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Caza de libros

Caza de libros

Se llama Pablo y es como ver a Neruda. Patentico, dice una vecina. Una vecina mía, porque este hombre no tiene vecinos, es trashumante. Pareciera tener el esquivo, pretendido e imposible don de la ubicuidad. Ibagué, Barcelona, Bogotá, Buenos Aires, Cali, México DC... Es alto, grueso y con la cara en óvalo coronada por una boina, como las del poeta chileno. Ojos saltones y una nariz prominente, como su memoria, como su visión literaria. Su voz zumba en una caja torácica que cumple en rigor su función como caja de resonancia. No fuma pipa, como el habitante de Isla Negra, pero si humea cigarrillo. Acaso para ir acostumbrándose al infierno, pues vive en un paraíso literario. Habla de libros y de escritores. Y echa humo. Y conceptos. Los conoce a todos. Es amigo de la mayoría y esa amistad está más llena de legitimidad que de impostura. No echa puyas, son demasiadas astas para alguien como él, toreado en tantas plazas editoriales. Ha de pensar como Einstein que fumar contribuye a un juicio un tanto tranquilo y objetivo en todos los asuntos humanos.

Nació en el Líbano. No el país árabe, sino el municipio tolimense, donde hubo primero biblioteca y después, mucho después, iglesia. Las positivas consecuencias son irrefutables. Hoy es el único municipio, de los 1.123 que registra el Dane, que tiene stand propio en el Feria Internacional del Libro de Bogotá y el mayor número de escritores por metro cuadrado. Ya  casi no quedan cedros, ni robles, en ninguno de los dos Líbanos, pero si madera de escribanos en los colombianos nacidos allí. Escritores como Alberto Machado Lozano y Eduardo Santa. Literatos consagradoscomo sus hermanos Jorge Eliécer y Carlos Orlando Pardo Rodríguez. Destacados periodistas como Germán Santamaría Barragán y Alberto Piedrahita Pacheco. Científicos como Sócrates Herrera Valencia yYamel López Forero. Y un buen número de poetas, pintores, artistas, deportistas, profesionales y un par de locos, que dan fe de que la ausencia de la iglesia fue una bendición para el pueblo.

Pablo es el titular de Caza de libros, una editorial que ha publicado en siete años de existencia más de un libro por semana. Hasta mediados de 2015 llevaba 400 títulos publicados. Nació en 2008 en medio del pesimismo digital y la provocada pereza a la lectura que inoculan la escuela y los profesores. Volver sobre la metáfora de Don Quijote o empresa quijotesca, me avergüenza un poco. Este hombre se dio a la tarea -ya entrado en abriles, jamás viejo- de preservar la literatura colombiana, promocionar jóvenes escritores y promover la lectura. Y, en lo que a mí respecta, eso no está muy lejos de combatir molinos de viento. Pero insisto, cambiaré de metáfora. Le llamaré mejor un Noé editorial y a Caza de libros, una especie de arca de la memoria.

Valga reconocer que antes de Caza de libros, Pablo ya estaba en andanzas editoriales. Una alianza con Pijao Editores, la empresa de sus hermanos Carlos Orlando y Jorge Eliécer Pardo, le permitió publicar colecciones que hoy alcanzan con honores el nivel de emblemáticas. Una con lo más representativo de la literatura nacional, permitió visibilizar y volver sobre excelsos textos que conforman -como todas las antologías- solo una muestra de las letras nacionales. Un muy buen recorrido editorial de recuperación de nuestra memoria literaria, que pasa por varias generaciones de escritores. Allí los hombres de letras no tuvieron el honor, sino que se ganaron el espacio.

Pero a estas alturas se estarán preguntando por qué hablar de Pablo Pardo y de su Caza de libros. Pues bien, es tiempo de balances y agradecimientos. No soy escritor, y tampoco joven. Como menciono en el preámbulo de mi segundo libro ‘De vidas breves y bravas. Historias de gente como uno’, soy solo un periodista que quiere con sus historias dejar oír su voz en el silencio de la eternidad, para que quien la escuche, no olvide lanzar también sus cenizas al viento. No sobra decir, inspirado en Hernando Téllez. Y ha visto Pablo en estas historias, la posibilidad de publicación. Lo hará en asocio con la Universidad Autónoma de Occidente. Me dijo cuando leyó los originales: “Ya casi nadie escribe crónica”. Y yo le refuté, pero sí en palabras de Darío Jaramillo Agudelo, en el prólogo de ‘Antología de crónica latinoamericana actual’, la crónica periodística es la prosa narrativa de más apasionante lectura y mejor escrita hoy Latinoamericana. “Bueno, será que ya casi nadie la publica”, corrigió.

Publica nuevos autores y consagrados. Vivos y muertos. Historia, ensayo, arte, novela, ficción, cuento, pensamiento contemporáneo, nada le es esquivo. Fernando Soto Aparicio o José Luis Díaz Granados. Víctor Gaviria o Santiago Mutis. Jotamario Arbeláez o Gonzalo Mallarino.Oscar Perdomo o Jair Villano. N.N. o Lizandro Penagos. Es una máquina de lanzar ideas editoriales. Ha hecho alianzas con varias universidades y gestores culturales. Lo invitan a todas las ferias del libro. Caza de Libros tiene su sede principal en Ibagué y una en el barrio Teusaquillo de Bogotá. Aspira abrir sedes en España y México.

Y como no todo podía ser color de rosa -aunque no dudo que también le publicaría a Corín Tellado-, le pasa a su lengua con las copas lo que a los hombres con el vino y a las mujeres con los besos, termina por sucumbir. Para decirlo más claro, se ‘anavarra’. Se le enreda. Se le entiende más un trabalenguas a Antonio Navarro Wolf. Para cuando eso ocurre, uno ya le ha exprimido algunas gotas de todo su saber y conocimiento. Además, se ha contagiado de ese espíritu quimérico. Espero brindar de nuevo con él, antes del año viejo.