Icono del sitio

Sísifo y Sammy Marrero

Sísifo y Sammy Marrero

Especial para 90minutos.co

“Yo he de subir al cielo cuando muera
a llevarle a San Pedro un regalito.
Que me deje salir cuando yo quiera,
a darme por la tierra un paseíto”.

Siempre alegre* de Raphy Leavitt y Orquesta La Selecta

En una tregua minúscula del calor infernal que por estos días azota a la Capital de la salsa desde que las primeras luces y sonidos del día asoman, la voz inconfundible de Sammy Marrero me pegó un ardiente latigazo en medio del recorrido habitual de las mañanas con el aire acondicionado a tope. El tema Siempre alegre (*en singular) es una gozadera, una justificación de los placeres, una alegoría al aprovechamiento de la vida ante la inminencia de la muerte. El soplo de vida, el ratico, el relámpago fugaz en medio de dos oscuridades infinitas. En suma, un ejemplo de hedonismo sinigual. Tal vez por eso la frase de arriba que opera como epígrafe, me revolcó la memoria como una retroexcavadora de ideas que desenterró un ensayo épico: El mito de Sísifo, del escritor argelino Albert Camus, en el que destila todo su existencialismo avasallador plagado del paradójico sentido de lo absurdo.

La frase del compositor puertorriqueño Manuel Jiménez –a quien apodaban La Pulguita por una composición suya así titulada– mezcla como toda la letra de la canción y del ensayo citado, lo religioso y lo pagano, el cristianismo y el carnaval, el amor y la lujuria, el eterno dilema de la vida y la muerte, la disquisición perenne sobre ese momento decisivo en el que dejamos de existir en términos físicos, por lo que debemos aprovechar la vida dada la incertidumbre del momento crucial. Bien sabemos que toda despedida encierra algo de muerte, pero también de vida, porque se renace para volver a empezar. Y como Sísifo estamos condenados a empujar esa inmensa roca de la vida hasta la cima, para cada día volver a empezar de cero. Cada noche, cuando Morfeo nos acoge en sus brazos, morimos un poco para nacer con el amanecer y seguir el ciclo, la rutina, el circo.

Originalmente miembro del Cuarteto Mayarí en Puerto Rico, La Pulguita se unió luego al Trío Johnny Rodríguez antes de organizar su propio grupo, Manuel Jiménez y su Cuarteto en 1945, con el que dio a conocer Siempre alegres (sí, en plural), que se lanzó el 29 de julio de 1959 bajo el sello Ansonia Records y donde su guitarra y su voz impregnan de sabrosura una oda entre melancólica y burlona a la broma de la vida, porque la muerte es más certeza. El mito de Sísifo había visto la luz en 1942 y su fundamento filosófico radica en el problema del sentido de la existencia humana, la cuestión de si vale la vida para que se viva o es una irracional lucha de la que nadie saldrá vivo y por lo mismo, o no vale la pena, o es preciso vivir con intensidad absoluta. Un esfuerzo tan inútil e incesante, como la búsqueda de la felicidad en otra persona por el sólo hecho de atender los lineamientos y las convenciones sociales derivadas –quiérase o no– de los preceptos religiosos del cristianismo.

Lea también: Matador y Rentería

El ensayo se abre con la siguiente cita de Píndaro: “No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible”. Todos sabemos que sólo los artistas no se mueren del todo. Aquí estamos evocando un par de textos –una canción y un ensayo– de un par de señores idos hace rato de este mundo. Y también que, para el resto de mortales, la vida eterna es no ser olvidados nunca. Es esta una ilusión que subyace en todas la religiones y relaciones: la eternidad. Absurdo, lo que no las exime de una tristeza intrínseca. Plantea Camus que, si ha de creérsele a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales, pero tenía una propensión a bandido, lo que no es contradicción. Además de revelar los secretos de los dioses y encadenar a la muerte cuando fue enviado al infierno, Sísifo cometió el peor de los errores: puso a prueba al amor de su mujer.

La historia, como todas las de amor verdadero, es truculenta. Le propuso a su mujer que cuando él muriera lo dejara a la intemperie en la plaza pública, que no lo sepultara. Todos sabemos que por infinito que sea el amor nadie soporta la putrefacción de un cadáver, así sea el de su amante. Ya en el infierno, al bellaco lo enfureció hasta la irritación la obediencia tan contraria al amor humano de su esposa, por lo obtuvo el permiso de Plutón para volver a la tierra con objeto de castigarla. Pero justo cuando obtuvo del dios de la muerte la licencia del paseíto, se olvidó de su venganza y se quedó de nuevo disfrutando de los placeres terrenales. Sísifo es pues, un héroe absurdo al que lo mueven las pasiones y los tormentos, en las que aplica toda su astucia, su inteligencia, sus fuerzas, su vitalidad, para acabar en nada. En la muerte, en la despedida o en la roca que deberá empujar de nuevo desde la llanura, con la ilusión acaso del triunfo que no ocurrirá jamás.

Le puede interesar: ¿Cuál libertad y qué orden?

Cuando los dioses acordaron enviar a Mercurio –su mensajero, dios de los viajeros, de los pastores, de los oradores, de los literatos, de los poetas, de los ladrones y de los mentirosos– para que lo levara de regreso al infierno donde le tenían preparada la roca y su tormento, Sísifo no tuvo con qué negociar. Estaba condenado. Y en ese trasegar infinito se resume su eternidad. Subir y ver caer esa roca. Ver cómo su trabajo es inocuo, pero aun así renovado. Al igual que en la pregunta del mexicano Carlos Fuentes en El cantar de los ciegos: “¿Sabes lo que cuesta iniciar un amor, decir otra vez las mismas palabras y creer que los mismos actos son nuevos?”.

Así mismo, Sísifo es consciente de su tormento, pero obedece al destino porque no hay otra alternativa. De alguna manera esa es su victoria y su disfrute, ser consciente de su tragedia. Estar vivo es ejercer la vida como nos ha correspondido. Sin embargo: “No hay destino que no se supere con el desprecio”, sentencia Camus. Y con más ahínco existencialista afirma: “La felicidad y el absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la felicidad nace forzosamente del descubrimiento absurdo”.

El sol ha salido con su fiereza y he de salir de la burbuja a enfrentar la canícula. Resuena en mi conciencia otra estrofa de la canción en la voz de Sammy Marrero, un pequeño hombre, pero un cantante grandioso: No quiero que me llores cuando muera/Si tienes que llorar, llórame en vida/Así yo puedo ver si hay quien me quiera/O quien me va engañando con mentiras.

Artículo relacionado

Sigue nuestras redes sociales: