cantidad de caleños que la habita hace más de medio siglo. Los más veteranos aún recitan la frase atribuida al presidente Ronald Reagan, dicen unos; o A Lyndon B. Johnson, aseguran otros:

“Le devolvería Panamá a Colombia cuando los colombianos le devuelvan Queens a Nueva York”.

Cierto o no, el chiste resume el dominio y la presencia que sobre este territorio han tenido los colombianos y particularmente los caleños.

Cero grados a las seis de la mañana con sensación térmica de -3º. Siete grados a las 2:00 pm.

Queens es como Cali ve, no en lo arquitectónico por supuesto, sino en el ambiente de las interacciones sociales y claro, culturales. Desde el hablao caleño, que se exacerba en la jerga y el argot de la calle, del barrio popular, de la caleñidad distante pero incrustada en los adentros; el golpe del lunch (almuerzo) en Cali Ají o en la panadería Chipichape, cuya diferencia es el precio en verdes y su sazón, como del sancocho en Alameda, la confirmación de que la nostalgia comienza por la cocina; la melodía en Hairos o Deseos, tan parecidas a las ochenteras, Don José o Changó, en Juanchito, que son aquí un viaje al pasado y a las luces de Nueva York que siguen quemando las alas de mariposas equivocadas; la percha y la biselería, buenas marcas, relojes y las bambas, cadenas que en Colombia costarían varios salarios mínimos; y hasta la pinta, la belleza suntuosa y falsificada, las tetas y los culos desorbitantes de silicona, que dan cuenta de una estética traqueta que aún prevalece aquí y allá.  

Todos los duros de la sucursal estuvieron en Queens. Los Rodríguez, José Santacruz, Phanor Arizabaleta y Pacho Herrera. Y los no tan duros, como Larry Landa, porque esa idea de poder absoluto y monopólico del narcotráfico es equivocada. El negocio era tan bueno que alcanzaba para todos: colombianos, mexicanos, boricuas y claro, neoyorquinos. Hasta comienzos de los años 70 Jackson Heights, al noroeste de Queens, era una comunidad de personas de origen italiano, irlandés y judío. Pero llegaron los patrones y la chapearon: Chapinerito. Allí tuvieron su residencia los señores mágicos de la blanca.

Y-vaya contrasentido- Helmer ‘Pacho’ Herrera, fue llamado el Papa Negro de la cocaína. Conformó una red de “celdas” o pequeños grupos encargados de su comercialización que no se conocían entre sí lo que garantizó su control. En 1975 fue arrestado con un kilo de coca en Nueva York. Dos años antes había escapado de una cárcel federal en Atlanta en la que purgaba una pena de cinco años por el mismo delito. Pero no fue el único.

No hubo inmigrante colombiano que en los años setenta, ochenta e incluso noventas, no tuviera algún tipo de relación con los señores que manejaban el gran negocio en NY, la bonanza. Viviera en un building (edificio) o en un basement (sótano). Durmiera en un sofá o en un sommier de plumas. Bien porque se enrolaban con ellos en tareas directas o complementarias o porque usufructuaban su poder económico. Era de conocimiento público el dominio sobre el tráfico de la caína y la aceptación era una especie de normalidad transgresora.

Hubo quejas y denuncias por los excesos de los que ya comenzaban con sus prácticas a cimentar una contracultura. Pues no todo latino, hispano o colombiano, esnifaba coca o estaba ligado al negocio, pero sí al estilo de vida americano. Casi todos, sin embargo, estaban dispuestos a trabajar en lo que fuera para cumplir el sueño americano. Amén de la percepción de los colombianos como buenos trabajadores, duros para el volteo, cumplidores, buenos camellos, leales, arriesgados y con deseos de salir adelante. No ‘flojos’ como la mayoría de latinos. Además, los controles eran de alguna manera incipientes. Tanto en lo policivo como en lo legal y en lo tecnológico.

