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¡Lisandro por Dios!

¡Lisandro por Dios!

Especial para 90minutos.co

Con la escasez de Lisandros buenos que hay en Colombia (Lisandro Duque Naranjo, cineasta y columnista de Sevilla-Valle del Cauca; Lisandro Meza Márquez, músico y cantante leyenda de raspas clásicas como Baracunatana, Las Tapas o El hijo de Tuta; Lisandro Rengifo, el periodista deportivo que más sabe de ciclismo en nuestro país) y el Lisandro Junco, nos sale corrupto. ¡Maldito sea! No hay derecho… ni izquierdo, ni centro, ni nadie que no deba asombrarse por la desfachatez de este bellaco. Los de la derecha, seguramente por ‘bruto’, por dejarse pillar; los de la izquierda, por corrompido con el erario, y porque es tarea de la oposición ventilar esta podredumbre; y los del centro verdadero, por ser a fin al discurso del gobierno, que predica y no aplica en todo. El resto, por no tener ninguna de las posibilidades anteriores.

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Que el director de la DIAN aparezca en los Pandora Papers equivale a que el máximo jerarca de la Iglesia en Colombia salga en una foto en una casa de lenocinio. Tener cuentas en paraísos fiscales es una práctica común entre los más ricos, entre los millonarios de a de veras, dicen los manitos. La evasión y la elusión de impuestos es una noticia de trascendencia nacional -e internacional, como diría Darío Arismendi que figuró en los Panamá Papers-. La prueba más fehaciente de la doble moral del mundo: Panamá, Islas Caimán o Suiza, son los putiaderos del poderoso caballero que es don dinero, como escribió Quevedo. Fortunas legales e ilegales van a parar a esas arcas del demonio custodiadas por angelitos. La codicia –todos sabemos- no tiene límites, ni fondo, ni vergüenza. El más grande paraíso, uno propio que no necesita llevar su fortuna a ninguna parte, es El Vaticano. ¡Ahora no se hagan los que no sabían!

Pero volvamos a lo nuestro. A esta tierra extraña donde no pasa nada, aunque pase de todo. 588 colombianos figuran en la exclusiva lista y hasta el momento los medios mencionan tímidamente a lo sumo una docena. Incluso unos explican –defienden es el término adecuado- la actitud de algunos que, si bien podría no ser ilícita, es deshonesta por donde se le revise. Tener una sociedad en una jurisdicción offshore o en un paraíso fiscal no es delito, la cuestión es que el secreto suele ocultar la cobardía, y ésta, el pecado. Las atractivas ventajas tributarias en estos territorios permiten que políticos, artistas, empresarios o deportistas evadan impuestos en la tierrita y que los delincuentes laven dinero o lo escondan. De los gobernantes no asombra. Ha sido lo suyo siempre. Pero de Lisandro Junco, ¡un funcionario hasta el momento casi desconocido!

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Sin cumplir todavía los 40 años, Lisandro Junco Riveira es el director más joven que ha tenido la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales de Colombia (DIAN). Y uno de los más preparados. En su meteórica carrera, este abogado de la Universidad de la Sabana arropó su actividad profesional con el Derecho Tributario y el Financiero, de los que es destacado especialista; y magíster en Derecho Internacional. Mejor dicho, la flecha para cuestiones fiscales. El tipo sabe dónde ponen las garzas y cuántos pares son tres moscas. Trabajó en la OEA y con la OCDE, dos señoras que viven del cuento de la unión, la fábula de la cooperación, la leyenda de la ayuda, pero que en realidad son pura ficción y a veces novelas de terror. Como los seres más peligrosos de la psiquiatría forense, tiene carita de yo no fui. Otro yupi del altiplano cundiboyacense con activos en Estados Unidos y que se declara perseguido, porque como buen conocedor de la minucia legal, tiene todos sus papeles en regla.

A mí la verdad este nuevo escándalo me resbala, pues no pasará nada como no pasó nada con los Panamá Papers, ni con todos los escándalos de corrupción que se destapan en este país, antes consagrado al Sagrado Corazón de Jesús y que ahora rinde culto a san Francisco de Asís, o a Basilio de Cesarea, o a Giovanni Papini o a Gandhi: el dinero es el estiércol del demonio. A todos se les atribuye la frasecita, pero lo único cierto es que la ambición desenfrenada y descarada de la inmensa mayoría de gobernantes y funcionarios en Colombia, es vergonzante. Nadie le hizo caso al glorioso y gangoso Julio César Turbay Ayala: “Hay que reducir la corrupción a sus justas proporciones”. La justicia condena de manera ejemplar a un par de necias, como Epa Colombia o la policía transgénero, pero sólo de vez en cuando a los atracadores con títulos y corbata.   

Lo que en realidad me tiene indignado, es que el nombre con el que fui bautizado, sea vapuleado por este mozalbete que me recuerda al chico lumbrera, la joven promesa y ahora vieja decepción, el zar anticorrupción más corrupto, Luis Gustavo Moreno. Párvulos con muchos pergaminos y nada, absolutamente nada, de conciencia social. No es una cuestión de mero ego. Lisandro o Lizandro es un nombre considerado extraño. Debe uno aguantarse el, cómo me dijo: ¿Libardo, Leandro? Amén de otros chistes flojos como: ¿Cilantro o Lisandro Meza? En el centro del país no es tan raro y en la Costa Atlántica, normal. Y ahora se suma este Junco, la planta de los pantanos con la que fue hecha la arquilla donde fue puesto Moisés y, por extensión, la sabiduría que asombra. ¡Tanto conocimiento de Lisandro Junco puesto al servicio de la corrupción!

Se me olvidaba “el secretario del jefe, calavera empedernido y el más inteligente de todos”. La definición es del ilustre Tomás Rueda Vargas, sobre Lisandro Cuenca, el secretario del único presidente indígena que ha tenido Colombia: José María Melo. Ese sí, otro de los buenos. Adhiero.

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