Icono del sitio

La historia de los violines negros

La historia de los violines negros

Especial para 90minutos.co

Alberto Beltrán, un negro longilíneo, de mirada altiva y voz firme; hace una pausa en su ensayo y recuerda la primera vez que tuvo en sus manos un violín.

Fue hace más de 50 años y sus manos, en ese tiempo, eran suaves y delicadas, propias de un adolescente despreocupado.

Su padre le regaló el primer violín, era rústico, más grueso de lo normal y fabricado en guadua en una carpintería. Había cumplido su sueño de tener ese instrumento que le gustaba desde que era aún más chico, cuando escuchaba a los mayores en Tunía.

Allí, en ese pequeño corregimiento de Piendamó, al norte del Cauca, quedaba embelesado por horas oyendo ese pequeño artefacto de madera con cuatro cuerdas que le parecía tan extraño; pero que producía esos sonidos vibrantes que lo encantaban.

Ahora, a sus 72 años, con las manos gruesas de tanto arar la tierra y escarbar las entrañas de los ríos buscando oro; sigue acariciando su violín como la primera vez. Mira con ternura el instrumento como si fuera su bien más preciado y seguro que lo es. Ese mismo que le permitió participar este año, junto con su grupo Nuevo Amanecer Afro, en el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, en una modalidad no muy conocida, ‘Los violines caucanos’.

De su instrumento hoy salen sonidos agudos, como lamentos“A mí me da dolor que la tradición se esté perdiendo. Ninguno de mis hijos o nietos siguió con esta historia de los ancestros y es una lástima que se vaya a perder con el tiempo”, dice un poco resignado.

Allá en Tunía, don Alberto aprendió a tocar el violín sin notas y sin maestros de música. Solo su agudo oído le permitió conocer los tonos e improvisar una juga, una danza o un bambuco; los ritmos tradicionales que se tocan en las fiestas decembrinas de adoración al niño Dios.

Como todo el norte del Cauca, los violines fueron haciendo parte de la cultura afro sin que nadie se percatara de su significado, y hoy la lucha es porque esta tradición ancestral no se pierda con el tiempo. Incluso, su entrada al Petronio Álvarez no fue fácil.

La primera vez que esta modalidad participó, muchos de los asistentes se preguntaban qué hacía en el Festival un violín, instrumento europeo por excelencia, tocado por negros. Incluso, algunos se atrevieron a decir que era un intruso; en medio de la fuerza de los tambores y el sonido selvático de las marimbas que retumban en el Petronio.

A pesar de ello, ese perfumado instrumento tiene una gran historia entre la comunidad afro que pobló el Cauca hace tres siglos. La verdad es que nadie se pone de acuerdo sobre cómo llegó a las manos de los negros. Algunos historiadores recuerdan que muchos de los africanos, que llegaron a este territorio a trabajar en las haciendas; tenían la música como una forma de escape al trabajo esclavizado y se escondían para ver de manera furtiva a los patrones y los sacerdotes tocar este instrumento.

Algunas musicólogas como Paloma Muñoz, de la Universidad del Cauca, explican que el violín, sobre todo, llegó de la mano de los religiosos y fue una forma de acercarse también a los esclavos negros para evangelizarlos a través de la música.

Para la experta, los esclavos aprendieron imitando a los religiosos y, cuando escapaban de las haciendas; se llevaban su saber y lo trasmitían a sus descendientes. Por eso, no es raro que en cada vereda del Patía y del Norte del Cauca; las familias aún se reconozcan por el instrumento que tocan. Por ejemplo, los Balanta y Angulo, expertos en violín; o los Carabalí, grandes conocedores de la percusión.

Para la experta, quien lleva 20 años investigando esta cultura tradicional del Cauca; los violines son una expresión muy valiosa de estos dos valles interandinos porque la comunidad afro de ambas zonas (norte del Cauca y patianos); logró conectarse a través de la música y conformar un territorio sonoro.

“Es lo que he denominado transepto, que es un concepto arquitectónico y que hace referencia a cómo, a través de la evangelización, ambas comunidades, separadas geográficamente; lograron conectarse a través del violín. Lo valioso es que son más de 200 años que han subsistido desarrollando esta práctica musical”, precisó.

Incluso, la maestra Paloma hace una precisión y es que este arte debía denominarse violín del negro y no violín caucano, porque eso hace perder la identidad. 

