El renacer de El Arenillo: Una historia de resiliencia, perdón y esperanza

El renacer de El Arenillo: Una historia de resiliencia, perdón y esperanza
Especial para 90minutos.co

Por Gerardo Quintero Tello - Jefe de Redacción de 90 Minutos

Desde las alturas de la cordillera central, El Arenillo, corregimiento de Palmira, se asoma como una postal de esos bucólicos pueblos de montaña: rodeado de gente cálida a pesar de las corrientes frías que siempre parecen amenazar el cielo azuloso, brillante, que invita a quedarse.

En medio de este paisaje tan cálido, tan hermoso, pacífico e inspirador, cuesta creer que hayan pasado dieciséis años desde que hombres armados pertenecientes a las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, sitiaron el pueblo durante cinco años. Se adueñaron a sangre y fuego de sus fincas, los animales, sus cultivos, intentaron someter sus almas pero no pudieron doblegar la resiliencia de un pueblo que hoy sigue luchando contra sus fantasmas.

Doña Marina Gaviria, quien lleva habitando la zona hace más de 45 años, recuerda esos primeros momentos en que los paramilitares se instalaron en la parte alta y comenzaron a ejercer una presión sobre los campesinos durante un eterno quinquenio (1999 al 2004) . “Aquí nada se movía sin el permiso de ellos. Hasta escuchar música fue prohibido, ellos controlaban todo, a qué horas había que acostarse, cuándo se podía salir de las casas”, recuerda aún con temor porque aunque han pasado los años ese miedo no se ha ido, sigue allí, latente.

Tal vez será ese sentido de supervivencia el que sale a flote cada vez que los perros comienzan a latir en masa o cuando el corazón palpita más deprisa cuando perciben a lo lejos algún sonido parecido a la pólvora, pero que de manera irremediable les recuerda aquellos combates que se producían o los disparos que hacían los hombres armados a sus víctimas.

Dolorosos recuerdos


A Marina le cuesta volver a ese recuerdo. Aunque han pasado los años, ella prefiere que no afloren las remembranzas como si fueran una cascada y calcula cada una de sus palabras. Pero en medio de la conversación me cuenta con voz bajita que a la casa-finca de su familia llegaron las AUC una madrugada y se instalaron como dueños y señores de la propiedad durante casi un mes.

“Ellos no se metían con nosotros, pero se quedaron con la cocina, instalaron sus carpas, tiraron sus colchonetas. Aquí preparaban comida y dormían, cuando necesitaban alguna gallina iban y la tomaban, simplemente actuaban como los dueños y nadie podía decir nada”, recuerda.

La situación se hizo muy tensa y los hijos pequeños de Marina tuvieron que salir, así como alguna de sus hermanas. Ella, sin embargo, se quedó ‘frentiando’ la situación para evitar que la propiedad de la familia quedara a la deriva.

Los años han pasado y ella, junto con otras valientes mujeres de la zona conformaron una asociación para hablar; recordar, curar el alma, pero también para buscar alternativas de subsistencia, proyectos comunes que les permitieran soñar con un mejor futuro. Ese mismo que quedó tambaleante tras la larga incursión de los paramilitares, que llegaron a la zona porque era un corredor estratégico que les permitía una conexión natural con el oriente del Valle del Cauca y los departamentos del Tolima y Cauca.

Hoy estas mismas familias pertenecientes a la comunidad del Arenillo-Palmira, con el apoyo de la Unidad de Restitución de Víctimas, encontraron la fortaleza suficiente para volver a tejer ese debilitado entramado social. Un verde campo, sembrado de hierbas aromáticas impregna al pueblo del olor de la esperanza y se convierte en el reverdecer de una comunidad que fue golpeada, pero que nunca se rindió.

‘Aromáticas A.D.A’ es el nombre de este emprendimiento que les ha permitido llevar la fertilidad de sus tierras hasta mercados de poblaciones vecinas. Menta, albahaca, toronjil, hinojo, limoncillo, cidrón, apio y hierbabuena son algunas de las hierbas aromáticas que estas mujeres siembran; recogen, secan, empacan y distribuyen para beneficio de su comunidad.

Un sendero de vida


Unos metros más delante de donde se encuentran los sembrados, un exuberante sendero ecológico vigilado por una tropilla de barranqueros; pavas guacharacas; loros; colibríes y tángaras desde las alturas ofrecen con sus trinos y aleteos un recibimiento de vida; de conexión con la naturaleza, lejos de aquellas épocas aciagas cuando desde esas montañas solo descendían estelas de muerte y destrucción.

Lucero Villalba, otra de las lideresas de El Arenillo y a la que el amor trajo hasta esta población. Es la encargada de dar la bienvenida por este sendero de la vida donde los turistas pueden hacer un viaje de un poco más de un kilómetro recorriendo un camino sembrado de olores.

