Planteó Ryszard Kapuściński, hace ya una década en un libro excepcional: Los cinco sentidos del periodista, que hoy con el desarrollo de los medios, vivimos en un mundo donde la historia se ha vuelto doble, donde conviven dos historias simultáneas: aquella que aprendimos en la escuela, y en la familia, de manera personal, y la que nos inculcan los medios, que fijamos (a veces subconscientemente) a través de la televisión, la radio y los métodos de distribución electrónica. El gran problema -señala con especial agudeza- se presenta cuando, con el tiempo, esta acumulación de construcciones de los medios nos hace vivir cada vez menos en la historia real y cada vez más en la ficticia. Es la primera vez que algo así ocurre a la humanidad. Enfrentamos un fenómeno cultural del que no sabemos cuáles podrán ser sus consecuencias -sentenció el escritor polaco-, quien fuera considerado el mejor reportero del mundo.
Pues bien, todo parece indicar que las consecuencias han comenzado a emerger. El ejemplo colombiano es contundente. Las noticias gruesas del último mes de 2016 en Colombia podrían reducirse al Premio Nobel de Paz para Santos, las pataletas de Uribe y el Centro Democrático, el accidente del Chapecoense, el asesinato de Yuliana Samboní a manos de Rafael Uribe Noguera, los truncados diálogos con el ELN y el baile de fin de año entre guerrilleros de las FARC-EP y algunos delegados de ONU. Amén claro de las fiestas navideñas y registros deportivos -léase fútbol, internacional sobretodo- de rigor. En el plano latinoamericano, por supuesto el escándalo de corrupción en Brasil. Los medios de la derecha descubrieron que la izquierda gobierna con sus mismas prácticas y eso les ha parecido insoportable. Y las noticias infladas de los primeros días de este 2017 la situación de Maduro en Venezuela, los eternos planes éxodo y retorno vacacionales y todos los accidentes y muertes posibles.
Cada una de estas noticias daría para extensos análisis, pero las enunció solo para evidenciar que contrastan con las que circulan por las redes sociales en el mismo periodo. Y que comienzan con el coscorrón de Vargas Lleras a un escolta, todos los memes habidos y por haber con Santos como protagonista, las relaciones parentales, políticas y de negocios de Rafael Uribe y su familia, los chatarreros torcidos de Tomás y Jerónimo Uribe descubiertos por la DIAN, los goles de James y Falcao en Europa de cara a Rusia 2018 y las quejas innumerables de muchos colombianos frente a la Reforma Tributaria y su providencia más simbólica: IVA del 16 al 19%.
Y frente a estas diatribas virtuales, las obligadas comparaciones. El pírrico aumento del salario mínimo y el excesivo aumento del sueldo de los congresistas. El derrochador gasto del gobierno en la paz y la sacudida a los bolsillos de los colombianos arrancando apenas el posconflicto. La exención de altos tributos para multinacionales y el apretón para las clases populares. Los moderados impuestos para las elites, oligarquía y plutocracia juntas, y el ahorcamiento económico para los más pobres. Las cadenas que piden copiar el ejemplo español de reducir a condiciones de verdaderos ciudadanos a los congresistas, quitándoles tantos beneficios y no permitiéndoles legislar para ellos mismos. Una copia tardía de lo hecho por Holland en Francia con los funcionarios públicos, apenas asumió la presidencia. En fin, unas peroratas que no circulan en los medios convencionales, que parecieran indignar a muchos, que se reenvían sin parar, que podrían cambiar nuestra realidad pero solo son ese mundo virtual que desaparece con cada clic, con cada compartir y eliminar, en ese mundo que no da la cara, que responde a casi todo y se compromete con nada. Y no pasa nada. Esa historia, las de las redes y el Whatsapp, por ahora no le hace cosquillas a los canales privados. Habrá que esperar las próximas elecciones para decir que tampoco le hará cosquillas a la clase política.
Y en medio de las mil tarjetas navideñas que reemplazaron las de papel y los millones de buenos deseos virtuales que sustituyeron los regalos reales, llegan cosas maravillosas. Como la entrevista a una mujer de 87 años en las protestas denominadas El Gasolinazo en México. Dice la señora con una sabiduría tan pura como sus sollozos, que los políticos siempre nos han visto la cara, pero nosotros no despertamos… Dominan al pueblo pendejo… Son una bola de cabrones… pero no pasa nada… somos unos pendejos, les pagamos un montón a esos cabrones y no hacen nada por el pueblo… Estar muerto y ser pendejo es lo mismo, es no darse cuenta de nada, sentencia la abuela. Y concibe una metáfora digna de premio Nobel de Literatura: hasta el trajecito que se ponen le dará vergüenza ser estuche de la basura que son estos señores. Y una pregunta que debería responder El Vaticano: ¿qué pasó con el Papa Francisco, por qué no quiso recibir a los padres de los muchachos de Ayotzinapa?
Por eso hay que volver la mirada sobre otras historias, otras visiones, otros discursos, otras voces y otros lenguajes. Volver al indestructible, al libro. A ese instrumento maravilloso. Recomiendo con su permiso el mejor regalo que llegó a mis manos esta temporada. El libro: ¿Quién domina el mundo? De Noam Chomsky. Un abrebocas frente al aislamiento de las elites dadas las restricciones a su poder que pretenden las democracias. “Mientras la mayor parte de la población es empujada a la apatía -desviada hacia el consumismo o el odio al vulnerable-, a las corporaciones y los ricos se les permite, cada vez más, hacer lo que le plazca”.
Una señora. Un señor. Dos historias.