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Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

Sobre Verbos, por Lizandro Penagos

 

Estremera: ¡al extremo!

 

No habla bien de quienes indignados por las pésimas y desafortunadas improvisaciones del cantante puertorriqueño Carlos Enrique “El Cano” Estremera, en medio de un concierto, ahora que se le ha prohibido el ingreso a la ciudad -o por lo menos la imposibilidad de que se presente-, están de plácemes y lo llaman “escoria”, “residuo”, “desechable”, “piltrafa”, “basura”… Y no habla bien porque la dignidad no se redime con bajeza. La dignidad es el valor que le es inherente al ser humano así éste haya caído en la peor de las desgracias. Y bien sabemos que “El Cano”, en su libre albedrío y como muchos de su gremio, es un cocainómano empedernido. Un enfermo, un adicto que en medio de la euforia, de las luces, del licor, de la evocaciones sexuales, se atreve a confesar lo que todos sabemos, solo que lo hace encima de una tarima.

          El lenguaje que se utilice en la argumentación o la defensa de la que muchos han considerado una afrenta a la ciudad, a la región, a las mujeres, a la vida, etc., no puede ser otra demostración o forma de agresión. Este acaso sea el mayor error histórico -no de los caleños, ni de los colombianos- sino de la humanidad. Esa tendencia a no abandonar jamás la Ley de Talión: ojo por ojo, diente por diente. Y la raza humana terminará ciega y mueca.

          Esta polémica -que si se analiza desde lo artístico resulta absurda- ha servido para todo menos para lo que debería: para reconocer que los problemas comienzan a solucionarse cuando se aceptan. Hay una capa inmensa de doble moral que cubre declaraciones y posiciones mediáticas al respecto, en contra de un hombre que no pasa de ser otro más de los chivos expiatorios que tanto hacemos bramar los colombianos.

          Que se burló de “Las casas de pique”. Horror debería darnos que los medios hayan bautizado así a los lugares donde se descuartizan personas. Terror que las autoridades no hayan sido capaces de evitar semejante aberración de la delincuencia y -en algunos casos- la hayan promovido. Vergüenza que no haya garantías para ejercer el periodismo en buena parte del territorio nacional. Consternación por la situación de un puerto multibillonario que deja poco menos que migajas a Buenaventura. ¿Dónde están las quejas y las movilizaciones? ¿Dónde los pronunciamientos y polémicas en las redes?   

          No hay que salir a aplaudir a “El Cano”, pero tampoco a crucificarlo. El veto laboral es la irrupción de un derecho que le asiste y así como hay caleños y colombianos indignados, he escuchado hombres y mujeres coreando sus soneos, que para algunos resultan bestiales: “Las caleñas culean como las flores”. Obvio que no son frases geniales y más bien genitales, es cierto, pero y no es acaso cierto que la ciudad se ha convertido en un paraíso de prostitución cuando más y de libertinaje cuando menos, aupado por la rumba, el licor y las drogas. Quién ha puesto el grito en el cielo porque los animadores en los conciertos preguntan a la muchedumbre: ¡eoeoeo! y el público extasiado responde: ¡estoy que me culeo! Bajo el doble sentido, y la vulgaridad agazapada, se exorciza la lujuria, el deseo, pero también se expresa la lúdica, la idiosincrasia, lo individual y lo colectivo.

          Se debe condenar a “El Cano” Estremera por burdo, por elemental, por carecer de imaginación y creatividad para metaforizar sobre uno o varios hechos del acontecer y no llevarlos con belleza al plano de lo artístico, en suma, por no enaltecer y hacer sublime Lo estético en la dinámica de las culturas, como bien lo analiza la profesora Juliane Bámbula Díaz en el texto que así se nombra. No es banalización, es la realidad como objeto artístico del cual parte la expresión que a través de la sensibilidad, recrea lo más trágico y dramático y lo convierte en foco de admiración. El arte tiene resueltos hace siglos todos los dilemas morales del ser humano.

          Alguien ha descalificado al Guernicade Picasso o lo ha considerado exaltación de la guerra. O los dibujos de Caballero como incitación a la homosexualidad. O los carboncillos de Darío Morales de inmorales. O de proxeneta a Gabo por la abuela de la Cándida Eréndira que vendió la virginidad de su nieta. O tildado de violador a Nabokov por Lolita. Me dirán que los ejemplos no aplican. Está bien, vamos con música. Alguien acusó a Ismael Rivera de racista, por El negro Bembón al que matan por el solo hecho de tener boca pronunciada, es decir, por jetón. O a la Billo´s Caracas Boys por La rubia y la trigueña, un contrapunteo de agravio y admiración. O a Johnny Albino y su Trio San Juan por la cosificación de la mujer en Cosas como tú.

          Exponer, tildar, agredir a “El Cano” Estremera con el lenguaje, expulsarlo como paria, considerarlo “residuo” de los grandes soneros, no ayuda para nada en el propósito de reconciliación nacional, en el respeto por la diferencia, por la opinión ajena y contraria, en la construcción de una sociedad más justa y equilibrada. Reitero, cometió un error, tal vez más, muchos más. Pero esa no es razón.  

                 A los energúmenos les invito a reflexionar con la primera estrofa de una de sus canciones, Un buen corazón:

Son caprichos de la suerte
son trampas de la pasión
contratiempos del destino
son cuestiones de opinión…