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Colombia les queda lejos

Colombia les queda lejos

Un buen número de colombianos considera que Miami está a la vuelta de la esquina. Allí no más. Y eso que no ha ido jamás. Otro puñado cree que Madrid (España, no Cundinamarca) está a pepo y cuarta. Y si ha ido, pero a la de acá. Mejor dicho, a muchos colombianos Colombia les queda lejísimos. Porque allá, en la capital, cualquier lugar que quede a más de dos horas es una lejanía. Soacha, por ejemplo, que queda a dos horas de Hatogrande, la casa de campo de los presidentes, es en la mismísima porra. Al borde de ese abismo que separa a los que se creen ricos, de los que en verdad son pobres. Si no es porque en su plaza matan a Galán, nadie sabía de la pobre Soacha.

De Hatogrande, si saben claro. ‘El Hombre de las Leyes’, Francisco de Paula Santander, se la robó el 2 de septiembre de 1819 al presbítero español Pedro Martínez Bujanda. Robó suena algo atrevido. Dice la historia -oficial claro-, que lo desterró a los Llanos Orientales y se apropió de ella con la anuencia de ‘El Libertador’, Simón Bolívar, en pago por los haberes militares (20.000 pesos prestados para la campaña) y sus desinteresados servicios a la patria. Y eso que la hacienda, de 700 hectáreas, valía por bajito el doble. Siendo presidente (1832-1837) hizo otras maromas y redondeó las 1.000 hectáreas. De tales padres, tales hijos de la patria. Prebendas, privilegios, interés particular, corrupción, hipocresía, mezquindad. Tal vez su mayor gesta sea educativa: Universidad Nacional, del Cauca, Colegio Santa Librada, etc. Y haber traído una de las primeras mesas de billar al país. Todo hay que decirlo, hoy reposa con sus bolas -la mesa, no Santander- en el Museo Nacional, fundado por él 1824.

Pero volvamos al asunto de aquellos a los que Colombia les queda lejos. Es tal su desprecio por el país -digamos inconsciente, para no herir susceptibilidades- que solo en términos geográficos -para no mencionar lo racial, lo económico, lo cultural, etc.- Colombia les es una nación extraña. No saben dónde termina el país en sus extremos cardinales, que es lo mismo que no saber dónde comienza para los extranjeros. Ni Punta Gallinas, ni Cabo Manglares, ni la Piedra del Cocuy. Leticia es la excepción, o sería el colmo.

Los gobernantes si saben del país, pero no hacen demasiado por la nación. Las ciudades de Colombia por ejemplo, les parecen -por decir lo menos- feítas. Londres, París o Nueva York, perfectas. En tiempos del ‘proceso de paz’ de Betancur, invitaron a Álvaro Gómez Hurtado a entrevistarse con la guerrilla en Casa Verde en La Uribe, para discutir sobre la paz. Se negó con desdén, cuenta Antonio Caballero: «No está uno para ponerse a visitar lejanías», dijo el mentor de las repúblicas independientes. Uribe -Meta, no Vélez- queda a 157 kilómetros en línea recta de Bogotá. Y le pareció una lejanía. Cali está al doble, a 301 km en línea recta y 468 km en ruta. Pero como bien dijo Noemí Sanín -tan citada por los días de conmemoración del Holocausto del Palacio de Justicia-, Colombia se dedicó por muchos años a unir pequeños pueblos con carreteras angostas y sinuosas, y no grandes regiones con autopistas. Sí, por Dios, lo juro, eso lo dijo esa señora. Era Embajadora en España y promovía la candidatura de Álvaro Uribe.  

Y como intuyo que se lo están preguntando, la distancia a Punta Gallinas es 1.237 km en línea recta. A Cabo Manglares 1.128 km carreteables. A la Piedra del Cocuy, hay que calcularla. Nadie va a esas lejanías a ver un mojón de piedra que remarcó José Eustasio Rivera, encargado de reafirmar por esos lados los límites de la nación. El viajecito -hecho en 1922- le sirvió para escribir La Vorágine (1924), novela fundacional junto a Doña Bárbara de la selva como personaje, tierra de promisión para ambiciones desmedidas. Parece historia, pero es actualidad. Altillanura, Santos, Multinacionales. Y a Leticia hay 1.093 kilómetros aéreos. No hay carretera. La autopsita de la selva, una iniciativa de las FARC-EP, fue destruida a través de bombardeos por el gobierno. Pensarían, no vayan y se acerquen semejantes lejanías.

Ese concepto de lejanía señalemos ‘actual’, ha fortalecido el de Centralismo, que ha sido histórico en Colombia y que promovió el Estado Libre de Cundinamarca. Y un dandy, cuya casa es hoy la casa del presidente de la República. Sí, la Casa de Nariño. (Tenía su casita don Antonio Nariño). Desde ‘La patria Boba’ hasta nuestros días, no hemos podido zafarnos de su influjo. La Constitución de 1991 lo intentó, pero la ‘reformitis’ la tiene más cerca de su antecesora, la de 1886, que abolió el Federalismo y creó la república y los departamentos.

Barranquilla como sede de la Selección es un trofeo de descentralización. No resulta extraño entonces, que tras la derrota de Colombia ante Argentina, desde Bogotá se promueva primero, la fiesta desbordada y luego la crítica acérrima, que lleva a que el país se aleje de la positiva nacionalidad que generó Brasil 2014. (Al margen de los negocios multinacionales a costa del patriotismo exacerbado a través de los medios y la publicidad: SABMiller, Coca-Cola, Home Center, etc.) Tiempos extraños. No se digería la derrota y Colombia ya se dividía entre culés y merengues, que no tienen idea de lo que en términos políticos se juega en cada partido entre el Barça y el Real Madrid. Justo ahora que el independentismo catalán, lucha contra la tradición española. A pocos pareciera importarles el rentado nacional, que fue la cuna de figuras rutilantes hoy en el extranjero. Diría el rolo: ¡Hala Madrid! Claro, Cundinamarca, porque Colombia les queda lejos.