La última jugada del 'Ajedrecista'

La última jugada del 'Ajedrecista'

Por Gerardo Quintero Tello
Jefe de Redacción 90 Minutos

Un día cualquiera de aquella década ochentera, un caleño de a pie podría haberse levantado, prender el radio en la mañana y escuchar la Guerrilla Deportiva en el Grupo Radial Colombiano. Si tenía alguna dolencia, tal vez luego pudo pasar por alguna de las sedes de Drogas La Rebaja para comprar un medicamento. Si era miércoles en la noche, ese día fijo jugaba América con su constelación de estrellas que invitaba a ir al Estadio Pascual Guerrero. De seguro a la salida era muy fácil encontrarse con algunos amigos y concretar una noche de rumba en Siboney, Manhattan, El Concorde o, por qué no, Los Compadres, las discotecas más exclusivas de la época dorada de la rumba caleña.


Todos esos lugares tenían algo en común: Eran propiedad o eran frecuentados de manera permanente por Gilberto y Miguel Rodríguez, los enigmáticos capos del Cartel de Cali que en aquella época dominaban toda la escena de la Todos esos lugares tenían algo en común: Eran propiedad o eran frecuentados de manera permanente por Gilberto y Miguel Rodríguez, los enigmáticos capos del Cartel de Cali que en aquella época dominaban toda la escena de la ciudad. Muchos caleños, con conocimiento o sin él, vivían de la burbuja que habían construido los hermanos Rodríguez Orejuela en aquellos convulsionados años ochenta.


La muerte de Gilberto Rodríguez a las 83 años, en una cárcel de Estados Unidos, marca el fin de una época caracterizada por las millonarias ganancias que dejaba el comercio ilegal de droga, la rumba con grandes artistas, la lluvia de dólares, los negocios oscuros, los políticos que pedían su bendición, los periodistas que hacían fila en el Hotel Inter para el sobre decembrino, y la doble moral de una ciudad que se lucraba de sus ‘inversiones’ y que luego como un gran judas, los negó en todas sus formas.


El primer recuerdo que tengo de Gilberto Rodríguez es una boleta de entrada al Pascual Guerrero. Era 1981 y América imprimía unas coloridas entradas para niños que tenían algunas veces la imagen de los futbolistas más destacados de la época, ya fueran Jorge Ramón Cáceres o Aurelio José Pascuttini o, en su defecto, la sobria imagen de Gilberto que contrastaba con la recia figura que proyectaba en las fotografías su hermano Miguel.


Cuando en aquella candidez infantil preguntábamos quién era el señor de barba que se daba el lujo de aparecer en las boletas que permitían ingresar al estadio, la respuesta de los mayores era una mezcla de evasivas, silencio y algo de sonrisas nerviosas. Había ojos y oídos en todo el estadio, en el palco de occidental se instalaban los patrones, mientras en los pasillos cercanos de Occidental Segundo Piso no se podía transitar fácilmente por la cantidad de escoltas. La respuesta rápida de los acompañantes a la inquietud infantil era un susurro en forma de: ‘don Gilberto es un mágico’. Entonces, para mí era solo eso, un mago que se las ingeniaba para aparecer ocasionalmente en la revista del América y para estar al lado de los jugadores que admiraba (‘qué buen mago era ese cabrón -decía para mis adentros- está en todos los lugares donde yo quisiera aparecer, magazo’).


