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Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

 

Confesiones a Laura

 

No he asistido a muchas fiestas de Quince, pero en todas a las que ido suena Mi niña Bonita. En la de mi hija (que no es una de esas fiestas) no se escuchará y tampoco Quince Primaveras, y menos, De niña a mujer. Ninguna de las tres dibuja para mí el amor verdadero por Laurita. La primera, es la confesión vergonzante de un padre que quería tener un niño y se decepcionó cuando nació la muchachita. Jamás me ocurrió. Ni decepción, ni cambios de opinión. Solo quería que naciera perfecta, como el papá. (Entenderá usted que no es arrogancia y que la perfección atañe estrictamente a lo físico en términos de normalidad). Si bien con la mamá soñamos con el escuincle, con el varoncito, que se llamaría Raúl Antonio -Dios sabe cómo hace sus cosas-, en la mismísima ecografía mi lindura demostró su carácter: se orinó y no fue chorro. No hay duda, sentenció el médico: ¡Es una niña! Después de eso el que casi se orina fui yo, pero de la dicha.

Una niña, una damita, otra mujer en mi vida. (No es lo que ustedes se imaginan). Mis calzoncillos solitarios habían debido soportar en el tendedero, los calzones de una abuela, de una madre y de tres hermanas. Pero como nací bendito entre ellas, llegaban los de mi hija, los de su madre (la de ella) y faltaban los de tres sobrinas: Isa, Nico y María. Más cucos… que se llaman así por las cucas, hay que decirlo.

Retomo mejor lo de las canciones. Quince Primaveras es una alegoría que no funciona en nuestro trópico, donde apenas tenemos dos estaciones: invierno y verano. Y bueno, una niña loca que lo trastoca todo. Como Laurita, que no es loca pero me enloquece. Una personita que llegó para hacerme sentir lo que ninguna otra mujer, pues la amo como a nadie y como nunca. La dicha de ser su padre, es lo mejor que me ha pasado en la vida y una razón -que si fuera única, como ella- justificaría mi paso por este mundo.

Ya para finalizar con las canciones, De niña a mujer, ni hablar. No se la dedicaría jamás, porque esa transición -natural y lógica- no es una pérdida, sino muchas ganancias. Lo que pasa es que los adultos siempre están lamentándose por los tiempos idos. ¡Todo lo que le falta por sufrir!, dicen las señoras. Y suspiran. Y quién se pregunta, ¿cuánto le falta por gozar? Esa es la vida. Quién se niega a crecer, se niega a vivir. Quien anda preocupado por los años, termina arrinconado por la nostalgia, sin ser capaz de vivir cada etapa de la vida como única e irrepetible. Todas son maravillosas. 

Alguna vez leí que si alguien no es bello a los 20, rico a los 30, e inteligente a los 40, nunca será ni bello, ni rico, ni inteligente. Sin duda una exageración. La inteligencia, no tiene edad. La riqueza, no tiene alma. Y la belleza, no tiene precio, aunque siempre haya tenido valor. Esta última es una noción abstracta, que suele -cuando es auténtica- no verse con los ojos, sino con el alma.

Laurita: busca siempre la felicidad, es la distancia entre lo que uno tiene y lo que uno quiere. Cuanto más corta, más eficaz. Esfuérzate por ser feliz, y lee mucho más que Desiderata, es apenas otra tarea.

Hija mía: cultiva la inteligencia, apenas nos dan la semilla. La inteligencia no se arruga, ni se envejece, no se hace vieja sino sabia. Ella permite la felicidad. En cuanto a la riqueza, más que aumentar los bienes hay que disminuir la codicia. Hay gente que se esfuerza toda la vida por morirse rica. Trabaja y disfruta: esa es la clave. Y con la belleza física no te ilusiones, dura apenas lo suficiente para que entendamos que la muerte es la única certeza y el amor, la única utopía posible.

La vida es una vieja despiadada que se nos va yendo mientras, ante nuestros ojos, se reparte a borbotones entre los que apenas llegan. Y los jovencitos -y algunos no tan jóvenes- a veces se la creen. Y entonces anhelan y añoran los años, tal vez porque no se los gastaron y solo fueron acumulándolos. No aprovechan el crédito. Porque -óigase bien- todos vivimos del crédito. ¡No es pues que Dios nos presta la vida! Entonces, la niñez es la cuota inicial. La juventud, el pago de las cuotas. Y la madurez, el patrimonio adquirido. Invierte las quince cuotas que llevas, no las malgastes.

Yo no voy llorar porque Laurita cumple quince años, ni voy a lamentar que esta señorita recorre la senda que pronto la convertirá en mujer. ¡Es mujer desde que nació! Voy a llorar y a lamentar el día que deje de amarme, no como yo la amo a ella, sino como ella quiera amarme a mí. Seguirá siendo mi princesita siempre. No importarán los años que pasen, ni los niños que ame, ni las mañas que coja, ni los moños de novia, ni todas las eñes del mundo, seguirá siendo la niña de mis ojos. Ese lugar de la pupila donde se refleja la imagen diminuta de quien tenemos al frente, bien cerquita del corazón, y no quisiéramos dejar de ver nunca jamás.