“Este es el violín del negro, como ellos mismos lo identifican, para diferenciarlo del europeo”. De hecho, los afros de la zona desarrollaron la lutería para construir sus propios instrumentos, ya que nadie se los iba a facilitar. Por eso los primeros violines que construían eran de guadua; con cuerdas de crin de caballo. Incluso, en el Patía hay vestigios de instrumentos hechos de totumo o hasta de cuero.

Pero quizás uno de los hallazgos más destacados de la musicóloga caucana en su tesis doctoral, pero también poco conocido; fue el descubrimiento del alma de los violines negros.

“Se trata del palito que llevan dentro los violines y que le permiten la sonoridad, algunos tenían y otros no. Los que tenían alma son los del norte del Cauca, porque los negros vivían en las haciendas y pudieron ver el instrumento por fuera y por dentro. Los del Patía, como eran negros cimarrones, solo se llevaban la imagen del violín por fuera”, explica Paloma Muñoz, musicóloga de la Universidad del Cauca.

Al darse cuenta de esta pérdida, en el Patía se desarrolló una increíble tradición popular de los músicos empíricos que subían al Cerro Manzanillo, especialmente el Viernes Santo, para hacer un pacto con el diablo que le devolviera el alma al violín. De esta forma, cuenta la leyenda popular, hacían unas fiestas sin pausa que duraban semanas enteras al ritmo de los alegres violines.

Manuel Sevilla, profesor de la Universidad Javeriana de Cali y quien también ha fungido como Coordinador de la Agenda Académica del Petronio Álvarez; explica que en Colombia no se le ha dado la suficiente importancia a que el Norte del Cauca y el Valle del Patía sean los dos únicos lugares donde hay violines en manos de comunidades campesinas afros. “Pero ante todo se trata de un vestigio palpable de un fenómeno que ocurrió también en otras partes de Colombia. Es decir, la apropiación por parte de campesinos de instrumentos que pertenecían a actores más letrados”, sostiene Sevilla.

El musicólogo complementa la explicación y dice que el aprendizaje no provino de los patronos o amos de los esclavos, sino de las misiones jesuitas; que lo utilizaban como un instrumento de evangelización. 

“Los negros esclavos y luego los libertos hicieron su propia versión bailable y festiva. Ese mismo proceso ocurrió con el acordeón en el Caribe”. Todo esto que explica Sevilla fue el decisivo argumento para que, en el 2008, se creara esta nueva categoría de Violines Caucanos y, para que, a pesar de la inicial resistencia; haya seguido vigente en el encuentro de música folclórica del Pacífico que se realiza anualmente en Cali.

Los hacedores musicales

Al igual que para don Alberto, el violín es la vida del maestro José Walter Lasso. A sus 68 años, el veterano músico no cabe de la dicha después de haber ganado hace unos años, junto con su grupo Aires de Dominguillo; el primer puesto en la modalidad de Violines Caucanos. Su amplia y blanca sonrisa contrasta con el color oscuro y brillante de su piel. Su vitalidad es única y parece un adolescente mientras ordena a su conjunto.

Ahora toca el violín, dirige la orquesta, hace una de las voces, es un todoterreno musical. En 2009 había sido escogido como el mejor intérprete de violín caucano, pero cuando su grupo se llevó el premio gordo no cabía de la dicha. Dominguillo es una pequeña vereda, de sol picante, con olor a piña, ubicada a quince minutos de Santander de Quilichao, también en el norte del Cauca.

Todavía la felicidad invade al pueblo por el triunfo en el Petronio. “Cuando veníamos de Cali nos hicieron un retén y nos metieron en una casa y se prendió la fiesta. Eso comimos y bailamos, fue una fiesta para todo el pueblo”, recuerda don José.

Grupo Aires de Dominguillo

Su historia es hermosa. Aunque desde niño le gustaba el sonido del violín lo respetaba demasiado y aunque lo intentó; se le hacía muy difícil interpretarlo, por eso a los 22 años se separó de él. Pero el amor siguió creciendo, a pesar de la lejanía. Por eso en el 2000, a los cincuenta años, don José volvió con su amor eterno. Gracias a unos talleres musicales ya había enamorado la guitarra, pero creyó que era el momento de volver a las cuatro cuerdas del violín.

Sus ojos se fijaron en un pequeño instrumento oscuro, fiel copia de un famoso Stradivarius; hecho por un lutier de Santander de Quilichao en 1950 y se lo compró a su propietario en 150 mil pesos. Se lo llevó feliz a su casa y cuando lo sacó del estuche, su sorpresa fue mayúscula, al comprobar que tenía tres iniciales JAA, es decir, Jesús Antonio Angola.

