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¿Pa’ qué tanto pinche?

¿Pa’ qué tanto pinche?

Especial para 90minutos.co

“En la tumba solo queda el esqueleto,
que no habla, pero dice, toda, toda la verdad".
Resumen - Johnny Ventura

El dedo del corazón de su mano derecha se desliza por el rectángulo del cursor de su portátil, con la misma sutileza y habilidad con la que lo haría sobre esa partecilla de la anatomía femenina, descubierta después que el continente americano y que vigila en lo alto la entrada del vértice goloso. Busca en YouTube otro tema salsero. Le da clic. Suena Yo soy la muerte, en la voz de Jerry Rivas de El Gran Combo de Puerto Rico. Sí, a usted que le quedó sonando y le hizo clic el dato, parece increíble que en 1492 el clítoris no hubiera sido aún descubierto a pesar de tantos naufragios en ese triángulo de las bermudas. A ella en cambio no le asombra nada. Conoce el cuerpo humano al detalle. Es dueña de un minibar con ínfulas de salsoteca en la Calle 44 con Octava, muy cerca del motel Deseos. En el día es tanatóloga. Arregla cadáveres que le han desordenado el pensamiento y por eso hoy vive y siente la vida mejor, mucho mejor.

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Es pequeña pero armoniosa. Su cabello es largo y liso. Negro azabache retinto. Toda su cara es una invitación a la picardía. Siempre sonríe, incluso cuando intenta comunicar asombro, miedo o tristeza. Deben ser sus dientes, que parecen adelantársele a su rostro para llegar de primeros a la retina de su interlocutor. Huele muy bien, comenta un hombre que bebe a sorbos cortos una pálida cerveza extranjera. Ella confiesa que cuando sale de la morgue prácticamente se baña con alcohol. Su loción es suave, deliciosa para el gusto del tipo cuya actitud es la de un capo mexicano que ha logrado su corone. A mí me huele a formol. Puede ser ella. Puede ser él. Puede ser una mala jugada del cerebro tan proclive a las buenas descripciones. Y ella es una maestra sin título de dicha figura.  

Entre una y otra solicitud de la clientela, me atiende la entrevista y describe con una precisión quirúrgica su trabajo. El lavado, las disecciones, la “formolizada”, la sacada de la lengua o de los intestinos, el taponamiento de todos los orificios, en fin. Allá se acaba todo, asegura. “Uno se acostumbra a mucho, pero yo todavía no he podido con dos cosas: la tristeza de preparar a un menor de edad y comer encima de los muerticos”. Y se tapa la nariz y la boca. Y niega con su cabeza. Y la bambolea varias veces. Se reacomoda una pulsera dorada con un crucifijo diminuto en su muñeca derecha, que compite con el montón de pulseras de la mano opuesta, para seguir su relato. “Mirá papi que yo no he podido con eso”. De resto, esa vida entre los muertos la disfruta. De ella vive.

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Es una vocación como cualquiera otra, asegura sin que se le muevan las pestañas. Mejor dicho, sin parpadear. Nada la ruboriza, aunque en voz baja confiesa que allá se ven unas “cosas”. Ha de ser la distensión total del cuerpo la que logra semejantes maravillas. Todo en la muerte es flacidez y relajamiento. Cero vanidades. Ya nadie mete barriga o levanta cola. Nadie se salta un orificio de la correa o mete más espuma de la normal en la copa del brasier. Nadie repara en un pedo. “Todos los muertos se mean y se cagan”, afirma la melliza y suelta un dato algo científico: “al morir, una de las primeras funciones que el cerebro desconecta es el control de esfínteres”. Fo. Y vuelve a hablar como se conversa en el barrio: “Uno los voltea y prrr… que le aflojan un silbido”.

Se va tomando confianza y mientras suena Canto a la muerte, de Rubén Blades; y el dedito busca afanoso A la memoria del muerto, de Piper Pimienta Díaz; se me cruza como ráfaga otra melodía para ambientar el diálogo. Ponete Resumen, le sugiero. ¿Quejeso?, me increpa con cara de estupefacción. Un bolero maravilloso de Johnny Ventura. Lo encuentra. Queda en la lista. Una mujer a lo lejos pide a gritos una canción. Después hay un silencio casi sepulcral. Fue sólo para tomar impulso y se despacha. “Yo no sé por qué, pero las viejas llenas de silicona huelen horrible”. Intenta explicarme preguntándose si será que ese plástico se les pudre y yo me calló la boca con un trago. Ni idea, respondo luego. Se supone que es un químico incoloro e inodoro, añado con cierta reserva. “Eso, eso, a inodoro es que huelen”. Y no puedo evitar la carcajada.

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Las muertes violentas son violentas, comenta sin sentido del pleonasmo porque la segunda acepción en ella atañe a lo increíble. “Los muertos en accidentes de tránsito o a bala o a cuchillo llegan vueltos nada y lo primero es pegarles su buen baño”. Explica que es preciso hacerlo para trabajarlos bien. Ya los forenses han hecho su labor y levantado toda la información posible. ¡Mortui vivos docent! Los muertos enseñan a los vivos y lo han hecho desde siempre. Acaso a los tanatólogos les enseñen la vulnerabilidad de la vida y lo absurdo de la vanidad. “Pa qué tanto pinche de las viejas si aquí uno las lava con Fab (detergente en polvo) y si se acaba, pues toca con Axion (lavaplatos)”. En su cara hay un asomo de satisfacción que se convierte en desquite. “Y si han sido chismosas o mal habladas, peor. Aquí se le saca la lengua a todo el mundo. Y todos la tienen bien larga”. Vino luego la explicación detallada de cómo taponan y cosen los dos orificios separados por el perineo. Paso.

Es una mujer a la que su primer trabajo no le ha quitado la alegría, ni las ganas de vivir, salir adelante o disfrutar de la caleñidad y de su salsa. Compensa sus ingresos con los dos trabajos y equilibra su vida al lado de la muerte. Tiene una hermana melliza que habla igualito. Un hombre que la secunda y no quiere que la haga fecunda todavía. Las mesas de su negocito son escasas, pero amplio el deleite y el disfrute de la melodía. Casi siempre va ‘la misma gente’ y no precisamente la orquesta. Suena Sólo sé que tiene nombre de mujer, de Ángel Luis Canales. Se pone su mano derecha extendida entre sus pechos. Levanta el brazo izquierdo y chasquea los dedos para advertir a los potenciales parejos. Cierra los ojos. Se contonea. Lleva un short ancho que amplía sus caderas escasas. Baila sola. Debe tener claro que uno necesita de una mujer para nacer, pero de nadie, de absolutamente nadie para decirle adiós a este mundo. Se muere solo y como reza un meme que ha hecho carrera, se lleva sólo una muda de ropa y no es uno el que la escoge. ¿Pa’ qué tanto pinche?

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