Icono del sitio

Un amor inconcluso

Un amor inconcluso

¿Pasamos por fin a una gran Colombia o nos quedamos en la del gran colombiano? Esto le preguntaba la paloma de la paz a Humberto De La Calle e Iván Márquez, en una caricatura de MHEO, publicada en El Espectador en 2013. Y ganó el NO. Eso le respondió una parte del país al alicaído símbolo de la paz. ¡Y que ganó la democracia! Cuál, si al 63% de esta nación el otro le importa lo mismo con lo que las palomas bañan todas las estatuas de la patria, que para muchos sigue siendo boba. Son las fisuras de la democracia, ese abuso de la estadística según Jorge Luis Borges o la posibilidad de votar antes de obedecer las órdenes, en palabras de Charles Bukowski.

No fuimos capaces de pasar por fin a una gran Colombia y nos quedamos en la de El Gran ColombiaNO. En la de un líder más astuto que inteligente y más guerrerista que beligerante, al que su megalomanía NO le permitió aceptar que otros consiguieran lo que él NO pudo con las armas. Azuzó a un pueblo ignorante que él conoce y manipula a su antojo. Una sociedad que atiende más la emoción que la razón. Más la televisión que los libros. Más las interpretaciones que el Acuerdo que nunca leyó.

NO se conforma este líder con saber que combatió a la FAR, que las arrinconó, que las mermó, que les dio los más duros golpes junto a su ministro de Defensa, pero no las derrotó. Esa fue una de la razones para que esos hombres de guerra se quitaran las botas pantaneras y se sentaran a negociar en La Habana. También la muerte de sus viejos fundadores, que en 1964 se armaron para salvar la vida, amenazada por conservadores piadosos que en todo lo rojo veían al diablo. 18 gobiernos no los pudieron derrotar con las armas y uno desarmó su actitud con la palabra. Y otra razón claro, que ya nadie quiere la guerra. Si es la verdad la que los asiste.

Millones de voces gritan NO a la guerra y millones de veces fue marcado el NO. Nadie en teoría quiere la guerra, ni la izquierda, ni el centro, ni la derecha, pero la práctica demuestra lo contrario. El peligro sigue latente y él -guerrerista como pocos-, tampoco quiere cargar con el INRI de darle más largas a la guerra. Lo que quiere es NO quedarse por fuera de la foto de la historia de la paz y sus beneficios. Ser protagonista. Y ojalá esta situación haga que por algún lado le brote el estadista y se le esconda el latifundista.

Lo que se viene es muy delicado. Una verdadera filigrana política, conjetura MHEO. Colombia no deja de sorprender. Los hombres de la palomita en la solapa NO se esperaban la derrota, tanto como NO esperaban el triunfo los hombres de la perorata. El hombre del sombrero, los caballos, el ganado y los negocios, NO había separado ningún salón, NO había bombas y serpentinas de colores, tampoco palomitas de papel listas para revolotear movidas por inmensos ventiladores y pintadas con las luces de reflectores de colores rojo, amarillo, verde y blanco. El Salón Rojo del Hotel Tequendama SI que se quedó triste y vacío. Los encuestadores dilucidaron que muchos giraron en U. No estaba prohibido. Aquí los políticos nos han enseñado a decir una cosa y a hacer otra. Hoy quienes votaron por el SI están tristes y los que lo hicieron por el NO silentes. Algo debe estar pasándole a esta nación.

El país sigue dividido entre el centro y la periferia. Basta mirar el mapa del plebiscito. El NO rodeado por el SI. Las zonas de guerra directa volcadas a la esperanza: Caloto y Toribio. Barbacoa y Tumaco. Los cinco municipios de la Zona de Distensión: San Vicente del Caguán, La Macarena, La Uribe, Mesetas y Vista Hermosa. Y Bojayá, el ejemplo más estremecedor; y el centro aferrado a los coletazos de la violencia. Bogotá fiel a su tradición, se deja ver en dicho mapa con un voto de opinión que la dejó rodeada por el NO y a Pachito Santos recogiendo un triunfo que ha hecho especular a algunos, que el resultado es otra estrategia del presiente y el gamonal, para derrotar a la guerrilla.

Es un hecho irrebatible que salvo los vendedores de armas y quienes de ellas derivan su sustento y enroque en el poder -en cualquier orilla, legal o ilegal-, todos los colombianos queremos la paz. Hasta los que no salieron a votar, que no creo sean movidos por la indiferencia, sino por la cobardía, la ignorancia, la mezquindad y la estúpida pereza.

Pero por encima de todas las cosas, es grato ver que el país no es de extremos absolutos y que la polarización ganó en igualdad de proporciones y generó un equilibrio que se deberá reconocer, a la que más beneficia y fortalece es a las Farc-Ep. Llevan cincuenta años poniendo presidente y ahora tienen al gobierno y al remedo de oposición al frente, para entre los tres decidir el futuro de Colombia. La historia se encargará de registrar, si sus ciudadanos no fueron capaces.

El viejo remedio de matar no ha servido sino para seguir matando. Una sola de las lágrimas derramadas ayer por mi hija y una sola frase pronunciada por un amor inconcluso desde Bogotá, después del triunfo del NO, me mueven a pensar más y mejor. A revisar más la historia, a descubrir más que a cubrir. A sumar perdones. El de la policía que fue chulavita, el del ejército que fue paramilitar, el de los conservadores y los liberales que fueron pájaros azules y rojos; el de la Iglesia que condenó a muerte desde los púlpitos. El de todos, porque no debemos olvidar, que el principal mal de este país no viste de camuflado, ni se calza botas pantaneras. La corrupción nos ha contaminado y nadie parece tener la receta de la purificación.

Adenda: Purificación es por ahora, el municipio del Tolima donde nació Daniel Bocanegra, el último convocado a la Selección Colombia que afrontará la doble jornada de las Eliminatorias Rusia-2018, ante Paraguay y Uruguay, de lo que se hablará en los medios y en las redes el resto de ésta, de la próxima y de la otra semana. Y del sóleo de la pierna izquierda de James, que por lo acontecido importa más que el hemisferio izquierdo del cerebro de Timochenko, el derecho de Uribe y el cerebro completo de Santos.