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Las Nochebuenas con la Sonora Matancera

Las Nochebuenas con la Sonora Matancera

sonora matancera navidad

“Qué buena es la Nochebuena
qué buena es la Nochebuena
qué buena es la Nochebuena
qué buena es la Nochebuena

Mulata voy a comprarte
después de un lechón muy bueno
un guanajo y el relleno
eso queda de tu parte”

Por Gerardo Quintero Tello

Director de 90 Minutos - @gerardoensusalsa

En 1958, ya la Sonora hacía saltar las radiantes rocolas de los bares populares de la ciudad. En las cantinas del añejo Barrio Obrero ya se discutía sobre cuál era la mejor voz si la de Bienvenido Granda, ‘El bigote que canta’, o la de ‘El Jefe’ Daniel Santos. El Teatro Belalcázar, situado entonces sobre la Carrera 10 con Calle 21, a pocas cuadras del Parque Eloy Alfaro, por supuesto en el Obrero, fue testigo de su agónico ‘lamento borincano’ y su dolorosa ‘Despedida’.

En ese año, Cali apenas se recuperaba de la gran tragedia que enlutó a la ciudad el 7 de agosto de 1956 y que costó la vida a más de cuatro mil personas. La ciudad estaba estremecida y el corazón de la rumba de entonces también latía con menos intesidad. En medio de ese ambiente que golpeaba aún la ciudad salió el álbum Navidades con la Sonora Matancera. Doce cortes que sonaban en el tocadiscos a 33 revoluciones por minuto y que se transformaron en un paliativo para la nostalgia. Con cada año que transcurría, la Sonora se instalaba sin retorno en el alma musical de Cali.

Con la Sonora Matancera aprendimos que la Nochebuena era más buena si teníamos vino con sabor de uva, bastante cidra de España, dulce ‘melao’ de caña y buñuelos de Cuba. Y no solo eso, gracias a Celio González, el gran ‘flaco de oro’ que inmortalizó ‘En la Nochebuena’, uno de los discos emblemático de la agrupación cubana que aún suenan por esta época, supimos que el guanajo era un pavo y que si se servía relleno era mejor. Y toda esa gastronomía de la Isla la fuimos saboreando, degustando, casi que oliendo, así nunca hubiésemos probado ni siquiera un manjar de aquellos. Y mientras todos en coro cantábamos ‘qué buena es la Nochebuena, qué buena es la Nochebuena’, nos enteramos que complementando al guanajo con platanitos tostones, avellanas y turrones y yuca con mojo de ajo era que se gozaban las navidades en Cubita, la bella Cubita.

“Qué buena es la Nochebuena
qué buena es la Nochebuena
qué buena es la Nochebuena
qué buena es la Nochebuena

Vino con sabor de uva
bastante cidra de España
dulce melado de caña
y buñuelos de mi Cuba”

Primer LP navideño de la Sonora Matancera, que se conoció en 1958.

Hablar del conjunto más célebre de Matanzas es adentrarse en el genoma musical de Cali. Como una huella única e indeleble, la Sonora marcó el destino rítmico de esta capital que está más cerca del Pacífico que del mar Caribe, pero que tiene palmeras, huele a coco, tiene brisa y respira mar, así no tenga playa.

Guillermo Cabrera Infante, el escritor y sabio cubano, le adjudicó a Umberto Valverde, uno de los más reconocidos historiadores de la Sonora, un calificativo que solo se lo concedió a cinco personas, el de tener “La música adentro”. Valverde nació en el Obrero, el barrio centenario en donde se escucharon los primeros acordes de la vieja Matancera. La historia la resume así el escritor de ‘Reina Rumba’, el libro que narra la historia de Celia Cruz, una de las más célebres cantantes de esta orquesta.

“Con la música adentro, eso es la herencia de mi barrio, no sólo para mí sino para la ciudad. Cali se quedó con la memoria de la música cubana, de la salsa, gracias a nuestros antepasados. Ellos retomaron la música cubana en los finales del 30, con la aparición de la radio. Después, con el cine mexicano, con el cine de rumberas, un periodo de más de 200 películas a partir de 1946, una especie de subgénero, donde las protagonistas eran bailarinas, casi todas cubanas (Tongolele, Meche Barba, Ninón Sevilla, etc), y, donde aparecían fundamentalmente dos orquestas, la Sonora Matancera (con Celia Cruz, Daniel Santos) y la orquesta de Pérez Prado, con el mambo, que dio origen al bailado pachuco que se tomó la zona de tolerancia de Cali, que quedaba incrustada entre el barrio Sucre y el Obrero”.

