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Ningún tiro por la culata

Ningún tiro por la culata

Justo una semana después del Domingo de Ramos, se sacudieron las redes sociales con el discurso de Fernando Vallejo en el conversatorio Memoria, Relatos y Comunicación, realizado en el marco de la Cumbre de Arte y Cultura para la Paz. Los medios de comunicación -sobretodo impresos y digitales, no tanto radiales y televisivos- no se han ahorrado adjetivos para calificar (o descalificar, según su bandera e intereses) la nueva perorata del escritor: “Violenta diatriba…”, “Dura crítica…”, “Discurso contra Santos…”, “Vallejo ataca el proceso de paz…”, “Las duras y polémicas críticas…”, “Vallejo se va lanza en ristre…”  etc. Y si bien le dijo al presidente de la república, “sinvergüenza”, “bellaco”, “pacifista guerrerista”, “payasito traidor”, “Nostradamus criollo”, “primer lacayo”, “cómplice” (de Gaviria, Pastrana y Uribe), y por extensión, hampón, bribón y otras lindezas, nada más errado que pensar que el gobierno se equivocó invitándolo a un evento que el escritor calificó como una farsa.

                Si algo se le reconoce a Santos es su habilidad estratégica. Puede ser malo hablando (poco fluido) y gobernando (poco efectivo), puede ser desleal (traicionero dicen los Uribistas) y elitista (deja entrever Angelino), pero jamás puede decirse que no sabe hacer política a la usanza de nuestra idiosincrasia, es decir, que no sea un ‘animal político’, o sea, un politiquero de miedo. Un ajedrecista, con el perdón de don Gilberto Rodriguez Orejuela.

                Permitir que Fernando Vallejo despliegue todo el arsenal de su prosa cáustica, su primera persona fluida y su tono irreverente, es otra maniobra estratégica de este gobierno, que no nos deja otra opción que aplaudir desde la platea o el gallinero de este teatro nacional. Un ejemplo de tolerancia dirá Santos, a través de cualquier áulico o comunicado de la Presidencia. Un ejercicio democrático que permite escuchar todas las voces, escribirá alguna pluma Santista. Una demostración de la voluntad indeclinable de respetar al contrario. Un testimonio del nivel de tolerancia que maneja el presidente de la paz. Otra evidencia de la religiosidad con la que debe ponerse la otra la mejilla. Y Vallejo era el indicado. Insolente, iconoclasta, contestatario, sacrílego, misógino, y como si lo anterior fuera poco, homosexual, aunque él dice que es bisexual, pues le gustan los ‘pollos’ y los ‘pelaos’.

Dejar que Vallejo diga lo que se le da la gana en el marco de un evento organizado para promocionar la paz, es una jugada magistral. Y ponerle al lado como interlocutor en el conversatorio, a nadie menos que a Alfredo Molano, es para quitarse el sombrero. El hombre que más ha estudiado, escrito y conocido de primera mano, las múltiples voces de las distintas guerras en Colombia, que nos ha dicho que escuchar es una manera olvidada de mirar, que valida el testimonio de las víctimas en sus libros, que registra la historia subalterna, que viaja a buscar la identidad de personas y regiones, que nos confronta con sus columnas, sentado al lado de uno de los más grandes escritores latinoamericanos de los últimos 25 años, es un golpe de opinión extraordinario.

En esta civilización del espectáculo (lo más serio que ha escrito Vargas Llosa después del Nobel) el escándalo es el rey. Invitar a Vallejo fue un tiro en el blanco perfecto. Uno de esos focos de luz que atraen insectos de todo tipo, para que giren de manera incesante alrededor de ellos hasta que el dueño de la casa apague la luz. Un hombre con una lengua viperina y una pluma pérfida y brillante. Un maledicente inofensivo. Un señor que como bien dijo Klaus Ziegler, corre el riesgo de convertirse en una caricatura de sí mismo, pues detrás de ese ser contradictorio(amoroso y misántropo, tierno e iracundo, culto y patán) se esconde un ego descomunal. Un señor experto en armar alborotos, cuyas palabras y textos sirven para escribir titulares y columnas como ésta (y mejores). Un provocador locuaz, con una memoria prodigiosa y según algunos, el último genio de la nación.

Hace 18 siglos, uno de los más grandes genios de la humanidad, dijo que lo mejor de la palabra perro es que no muerde. San Agustín se refería al lenguaje. Y en eso debieron pensar quienes decidieron e invitaron a Vallejo a que hablara. Y era previsible, a que despotricara del presidente, del país, del proceso de paz y de todo. Vallejo ladra pero no muerde. Patalea pero no denuncia. Su lugar de enunciación es literario, y por ende, en buena medida ficcional. A mi humilde juicio y entender, el máximo pensador del cristianismo en el primer milenio, se equivocó en esta apreciación tanto como quienes hoy piensan que al gobierno le salió el tiro por la culata con la perorata de Vallejo. La palabra perro no muerde es cierto, pero con la palabra Hitler, Martin Luther King, Gandhi, Mussolini, Stalin, Chávez, Mújica, generaron cambios maravillosos o trágicos. Bueno, ellos eran gobernantes, no escritores.