Periodista caleña relata cómo se vive el regreso de la Semana Santa en Sevilla, España

Periodista caleña relata cómo se vive el regreso de la Semana Santa en Sevilla, España

Por Carmen Andrea Rengifo Gómez

Especial para 90 Minutos

Sevilla, España

Es la 1:45 de la madrugada en Sevilla. Doy vueltas en la cama, entre el ruido cercano de algunos carros, conversaciones en la acera y el repicar de tambores. Creo que es un espejismo sonoro de tantas horas escuchándolos el día anterior en pleno domingo de ramos, pero pronto me doy cuenta de que no es mi duermevela el que me lleva al golpeteo sino una procesión nocturna. Con las voces de fondo cuchicheando sobre el recorrido reconozco cuan viva está la ciudad a esta hora. 

Hace tres años cuando me mudé a Sevilla, un noviembre, caminando por las calles de Triana (un barrio milenario, de gitanos, flamenco y tapas, pegado al río Guadalquivir, muy cerquita del Castillo de San Jorge, sede de la Inquisición, ahora convertido en museo de la memoria), que cuenta con caminerías, tiendas de cofrades en donde venden sudarios, incensarios, pañuelos, cofres y todo tipo de productos y ornamentos, olí la Semana Santa.

El  sahumerio desperdigado desde los incensarios me llevó al pasado en Cali, en mi niñez cuando recorría los siete templos junto a mi mamá y mis hermanos. Siempre que paso por la descollante Catedral de Sevilla o por otras zonas en las que venden incensarios vuelvo a mi niñez caleña, huele la Semana Santa, me repito. El eco de los tambores se mantiene lejano, como una ensoñación, aunque ha pasado una hora. Intento aterrizar ese fervor cultural que me ha atravesado en los últimos días.

Es mi primera Semana Santa en Sevilla (hace dos años no se hacía por la pandemia), siempre veía las imágenes de las infinitas procesiones en la tv y aquello me parecía avasallante, aturdidor. Hubo una época en la que fui muy creyente y practicante y aún así no habría hecho turismo religioso. Pero es que lo de Sevilla no lo es. Se trata de un ritual, una tradición, cultura, belleza, arte. Vivir en Sevilla es entrar al pasado: calles empedradas, callejones estrechos, patios florecidos, fuentes escondidas, casitas adoquinadas, balcones en pisos enanos tenues, cientos de iglesias, capillas y parroquias que podrían ser una exageración a la devoción. A veces bromeo diciendo que hay más iglesias que habitantes por metro cuadrado. Toda una industria mantenida y vivida en el tiempo para que la tradición sobreviva. Los turistas llegan por miles, se reconocen, nos reconocemos, la ropa es menos formal. Pero el andaluz no, el sevillano ni hablar.

“Me compré esta corbata y estos tirantes”, dice con orgullo Emilio, un joven de 26 años, gay, vestido impecablemente, con zapatos cerrados, traje pulcro oscuro, un sándwich en una bolsa y una resolución envidiable para transitar el domingo de ramos con el programa en la mano, dirigiendo a un grupo de jóvenes de su edad; chicas con medias veladas, prendas elegantes, maquillaje a prueba de agua y sudor, alisado inquebrantable, energía festiva. “ Sabías que aquí estrenan en Semana Santa”, me dice otro joven. Y es que andar por el puente de Triana o cerca de la Macarena o por cualquier lugar de la ciudad, por estos días, es como estar  en un desfile de modas: abrigos, sombreros, vestidos largos, diseños sobrios, excéntricos. Los hombres de traje de etiqueta, las mujeres de tacón. Y túnicas, muchas túnicas y capirotes (el sombrero alto en forma cónica o capuchón).

Le pregunto a Marina, una mujer de menos de 30 años, por la fe. Hace parte de una hermandad, una de las 62 que existen en Sevilla. Sonríe con sus labios color borgoña, envuelta en un blazer negro. “Es una tradición heredada, lo aprendes desde niña, no tienes que ser religioso necesariamente”. Otra estudiante alemana habla sobre la devoción y la excentricidad. “Hay hasta calcetines”, se ríe.

El debate se centra en la fe, el fanatismo y lo que podría suponer alguna contradicción para quienes han sido y son ninguneados por la iglesia.