En el Obrero, la Sonora era la reina


Los primeros años de la Sonora, Caíto, Laíto y Rogelio, el director.

Carlitos Molina, el hijo del hombre que creó el Museo de la Salsa en el barrio Obrero, desanda los pasos de sus ancestros y recuerda lo que le contaron. “La Sonora Matancera en Cali prácticamente comienza a trazar parte de su identidad por el sinnúmero de cantantes y artistas que se identificaban con la música antillana y afrocaribeña”. Armando Molina, un tío de Carlitos, se convirtió en la mano derecha de Daniel Santos durante sus visitas a Cali e incluso una prima, Jasmeli, era hija del ‘Inquieto Anacobero’ que marcó época con la orquesta cubana. “La Sonora tenía una cercanía con los caleños impresionante, todo lo que se escuchaba en esa época se relacionaba con la Sonora. Aunque era un fenómeno mundial trazado por la típica guaracha cubana, marcó una tendencia en el baile caleño”.

Gracias a sus inquietas investigaciones, Carlos no tiene dudas de que las fiestas decembrinas se transformaron en la ciudad con la llegada del álbum ‘Navidades con la Sonora Matancera’. Las tres grandes voces que sobresalen en los números más escuchados por los caleños son las de Carlos ‘Argentino’ Torres, Celio González y la gran Celia Cruz.

“Vámonos pa’l campo mi compay pero enseguidita vámonos que estas navidades si es verdad que no me las voy a perder yo…

Ulelolai lelola lelolai en toditos los hogares ya se ve mucha algarabía /  todo el mundo se prepara a celebrar los alegres días / Vaya ensillando la yegua mi compay que nos vamos ya / prepárese  la parranda que se acerca la Navidad”

‘Vamonos pa’l Campo’ es precisamente uno de esos temas que se quedó sembrado en el alma de los caleños, traspasó generaciones y se instaló en el ADN rumbero y nostálgico de los barrios populares. De 1958, este tema fue interpretado por el gran Carlos ‘Argentino’ Torres, conocido como ‘El rey de la pachanga’ y que falleció en Buenos Aires el 23 de junio de 1991. Una oda al recuerdo, a pasarla bien y a reunirse con los amigos y la familia. ‘Vámonos Pa’ El Campo’ se volvió la historia de aquello que todos queríamos vivir el fin de año: “Yo quiero pasar la fiesta mi compay en mi terruñito subiendo y bajando cuesta, pero bien y bien borrachito / Quiero bailar más que un trompo y gozar con mis amistades porque no hay cosa más linda  mi compay que las Navidades” .

Un rumbero de la vieja guardia, quien para 1958 prestaba servicio militar, tiene claro el significado de la decana de las orquestas cubanas. “Uno se iba para las discotecas de la Carrera Octava donde estaba la rumba brava y todo era con Sonora, también se escuchaba a Celina y Reutilio, mejor dicho, todo lo antillano. Recuerdo los bailes en ‘Séptimo Cielo’, al frente de Bavaria, ‘Aretama’ y ‘El Infierno’, que quedaban seguidas una de otra, en la Carrera Octava entre calles 27 y 28”.

Fernando López, a quien los amigos conocían como ‘Pinto’, no puede dejar de recordar la mota que usaban los chicos en sus peinados ni el zapato blanco que no podía faltar en la rumba. Hincha de ‘La Mechita’, como buen habitante que era del barrio Obrero, recuerda también como los ‘cocacolos’ (los pelados de la época) llegaban hasta el grill San Nicolás, que quedaba en la Carrera 5 con Calle 19 u otras veces hacían estación en el ‘Café 20 de Julio’, donde la calurosa tarde caleña se matizaba con las primeras cervezas que auguraban una rumba hasta el amanecer.

“Deseando a todos mil felicidades en los días alegres de las navidades… Nuestra felicitación a la tierra del encanto, esa isla tan bendita que todos queremos tanto…”.

Esta estrofa del ‘Aguinaldo Antillano’, en la voz de Celia, se inmortalizó en cada casa de los barrios populares caleños de los años cincuenta y sesenta. Aún hoy, los entonces adolescentes hoy convertidos en tiernos abuelos y abuelas intentan trasmitir la herencia luchando a brazo partido con las explícitas letras del reggaeton.

Hubo un tiempo en Cali en el cual sino sabías bailar, lo más probable era que no consiguieras pareja, que no socializaras, que no consiguieras amigos. Hay una historia que relata que en los viejos teatros Imperio, Caribe, Troncal, Palermo y San Nicolás los chicos se retaban no a cuchillo sino al que más pasos improvisara a la usanza de Germán Valdez, El famoso ‘Tin Tan’, que llenó de alegría a la muchachada de entonces.