El violín era el mismo que había pertenecido en el pasado a su padre, que siempre soñó con interpretar el violín; pero nunca pudo sacarle una buena nota. Ahora su hijo no solo aprendió a tocar con maestría el instrumento; sino que también llevó los violines caucanos a otro nivel.

El viejo José Walter está feliz no solo por la distinción en el Petronio, sino porque a diferencia de su colega Alberto; su herencia musical está salvada. Dos nietas y un nieto ya están tocando el violín e incluso el varón lo acompañó en el Petronio.

Dice que el proyecto musical Timca, de Comfacauca, que dirige el maestro Luis Carlos Ochoa, ha ayudado mucho a preservar el legado en su pueblo. Pero, también, reconoce que el Festival Petronio Álvarez ha sido la gran ventana para que los violines caucanos salieran de estos municipios del Norte del Cauca y del Patía y se proyectaran nacionalmente. Jugas, adoraciones al niño Dios, torbellinos, bambucos y merengues andinos han sido interpretados por los violines ancestrales de Aires de Dominguillo.

El tiempo es corto

Ahora, tanto para don José como para su par Alberto, el tiempo es corto. Es hora de pensar en el relevo y garantizar la permanencia de la música tradicional. Ambos comparten un sueño y es que el sonido de los violines se lleve a las escuelas de Buenos Aires, Santander de Quilichao, Suárez y Caloto, más todas sus veredas. Y más al sur del Cauca, en el caliente Patía; para que los niños aprendan a tocar el instrumento y conozcan la historia de los violines caucanos. Coinciden en que es la gran oportunidad para que la herencia musical no se pierda.

En eso lo respaldan otros reconocidos maestros de la música tradicional del Pacífico. Nidia Góngora, voz líder de Canalón de Timbiquí y Pacífico Electrónico, no tiene dudas de que es a través de la creación y fortalecimiento de los semilleros que será posible preservar el legado. 

“Estoy convencidísima que esa es la manera de que la tradición se mantenga. Nuestros viejos y sus memorias se están yendo. Hay que crear registros, escribir, investigar, hacer una recopilación de toda esa tradición y ponerla al servicio de las nuevas generaciones”, explica la artista.

Para Nidia, cuya voz es considerada una de las más hermosas del Pacífico, si no se logra ese proceso “no vamos a tener en un futuro la referencia de la tradición y de la ancestralidad porque ya no van a ser las mismas”. La cantante hace una pausa en el diálogo y acepta que tiene temor porque el folclor ya ha sufrido muchas transformaciones y, en este momento, hay una lucha para que las nuevas generaciones no dejen a un lado las tradiciones.

“Hay que formalizar las escuelas en música de marimba, violines caucanos, cantos tradicionales, gastronomía. Nuestra apuesta son los niños y los jóvenes, pero es necesario empoderarlos”, expresa Nidia Góngora, voz líder de Canalón de Timbiquí y Pacífico Electrónico

Ingrit Gelen Wasamano, una de las voces de las tradicionales Cantoras de Manato, se duele un poco. Dice que aún percibe que la riqueza cultural y musical del Cauca afro no es valorada lo suficiente, ya sea por desconocimiento o porque no se alcanza a dimensionar su importancia. La folclorista cuenta con orgullo que su grupo es de Villarrica, donde están presentes los violines y lamenta la indiferencia del sector oficial hacia la cultura. 

“Da tristeza que muchas alcaldías no apoyen como debería ser estas expresiones, a nosotros nos dan un reconocimiento, pero a muchas otras no les dan un peso y son grupos muy pobres, que a veces no tienen ni para el transporte hacia Cali. Nada más con eso comienza el apoyo porque nuestra lucha para que las tradiciones no se acaben es muy dura”, dice Ingrit Gelen, con un dejo de preocupación.

La voz líder de las Cantoras de Manato, grupo que ganó el premio a mejor canción de Memoria y Reconciliación, advierte que la tradición está en peligro, pero que se está a tiempo para hacer correcciones.

La inquietud no viene solo de parte de estas dos artistas, también el guapireño Hugo Candelario González, otro de los grandes maestros de la música del Pacífico y líder del Grupo Bahía, coincide con Nidia en la urgencia de los semilleros, pero advierte que es necesario apoyar decididamente las manifestaciones culturales como las fiestas patronales, los festivales y los carnavales porque eso siempre, de manera directa o indirecta, ayuda a conservar las tradiciones.