Su presencia en la ciudad era igual de misteriosa. No frecuentaba eventos públicos, pero alguien siempre decía que lo había visto. No era el típico 'traqueto' caleño de los noventa, pero la sombría mano se extendía por toda la ciudad. Una extensa red de taxistas eran sus ojos. Nada se movía sin que el cartel lo supiera, mucho menos durante la época de la guerra con Pablo Escobar. En esos tiempos la orden era verificar, especialmente, los vuelos que provenían de Medellín. Dicen que los ‘patrones’ se comprometieron con un gobernante de la época a que en Cali no iban a permitir que explotaran carrobombas. Un amigo cercano a los Rodríguez me contó que durante una de las festividades decembrinas, la que inauguró por primera vez la Calle de la Feria sobre la Calle 5, la seguridad la prestaban los hombres del cartel para evitar que los mafiosos de Medellín pusieran alguna bomba. Igual sucedió una noche en Inmediaciones del Pascual Guerrero donde dicen fue sacado un carro repleto de explosivos ¿Leyenda, fantasía, realidad? Hoy todo transita en el nebuloso mundo del rumor sin que nadie confirme nada.


Y así fue Gilberto Rodríguez hasta el final de sus días: estratégico, astuto, mañoso, no en vano lo llamaron el ajedrecista. Hacía favores para luego esperar el momento adecuado de recordar la ayuda. Se codeó con los políticos de la región, no en vano decenas de ellos terminaron involucrados en el recordado proceso 8.000. Como recuerda el exsecretario de gobierno, Miguel Yusti, nada se movía en aquella época sin el visto bueno de los Rodríguez. Y fue Gilberto el que tuvo la idea de ‘limpiar’ el cartel, de transformarlo, de pasarlo de una multinacional del narcotráfico, a una transnacional de la banca, la política, la salud y el deporte, cuatro sectores que movían las pasiones del mayor de los Rodríguez.

Su seguridad era una gran obsesión. En un ambiente de traiciones, celos, envidias y mucho dinero, Gilberto sabía que el poder residía en su capacidad de controlar cualquier fuga de información. El periodista José Gregorio Pérez cuenta en su libro Operación Cali Pachanguero que al igual que su enemigo Pablo Escobar, los jefes del cartel de Cali también diseñaron y construyeron refugios subterráneos y caletas. La guerra contra el líder del cartel de Medellín les enseñó que debían protegerse,  incluso dentro de sus propias mansiones y edificios. Sin embargo, ellos convirtieron esa estrategia en un enrevesado laberinto de escondites que incluían puertas falsas que conectaban con amplios solares, espacios huecos dentro de las paredes, sótanos invisibles a la luz de quien entraba a sus casas, todo conectado a través de sofisticados sistemas de seguridad con alarmas y sensores que permitían huidas rápidas y seguras.

En suma, eran verdaderos 'magos' del escondite y la desaparición. Algunas veces las caletas simulaban un atractivo bar lleno de licores cerca de la sala de estar. Sin embargo, detrás se encontraba el cobertizo con aire acondicionado que tenía el suficiente espacio para que una persona se escondiera y llevara consigo documentos, escrituras de propiedades, listados de los amigos beneficiados y hasta maletas con ropa.

Estratégico y astuto


Y así fue Gilberto Rodríguez hasta el final de sus días: estratégico, astuto, mañoso, no en vano lo llamaron 'El ajedrecista'. Hacía favores para luego esperar el momento adecuado en que recordaría la ayuda. Se codeó con los políticos de la región, no en vano decenas de ellos terminaron involucrados en el recordado proceso 8.000. Como recuerda el exsecretario de gobierno, Miguel Yusti, nada se movía en aquella época sin el visto bueno de los Rodríguez. Y fue Gilberto el que tuvo la idea de ‘limpiar’ el cartel, de transformarlo, de pasarlo de una multinacional del narcotráfico, a una transnacional de la banca, la política, la salud y el deporte, cuatro sectores que movían las pasiones del mayor de los Rodríguez.


Este 'cluster' de la mafia caleña, que integraban también José 'Chepe' Santacruz y Helmer 'Pacho' Herrera, había consolidado una estrategia empresarial en la que múltiples empresas actuaban de manera independiente, pero con un centro que funcionaba como hilo conductor. Para las autoridades no era fácil identificar las ramificaciones porque eran múltiples, con diversas especialidades y direccionadas a diferentes personas. Pero todos los hilos conducían a los máximos jefes: Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela. Esas empresas de fachada que incluían múltiples inmobiliarias, frigoríficos, almacenes agropecuarios y otras más se convirtieron en la principal estrategia para introducir, legalizar y poner a circular todo el dinero que llegaba desde Estados Unidos producto del comercio ilícito de drogas.