Bienvenido Granda, uno de los más grandes cantantes que pasaron por la Sonora, conocido como el 'bigote que canta'.

“Mira ya tú ves
llegaron las Navidades
y les deseamos
mil felicidades

Esta es la Sonora
que trae alegría
y felicidades
con sus melodías”

Este fue un álbum que recopiló varios de los temas navideños que interpretó la Matancera

‘Rumba en Navidad’ es otro de esos discos que nunca pasan de moda entre los caleños. Toda la versatilidad vocal de Celio Adán González, ‘El flaco de oro’ nacido en Camajuaní, Cuba, puesta en esa rítmica envolvente y navideña. El álbum ‘Navidades con la Sonora’ se convirtió en un hito de la música afrocaribeña. Fueron doce cortes que dejaron huella: ‘Recuerdos de Navidad’, ‘Feliz Navidad’, ‘Llegaron las Navidades’, ‘En la Nochebuena’, ‘Aguinaldo Antillano’, ‘Mi Navidad’, ‘Vamos Pa’El Campo’, ‘Jingle Bells’, ‘Cuando llegue la Navidad’, ‘A los reyes magos’, ‘El cha cha cha de la Navidad’ y ‘Rumba en Navidad’.

Celia Cruz, Celio González y Carlos 'Argentino' Torres fueron claves en la historia musical de la Sonora,

“Esta es la parranda de los antillanos
viene saludando a nuestros hermanos
deseando a todos mil felicidades
en los días alegres de las navidades

En estos días alegres traemos salutación
a los hijos de Quinqueya, hermanos del corazón
virgencita de Alta Gracia líbralos de todo mal
a la tierra del merengue, queremos felicitar

Deseando a todos mil felicidades
en los días alegres de las navidades

Nuestra felicitación a la tierra del encanto
esa isla tan bendita que todos queremos tanto
que siempre brille una estrella en ese cielo antillano
qué viva borinquen bella y todos los borincanos”

Caíto tocaba las maracas y era corista.

‘El aguinaldo antillano’, en la voz de la gran Celia Cruz, termina siendo el gran saludo de la Sonora a los pueblos hermanados a través del tambor, el piano y los sonidos afrocubanos. Remenbranzas de un bello pasado como el que relata Jaime Salcedo Pereira: “Qué recuerdos de mi infancia, el señor Álvarez, vecino mío, tenía una colección de la Sonora y apenas pisaba diciembre esta era la primera canción que colocaba, yo me iba para su casa y me contaba las historias de cada canción, por eso soy matancerómano y no me cambio”.

Justamente los recuerdos afloran cuando se habla de la decana de las orquestas del continente. El 26 de diciembre de 1976 los caleños enloquecieron con la Sonora Matancera, durante un espectáculo realizado en el Paseo Bolívar, en pleno centro de la ciudad. Rogelio Martínez (director); Yayo el Indio y Jorge Maldonado con sus voces inconfundibles cantando ‘Mala Mujer’; Alfredo ‘Chocolate’ Armenteros tronando su trompeta venezolana; el legendario percusionista ‘Papaíto’ y la concentración musical que emanaba ese negro hermoso y larguirucho de Caíto, que había ingresado a la orquesta en 1926 y que con ese juego tan particular con las maracas y coros enloquecieron de nuevo a los caleños, como 20 años atrás lo habían hecho con los rumberos de San Nicolás y el Obrero.

Este es una imagen que publicó el periódico El Tiempo, cuando la Sonora se presentó en los años setenta en Cali.

Quienes llegaron a este evento en el corazón caleño dicen que a las nueve de la noche ya había más de cuarenta mil personas esperando los primeros acordes de la Sonora y que fue la única vez en la historia, mientras hubo casetas en Cali, que estas no se llenaron por ‘culpa’ del sonido matancero. Ese mismo 26 de diciembre hubo más hitos porque allí mismo se presentaron el ídolo de la rumba caleña Píper Pimienta Diaz y el querido ‘negrito del batey’, Alberto Beltrán.

Y ahora, cuando el Decano de los Conjuntos de América cumple cien años, Cali sigue manteniendo vivo su legado. En noviembre pasado fue la casa de un gran homenaje en el que participaron los cantantes Domingo Quiñónez, Betty Kar y Tito Murillo, quienes conformaron una tripleta de artistas fantásticos que revivieron a través de un teatro musical, en el que también participó Salsa Ballet de Colombia, esta historia de rumba, recuerdos y sabor.

