Aché pa’ tí, aché pa’ mí y salsa pa’todos

Aché pa’ tí, aché pa’ mí y salsa pa’todos

Por: Gerardo Quintero Tello
Jefe de Redacción de 90 Minutos
Diseño y diagramación: Giovanni Castro.
Sonido: Moisés Angulo

Changó, el rey guerrero de la religión Yoruba, el mismo de la justicia, de los rayos, del trueno y del fuego salvó a Celina González de una muerte segura en los convulsionados años ochenta. La historia es de una fuerza sobrenatural y se la escuché a la propia artista cubana en una visita que hizo a Cali a finales de los noventa. Ella, impecablemente vestida de blanco, con una flor roja en su cabello recogido, no me estrechó la mano porque “me puedes robar la energía, chico, sin que tú lo sepas, claro”.

Celina era gran maestra de la santería cubana porque solo los hombres de la religión podían ser babalawo, pero eso no le restaba sus poderes adivinatorios. Y fueron precisamente esas premoniciones que la acechaban las que la salvaron una noche de concierto en Medellín. En plena guerra de  narcos y mientras el Estado perseguía al capo Pablo Escobar, Celina se preparaba para un toque en un exclusivo salón de un hotel en Medellín. Unas horas antes del evento Celina se recostó un rato y cuando se levantó, una terrible sensación invadió su cuerpo lo que la hizo negarse a ir al sitio de encuentro. Habló con su representante para expresarle sus temores y al organizador del concierto le recomendó cancelarlo: una horrible visión la había acompañado en su intranquilo sueño, ella y su conjunto se desvanecerían mientras la sangre salpicaba todas las paredes del escenario. Los organizadores no la comprendían, hubo amenazas por incumplimiento de contrato, pero Celina se mantuvo en su postura y no asistió al concierto. El espectáculo no paró y esa noche, en pleno toque, hubo un atentado, murieron cinco personas y las balas llegaron hasta el escenario donde estaría Celina interpretando sus éxitos: “Changó me salvó”.

La santería, la música campesina cubana y la salsa tienen un matrimonio indisoluble. Una historia forjada a golpe de tambor y deidades que se entremezclaron con los santos de la religión Católica y construyeron una alabanza y una musicalidad que hizo historia en el concierto artístico antillano.

El escritor, periodista y poeta bonaverense, Medardo Arias, experto en la música afrocaribeña, explica que la salsa responde a una triétnia en la que los africanos de las riberas del Níger pusieron su cuota de alma y de tambor. “Carabalíes, Lucumíes, Bámbaras, Congos, Chambas, Luangos, conformaron un mapa ancestral africano en el Caribe, particularmente en Cuba, donde hicieron posible el nacimiento del son, desde la raíz del nengón y le imprimieron al guaguancó una sonoridad propia en la que una voz cantante es acompañada por un coro”, sostiene el poeta.

Y es que no hay una mejor manera de explicar por qué razón esa carga sonora de Celina y Reutilio traspasó fronteras y consiguió que en Cali le gritáramos vivas a Changó, que la Casa de Yagua tuviera un terrenito en los antiguos grilles de la ciudad y que si descubríamos que desde la puntica de un tarro viejo nos daban polvos para el café, lo más probable es que nos tuvieran ‘amarrados con P’.

Una de las historias más difundidas es que cuando Celina era apenas una jovencita, en su natal provincia de Matanzas, Santa Bárbara se le apareció  y le dijo: “si no me cantas, no vas a triunfar”. Y es que Santa Bárbara, simbolizada en la religión Yoruba como Changó, es la orisha de la justicia, la danza, los truenos, el rayo y el fuego. Es una de las figuras más poderosas y veneradas de la santería y Celina en cada interpretación reflejó su devoción a Santa Bárbara bendita.

