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Una Miranda Diferente, por 'J.J.' Miranda

Una Miranda Diferente, por 'J.J.' Miranda

 

De cuando el diablo se fue del América

 

Buscar explicaciones a por qué el América está a punto de quedarse un año más en la B no es fácil, si queremos ser simplistas señalemos solo a jugadores y cuerpo técnico como responsables y concluyamos, cómodamente, que por su incapacidad tienen al equipo a punto de seguir en la más profunda fosa. Pero, hurgando un poco más, el análisis puede estar atravesado por detalles tan humanos como espirituales.

A los cabaleros no les debería sonar extraño que la época dorada del equipo llegara, curiosamente, cuando el médico Gabriel Ochoa Uribe “expulsó” al diablo del escudo. Es probable que el exitoso entrenador entendiera que no era suficiente el poder económico o tener una nómina de lujo, también era necesaria esa “ayudita” que viene de quién sabe dónde. Años después el diablo volvió y aunque los títulos no desaparecieron, tal vez una que otra visita al templo hubiese ayudado.

Pero para quienes no creen en cosas del más allá y tienen sus pies bien puesto sobre la tierra, podría ser suficiente con hablar de malos manejos administrativos que, luego de la salida del gran mecenas, hicieron que el equipo se fuese empobreciendo, sumado a la tan maligna Clinton que cerró la posibilidad de mantener la grandeza, sin embargo, y pongo de nuevo a la “curiosidad” como testigo, durante la permanencia en tan funesta lista, el América consiguió tres títulos nacionales, uno internacional y llegó a su cuarta final en Copa Libertadores.

Ya sea por haberse alejado del “Dios Todopoderoso” o por la terrible combinación del “patrón” en la cárcel y el equipo en la Clinton, cada que comenzaba una nueva temporada las contrataciones se iban distanciando de lo que necesita un equipo grande para seguir siéndolo, a la dirección técnica comenzaron a llegar entrenadores con preparación académica, pero faltos de lo que una institución como el América necesita para conducirla.

En el 2011 llamaron a filas a los veteranos generales, “tigre” Castillo, Jersson González, Julián Viáfara y otros, para que defendieran el territorio que la institución estaba a punto de perder, pero como en una tragedia griega, las tropas rojas sucumbieron y se hizo realidad la más grande pesadilla.

Los dos recientes años han sido de ilusiones y sufrimientos, ambos sentimientos del mismo tamaño y, sobre todo de indolencia de quienes deberían haber regresado al equipo al sitio que merece.

Hoy dirigentes, jugadores y técnicos repiten frases incoherentes que riñen con lo que se ve en cada partido, hablan de sacrificio, entrega, respeto, pero en el campo lo que muestran es impotencia, falta de garra e incapacidad para hacer respetar la camiseta, dejándose superar por rivales inferiores en todo, absolutamente en todo y eso para el hincha es lo más insoportable.

Lo aficionados ven como el equipo de sus amores, ese que llegó a ser el segundo del mundo, el América de las 13 estrellas, del pentacampeonato, el rojo de Montaño, Volken, Paz, Pascutini, Bataglia, Cáceres, Falcioni, Gareca, Cabañas, Willington, Antony, Da Silva y Ochoa Uribe, vive del recuerdo de años dorados, de esa época en la que el diablo se fue del escudo, cuando los dirigentes sabían contratar y cuando hablar del América era sinónimo de verraquera, esa que ahora solo sienten los hinchas cuando ven al equipo del presente.