Relaciones públicas e infiltración


“Todo era estratégico en Gilberto”, me dice una persona que lo conoció en su juventud en el barrio Obrero y que prefiere resguardar su nombre. “Era tranquilo, nunca alzaba la voz, enfatizaba las directrices, pero nunca gritaba. Tenía buenas maneras, le gustaba leer, especialmente a García Márquez, era el intelectual de los Rodríguez”.


De buenas maneras, Gilberto no le gustaba dejar nada al azar, más bien silencioso, meticulosamente ordenado, muy reflexivo y poco dado a hablar mucho. Su táctica nunca fue la utilización de la violencia, lo suyo eran la persuasión y una sorprendente habilidad para utilizar las relaciones púbicas y la infiltración como mecanismos para conseguir sus propósitos.

Esa fascinación por la alta sociedad fue sin duda lo que impulsó a crear el banco de Los Trabajadores. Codearse con grandes empresarios, ser considerado un igual, un influyente y próspero hombre de empresa, se convirtió en una obsesión. Ni siquiera cuando lo apresaron en Madrid y muchos creyeron que era el fin de su reinado, Gilberto consideró la posibilidad de retirarse discretamente. Por el contrario, la demencial guerra que inició Pablo Escobar contra el Estado fue como una epifanía para ‘El ajedrecista’, que entendió que si movía las piezas de manera adecuada se quedaría no solo con el rey, sino con la reina, los caballos y los peones.


Y fue en esos años noventa cuando Gilberto contempló lo que creyó sería su movida maestra, pero que a la postre fue su condena y la de su hermano. La alianza con los políticos que hacían largas filas en el Hotel Inter o en las oficinas de la Avenida Sexta con Calle 17 se convirtió en la jugada que el capo del cartel creía les podía asegurar una vida tranquila, disfrutando de las millonarias ganancias del narcotráfico. Manuel Francisco Becerra, Hugo Castro, Carlos Herney Abadía, Gustavo Espinosa Jaramillo y Armando Holguín Sarria fueron solo algunos de los nombres de destacados políticos que contaban con la ‘bendición’ del ‘Ajedrecista’, pero fueron decenas, centenares, tal vez miles que recibieron el apoyo del Cartel. Basta con recordar que pusieron un presidente y eso era, tal vez, el que consideraban su mayor seguro.

Millones de dólares entraron a la campaña de Ernesto Samper, que siempre insistió que todo fue a sus espaldas. Un inmenso elefante que según el elegido Mandatario entró por detrás, como lo graficó monseñor Pedro Rubiano en aquella década turbulenta. Por sus oficinas desfilaron empresarios, políticos, artistas, altos oficiales de la Policía y del Ejército, deportistas, académicos, todos buscando algún beneficio de los reyes del cartel. La imagen que habían proyectado para diferenciarse del cartel de Medellín rendía sus frutos: ellos eran 'los caballeros de Cali' y los mafiosos paisas, unos vulgares terroristas.

Se rompió el seguro



Lo que sería un seguro, como lo pregonaba Gilberto, al final se convirtió en una condena. La persecución comenzó unos meses después de que se revelara la entrada de dineros del narcotráfico a la campaña de Samper y ya nunca más los Rodríguez volverían a estar tranquilos. Tal vez, en medio de aquellos afanes, saltando de caleta en caleta en sus propiedades de Ciudad Jardín, Los Cristales o Santa Mónica Residencial, Gilberto recordaría los primeros años en su tierra natal, Mariquita, departamento del Tolima. También, de seguro, llegaría a su memoria la llegada a Cali con sus padres Carlos Rodríguez y Ana Rita Orejuela. El barrio Obrero que tantos recuerdos, amigos y amores le trajo. La música de la Sonora Matancera que era su favorita y las interpretaciones de Celia Cruz, aquella que pudo ver en el Pascual Guerrero cuando América la presentó en el previo de un duelo futbolero y también en Los Compadres, la famosa discoteca, situada en Menga, que llenaban los narcos de la época para su disfrute de fin de semana.