El amigo y escritor Umberto Valverde recuerda que Celina se estableció en Cali entre 1997 y 1998. Vivía en Ciudad Jardín en un apartamento seguramente cedido por alguno de sus admiradores, porque de seguro era muy costoso para que la artista cubana lo pagara. Su año en la capital de la rumba estuvo relacionado con el ejercicio de la santería, muy popular en aquella época entre ‘traquetos’ que confiaban sus envíos a las fuerzas de Yemayá, Ochun y Oyá, a quienes elevaban oraciones para ‘coronar’ cargamentos y mantener la prosperidad económica y el bienestar en los negocios. La leyenda cuenta que una de sus asiduas clientas era Elizabeth Montoya de Sarria, conocida como ‘la monita retrechera’, quien había montado una extensa red para lavar dinero del narcotráfico y tuvo su momento de fama cuando se conoció una conversación que sostuvo con el entonces candidato presidencial Ernesto Samper Pizano. Una tarde del 1 de febrero de 1996, dos años después de que el controvertido político liberal fuera elegido presidente, ‘La monita retrechera’, siguiendo una costumbre de elaborar ritos de santería, llegó a un edificio del norte de Bogotá donde se encontraría con dos jóvenes cubanos expertos en el arte santero. Llegó sola, unos sicarios irrumpieron en el apartamento y esta vez Changó, el dios guerrero, del rayo y del trueno, no la pudo salvar. Catorce balas acabaron con su vida.

No hay duda que Celina fue la reina de ese sincretismo artístico y religioso. Interpretaciones exitosas como la Casa de Yagua, Que viva Chango, A Santa Bárbara, San Lázaro, Flores para tu Altar  se coreaban en la Cali setentera y aún hoy, son pedidas por los bailadores de la vieja guardia en lugares como el Rinconcito Cubano, el evocador ‘barcito’ del barrio Popular, en la Carrera Quinta con 47, donde Celina tiene su propio altar.

Medardo  Arias, el poeta salsero del Pacífico, me explica las claves de ese sincretismo. “Santa Bárbara, patrona de los artilleros, conjuradora de la tempestad y los incendios, es Changó en la santería. Changó es un referente de fuerza y guerra, de fuego, y su color es el rojo, como azul es para Yemayá, la diosa de las aguas. La Virgen de la Caridad del Cobre, llamada cariñosamente “Cachita” por los cubanos, es Ochún y su color es el amarillo”.

El escritor refiere que los saludos a las deidades africanas en la música cubana aparecen desde la música guajira y campesina, muy visibles en los cantos de Celina y Reutilio. “Ella le canta a Santa Bárbara, y trae flores a Babalú, para que ‘nos dé aché’ (el encanto, suerte)”.

El investigador musical Rafael Quintero me explica que la presencia de la santería en la salsa proviene fundamental y como era de esperarse de los ritmos afrocubanos. Esa relación de la música con los rezos santeros y la deidades de la santería son propias de la más tradicional música cubana, que incorporó no solo la rítmica de los tambores procedentes de África sino también los cantos de los diferentes rituales, toques musicales, sonidos, coros y rezos propios de la santería.

“Esta música en Cuba, como en ninguna otra parte del Caribe, se pudo desarrollar gracias a una comunidad cultural que fue la de la religión Yoruba, que es una religión procedente de África Occidental, Nigeria, Benín y eso se extendía hasta Senegal. Había mundos culturales que lograron ser desarrollados porque los esclavos  en este lugar no fueron separados. Cada etnia aportó sus tambores a esta musicalidad”, explica el investigador mientras al fondo se escuchan los tambores.

Pero la artista matancera que murió hace seis años no fue la única que fusionó la música campesina cubana con la cosmogonía africana.  Miguelito Valdés, más conocido como ‘Míster Babalú’, era un santero consagrado a los Orisha. En una de sus interpretaciones más espectaculares hace un tributo santero al ‘Padre, señor de la tierra’. Hay una fascinante grabación en la que es imposible dejar de advertir que mientras emerge una potente voz que se mimetiza con sonidos guturales al compás de un incesante tambor, el artista ha entrado en un trance en vivo y en directo.

“Yo son carabalí, son mandinga
Quiero mi libertad Ae
Congo tiene teremende
Bruca Maniguá Ae

Que esa negra
A mi me engaña
Bruca Maniguá Ae
Bruca Maniguá Ae”

Interpretaciones como ‘Bruca Maniguá’, ‘La negra Leonó’ y ‘Míster Babalú’ conforman una trilogía musical afrocubana que solo una voz con la potencia del trueno y tan variados matices, como la de Miguelito Valdés, era capaz de generar tan variadas sensaciones. Valdés y Celina González internacionalizaron los cantos a Changó y abrieron el espacio para que en la Nueva York de los años setenta un movimiento artístico latino le diera cabida a Babalú ayé, ‘El padre de la enfermedad’, y a otras deidades del panteón Yoruba.

