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Yo también hablo bien de Cali

Yo también hablo bien de Cali

Deseo vivir en una ciudad donde todos seamos partícipes. Quiero compartir una ciudad acogedora, amable, cómoda, donde nos sintamos tan protegidos como en nuestra casa.

Deseo vivir en una ciudad donde a la gente se le escaparan las sonrisas o en la que decir la palabra mágica “gracias”, fuera lo normal.

Pero mientras tanto y esperando que la situación mejore hacia el futuro, trato de aprehender mi ciudad, porque la transito a diario, porque al caminar por el centro voy raudo y mirando para abajo por miedo a caerme en sus baches, por la locura del tráfico, que me hacen  difícil la llegada a mi destino.

Esa forma de caminar, como dije, mirando hacia abajo, me priva de mirar hacia arriba para ver sus lindas cúpulas, su variada arquitectura, pero desde hace unos años, la gran cantidad de turistas que comenzaron a llegar a Cali, que sacan fotos del Boulevard del Rio, que hablan entre ellos, que señalan y se toman fotos con La Ermita, me convencieron que debía mirarla de otra forma y empecé a disfrutarla.

Los fines de semana salgo en familia a comprar algo o hacer algún mandado  y me tomo un tiempo para caminarla, más despacio, para mirar vidrieras, observar monumentos, transitar por las orillas del río Cali, entrar en alguna iglesia antigua como La Merced o San Francisco, hablar con los artesanos o pararme a mirar y escuchar a los artistas callejeros de los semáforos.

Entrar en las librerías cerca al edificio de la Gobernación y buscar buenas ofertas o salir con mis hijos a comer pizza en la vía a Cristo Rey sentados en una mesa viendo un atardecer de Cali.

Por último pienso que cuando salgo de Cali por cuestiones de trabajo, a la distancia, me toca recordar la belleza de aquello que vale la pena ser extrañado, de las visuales, los perfumes, las texturas de mi ciudad a las cuales quiero agradecer por haberme acogido con mi familia por allá en los años setenta.