El cantante nacido en Manhattan, pero con alma puertorriqueña, Domingo Quiñones, sabe que el ‘decano’ marcó a toda una generación de artistas. “Qué puedo decirte, todos aprendimos con la Sonora Matancera, yo no estaría aquí sino hubiera sido por ellos”, me dice Domingo con la humildad del artista agradecido.

Caíto y Yayo el Indio fueron dos íconos de la Sonora Matancera.

“Todo comenzó con la Sonora Matancera, existía mucha gente, pero el impacto de La Sonora Matancera, su disciplina, sus letras poéticas, su guapería, el contrate de sonidos, con la voz de Laíto, Caíto y tantos cantantes que pasaron por la Sonora le dieron un toque demasiado especial. He notado, además, que en Cali  hay un amor muy especial por la Sonora Matancera y es de los lugares del mundo que he conocido donde más se respeta y valora a la Sonora”, me relata Domingo, mientras no puede dejar de pensar en aquellas letras de Celio González, Vicentico Valdés, Carlos Argentino, Nelson Pinedo y tantos otros, que al igual que a nosotros, marcaron su niñez y adolescencia.

La música en Cali ha sido amor y pasión. Hubo una época en que los caleños enamoraban con boleros de Daniel Santos, Celia Cruz, Leo Marini o Alberto Beltrán susurrados al oído de la pareja y bailados lentamente en una sola baldosa de aquellas coloridas de los antiguos barrios de la ciudad. Y es que cómo olvidar canciones como ‘Aquel 19’, de Alberto Beltrán, un bolero que se convirtió en el himno de los hinchas del América, en aquel inolvidable 19 de diciembre de 1979; o aquellos temas que inmortalizó Bienvenido Granda y que suelen plantar un tremendo lagrimón: ‘Angustia’, ‘Por dos caminos’, ‘Ojos malos’ o en la ‘orilla del mar’. O qué tal aquellas crónicas tormentosas interpretadas por Celio González y que poseían esos nombres tan potentes como las sentencias de un togado: ‘Amarga Navidad’, ‘Total’ o ‘Sin pensar sin ti’. Y es que cómo no puede sucumbir un corazón atormentado por los dolores del amor cuando escuchas ese canto desgarrado del gran Celio clamando…  ‘Yo no sé cómo puede la luna brillar/ Cómo pueden las aves cantar si ya no me amas tu / Yo no sé, cómo es que puede el sol alumbrar / Cómo puede la tierra girar si ya no me amas tú / Con tu adiós el alma se resiste a creer que la vida pueda continuar con lo que sufro yo / Yo no seeeee’.

Esta imagen nos muestra los comienzos de la Sonora, con unos imberbes Laíto, Rogelio y Caíto.

No hay duda de que embriagarse a través de los sonidos de la Sonora Matancera es un viaje con pasaporte a la nostalgia. Es una expedición a la añoranza de la mano de un señor que se parece a un abuelito nuestro, al tío que se marchó, a la abuelita que hacía los buñuelos, a la madre que nos regaló los primeros acordes. La Sonora nos transporta a una ‘saudade’ sin retorno y más aún en diciembre cuando su historia musical nos conduce por los insondables recovecos de nuestro más bello patrimonio personal y único: Los recuerdos.

Daniel, Celia y Bienvenido, los reyes


Medardo Arias, escritor y salsero de corazón, dice estar seguro que uno de las grandes responsables de ese culto desbordado por la rumba en Cali es justamente la Sonora Matancera. Daniel Santos, Celia Cruz y Bienvenido Granda eran voces familiares escondidas dentro de una radiola que servían para aliviar penas, aflorar recuerdos o simplemente gozar en ‘los días alegres de las navidades’.

Ahora es Annelies Romero, una rumbera de paso fino, quien lo cuenta: “Mi padre subía el volumen y cantaba las canciones de ese LP de la Sonora. En ese entonces yo no comprendía el motivo de tanta emoción. Unos años más tarde me alegraba escucharlas porque significaba que había llegado la Navidad con sus brillantes luces y juguetes. Había otras fiestas, pero a mí me encantaba quedarme en casa y bailar con él estas canciones con las que evocaba las navidades de mi niñez. Ahora mi viejo ya no baila, su andar es lento, pero las seguimos escuchando cada Navidad y le subimos el volumen cantando y bailando con el corazón”… Y es que al final, como dice Annelies con una voz que pareciera representar a todos los caleños: “Hay canciones que se quedan en el alma para siempre haciendo parte de tu historia”.

¡Gracias, querida Sonora Matancera!