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Gallinas y erudición

Gallinas y erudición

Cuando se conoció que uno de los 8.000 ejemplares de ‘Cien años de soledad’, que en 1.967 publicó el sello editorial Suramericana con sede en Argentina, fue robado del pabellón Macondo de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, recordé la historia de un hombre que tiene varios libros que valen igual o más que el hurtado en la cuna del desfalco nacional.

                Tiene cientos, miles tal vez. No sabe cuántos posee, solo cuántos lee. Lo están inundando, le quitan espacio pero le llenan el espíritu. Sabe de la Feria y de su algarabía. De sus 50 mil visitantes en promedio cada día. De otras raterías no tan notables, a Ospina y a Héctor Abad. De primeras ediciones no tan viejas, no tan caras, no tan buenas, no tan famosas, que fueron sustraídas en la FILBo. No ha ido jamás, no irá nunca. Vive en La Esmeralda, una joya de vividero en Herveo.

Es tradición allí ponerle nombre al ganado, sobretodo a las vacas de ordeño. La Paisa, La Mónica, Esperanza, Brígida... De ahí que no sean pocas las ocasiones en las que Fabián Londoño se ha sentido regañado por Fernando Vallejo o David Thoreau, perturbadores confesos y naturalistas tenaces.

Su mamá, que solo se encarga de la cocina, porque él hace el resto del oficio en la finca (barre, limpia, sacude, corta y raja leña, etc.) es su mayor confidente y sabe cuánto le cuesta a su hijo desprenderse de sus animales. Es triste saber que serán llevadas al matadero a donde van las resesindefensas a su encuentro con la muerte. Pero como bien lo concibió el escritor argentino, Esteban Echavarría, el matadero es apenas otra metáfora de la sangre derramada, otra de las tantas leyes insalvables de la humanidad y la naturaleza.

Mientras esparce con una sopladera de palmicha el humo de la hornilla y Fabián se despabila con un tinto para emprender su recorrido por los potreros, recuerda como debió dejarlo todo abandonado en Torre Seis, una vereda del municipio de Herveo en el Tolima, cuando la violencia bipartidista adelantó el juicio final para muchos cristianos. Ella, su esposo y sus tres hijos, Fabián, Álvaro y Elvira, debieron comenzar de nuevo. Lo hicieron en una planicie rodeada de montañas que hace siglos conformara la erupción del volcán Cerro Bravo. 

La educación de los muchachos comenzó por los huevos.

Sí. El primer proyecto educativo de carácter multimedial en Colombia impulsado por el padre José Joaquín Salcedo Guarín (Corrales - Boyacá, 1921 - Miami, 1994) y su escuela radiofónica en Radio Sutatenza (1947), tenía además del periódico El Campesino (1958), las cartillas, los institutos y los discos con las lecciones, entre otras estrategias, un programa denominado “Un libro por un huevo”. Las gallinas acercaban a los campesinos al conocimiento.

Fabián no olvida nunca esa relación, por eso cuando ingresó a estudiar Derecho en la Universidad de Caldas extrañaba el campo y los animales. Dos amigos, Delio Fabio Fraile y Gustavo Restrepo, entienden su amaño en la finca, pero no su decisión de abstraerse.

La Esmeralda está ubicada a 45 minutos de la carretera que conduce de Herveo a la vía principal que comunica a Manizales con Bogotá. Fabián ha durado dos años sin ir a la capital caldense, el mismo tiempo que hace no se sube a un carro. Lleva año y medio sin bajar a Herveo. Se justifica con una evocación a Quevedo: “Y no hallé cosa en que poner los ojos,que no fuese recuerdo de la muerte”.

Su hermano Álvaro le abastece cada mes de mercado y de libros. El solo cría ganado y lee. Ya perdió la cuenta de cuántos libros tiene. Pone más tablas que fungen como estanterías de una biblioteca colosal. Anaqueles que compiten con el paisaje, con la humedad, con los pájaros que allí anidan, con las abejas, con los ratones y hasta con una serpiente de coral que encontró en medio de sus incontables volúmenes.

Es amigo de William Ospina (su coterráneo), casi de Héctor Abad Faciolince, conoce a Tomás González, estrecha la mano de Mario Mendoza, echa de ver los ojazos de Laura Restrepo…

Muchos consultan al sabio de La Esmeralda.

Está lleno de libros que no valen nada cerrados, que valen un tesoro cuando se abren, cuando se leen. Que no valen por la dedicatoria, sino por la dedicación de los escritores y los lectores. Le han robado ganado, jamás un libro.

En la FILBo los expositores presupuestan un 5 % de robo. Nada comparado con los índices de la ciudad: 1 de cada 3 habitantes de la capital ha sido atracado. La Policía recuperó el libro robado. Ha de valer ahora el doble o más.

Las galas no pasan de moda. Tampoco las gallinas o la erudición.