Es muy fácil echarle la culpa al cambio climático de los estragos que está dejando a su paso la ola invernal que apenas comienza y que según prevén los expertos podría extenderse más allá del mes de mayo. También puede optarse por culpar a las personas que arrojan basuras a los caños, ríos y alcantarillas.
Ambas posturas son razonables pero solo muestran una cara de la moneda. La otra cara tiene cincelada la efigie de la corrupción, cualquiera que esta sea.
Debido a la corrupción, muchas ciudades carecen de acueductos para el suministro de agua potable. Ahora mismo recuerdo el caso de un municipio vallecaucano que recientemente anunció la inauguración de su acueducto. Todos los alcaldes anteriores hicieron el mismo anuncio. ¿Qué pasó con la plata con la que supuestamente iban a realizar esta obra? Se la robaron.
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Es por la corrupción que no existen obras de infraestructura para enfrentar el desbordamiento de ríos, quebradas y canales de aguas lluvias y residuales, que por culpa de malas prácticas ciudadanas suelen estar obstruidos por las basuras que arrojan. Pero es debido a la corrupción que no hay un adecuado mantenimiento de estos cauces, ni de los jarillones.
La corrupción impide que se invierta en la adecuación del sistema de alcantarillado en las ciudades. Con las primeras lluvias fuertes los drenajes se colapsan y ríos de agua corren por la ciudad llevándose vidas a su paso y destruyendo viviendas y enseres de las personas más pobres.
Los corruptos se echan al bolsillo los dineros públicos que deberían invertirse en la satisfacción de las necesidades básicas de la población, siendo una de ellas contar con un sistema de alcantarillado óptimo.
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Además de la corrupción, debemos tener en cuenta las prioridades que tienen quienes nos gobiernan. Para el presidente Iván Duque, por ejemplo, es más importante gastar 4 mil millones de dólares en aviones de combate, que resolver las necesidades básicas y apremiantes de los colombianos.
En las ciudades, muchos alcaldes prefieren invertir en obras faraónicas o de enlucimiento (que dan prestigio y votos) que realizar las obras que eviten inundaciones, desprendimientos de tierra, cortes del suministro de agua potable y energía, etc.
En nuestro país la corrupción va de la mano de las malas prácticas ciudadanas. El ciudadano aporta su desinterés y falta de conciencia con el medio ambiente mientras que los corruptos hacen botín con los dineros públicos. Para colmo de males, los corruptos cuentan con ciudadanos agradecidos, por las migajas de corrupción que les dan, dispuestos a defenderlos como si se tratará de verdaderos salvadores y de algunos medios de comunicación que se hacen de la vista gorda o desvían el debate buscando los culpables en las nubes cargadas de agua.
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La corrupción, no de ahora, sino de siempre, nos tiene postrados en el subdesarrollo. La corrupción es la madre de todos los males que sufre este país. Mientras llueve y nos mantenemos abrigados en nuestras casas, tomando un café o un chocolate caliente, debemos tener presente que miles de colombianos están sometidos al peligro de deslizamientos e inundaciones. Que niños, mujeres y ancianos duermen a la intemperie, bajo la lluvia, sometidos a un frío aterrador.
Vendrán las campañas de solidaridad, las historias de dolor y muerte, pero, como siempre, muy poca reflexión sobre las causas de estas tragedias.
No es por capricho ni venganza de la naturaleza, que se presentan las calamidades invernales, es por falta de previsión y realización de las obras necesarias para contenerlas. No es voluntad de Dios que mueran personas inocentes en estas catástrofes, es el designio trazado por los corruptos. Ellos, los corruptos de ayer y hoy, son los verdaderos y únicos responsables.
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