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Las mil caras de la corrupción en la justicia

Las mil caras de la corrupción en la justicia

La corrupción en la Rama Judicial tiene mil caras, cada una de ellas más vergonzosa y siniestra. El comportamiento de fiscales, jueces y magistrados que tomaron la decisión de deshonrar sus cargos ha dejado de causar asombro. La gente se ocupa muy poco de ellos porque cree que todos son iguales, que es natural que sean soberbios, arbitrarios, abusivos, corruptos, injustos y pasionales, porque así somos los seres humanos, que le vamos a hacer.

De tantos ejemplos recientes de corrupción y abuso en la justicia, la sociedad empieza a considerar que el sistema judicial es una payasada mayúscula, una comedia ridícula donde se sanciona al inocente, al pobre, al descuidado o al ignorante y se premia con creces al delincuente profesional, especialmente si roba los bienes del Estado, recibe coimas, pertenece a alguna organización al margen de la ley o se beneficia de ella.

Las altas cortes y tribunales que hasta hace poco infundían respeto y admiración son vistos con recelo, debido al número de magistrados envueltos en escándalos de corrupción y a no pocas decisiones judiciales aberrantes. Más abajo, en la escala judicial, investigadores,  fiscales y jueces son apresados por decenas provocando que el ciudadano mire con desprecio una labor que en cualquier otra  parte es objeto de respetuosa admiración.

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Cada caso de corrupción en la justicia es peor o más vergonzoso que el anterior. El más reciente ocurrió en una Sala de Audiencias del Palacio de Justicia de Cali. Un juez de control de garantías, de vasta experiencia en mujeres y muy poca en asuntos técnicos, mantuvo encendido el sistema de grabación durante el receso de una audiencia que presidía,  dejando constancia para la historia del raudo amorío que entabló con una afanada fiscal, desesperada por el peso de su “frontis”.

El asunto no tendría mayores implicaciones, y tal vez no habría pasado de convertirse en una penosa aventura de corto vuelo erótico, de no haber sido porque la funcionaria había solicitado una medida cautelar sobre los bienes de unas personas y el receso era para que el juez reflexionara sobre la decisión.

¿Estaba realmente urgida de atención emocional la exuberante fiscal?  ¿El juez es brutalmente irresistible? ¿Un depredador, de inusitada belleza, que no ha dejado títere con cabeza en la fiscalía? o ¿Hay algo más de fondo?

La Fiscalía y el Consejo Superior de la Judicatura, que seguramente investigarán el caso, deben ir más allá de sancionar a los funcionarios por el flirteo ramplón que llevaron a cabo en un espacio destinado para administrar justicia. Si en verdad el hecho ocurrió, como lo dice el informe noticioso, durante un receso decretado por el juez antes de proferir el fallo, este quedaría viciado por la pérdida de imparcialidad del togado y daría pie a establecer si lo que pretendía la funcionaria era desfogar su libido o sí ejecutó una hábil estratagema para doblegar la voluntad de  un juez de bragueta floja.

Igualmente deberá la fiscalía determinar si los fogosos escarceos, previos a la toma de la decisión, constituyen una modalidad de utilidad, caso en el cual el desaforado fallador deberá responder por el delito de cohecho aparente y la funcionaria por cohecho por dar u ofrecer.

(Ver video: https://canal1.com.co/noticias/que-tal-esto/el-idilio-entre-fiscal-y-juez-que-quedo-grabado-en-video/ )

Al margen de la discusión académica sobre las implicaciones legales de las conductas desplegadas por los furtivos amantes, lo que está de por medio es la dignidad de los cargos y la imparcialidad de los jueces. Sin estos dos elementos la administración de justicia es un asunto de poca monta.

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Una vez más salta a la vista la precaria formación ética de muchos servidores judiciales que deshonran sus cargos, pisotean la memoria de quienes abrazaron la causa de la justicia al extremo del sacrificio y ponen en entredicho el trabajo decoroso y ejemplar de la gran mayoría de los funcionarios de la Rama Judicial.

La administración de justicia no puede dar asilo a personas que deben estar tras las rejas o dedicando el tiempo a su formación ética y filosófica. Cada vez que un fiscal pisotea los derechos fundamentales de las personas con el aval de un juez pusilánime o corrupto o que un juez dicta una sentencia torcida o arbitraria crece la idea de que la justicia huyó y nos dejó abandonados en una dictadura oprobiosa y demencial.

Debemos condenar, sin contemplación alguna, todos los casos de corrupción y abuso en la Rama Judicial, porque hace tanto daño el funcionario venal como aquel que impone decisiones disparatadas o se aparta de las normas legales, animado por la soberbia, el odio, la venganza o la envidia.

Necesitamos rescatar el ideal del administrador de justicia justo y honesto. Los hay por montones, pero no brillan, actúan silenciosamente y solo se conoce de ellos cuando toman decisiones; guardan silencio, demasiado silencio, en un momento en que la sociedad necesita escucharlos.

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