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En la ruta incorrecta

En la ruta incorrecta

Especial para 90minutos.co

Imaginemos lo siguiente: hoy amanece Cali sin servicio del MIO. Una persona que vive en Pízamos, en el extremo oriental de la ciudad, y que trabaja en un local comercial en el centro de Cali, de repente deja de tener a su disposición las rutas que lo llevan a la Terminal Andrés Sanín, donde habitualmente tomaba la ruta T40 que lo dejaba en alguna de las estaciones del corredor de la calle 15. Hace años dejaron de pasar buses de transporte público tradicional y solo quedan unas gualas que hacen recorridos cortos y también vehículos informales y motocicletas para transportar a la gente. En un día, Cali retrocede 15 o 20 años en el tiempo en movilidad.

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Esta escena distópica no está lejos de ser realidad en Cali. De hecho, ya lo vivimos en aquellos días oscuros de la espiral destructiva que sufrió el MIO en 2021, cuando dejó de operar por primera vez en su historia. Hoy, el sistema acumula pérdidas que lo hacen insostenible financieramente y sus ingresos son limitados y dependen fundamentalmente de las transferencias del Estado local para pagar nóminas, combustibles y mantenimiento de los buses. Al paso que vamos es inminente el colapso del sistema de transporte masivo de Cali y no se asoman opciones en el horizonte.

La crisis viene desde sus mismos inicios, cuando se tomaron decisiones desafortunadas como empezar las obras en la carrera 1 y no en el oriente, además de estructurar un modelo de operación basado en el supuesto de la auto sostenibilidad. Creímos que el MIO podía financiarse con el recaudo de pasajes y eso finalmente demostró ser una equivocada creencia. Pero los últimos años han sido particularmente críticos: en cuestión de pocos meses, con una pandemia que ocasionó un pánico colectivo con pocos precedentes, la demanda cayó a la mitad y esa bajada de ingresos puso a depender al sistema de los fondos públicos.  Con menos pasajeros, el costo de mover a cada pasajero creció y la tarifa no lo cubría.

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Existen en Cali apóstoles del fracaso que abogan por el fin del sistema, con el sofisma de que Cali necesita metro, como si fuesen eventos excluyentes tener un sistema de buses y un tren urbano. Incluso estando la plata para hacerlo, al MIO no lo va a reemplazar un metro en el corto plazo y no es necesario que lo haga, en un futuro esos sistemas deberán ser complementarios. Pero la verdad, así disguste a varios, es que al sistema de buses de tránsito rápido no hay con qué reemplazarlo. O bueno, se puede reemplazar con buses de transporte público tradicional, más vehículos particulares y transporte informal, que van a terminar de saturar las vías e incrementarán inevitablemente las congestiones, tiempos y costos de desplazamiento.

Hay al menos tres grandes riesgos a los que se enfrenta Cali con el colapso del sistema y conviene tenerlos claros: el primero, es que la salida de operación del MIO implicará el ingreso de miles de nuevos vehículos, con costos ambientales elevados y más congestiones. Para hacernos una idea, un bus articulado menos requeriría entre seis y 12 buses o microbuses para satisfacer esa demanda. Eso sin contar el incentivo adicional que generaría para que ingresen más vehículos particulares.

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El segundo riesgo está ligado con el anterior y es que 270 mil personas se quedarían sin alternativas de transporte. Pensemos por un momento en la crisis social que implicaría que miles de personas, principalmente de los estratos de menores ingresos, no tengan cómo moverse desde sus hogares a sus lugares de trabajo y estudio. Y en tercer lugar, el colapso del sistema expone a Cali a demandas de concesionarios y otros actores del sistema que reclamarán por la terminación anticipadas de sus contratos, con una carga elevada para las finanzas públicas. Basta un fallo en contra para quedar con una deuda impagable.

El plan de salvamento de 2018 ya no será suficiente para levantar al sistema, aunque implementarlo debe ser un propósito. El camino más adecuado es aumentar la demanda y diversificar las fuentes de ingresos. Eso implica replantear el modelo del sistema y pensar en un esquema simplificado de rutas, por ejemplo. Sin embargo, en el corto plazo es inevitable asegurar los fondos para subsidiar la tarifa y mantener operativos los buses. Pero también es una realidad que nada de lo anterior se ha hecho desde aquel año y esa es la ruta incorrecta. La inacción no es una opción, permitir el colapso del MIO no es una alternativa razonable.

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