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Todas, todos y ‘todes’

Todas, todos y ‘todes’

Especial para 90minutos.co

Cordial saludo y saluda. Si lees y leas en la mañana, en la tarde y tardo, o en la noche: buenos y buenas, días, tardes y tardas, y noches. Me han dicho y dicha que soy machista porque no sigo y siga la tendencia de hablar para todos, todas y ‘todes’ los géneros. Dispense y dispensa usted querido y querida amigo y amiga, pero no soporto y soporta, y menos soporte, el exuberante lenguaje inclusivo, inclusiva e inclusive de los nuevos y nuevas, seres humanos y humanas. Los y las hoy aquí en este y esta mundo real y virtual, presentes y presentas, sabrán que profes y profas (este último término sí existe), somos personas en vías de extinción por cuenta y cuento de la inteligencia artificial. Ello y ella supone que sobre quien ose u osa contravenirlos y contravenirlas, se arrojen y arrojan inmundicias. Sobre todo, toda o ‘tode’ aquel o aquella que no piense y piensa, y diga y digo, como ellos o como ellas quieren o quieran. Dios y diosa, permitan que todos, todas y ‘todes’ mis estudiantes encuentren el rumbo y la rumba profesional para ser unos buenos periodistas.

¿Ilegible cierto? Algo insoportable. Detestable incluso. Que cada quien salude y hable como quiera y le parezca. Que en su cotidianidad se exprese como a bien tenga. Que incluya a todos a quienes considere excluidos y marginados. Que ojalá en su discurso vital encuentre todas las posibilidades para ser equitativo  y en su mundo no haya espacio para la inequidad y menos para la iniquidad. (Sí, son términos diferentes. La primera es desigualdad o falta de equidad y la segunda, maldad o injustica). Pero que no pretenda voltear las normas de un idioma al que le ha costado siglos organizar la dinámica del habla, no sólo para que podamos entendernos mejor, sino para que podamos comunicar con mayor efectividad bajo los lineamientos de la escritura. Es una moda, una especie de manía sociológica, asignarle femenino a palabras que no lo tienen. O plural. Se saluda buenos días, porque es plural expresivo, como muchas gracias o felicidades. ¿O usted dice mucha gracia? Entonces no diga: ¡Buen día!

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Si les parece que la Real Academia de la Lengua Española es una institución anquilosada, anacrónica, de señores heteropatriarcales e impositivos (486 hombres desde su fundación en 1713), donde las mujeres que la conforman también son machistas (sólo 11 desde 1978), pues pásese al inglés o al esperanto, hable mandarín o regrese al chibcha (de donde provienen casi todas nuestras palabras con ch como: cucha, mujer más bella que el arcoíris; guaricha, joven princesa guerrera; guache, joven valiente guerrero; incluso, si es mucho más incluyente, pues hable el náhuatl de los aztecas o el quechua de los incas. Amén de cualquiera de las 69 lenguas nativas de Colombia, como la de los wayús o los guahíbos. Sepa, sin embargo, que por cuenta de la RAE hay diferencia entre latino, hispano, latinoamericano, iberoamericano, hispanoparlante y americano; y que chibchas, mayas, incas y aztecas jamás se reconocieron como tal, esos son nombres asignados por la historiografía.  

No he utilizado –en el revulsivo primer párrafo–, palabras con géneros diversos o contrarios como: cordiala, mañano, nocha, machisto, tendencio, géneras, exhuberanta, lenguaja, seras, munda, realo, virtuala, personos, víos, extensiona, inteligencio, artificala, inmundicios, profesionalas y periodistos, etc. simple y llanamente porque no existen, pero quienes insisten en ciertas formas idiomáticas –exageradas y radicales–, quieren llevarnos a modificar todo el lenguaje para saciar su desmedida pulsión reivindicatoria. Muchas palabras contienen los dos géneros, pero también muchas, no los aceptan y es una absurda majadería forzarlos por la más infantil de las razones: porque sí. Argumentarán ideología, pero es ignorancia.

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El idioma no tiene ‘idiomo’ y no por eso los hombres andamos por el mundo obligando a las mujeres a que nos incluyan. No existen como términos las ‘gobernantas’ y tampoco las ‘estudiantas’, ni masculino tiene Ana. Ni Francia es vicepresidenta, sino vicepresidente, porque el participio activo del verbo ser es ente, que significa el que tiene identidad, en términos coloquiales, el que es. Cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a este la terminación ente. Así, al que preside, se le llama presidente y nunca ‘presidenta’, independientemente del género (masculino o femenino) del que realiza la acción. O gerente o dirigente o ignorante. Y esto es machismo, hombre pues no, es una norma para aprender a hablar y a escribir con corrección. A usted señora no le dicen ‘pacienta’ en la clínica, ni ‘residenta’ en su edificio, ni que es una mujer ‘independienta’, porque decidió su soltería.      

El nombre de las personas y las cosas es propio y no propia. Así de sencillo. El español, más que cualquier otra lengua, es dinámico y cambia de forma permanente porque el habla así lo determina. De modo que los términos, las palabras, las expresiones pueden cambiar y cambian; y las instituciones encargadas lo registran para que algún día podamos comprendernos y eliminar el principal problema de los seres humanos: la incomunicación. Por la relación que tengo con la escritura debo confesar que no me siento experto en tan vastísima materia. Sólo garabateo palabras para intentar explicarme la vida y comunicarme con el mundo. Nada más. Me declaro un eterno aprendiz. Si algún profe extraviado me consideró allende el pasado una joven promesa, deberá sentir ahora –si aún vive o sobrevive– que soy apenas una vieja decepción. No soy experto en nada y si de algo hubiera de preciarme es de ser un buen observador. Y ver hoy cómo se habla, pero sobre todo cómo se escribe, me genera una especie de contraria fascinación. Se habla muy chévere, pero se escribe terrible. Debo estar en el segundo grupo.  

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