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Las Villamizar

Las Villamizar

Especial para 90minutos.co

Podrían estar inspiradas en las Ibáñez, pero éstas estaban muy ocupadas en el siglo XIX procreando la ralea de hijodeputas que nos iban a gobernar en los próximos 200 años. No en vano uno de sus descendientes, Antonio Caballero, aseguró que Nicolasa y Bernardina eran unas adelantadas a su tiempo: eran putísimas. Podrían las tres hermanas de la ficción que intentaré reseñar, recoger algo de Antonia Santos y Policarpa Salavarrieta, condenadas la primera a parir los tatarabuelos de Pachito Santos y otras hierbas; y la segunda, a rebautizar como Pola a la bebida nacional que se chupa más que la leche. Algo han de tener también de la Cacica Gaitana, por lo combativas. Otro tanto de la India Catalina, por sus bellas formas. Y hasta de las Hinojosa, inmortalizadas por dos que ya parecen inmortales: Amparo Grisales y Margarita Rosa de Francisco. Lo único cierto es que Las Villamizar es de lejos lo mejor que se ha hecho en la televisión colombiana desde el Dr. Mata en cuestiones de época.

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En términos de dirección, casting, guion, escenografía, ambientación, música, vestuario, actuación, montaje y hasta efectos especiales, Las Villamizar son televisión de alta calidad; y llegaron en el peor momento de las audiencias nacionales, adiestradas y condenadas como una manada de puercos a consumir la aguamasa que arrojan los canales nacionales. Porque las excepciones son contadas y ocurre lo mismo con la mayoría de canales regionales, donde por suerte sobresale Telepacífico con magníficas producciones y ese más de lo mismo con estructuras y recetas televisivas repetidas y obsoletas que obligan los intereses comerciales y politiqueros. El horario de Las Villamizar es perverso y tal vez sea esa la razón principal para que no haya marcado lo que se merece en el pódium tirano del dios rating. Pero estamos al frente de una producción de televisión con visos del lenguaje cinematográfico y con unos estándares de calidad que seguro la pondrán en breve en cualquier de las plataformas internacionales del entretenimiento.

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Motivadas y entrenadas por su padre las tres hermanas buscan hacer justicia por la muerte de su madre a manos de un militar español de alto rango y se convierten en espías del Ejército Libertador. Pero en medio de intrigas y suspenso, dramas y mucho sexo, traiciones y estrategias, corpiños y calzonarias, tabaco y aguardiente, mercados y palacetes, esclavos y sirvientes, soldados y patriotas, torturas y asesinatos, maltrato femenino y machismo patriarcal, tradiciones y un lenguaje verbal traído a nuestros tiempos, Carolina, Leonor e Isabela comienzan a surcar los linderos de la prudencia en la búsqueda de justicia y traspasan las fronteras de la venganza. Sin duda son adelantadas a su época (no en el nivel de la Ibáñez), pues la serie ambientada en el siglo XIX, dista de la historia goda y mojigata que nos ha vendido la tradicionalista historia oficial. Urden maniobras insurgentes, demuestran pericia en las artes de la fina coquetería y los placeres amatorios, ese nodo entre cama y poder que, aunque se esboza, se desdeña cuando se tratar de revisar de frente la historia y hablar de lo que ha supuesto en el devenir de los pueblos, las curvas y puntas de las tormentosas carreras de la diplomacia. Y maneja con altura el amor lésbico y el oculto homosexualismo masculino.

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Los historiadores ortodoxos deben estar flagelándose como el pusilánime y lameculos don Manuel Albarracín, cuando en realidad su visión es más cercana a la del malvado y cruel José María Montenegro, que toda su ambición carnal y financiera la disfraza y justifica con la lealtad al Rey y a la Corona. Tiene más ética el elegante ladrón y asesino a sueldo Federico Bravo Cuéllar –inspirado asumo en don Alejandro de la Vega de Antonio Banderas- que el cura, el oidor o cualquiera de los militares. Y mucho más las negras en apariencia esclavizadas que acompañan a las tres jóvenes. Y por eso Las Villamizar han logrado calar en la teleaudiencia, porque controvierte y desnuda una historiografía que -como las damas y caballeros de la época bajo sus ropajes y dobleces morales-, oculta la condición humana que las televisiones independientes del mundo comenzaron a destapar hace rato.

Ahora bien, aunque sea ficción televisiva no se puede trabajar la historia de Colombia sin detenerse en la triada étnica conformada por lo indígena, lo europeo y lo africano, ese sincretismo cultural es parte de lo que somos, porque fuimos lo que fuimos, resultado de una mixtura inexorable. Nada escapa a ese influjo. Y nada es absolutamente nada. Y ese tal vez sea el talón de Aquiles de la serie, que invisibiliza a los indígenas y los vuelve paisaje en el mercado o en las revueltas de las plazas. Sólo ambientación y escenografía. Porque sin duda los otros grupos están bien construidos e inmersos en la dinámica de la trama de la época que dibuja la serie. Los rebeldes fueron hijos de españoles, criollos y mestizos adinerados que lucharon por le poder para ellos y que se valieron de algunos ideales para convocar indígenas y negros que al final no aparecieron en la foto de la historia, que solo levantó estatuas a próceres de a caballo.

Vale la pena ver Las Villamizar. Se deja ver sabroso. Está bien hecha. Es grata para la vista y para el odio, un buen plato audiovisual. También para al espíritu. Claro, echa mano de estrategias de todo tipo para enganchar audiencia, pero no por ello abandona la televisión que se piensa más allá del simple entreteniendo. Tiene esa destreza narrativa de propinarle golpes al televidente con sus puntos de giro y las sorpresas que no sabe cómo se resolverán, pero para lo que no hay que esperar ni un día, ni un mes, ni un año, como en la típica e insulsa telenovela.

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