El experto investigador Medardo Arias me explica que una vez en Nueva York los músicos salseros, no todos, incorporaron homenajes a los santos en su música, como el caso de Machito y sus Afrocubans, quien en sus cantos invocaba la santería y comidas propias de lo afrocubano como el quimbombó, vegetal también conocido como Okra. Pero también hubo otros artistas más recientes y vinculados al movimiento ‘salsoso de la década de los setenta’  que introdujeron la temática santera, ya fuera porque la practicaban o porque el sonido de los tambores que acompaña esta manifestación religiosa resultaba muy cercana a la expresión que arrebataba a los latinos en aquellos años. “Ray Barreto, quien trató de imponer el ritmo Watussi, Eddie Palmieri (Mozambique), Ricardo Richie Ray y su Jala Jala. Este último llegó a ser reconocido como babalawo o ministro de la santería, en compañía de su cantante Bobby Cruz. En entrevista que concedieran en Cali, manifestaron que nunca fueron santeros e hicieron estas invocaciones solo porque era el swing del momento en la música latina, no obstante haber producido obras como ‘Lo altare larache’, ‘El Mulato’, ‘Adasa, ‘Yo soy Babalú’”.

Y es que no era extraño que en aquella época varios músicos de la escena neoyorkina se hicieran santeros. Héctor Lavoe fue uno de ellos. Estaba consagrado a Changó y cuentan que antes de cada concierto oraba frente a un puñado de flores blancas en homenaje ‘al guerrero que nunca perdió una batalla’. Una historia ocurrida en Perú refleja de gran manera los poderes adivinatorios que ya evidenciaba el hombre que ‘respiraba debajo del agua’. Frank Griffiths era el gerente de Producción de la Feria de Hogar, un tradicional evento que se hacía en un gran centro comercial de Lima. Habían contratado al ‘Cantante de los cantantes’ para una presentación y cuando Lavoe se encontró con Griffiths, se le acercó al oído y le susurró: “Tú estás en peligro de muerte”.

Sin apenas reponerse de la sorpresa, la cabeza de Griffiths daba vueltas y no entendía cómo una persona que acababa de conocer le podía hacer una advertencia de esa dimensión con tanta seguridad. En ese momento la familia de Griffiths atravesaba un momento muy difícil ya que uno de sus sobrinos había sido secuestrado y él era encargado de las negociaciones con los plagiarios. El productor recuerda que fue una tremenda sorpresa porque nadie sabía por lo que estaba pasando y que Héctor, el primer día de ensayo, le hablara de sus visiones fue una experiencia que nunca olvidaría.

Para Ochun y Yemaya,
para Ochun y Yemaya.
Eh Yemaya, Yemaya ya eh

Yemaya oloto
oye Yemaya oloto,
Yemaya oloto
Virgen de Reina que buena eres
Yemaya oloto
anda prestame tu…”

Las referencias a la religión Yoruba del ‘gran brujo’, como le decían algunos allegados a Lavoe, son permanentes en su musicalidad. A Ochún y Yemayá les dedica un disco en el que les pide ‘que le presten su voluntad para palante poder caminar’; en ‘Aguanile’, una palabra que proviene de la cultura Yoruba y significa ‘limpieza para tu casa’, Héctor hace una especie de rito en el inicio del disco y le canta al ‘Santo Dios, al Santo Fuerte, al Santo Inmortal’. ‘El flaco de oro’ llevaba siempre en el cuello un collar de cuentas rojas rematado por un pequeño carcaj con flechas de oro.

“Canciones como ‘Cheche Colé’ y ‘Aguanile’, en su voz, se hicieron populares en África. Continente al que viajó con la Fania All Stars en 1974. Visitaron Zaire, nación por entonces gobernada por Mobutu Zeze Seko”, recuerda el escritor Medardo Arias.

En varios de sus conciertos, incluido el icónico de Fania All Stars, se puede apreciar, además del collar, la protección que le brinda el Iddé, una manilla de cuentas verdes y amarillas, que cuida a quien la porte ya que pertenece a los hijos de Orula, la dueña de los oráculos y quien se encarga de mirar el destino de los hombres y su futuro. Pero como todo tiene su final, la Virgen de Regla y Las Siete Potencias se cansaron de sacar a Lavoe de apuros y el 29 de junio de 1993 ‘El cantante de los cantantes’ le diría adiós al mundo material, pero rápidamente ascendería a deidad salsera.

“Aguanile, aguanile, mai mai
Aguanile, aguanile, mai mai
Eh, aguanile, aguanile, aguanile, aguanile mai mai
Aguanile, aguanile, mai mai
Aguanile, aguanile, mai mai

Aguanile, aguanile, mai mai
Aguanile, aguanile, mai mai
Ay, tambores rumaculli, tambores rumaculla
Que se echen todo pa'l lao
Que la tierra va a temblar”

Pero al igual que ‘el rey de la puntualidad’, otros intérpretes incursionaron en el mágico mundo yoruba. Ismael Miranda, ‘El niño bonito de la salsa’ y uno de los primeros amigos de Héctor en Nueva York, nos contó que estuvo en una sesión anoche, vino un tal llamado Juan y le dijo cuídate bien, porque hay muchos ojos malos y que la peor brujería es la envidia y la vista, hermano.

Pero lo mejor de todo es que Ismaelito nos reveló un secreto para que nunca el mal llegue a tí, “tú te bañas todos los viernes, sobre esa manga, abrecamino y rompe saragüey y tu verá”.

“Cuídate bien, lo manda, y el hermano Juan, tú ve.

Coro:
(Cuídate bien, lo manda, el hermano Juan, cuídate bien).
Él vino a una sesión, dijo que me va a ayudar.
Espíritu de gran luz, ven a trabajar
Cuando me siento apenado, a ti vo' a reclamar”

‘El Brujo de Borinquen’, Ismael Rivera, tenía un grito de batalla al que todos hemos acudido en noches de juerga nocturna: Ecuajey. Este llamado tribal salsero que hizo tan popular el ‘Sonero Mayor’ es un vocablo yoruba con el que se saluda a Oyá, la reina entre los Orishas de las puertas del cementerio, de los vientos y las tempestades. Ahora todo tiene sentido porque de borrascas sí que sabía ‘Maelo’, por eso prefería mandarle su saludo a la reina para mantenerla como su calle en Santurce, ‘en calma’.

“Dime qué es lo que pasa. Que siento un jaleo, quema! Serení con su son sonero. San serenísan serení santero. Con la santa camisa. Tu no me ves pero yo te veo”, cantaba Ismael Rivera en Son Son Sonero haciendo su homenaje a los dioses africanos.

Sin embargo, hay una figura clave en todo este proceso musical de ‘bañarse con flores blancas y rompe saraguey’ y que el investigador ‘Rafa’ Quintero reivindica como el gran baluarte de este matrimonio perfecto entre salsa y santería. “El representante número uno de lo que fue la música con dioses Orishas  y que verdaderamente escribió una obra alrededor de toda esta temática fue nuestro querido Richie Ray”. Razones no le faltan a ‘Rafa’, solo basta repasar el legado de Richie y Bobby Cruz para dimensionar la majestuosidad musical alrededor de ‘Cha cha huele a Chango’, en donde Bobby confiesa ‘que le está cantando a Kabiosile un tumbao de guaguancó’… o la descarga imposible dedicada a Babalú, el padre del mundo, el señor de la tierra, el Orisha al que todos temen porque es el mismo de las pestes y las miserias.

“Que Babalú me dijo a mí
Yo soy quien te está cuidando
Que Babalú me dijo a mí
Yo sé quien te está velando
Y sé quién te está tirando
Pero a tí no te entra ná

Yo siempre te estoy cuidando
Pa' que no te pase ná
Yo soy Babalú, camino arará
Y con mi trabajo la tierra temblá
Yo soy Babalú, camino arará
Y con mi trabajo la tierra temblá”

“Quisimos ir a nuestras raíces, a la música y a la historia de los negros cubanos que habían llegado desde África para comprender qué era  lo que estábamos haciendo”, así me describió hace un par de meses Richie Ray su incursión en el altar mayor de Ochún, Obatalá y Yemayá.  Este genial músico concibió piezas magistrales, con unas descargas de timbales, piano y trompetas que no se habían escuchado antes en ‘Yo soy balalú’, ‘Lo Atare La Arache’, ‘Cabo’ e’ , ‘Cha cha huele a Changó’, ‘Babae Baba Coroco’ y ‘agúzate que te están velando’…

‘Yo soy Babalú’ se cantaba a un solo coro en aquellos ‘aquelarres’ musicales que armábamos en ‘Saturday’, en los bajos de los Cinemas, por allá en los maravillosos años ochenta; o en las audiciones nocturnas de la ‘Taberna Latina’ que organizaba el viejo Gary Domínguez, al frente de la Clínica San Fernando; o más al norte, en ‘Tiempo Libre’, allí donde iba muriendo la Avenida Sexta con Richard Yory programando.

Y todos le cantábamos a ‘Kabiosile Changó’, en ‘Cha Cha huele a Changó’, haciéndole la segunda voz a Bobby sin saber qué carajos significaba, pero qué importaba si con esas trompetas y los timbales estábamos envueltos en un trance musical inexplicable. Y qué interesaba que estuviéramos saludando al gran Orisha, a una de las grandes divinidades  de la santería cubana, si lo que nosotros escuchábamos era una combinación fabulosa de voces e instrumentos que nos seducían en la pista, en la barra, en la mesa, donde quiera que estuviéramos. Allí, en medio de esos tambores, piano y trompetas íbamos sumergiéndonos en una hipnosis musical que nos trasladaba al África pura, a la salsa en su expresión más elevada y sublime.

Cuesta creer que Richie y Bobby no hubiesen sucumbido a la magia yoruba. Sus interpretaciones salen de la entraña. Cuando se escucha alguna de estas descargas es como si uno hiciera parte de una secreta cofradía musical, mientras esperamos que en cualquier momento salga el gran Maestro ‘goldfingers’ vestido de blanco atildado.

“Cabo e’ lo escribió Richie Ray, es un canto a la santería, ‘Agallú Solara’ también, ‘Yo soy babalú’, que lo había cantado también Celia. Pablito Rosario, un timbalero que trabajó con todos, les compuso una canción afro que se llama ‘Chacha huele a Chango’. Otro compositor venezolano escribió con Richie y Bobby ‘Lo altare la arache’. Richie y Bobby escribieron una canción que se llama ‘Yare Changó’, es decir, en realidad el hombre de la santería en la salsa en los años setenta, quien establece bien esa relación entre la cosmogonía religiosa africana yoruba con la salsa y profundiza en ella, es sin duda Richie Ray”, me enfatiza Rafa Quintero…

Otros destacados artistas también incursionaron en este aquelarre salsero. Pocos saben que fue Justo Betancur, el cubano que emigró a New York y dejó huella con ‘Pa’ bravo yo’ y ‘No estás en nada’, quien compuso uno de los emblemas musicales de la santería salsera y que no falta en las discotecas caleñas.

“Chango ta vení
Chango ta vení
Chango ta vení

Con el machete en la mano
Tierra vá temblá
Si sarabanda malongo
Mundo va acabar

Ehea
Chango ta vení
Chango ta vení
Chango ta vení”

Con el ‘permiso de sus mayores’, Machito se anotó un éxito internacional al que luego siguió también Larry Harlow con la Opera Hommy y la rumba africana de ‘Cari Caridad’, el numerito adonde todos los santos llegan, saludando y bailando y la bendición reciben toditos en general, con Changó, Yemayá, orgullo Batalán. También hay que recordar a Junior González cuando se le pierde la cartera y dice que va a ver una santera o buscar un buen brujero. El cantante se duele de su suerte porque aunque visitó a una espiritista que le mandó baño de plantas, con ajo de mano santa y gotas de agua, de todas formas, se le perdió la cartera. Y es que como dice el gran Junior González “uno sale de la casa con el día revirao, lo que va a pasar le pasa, aunque vea al babalawo”.

“Se me perdió la cartera
Ya no tengo más dinero
Ya no tengo más dinero
Se me perdió la cartera

Voy a ver a una santera
O a buscar un buen brujero
Ayer boté la cartera
Y perdí los espejuelos”

Tampoco se puede olvidar a ‘Manos duras’, el gran Ray Barreto, quien tiene obras portentosas como ‘Canto Abacuá’, que en la voz de Rubén Blades se convierte en una suerte de rito salsero-religioso, pero también en un canto de reivindicación, de libertad, de orgullo afro.

“Oye mi canto abacua
Ay, a prisa negro que la misa va a empezar
Oye mi canto abacua
Yo por eso le canto porque yo se que el santo me pue' ayudar
Oye mi canto abacua
Le pedimos la libertad
Oye mi canto abacua”

Pero esto no fue lo único que hizo ‘Manos duras’, el artista  del ‘Spanish Harlem’ de Nueva York le dedicó un disco al hijo de Obatalá, el creador de la tierra, el dueño de la inteligencia, el superior de  los sueños humanos y de todo lo blanco.  Y es que para Barreto haber encontrado los dioses africanos fue como una epifanía para su alucinante toque del tambor. No hay manera de eludir esa especie de trance al que llegamos cada vez que el ‘rompecueros’ sacude los ritmos santeros. El solo imperdible de congas que interpreta Barreto, de manera inevitable nos eleva al toque sagrado de los tambores Batá.

Cuando Dios bajó a la tierra a ver su creación vino acompañado de su hijo Obatalá. Llegó a la Tierra enviado por Olofín para hacer el bien, como un ser misericordioso, amante de la paz y la armonía. Y eso fue precisamente lo que reflejó Barreto en su interpretación, un número de fiesta, de alegría, a golpe de tambor, que se volvió uno de los clásicos más exitosos del ‘Manos duras’, una deidad salsera, pura por excelencia.

“Eñeñeñeñeñeñeñe
Enñeñeñeñeñeñeñe
Tiene todos los sabores del África primitiva
Tiene todos los sabores del África primitiva
Pero dímelo en tambores porque el tambor fue mi vida
Pero dímelo en tambores porque el tambor fue mi vida
Si me llevas como hermano pon tu mano en el tambó que el hijo de obatalá ya se contentó
Si me llevas como hermano pon tu mano en el tambó que el hijo de obatalá ya se contentó”

Y cómo olvidar a la ‘contentosa’, la ‘reina rumba’, doña Celia Cruz, quien nos regaló algunas de las mejores fusiones musicales con la santería como gran fondo. Con la Sonora Matancera, Celia hizo una producción titulada ‘Tributo a los orishas’. Allí la voz de Celia se sacude a juego con el batá mientras interpreta con devoción ‘Elegua quiera tambó’. Pero en ‘Flores para tu altar’ se encargó de llevarle ‘Príncipe de pura sangre a Changó, Las siete potencias a Yemayá y para Babalú Ayé, solo Gladiolos blancos’.

De Celia se asegura que tenía su santo coronado, como también se dice de Eddie Palmieri, Tito Puente y Larry Harlow, entre otros. Y es que se trata de un ritual muy importante mediante el cual el santo corona la cabeza del elegido, es decir, le da sus secretos y la bendición para practicar la religión. La ceremonia permite que al día siguiente se le pueda leer el Itá a los aleyos, es decir, los consejos de Orula (la divinidad de la adivinación y la sabiduría) y los santos que tendrá en cuenta para toda su vida.

Caaaaaseeeeraaaa traigo mil floreeeees
Para tu altaaaaaaaar
(De los santos)

Casera traigo mil flores
Regaladitas de cortar
Las hay de to's los colores
Y flores para tu altar

El investigador Rafa Quintero no duda en destacar el papel trascendental que jugó Celia en esta armonía de sonoridades. “Celia Cruz, que prácticamente fue proyectada por la Sonora Matancera como una intérprete afro, hizo ‘Fiesta para Yemayá’, que es la reina de los mares, la Virgen de Regla. También cantó Fiesta para Ochún, que es la Virgen de la Caridad del Cobre, una especie de venus para la cultura grecoromana. Hace un homenaje donde le canta a Elegua, y otros temas como ‘Palo Mayimbe’, ‘Baila Yemayá’… Podemos decir, sin dudarlo, que Celia Cruz, junto con Celina y Arsenio, fueron los tres grandes estandartes de esa traducción de los cantos religiosos a los ritmos y a las canciones con toda la visión religiosa de esas deidades”, enfatiza Rafa sin esconder la admiración a ese talentoso tridente de la Isla caribeña.

No hay duda de que el panteón de las deidades africanas se ha paseado con éxito en el son, la guaracha, la salsa y el guaguancó. Allí en el eco de un tambor se volvió leyenda y convirtió cada canto en una expresión de respeto musical por los ancestros africanos, por los mayores… Por eso, como dice Celia ‘aché para todo el mundo y a los que tengan collares que los santos los protejan de envidia y enfermedades. Qué retumben los tambores al ritmo de los batá y para todos los hogares que siempre reine la paz”.

CANCIONES IMPERDIBLES DE LA SANTERÍA SALSERA

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