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Tema Aparte, por Élmer Montaña

Tema Aparte, por Élmer Montaña

 

El Súper Fiscal Montealegre

 

Al poco tiempo de creada la Fiscalía General de la Nación, Gustavo De Greiff el primer Fiscal General que tuvo Colombia, pidió al Congreso “que le quitaran poder”. Entonces se creyó que el viejo funcionario hablaba en lenguaje figurado y que en realidad estaba advirtiendo a los delincuentes que serían perseguidos sin cuartel.

Con el paso de los años La Fiscalía creció en número de funcionarios, capacidad tecnológica e investigativa, pero sobre todo en atribuciones legales. Hoy día, la entidad tiene dientes y garras y le falta poco para escupir fuego.

Hasta hace algún tiempo el poder de La Fiscalía estaba dirigido a la persecución del delito. Los fiscales habían ganado una merecida respetabilidad y la sociedad en general reconocía la labor cumplida por el ente acusador.

A los largo de casi 25 años han desfilado fiscales generales buenos, malos, regulares y pésimos. Pero con la elección de Eduardo Montealegre Lineth, la comunidad jurídica y académica coincidió en reconocer que había llegado un hombre con una hoja de vida intachable, conocedor del derecho constitucional y penal, pero, sobre todo, defensor de las garantías y derechos fundamentales de las personas.

Montealegre se dio a conocer por las obras jurídicas que escribió y que eran de obligatoria consulta por jueces, fiscales y abogados. Después se lució como Magistrado de la Corte Constitucional, dejando para la posteridad proverbiales sentencias en defensa del ciudadano indefenso, en muchas de la cuales insistía en demarcar los límites del poder.

Al llegar a la fiscalía Montealegre tuvo algunos tropiezos que lo pusieron en entredicho. El caso contra Sigifredo López, fue su mayor descalabro, pero con inusitada valentía asumió la responsabilidad institucional por el error cometido y, con gallardía, pidió perdón al ex diputado y a su familia. De paso obligó al general Mena, que hiciera lo propio en representación de la DIJIN.

Luego se vino abajo el caso contra Carlos Cardenas, acusado de la muerte de Andrés Colmenares. En ambos, fungió (no fingió, aunque…) como fiscal Martha Lucía Zamora. El fiscal le cobró estos descalabros y la invitó a presentar la renuncia. Esto le permitió conservar su imagen casi intacta y su fama de persecutor de los delincuentes, sin importar origen ni procedencia.

Sin embargo, en los últimos meses el país supo que el Fiscal logró que fuera elegida su candidata a magistrada de la Corte Constitucional y ahora está a la espera de poner Contralor General de la República. De ñapa, el Presidente de la República le sirvió en bandeja de plata la cabeza del ministro de justicia, Alfonso Gómez Méndez, para que calmara la pataleta que le produjo las críticas que este hizo al sistema penal acusatorio.

Antes que esto se convierta en parte del paisaje político, la sociedad debe reaccionar y exigirle al Fiscal que se dedique a cumplir estrictamente sus funciones constitucionales y legales. Asusta pensar que el Fiscal intervenga e incida en las decisiones políticas y burocráticas de otros órganos del Estado, con el ánimo de afianzar y consolidar su enorme poder.

Con horror asistimos al nacimiento de este Súper Fiscal, que no duda en levantar el teléfono para pedir el favorcito al congresista sub judice, prevalido de miedo al poder que encarna, o al magistrado nominador que busca puesto en La Fiscalía para sus familiares o amigos.

Mientras Montealegre sucumbe a las veleidades del poder, algunas unidades de fiscalía operan como verdaderas ruedas sueltas, tal es el caso de la Unidad Nacional de Derechos Humanos y la novel Unidad de Análisis y Contexto, convertidas en íconos del abuso y la arbitrariedad.

El Fiscal aún está a tiempo de corregir su camino, pero debe comenzar por ponerle freno a sus intereses y ambiciones personales y entender que el excesivo poder que tiene La Fiscalía debe ser puesto al servicio del país o eliminarlo, según clamaba el fiscal De Greiff. La historia enseña que los administradores de justicia que usan el cargo con fines políticos terminan siendo objeto del repudio ciudadano.