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Educar para la paz es educar para el futuro

Educar para la paz es educar para el futuro

Los graves e imperdonables errores cometidos por las FARC, han minado la confianza de la mayoría de los colombianos que  tienen la convicción de que el mejor camino es lograr que el proceso de paz culmine con la firma de acuerdos que pongan fin al conflicto armado y le han dado ventaja a quienes, motivados por intereses políticos, económicos e ideológicos, prefieren la prolongación indefinida de la guerra, sin importar el costo en víctimas, ni el  atraso para el país.

Los amigos de la guerra o guerreristas mantienen en permanente vigilia a la caza de los eventuales percances que surgen en la negociación para maximizarlos y convertirlos en metralla contra el proceso de paz. Esto ha obligado al Gobierno a permanecer a la defensiva, debiendo hacer un enorme esfuerzo para calmar los ánimos de la opinión pública, que oscila entre el optimismo desbordado y el miedo al terrorismo.

Precisamente la mayor fragilidad del proceso de paz estriba en que mueve el ánimo, las pasiones y los sentimientos de los colombianos antes que su inteligencia. Esto se debe a la ausencia de una pedagogía de la paz que permita la comprensión de lo que está sucediendo en la Habana, con independencia de que se dé a conocer o no el contenido de las negociaciones, en tiempo real.

De ahí que tengan tanto éxito los discursos efectistas de uno y otro bando. Esto explica también el oportunismo necrófilo de los enemigos del proceso y el hastió, por no decir repugnancia, que empieza a esparcirse en la sociedad.

El presidente sabe que en estos momentos debe asir con fuerza el timón y mantener el rumbo sorteando el fuerte oleaje. Lo peor que puede hacer es tratar colmar los sentimientos del pueblo exaltado y azuzado. El Gobierno Nacional puede aprovechar la crisis para desarrollar una estrategia educativa por la paz y el post conflicto que permita que los colombianos entiendan, de manera racional, el significado y la importancia del proceso de paz y asuman los desafíos que impondrá la firma de los acuerdos.

Como están las cosas, en los próximos días o semanas puede ocurrir la muerte de otros miembros de la fuerza pública o algún atentado terrorista (provocado incluso por sectores de extrema derecha), y esto traería como consecuencia la suspensión indefinida o el fin de las negociaciones. Por lo tanto, es urgente que el Gobierno deje claro que el proceso es responsabilidad exclusiva del presidente de la república y que no es prudente ni aconsejable someter a la aprobación de las mayorías los temas que deban ser tratados en la mesa de negociación.

Los detractores del proceso esperan con ansias locas cualquier tropiezo en la Habana o en Colombia para movilizar a los miles y miles de inconformes con el hecho de que los miembros de las FARC terminen indemnes e impunes después de haber causado tanto daño. Mientras revolotean en busca de sangre, el Gobierno debe propiciar que se adelanten foros, conferencias, encuentros, debates, etc., alrededor de los temas de la paz. Los medios de comunicación estatal deben incrementar la presentación de documentales, películas, entrevistas y demás herramientas que permitan a los ciudadanos tener meridiana claridad sobre la importancia del momento histórico que vive el país.

Si de avivar el patriotismo se trata, no es momento para insuflar los corazones de odio y venganza sino para promover la construcción de una sociedad edificada sobre la base del respeto de los derechos humanos, amparada en la firmeza de un verdadero estado de social de derecho. Para eso es necesario que el Gobierno entienda que educar para la paz, es educar para el futuro y que esta puede ser la solución a la crisis actual.