Sin embargo, este maestro de la marimba dice que también es el momento de integrar la tradición con la academia, pues siente que esta última ha estado de espaldas a tradiciones como las del Pacífico. 

“La academia occidental no puede llegar sola porque haría mucho daño, pero hacen falta conceptos claros de los investigadores, de los etnomusicólogos, músicos y antropólogos para hacer las propuestas, pero siempre de la mano con el saber tradicional”. Aunque reconoce que no es un conocedor de los Violines del Cauca, advierte que la protección del legado ancestral de los afros debe ser una preocupación de todos.

Algo similar es lo que piensa el académico de la Universidad Javeriana, Manuel Sevilla; quien afirma que eventos como el Petronio son importantes porque tienden a reafirmar la tradición no solo de los violines sino también de la marimba y la chirimía.

Sevilla precisa que ahora, con la categoría fija en el Petronio, han aparecido muchos pequeños del Cauca, sobre todo niñas; interesados en aprender violín. “Hay jóvenes del norte del Cauca que están estudiando en la Universidad del Valle o en Unicauca, entonces pueden ir y volver a sus casas cada semana, combinan los saberes académicos con la tradición y eso está dando muy buenos resultados”, afirma.

La maestra Paloma Muñoz reconoce la importancia del Petronio como difusor y ventana de expresión para los violines, pero quiere más, porque considera que al tratarse de un concurso se homogeneizan las expresiones culturales. Por ello, la musicóloga se ha convertido en un referente para ir aclarando algunos aspectos del Festival. “Por ejemplo, de no exigirle a los del Patía en el formato musical el contrabajo, porque no es de su tradición. Este instrumento solo se da en el norte del Cauca”.

Y una curiosidad, la maestra Paloma cuenta que, incluso, los asesoró porque el comité del Festival tuvo la idea de poner la modalidad solo en violines de guadua y ella argumentó, a través de un texto; por qué eso no se debía permitir. “Eso era como si dejáramos el computador y volviéramos a las máquinas de escribir Remington”, fue la respuesta contundente de Paloma Muñoz.

Tal vez aquí está la esperanza para que los abuelos puedan seguir interpretando su violín con la tranquilidad de que su legado estará asegurado. Y por qué no, cumplir ese sueño aún esquivo para don José de poder llegar con su violín al hombro y recorrer cada escuela del Norte del Cauca para “impartir mi conocimiento, entregárselo a los niños y contarle mis historias”.

El legado de Ananías

Uno de los grandes cultores del violín caucano fue Ananías Caniquí. En el norte del Cauca aún lo recuerdan no solo por su destreza para manejar las cuerdas del violín, sino, también; por sus elásticos movimientos en otra de las tradiciones de la región, la grima.

Caniquí murió hace siete años en Santander de Quilichao y con él se fue toda una tradición cultural.

Era un experto en el manejo del machete, que se asemeja a la esgrima europea que practicaban los hacendados en tiempos de la esclavitud. Como los negros no tenían acceso a las espadas, ellos se idearon la esgrima con machete, que quedó convertida en ‘grima’. Pero el viejo Ananías, recuerda el periodista Fabián Barreiro, era un violinista excelso, de la más antigua tradición, que prefería el instrumento hecho de guadua en una carpintería a cualquier Stradivarius original.

Ananías Caniquí.

Barreiro rememora que Ananías le decía, con mucha picardía, que sin violín no había fiesta. Le gustaba contar que, en el pasado, fue tal la destreza de los negros tocando el violín; que los mismos propietarios de las haciendas se paraban a escucharlos interpretar una música tan alegre que iba directo al corazón.

Hombre sencillo, campesino, tocaba el violín con sus dedos largos y una sonrisa cálida que contagiaba a quien lo escuchara. Fue muy reconocido en ese norte caucano porque más joven recorría todos los corregimientos y veredas amenizando bautizos; tocando jugas, bambuco negro y era el primero en acudir a las fiestas de adoración al Niño Jesús. El violín lo había aprendido a tocar como todos sus ancestros, de oídas, gracias a un sentido musical exquisito.

Murió sin poder realizar su sueño, que era construir una escuela de violín en su vereda Mazamorrero, que permitiera preservar el legado ancestral. Sin embargo, en el Cauca negro su alegría y la destreza de su interpretación aún es recordada por los cultores del folclor afro.

Artículo relacionado

Sigue nuestras redes sociales: