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¡Yo, a la que le tenía rabia era a la guerra!

Quiero compartirles, en breves pinceladas, algunos retazos de mi vida, que pueden tener similitud con las de muchos contemporáneos.

Provengo de dos familias fraguadas en la lucha social: la paterna, conformada por campesinos   norte vallecaucanos de origen liberal, la cual, a excepción de mi padre Iván Marino, nunca estuvo muy cercana a la actividad política. Mi padre, desde muy niño, sin aun salir del bachillerato, ya militaba en las Juventudes Comunistas, JUCO.

La otra, la de mi madre Fanny, de origen cundinamarqués afincada en el Quindío y Risaralda, ha estado mucho más dedicada a las actividades políticas, ya que mi abuelo Carlos, incluso, fue uno de los fundadores del Partido Comunista de Colombia.

Hoy en día, varios de mis tíos maternos viven en Inglaterra, a donde huyeron por la persecución de los paramilitares.

Precisamente, fue mi abuelo Carlos el que me inculcó, desde que yo era muy pequeño, el amor por la lectura, sobre todo por los temas sociales. Era un hombre culto, sensible y jovial. Fue uno de los pocos colombianos que conoció personalmente a Mao Tse Tung y a Ho Chi Min. Se dedicó, en sus últimos años, a la venta de libros en Pereira, al frente del Parque del Bolívar Desnudo. No creo que haya vendido un libro que no hubiera leído previamente.

No es de extrañar, entonces, que mi mamá y mi papá se conocieran en la JUCO. Se enamoraron y se casaron muy rápido. Tengo por cierto, que el día del matrimonio, en vez de aceptar regalos, vendieron boletas para financiar al partido.

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Mis padres tuvieron tres hijos: Yo, que soy el mayor, Diego Hernán y Mauricio Ernesto, el menor.  Tuvimos una primera infancia muy feliz, vivíamos todos mis primos alrededor de la casa de mis abuelos maternos en Pereira.

Cuando nos trasladamos a Cali, yo tenía seis años. Desde que llegué, esta ciudad me fascinó y a los pocos meses ya me sentía caleño raizal.  El río Pance ha sido y sigue siendo muy importante para mí. Aún hoy, cuando puedo, me escapo con mis amigos al río para el paseo de olla, con trastos y todo.

Ah, también la salsa es fundamental para sentirme pleno en la vida. Esa era la música que se oía de fondo en las tertulias bohemias de mis padres y sus amigos, y la que frenéticamente bailaba la juventud caleña en los “agüelulos” de la época de mi niñez.

Con mi hermano Diego, acá en Cali, durante nuestra primera adolescencia, nos fascinaba escuchar las interminables conversaciones de dirigentes del M-19 que murieron en diversos sucesos de la guerra: Bateman, Pizarro, Fayad, Boris, Toledo Plata. Todos ellos, fueron como tíos en esa época. Aun cuando no alcanzaba a medir la trascendencia de las cosas que se hablaban en casa, ahí se me profundizó la vocación por los temas sociales y políticos.

Recuerdo que Jaime Bateman, no se perdía las novelas de la televisión en la noche. Cuando llegaba la hora de la telenovela, se acababa transitoriamente el debate, que solo se reanudaba cuando el comandante costeño terminaba de verla.  Desde esa época me volví también aficionado a las telenovelas.

Después, las cosas cambiaron y llegaron los años en los que nos tocó a toda la familia, afrontar la clandestinidad, la persecución, el exilio y la cárcel.

Ante esas circunstancias, mis padres, para resguardarnos, nos separaron y mandaron, a Diego para Caracas, y a mí a la Habana, ciudad en la que viví por espacio de 12 años y donde me hice médico cirujano en el Instituto de Ciencias Médicas “Victoria de Girón”

Mi llegada a Cuba fue muy traumática, sobre todo en los primeros meses. ¡Cómo extrañaba a mi Cali!   Siempre había sido buen estudiante, y allí me apliqué a mi carrera con devoción, con apego. Poco a poco fui conociendo la cubanía desde adentro. Amo a Cuba, conozco los logros, pero también sé de las restricciones que tiene el modelo cubano, por lo que no quiero para mi país, un modelo económico y social de esa naturaleza.