Y allá en el barrio Obrero fue que comenzó a trabajar como mensajero de una farmacia y le cogió gusto a los medicamentos. Por eso cuando comenzaron a llover dólares desde Estados Unidos uno de los primeros negocios que lo sedujo fue montar Drogas La Rebaja.


Nunca lo conocí personalmente. Tal vez alguna vez en el segundo piso de la tribuna occidental del Pascual Guerrero lo vi a lo lejos, detrás de un vidrio. Un amigo cercano me cuenta que Gilberto en particular no fue muy cercano al fútbol, el gran aficionado era su hermano Miguel. De hecho Gilberto era más hincha del Deportivo Cali que del América. Terminó acercándose a los 'Diablos Rojos' porque cuando se arrimó a las toldas verdes, las directivas de aquella época, encabezadas por Álex Gorayeb, le negaron la entrada ante el temor de que el 'próspero' comerciante se quedara con todo el equipo.

Reunidos con maradona


El pasional americano era su hermano Miguel, que tenía fama de astuto, 'buena vida', con un gusto especial por las reinas de belleza y que no rehuía de los eventos sociales. Su devoción por el fútbol lo llevó a construir un equipo de ensueño que se codeó por todos los estadios de Suramérica y ganó todos los títulos en Colombia. Gilberto solo intervenía en el club escarlata cuando había que poner plata para traer alguna de las grandes figuras que llegaron en aquellos años ochenta. Nunca se negó a hacer la 'vaca' para poner dinero y traer aquel jugador que trasnochaba a su socio de la vida. Él sabía que esa afición era el 'juguete' preferido de su hermano y era la manera de matizar las tensiones propias de aquellos años.

También este amigo me cuenta que antes de ser extraditados, Gilberto permaneció un tiempo en la cárcel de Palmira, luego salió y aunque era el líder natural del Cartel decidió no disputarle ya el espacio a su hermano Miguel, que se había quedado encargado de los negocios. Todos los que los conocieron coinciden que ambos eran muy diferentes, pero tenían una relación fraternal y si hubo disputas, siempre las manejaban de puertas adentro. Las grandes diferencias, según relatan algunos allegados, fue precisamente por el tema político.

Miguel, el menor, nunca estuvo de acuerdo con los acercamientos a los políticos, a quienes nos les creía por falsos y traicioneros, pero respetó las decisiones de su hermano y también porque era consciente que era Miguel, el  menor, no estuvo de acuerdo con los acercamientos a los políticos, a quienes nos les creía por falsos y traicioneros, pero respetó las decisiones de su hermano y también porque lo entendió como una 'brillante' estrategia para enraizar una eficaz red que permitía controlar a través del soborno y la corrupción a altos funcionarios del Estado y del sector privado.

Sus vidas después de la extradición a Estados Unidos fueron tristes y solitarias. “Cuando salieron de aquí sabían que nunca volverían”, dice alguien que los trató de cerca. Su única preocupación fue esa familia que educaron para que manejara los negocios legales, pero que nunca imaginaron que tuvieran que padecer por culpa de sus actividades al margen de la ley. 

De su antiguo emporio no quedó nada y de los supuestos amigos que los prodigaban de zalamerías y promesas, menos. Todos los que los conocieron o beneficiaron de sus apoyos alguna vez, los negaron una y otra vez. La última jugada del Ajedrecista no salió como esperaba.

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