“En mi país hay matrimonio entre parejas del mismo sexo por la iglesia protestante”. Marina al escuchar esto bromea diciendo que viajará a Alemania para casarse. Hemos pasado varias horas de pie en una calle angosta, abultada de almas esperando la primera procesión, al menos la que hemos escogido ver. Me hablan de la hermandad que oficia el recorrido, de los tres pasos que la conforman, de la banda, de como cambia la música cuando el paso es un cristo o una virgen, del uso de capirote o capuchón, de las túnicas, los nazarenos o penitentes (indumentaria que usaban los condenados por la Inquisición) de los ornamentos, los estandartes, las bocinas, las flores, el color de cada manto, acólitos, los costaleros (los que cargan el paso, algunos llegan a tener 60 costaleros): hombres mayores de 18 años que portan una pieza de tela sobre una base de tela cilíndrica acolchada para amortiguar el peso en la cabeza (las procesiones pueden duran hasta 14 horas). Los costaleros se turnan.


Un paso entre aplausos

 El paso cruza entre aplausos. Avanza media calle, quizá un poco más. Se detiene. Reposa. Luego, en un levantamiento sincronizado se eleva de nuevo, cada vez que el paso se acerca hay un silencio reverencial interrumpido segundos después por un estrépito de aplausos y saetas (estilos de cante flamenco sin instrumentos, un rezo o invocación en voz alta dirigida a la Virgen o a Jesús), perfumado por el incienso acaramelado o de azahar. El paso termina de andar, la multitud se dispersa en busca de la siguiente imagen, muchos apuntan a las iglesias para ver la salida. El centro de Sevilla está cercado por vallas, escaleras y palcos, puestos de privilegio, en primera fila, muchos frente a la Catedral (durante la semana se pueden ver hasta cien pasos) donde entran y salen todos los pasos. Y cómo hago para ir a sentarme allá frente a la catedral, le preguntó a Marina. “Mmm, hay que tener pasta (plata), muchos son asegurados antes”. Los abonos para los palcos y las sillas oscilan entre 100 euros mínimo y 1000 máximo. Cae la tarde, quedamos atrapados en una calle en fila india, alguien intenta romper el cerco en un esfuerzo inútil. Coches de bebés, madres con niños en brazos, jóvenes sentados en las aceras, adultos mayores en andadera, y una que otra mascota se fusionan ordenadamente como hormigas.

“Ya viene la Estrella”, se escucha con algarabía. Se trata de la Virgen la Estrella y la hermandad que lleva el mismo nombre con más de seis siglos de fundada. Cruza el puente de Triana y justo nos encierra la multitud. Declarada en 1980 Fiesta de Interés Turístico Internacional, la Semana Santa de Sevilla congrega turistas de Francia, Italia, Estados Unidos, Inglaterra y Alemania principalmente.

Para este año se espera una reactivación del 90% en el turismo y las calles y hoteles ya dan fe de ello. Si bien en Colombia se celebra con fervor la Semana Santa, en especial en ciudades como Popayán, Pasto o el Distrito de Mompox, en Sevilla cobra un sentido estético, artístico y espiritual con una tradición de 400 años.  

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Quedan todavía largas jornadas, la radio y la tv transmiten día y noche, en Twitter hay cuentas especializadas para informar, analizar y agendarse como @elllamadorcsr. Los medios andaluces reportan in situ con mapas de las procesiones en tiempo real, se da cuenta de cada cambio, cada detalle sobre todo el pronóstico del tiempo que ya se ha cobrado algunos recorridos, y si lo que quiere es crítica, disidencia, opinión diversa sobre la presencia de las mujeres, la inclusión de las minorías en esta fiesta popular hay actividades artísticas, culturales y cuentas en Instagram como @proyectopalio debatiendo sobre el tema. Si lo que busca es algo más pagano, los bares están abiertos hasta las tres de la mañana. Ah, y también hay repostería estacional: las torrijas (trozos de pan de uno o más días remojados en leche o vino dulce) y otras delicias gastronómicas.

Se termina la procesión de esta madrugada, después de dos horas de repiqueo, música, caminata, y fervor magnánimo que dan vida a la muerte y la pasión de cristo, las voces alegres, cansadas se  dispersan. Son las 3:30 a.m., la noche apenas duerme en Sevilla. Aún faltan pasos entre ellos ‘La madrugá de la Macarena’ el Viernes Santo. La procesión debe continuar.

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