En 1985, poco antes de terminar mi carrera, viajé a Colombia para mis vacaciones, con unas ganas enormes de ver y abrazar a mis padres.

Nada, ni el tiempo, ha podido borrar de mi memoria la mañana en la que mataron a mi padre, a los pocos días de mi llegada al país. Estaba a su lado y me correspondió, empapado en lágrimas, retirarlo de la línea de fuego y cerrarle sus parpados. Minutos antes, con pasmosa serenidad y con el fusil en sus manos, me había dicho: “Cuida a tus hermanos”. Lo he relatado en otro escrito: “En un instante reaccioné, decidí abrazarlo y besarlo. Lo arreglé, le repetí cuánto lo quiero, cuánto lo amo. Ya nada importaba y aunque el tiroteo continuó y las balas estallaban cerca de mí, no me pasó nada”. En esos momentos sentí como si amputaran un parte de mi cuerpo, me dolió hasta en el ADN. Sé que mi historia se ha repetido miles de veces en Colombia, y creo saber lo que siente un muchacho o una niña, cuando pasan por situaciones similares.

De nada le valieron al Fiscal Militar, mis explicaciones acerca de la razón de mi fortuita presencia en ese combate. Fui recluido en la cárcel de Villanueva, en el patio 2, en el que permanecí por espacio de un año, hasta que pude esclarecer mi conducta, retomar mis estudios y volver después al país, a concretar mis propios sueños.

Mis sueños siempre han girado en torno a la paz de Colombia. Desde pequeño he tenido esa obsesión y todos mis actos han girado en pos de la de la misma. Por eso, me sentí muy feliz, cuando se suscribió el acuerdo entre el gobierno y las FARC.

A propósito, estando trabajando como senador en la Comisión Séptima, después de la firma del acuerdo, recibí a un señor que solicitó hablar conmigo. El señor, estaba bien vestido y lucía peinado militar. Me dijo: “Soy el francotirador que mató a su padre, quiero contárselo para no cargar con esto siempre”. De inmediato sentí un corrientazo que recorrió todo mi cuerpo. Luego, me puse frío. Cuando logré reaccionar, lo abracé con fuerza. En ese momento, me di cuenta de que yo no sentía rabia ni odio por quien asesinó a mi amado padre, en ese segundo comprendí que yo a lo que le tenía rabia era a la guerra. Aun abrazados, le dije que eran consecuencias terribles de la guerra, que el país no podía seguir en ese aluvión de sangre, que el M también había asesinado. Como lo dije alguna vez: “Sentí perdón

Mi madre, en todos estos años, ha sido un ángel para Diego, Mauricio y yo. Con infinito amor copó nuestros espacios, ante la fuerza, la violencia y la rigidez de la guerra.

Del resto de mi vida se conoce mucho más:  empecé mi carrera pública en Aguablanca, como director del Núcleo Marroquín Cauquita, después fui director del Hospital Carlos Holmes Trujillo. He sido Gestor de Paz y Convivencia, director del Hospital Universitario Evaristo García en dos oportunidades, Secretario de Salud y secretario de Gobierno. En el 2008 fui elegido alcalde del municipio de Santiago de Cali, posteriormente senador de la república, y en el último año, presidente del Partido Verde de Colombia. Todos los cargos que he ocupado, los he ejercido con dedicación y compromiso.

He gozado del favor de la ciudadanía, en las dos únicas oportunidades que me he postulado para un cargo de votación popular. Ahora, he vuelto a postularme a la alcaldía de Santiago de Cali, responsabilidad para la que me siento adecuadamente preparado, mental y físicamente fuerte y con la profunda convicción de que guiaré a mi ciudad con pulso firme y espíritu de transformación, para que aflore su incontenible e inaplazable progreso.

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