Árboles jóvenes, robustos, verde, arrullados por el sonido mágico de una pequeña corriente que es testigo de esa conexión con la naturaleza.

En las estaciones, explica Lucero, se dictan charlas, se cuentan historias, se recrean leyendas y también  hay un espacio para la introspección, para que cada uno, en medio de la tranquilidad que se respira, pueda hacer sus propias reflexiones y salga renovado de este nirvana vegetal.

“Somos una tierra bendecida por Dios, rodeada de hermosas montañas, bañada por agua pura. Somos potencia, somos riqueza”,

dice Lucero Villalba al preguntarle por el espíritu de su pueblo, que pese a haber sido azotado por la violencia del conflicto no se rinde y hoy quiere reconstruirse como comunidad.

Y es que muchas cosas han cambiado con los años, para bien de la comunidad. Luz Adriana Toro Vélez, directora territorial de la Unidad para las Víctimas en el Valle, recordó que Arenillo (Palmira) fue reconocido como sujeto de reparación colectiva por parte del gobierno colombiano en el 2013 debido a las afectaciones que sufrió de manera colectiva por el conflicto; siendo el confinamiento por parte de las autodefensas por casi cinco años uno de sus principales hechos victimizantes.

Pero hoy la funcionaria quiere destacar, por sobre todo, la capacidad de esta comunidad para recuperarse; esa confianza exhibida para dejar atrás los abusos sufridos; los robos, las violaciones, los acosos y volver a unirse como comunidad a través de un propósito común.

“Esta comunidad es ejemplar porque pudieron ponerse de acuerdo y sobreponerse a todos esos vejámenes, homicidios, abusos contra sus familias, vecinos. Se dieron una oportunidad y dijeron vamos a levantarnos, vamos a seguir y a generar proyectos de vida. Ellos lograron unirse, volverse tejedores de paz, líderes de la comunidad y aceptaron esa ayuda del Estado colombiano, porque solos no podemos y ellos tampoco. La unión es que la nos permite a nosotros haber avanzado con esta comunidad”, advierte Toro.

Hace un par de años, durante una fecha conmemorativa de la salida de las autodefensas de El Arenillo, líderes de la comunidad y representantes de distintas organizaciones del Estado y sociales se reunieron en uno de los sitios emblemáticos de la barbarie ocurrida en esta zona. Esa temible zona conocida como el ‘Chalet de la muerte’. Este lugar, situado en la parte alta de la Cordillera Central, se encuentra abandonado y fue centro de operaciones del grupo ilegal. Allí se cometieron gran cantidad de crímenes y hechos que afectaron a la comunidad; algunos hablan de que allí llegaron a cometerse hasta más de 800 asesinatos.

“Queremos exorcizar todo el dolor vivido aquí, todo el terror del que ha sido testigo esta tierra. Hoy damos testimonio de que queremos seguir adelante y que se cumpla el plan de reparación para que esta comunidad siga en su proceso de reconstrucción”. Así lo advierte Jaime Jiménez, líder de El Arenillo (Pradera); otra de las pequeñas poblaciones que quedó sometida por la fuerza de las armas de las AUC.

Humberto Prieto, también líder de esta comunidad, recuerda que no ha sido  fácil arrancar con esta tarea, pues después de tantos padecimientos por la guerra, la comunidad no quería nada. “Pero con la llegada de la Unidad para las Víctimas, poco a poco se empezó a reconstruir esa confianza; se comenzó a trabajar ese miedo que tanto nos afectaba, miedo incluso de reclamarle al Estado y de reclamar nuestros derechos. Hoy nos hemos empoderado de nuestro proceso de recuperación y hemos llevado a cabo la reparación colectiva”, explica Humberto Prieto, líder de esta comunidad.

“Que no falte el agua, bajando por la montaña; que no quede semilla sin mañana”. Ese es el estribillo que suelen entonar los habitantes de esta pequeña vereda en cada uno de esos encuentros en los que celebran la vida.

Lucero Villalba recuerda que cada 13 de diciembre se celebra la paz, la reconciliación, el renacer de las actividades tanto culturales como patronales. “Viene nuestro sacerdote y celebra una misa; hacemos un festival y convocamos a una caminata con velas en recuerdo de que la luz de la vida continúa”, explica Lucero con evidente emoción. Ya se aproxima esa fecha tan significativa. Ese día en que la comunidad de El Arenillo y sus alrededores se reúne, reza, reflexiona, ríe, aunque también llora a quienes la violencia arrebató. Ese 13 de diciembre, pero del año 2004, el miedo vestido de camuflado; armas largas y palabras cargadas de odio y violencia inició su retiro de una población que no extraña el miedo ni las balas ni el abuso. Hoy lo único que todos quieren celebrar es la siembra de la vida.

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