En Queens, en Nueva York, en Estados Unidos, a Cali en ese mundo le decían Ciudad Alegre y Cali York. Era la meca del perico. De donde llegaba la escama de pescado que agita y enreda. La concha de nácar que se aspira y desespera. La compañera de la noche, de la rumba, el tastás de la pachanga y de la muerte.

La inhalación de tantas exhalaciones. De ahí que Cali Pachanguero fue primero una idea de libro donde el periodista cubano del Diario la Prensa de NY, Manuel de Dios Unanue, asesinado en el Mesón Asturias de Queens el 11 de marzo de 1992, pensaba denunciar la conexión del narcotráfico entre Cali y Nueva York; luego fue el nombre de la emblemática canción de Jairo Varela, convertida en ícono de la caleñidad y que apareció en el álbum No hay quinto malo en 1984; después fue el de la operación que monta el Ejército colombiano y la CIA (Central Intelligence Agency) en 1994, para dar con la captura de los capos, entre ellos, los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, que ocurre en 1995; y finalmente, el título del libro que la relata, del periodista caleño José Gregorio Pérez, publicado en 2005.     

Muchos colombianos tuvieron la posibilidad de comprar casa en Jackson Heights, al norte de Northern Boulevard, el espacio que dominaban los narcotraficantes colombianos. Pero no todos. Ni todos los narcos, ni todos los que trabajaron legal. Caleños, paisas, rolos, costeños, etc. La mayoría sigue luchando, persiguiendo el sueño americano, que se traduce en la dureza del dólar frente al peso devaluado y algunas libertades comparadas. Mucho ha cambiado desde que el beeper era el descreste.

Hoy aquí hasta los indigentes tienen iPhone y ni qué hablar de los centroamericanos borrachos por toda Queens, ni las bolsitas plásticas desocupadas en todos los orinales o el olor a mariguana que cunde por todos lados. Hoy si acaso en calles y discotecas hay caricaturas de los traquetos ochenteros en NY. Lamparosos que a lo sumo se meten un postre de ñatas y ya se creen patrones. Hay duros claro, pero deben estar en las altas oficinas de Manhattan. El menudeo lo manejan los mexicanos.

Hoy aquí, allá y por acá y allí, se produce y consume más cocaína que hace más de medio siglo. Y hay más narcotraficantes y mucho más dinero en el negocio, que se lava tanto como se lavaron y se siguen lavando tanto las ganancias como la imagen de los señores metidos en el gran teatro de la prohibición para hacerlo cada día más y más rentable, y que en Colombia llegó a donde sus precursores querían: a gobernar.

Tal vez haya menos ostentación, pero no menos repercusión en los más diversos ámbitos, donde el económico es acaso el más visible. De ahí que el Cartel de Cali -y el de Medellín- sea pues, una invención de DEA (Drug Enforcement Administration) y de todas las autoridades norteamericanas cuando se les desbordó el surtidor para su demanda. Otra cosa es el poderío económico y el dominio (acaso liderazgo, violento) de quienes abrieron las rutas y el camino del gran negocio con dólares a raudales.

Hace más frío en Queens y paro aquí para seguir releyendo encerrado en un tercer piso de la Northern Boulevard La salsa en tiempos de nieve. La conexión latina Cali-Nueva York (1975-2000) del profe de Univalle Alejandro Ulloa Sanmiguel y contarles más de un libro que me llegó para leer con más elementos, una ciudad que impacta por donde se le lea. Mañana visitaremos el gigantesco árbol navideño del Rockefeller Center, si no el más famoso del mundo -como ellos aseguran-, sí el más pesado: 12 toneladas. Un abeto natural que mide 79 pies (24,079 metros) y lo alumbran 50.000 luces led.

No en vano lo montan encima de la estatua a Prometeo, quien robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos. Los flashes que disparan los visitantes cada noche entre las 6:00 y las 12:00 pm. pueden ser triple o el cuádruple de los bombillos. Apago.

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